Vesti la Giubba.
VI.
De entre sus labios escaparon cientos de halagos mal disimulados y declaraciones violentas envueltas en insultos cada que ellos disfrutaban de la compañía contraria, sumidos en la perfección que a su vista representaron. Inspiraciones y anhelos entrelazados bajo el íntimo velo de los amantes. Sin embargo, ellos estaban conscientes del sacrilegio en el que estaban implicados, el indecente roce de sus pieles sería su cielo y su peor condena.
Con el descubrimiento de su súbita atracción, descabellada hasta para ellos mismos, se enredaron en una relación ilícita que no presagiaba más que infortunio, sin embargo, cegados por el elixir prohibido de la boca contraria, por el calor de las pieles y las cautas promesas del porvenir ellos se encandilaron el uno por el otro.
A Eren le gustaba escuchar hablar a Jean sobre su infancia e instrucción, pues era como una curiosa caja sellada, se sentía más cerca de él al saber de aquellas ideas y pensamientos sueltos que se llevaba el viento al ser él, el único oyente de tales obras e inquietudes. A Eren le gustaba escuchar las anécdotas de Jean, acerca de su padre quien por aquel entonces era empleado del departamento de policía, disfrutaba de escuchar calmo el cómo descubrió su aptitud como modelador cuando estudió en el Petine Ecole de Dessin de París, sus aventuras solitarias en el museo del Louvre. Y por sobre todo su infatigable esfuerzo por entrar a la Academia de arte, misma de la que fue rechazado tres veces. Jean trabajó para ayudar a sostener a su familia aceptando otros oficios a la vez que colaboraba con decoradores y escultores comerciales, Eren admiraba eso, le gustaba, le gustaba, le gustaba demasiado, quería tomar todo de Jean y monopolizarlo, constantemente se sentía a punto de ahogarse en una sensación tan rezogante como mortífera, pues se arrastraba tan silenciosa que rara vez se le alcanzaba a entrever, y cuando esta misma hacia presencia prometía el furor cálido de una brisa veraniega, para al final terminarte golpeando como una ola impetuosa, Eren amaba esa sensación, el sentirse tan abrumado en algo que amaba era el placer más maravilloso a sus ojos, incluso ahora, trata de recordar cuántas horas ha perdido escuchando anécdotas sinsentido, pequeños retazos perdidos en el tiempo que han forjado a Jean Kirschtein. Desde su corta estadía en el ejército en la guerra franco-prusiana, hasta su trabajo como ornamentador, y, sus viajes a Italia donde se vio ineludiblemente fascinado por el movimiento y la acción muscular en las obras de los escultores del renacimiento como Donatello y Miguel Ángel.
—¿Qué pensaste al esculpirla? —cuestionó curioso, sus esmeraldas destellando fúlgidas ante la expectativa. Después de todo "el vencedor" fue la primera gran obra de Jean.
—Era joven y desequilibrado —murmuró con parsimonia Jean, obteniendo unos cuantos murmullos inentendibles por parte de Eren y un resoplido divertido—. Estaba cautivado y en esa escultura quería impregnada mi propia imagen de arte, la belleza del arte consiste en una representación fidedigna del estado interior, y para lograr este fin a menudo distorsionaba sutilmente la anatomía.
Jaeger suspiro, porque entonces aquellas palabras pronunciadas por Jean meses atrás cobraban una vida y significado incalculable ante una medida tan artera como son los sentimientos.
«Admiró eso de ti. No tienes la necesidad de hacer un boceto en papel, sólo lo plasmas, haces aquello que nace de todo lo que crees. Creo que tienes un gran talento Eren» palabras que inusitadas se han adherido a su ser y se han abierto el paso a través de su corazón.
Entonces él se siente como papel al fuego, consumiendo oxígeno para seguir ardiendo, sin embargo, la sensación es tan cálida y suave que no le importaría morir incinerado, aún sí siempre existe la posibilidad de asfixiarte con el humo.
Mientras tienen esa plática, perdidos entre arrumacos para luego abrazarse entre ellos, se sienten inalcanzables, como su propio principio y también su final, unidos en un círculo infinito de posibilidades y cariño. Es entonces, envuelto entre los brazos de Jean, que Eren comienza a reír, inicialmente arrullador y delicado, como esas pequeñas risas ahogadas y perfectas de alta sociedad, Jean podría decir que es incluso una acción plausible, pero cuando aquel sonido se deforma y sube de volumen hasta atronar contra sus oídos, él lo sabe, incluso el reflejo de la luz del sol sobre el agua cristalina, no se puede comparar al espectáculo de aquellas fulgurantes esmeraldas que están en una continua metamorfosis causada por aquella caída en picada que están teniendo hacia un remolino sin salida. Eren también siente que podría acostumbrarse a tan estrambótica sensación de explosión en su pecho cada que se topa con Jean mirándole de tal forma, sus ojos avellana están llenos de adoración, en todos sus sentidos, y ha llegado a tal compresión del paradigma gracias al mismo Jean, quien se lo ha repetido incansables veces, esparciendo su adoración hasta extenderla a cada recoveco de él, Kirschtein constantemente dice sin pensar, que sus manos son tan suaves como un almohadón de plumas, o sus ojos verdes que suele comparar con la vitalidad rebosante en los bosques de Viena, su actitud indomable y cautivadora, entonces Jean se dará cuenta de lo que ha dicho y murmurará un «olvida eso» antes de huir de la escena. Jaeger se siente profusamente apreciado gracias a tales detalles.
—¿Qué es tan gracioso? —Logra cuestionar, ante el repentino estallido entusiasta Kirschtein.
Eren quiere decirle a Jean cuánto le gusta esto, cuando ama que ellos sean así, y que compartan, pero su boca no logra coordinarse con su mente:
—Eres un perdedor.
Y no es como que falten palabras entre ellos, el mundo les escuchará, y siempre pensarán acerca de su antinomia, ellos verán, pero sólo hechos, discusión e insultos, completamente ajenos a la implicación de aquellos, y a ese extraño baile en el que se sumían a menudo para demostrarse su cariño.
Ajenos al mundo, y este en retribución ajeno a ellos.
VII.
Rara vez solían pensar en las repercusiones de sus actos.
Al estar tan prendados en el contrario. Eren se convirtió en su musa, su cara haciendo acto de presencia en múltiples ocasiones en sus obras, esto desató comentarios y sospechas insidiosas ante la naturaleza de su relación. Estarían acabados si el mundo descubría su sucio secreto. Y por primera vez Jean pensó con seriedad las posibles consecuencias. Esa tarde no busco a Eren decidido a terminar lo que sea que tenían. Jean se hundió en el calor de la carne de su antigua amante en cambio, ellos nunca hablaron de eso, pero al encaminarse en tal embrollo, Eren estaba consciente de ella y su esposa.
Se preguntó, si tomar cuanto podía de Eren era lo correcto, estuvo tan absorto a la sensación errática que lo enloquecía a su lado, que por un momento, llegó a creer no importaba más, sí lo que ellos hacían estaba mal, ¿por qué él se sentía tan cómodo y a gusto a su lado? ¿por qué se sentía como si todo encajara, tal cual hacen las cosas correctas? Sí lo que ellos hacían estaba mal, y sí lo que Jean sentía revolucionando en su pecho cada que se sumergía en los relentes labios de su pupilo. ¿Él estaba mal o la idea que profesaban como correcta lo era?
Él no encontró una respuesta. No era ningún filósofo, él era artista y nunca vio la necesidad doliente de correr presuroso detrás de respuestas que no sabía si obtendría.
Entonces hizo lo único que sabía hacer bien, Jean Kirschtein pasó la página, corrió medroso a los brazos de su amante y se recordó a sí mismo siendo más joven, prendado igualmente de la belleza, Mikasa Ackerman había logrado robarle suspiros, rendido a ella, su piel era tan blanca y suave como la apariencia meliflua de las nubes que esponjosas le observan desde el cielo, sus cabellos largos extendiéndose cual las alas ébano de un cuervo, y esos furtivos ojos grises. Jean jura haberla amado. También juró haber amado a su esposa, Sasha Blouse, hacia tiempo. Él lo siente toda una vida soporífera atrás. Pero sí el amor que sintió por ellas fue como la melopea caricia del viento en su rostro, lo que sentía por Eren Jaeger era mil veces más intenso, era como tratar de no ahogarte a mitad del mar, sin nada a kilómetros más que falaz agua salada, sus brazos estaban tan cansados de nadar buscando una salida.
Y aún durante el sexo con Mikasa, esos ojos verdes no dejaron de escurrirse en sus pensamientos.
VIII.
Tal vez no moriría, pero sí tuviera que comparar la agonía de un lecho de muerte con algo, sería esa deplorable sensación de suplicio ante la espera. Ese día tuvo suficiente.
—¿Pero qué demonios te sucede Jean? —gritó. Le había prácticamente encontrado en brazos de aquella... arpía, era tan hermosa que sintió el temor correr arriscado por todo su corriente sanguíneo, tal vez estaba abandonado aquello que tenían.
—No sucede nada, joder —gruñó por lo bajo, exasperación palpitante dentro suyo, a punto de consumirlo, su cuerpo lloraba anhelante por socorrer al niño de sus ojos, mientras que su raciocinio gruñía fúrico acerca de lo que era mejor para ellos.
—No me digas que no sucede nada, Jean. Te conozco, maldición, eres la persona más idiota que conozco, pero lo hago. Eres un cretino egoísta y tienes muchos problemas. Eres un maldito inútil, pero me gusta esto que tenemos, y espero lo grabes que no pienso volver a repetirlo, pero también eres un gran artista, ¡uno impresionante! Pero lo jodes con el numerito de suficiencia, tu sonrisa socarrona me da asco porque grita que eres mejor que yo y aún así... —Eren bajo la voz, confundiéndose un momento con el viento, si él osaba soltar una declaración de tal magnitud no habría vuelta atrás, estarían acabados, tal vez inconclusos, cayendo en un posible final apresurado. O ellos podían llegar a una resolución que les mantuviera juntos—. Te amo —murmuró tan anhelante que el exiguo suplicio derritió por un momento la coraza que Jean construyó.
—¿Cómo puedes decir eso? —cuestionó con un desconcierto ruin, Kirschtein se decía: ¿cómo puede él estar tan seguro?
—¡Cómo dices! ¡Simplemente lo siento!
—¡Consigue otro capricho! ¡hay miles de personas, consigue a alguien más! —gritó con una rapiña soez en su voz, el mismo Jean trató de convencerse de que era lo correcto y aún así sintió que fue el ser más abyecto existente al ver sus esmeraldas preferidas mancilladas en agua cristalina, vestigio de su tristeza.
—¿Capricho dices? —Su voz se quebró, como si fuese aquel el peor agravio contra su persona. Parecía a punto de llorar, se sintió culpable—. ¿Es acaso amar un capricho?
Congoja, eso fue lo que sintió. Amar, era muy pronto para amar, ¿y si sólo era un delirio producido por el furor del momento? ¿qué harían cuando el hechizo se quebrase y ellos no fuesen más que extraños el uno para el otro? O peor, ¿qué harían cuando las infamias en lenguas venenosas les hiciesen separarse? ¿qué harían con todas éstas primorosas sensaciones?
—Amar... es muy pronto para amar.
—¡Cállate! ¿qué sabes de mi? Nada, nada. Si yo digo amarte, lo hago —Expresó.
Hubo pasión desenfrenada ahí, desbordando y ardiendo como los primeros rayos del sol en verano. Si Jean tuviera que definir a Eren en una palabra sería arrasador, porque barría con todo aquello que le causaba inconveniente en el camino. Si lo quería, lo tomaba, y fue esa rudeza desgarbada, sus fuertes ideales y vitaleza vigorosa las que le hicieron caer entre sus redes. Se sintió como sí aplastará a una hermosa flor bajó su zapato.
Le hizo falta de todo su autocontrol para no retractarse. Y luego, la ira escaló monumentalmente dentro suyo. ¿Cómo Eren se atrevía a decir que él no le conocía? Lo hacía mejor que nadie, se desvivió por mantenerle feliz.
—¿No te conozco? —murmuro Kirschtein, ese tono apagado y resentido que usualmente no presagiaba nada bueno—. Sé que dejaste a tu familia, y que el único en apoyarte ha sido tu hermano, tu padre es contador y tu madre ama de casa. Amas el cielo azul porque te recuerda a tiempos más sencillos, bufas cada que te exasperas y recorres el lugar de un lado a otro como si estuvieses enjaulado en tu desesperación, cuando sonríes se forman pequeñas arrugas en las esquinas de tus ojos, tienes un pequeño tic en la mejilla izquierda cuando sonríes mucho y tú... ¿dices que no te conozco... cuando he pasado mis días maravillado contigo? —murmuro, Jean tenía los ojos cerrados.
—Mentira —graznó dolido, ¿cómo podía ser cierto si Jean está tan ensimismado en acabar con ellos? Tratando de arrebatarle aquello que tanto había descubierto amaba.
Eren estaba profusamente confundido. Quería creer que aquello que se revolucionaba en su pecho, era amor y aún si no lo fuese, él sabía una cosa, tenía a Jean y quería que las cosas entre ellos funcionasen con fervor.
—¡Acabaría con nuestras carreras artísticas si se supiese! —acotó.
—No me importa —gruño de vuelta Eren—. Soy alguien libre y puedo hacer lo que quiera, y nadie me dirá cómo, ni siquiera tu Jean.
¿Por qué era tan difícil hacerle entender? Esto podría ser su fin, su ruina. Eren era extremadamente talentoso, poseía una visión abstracta y hermosa de todo que lo proveía con el don del habilidoso, Jean jamás se perdonaría si su carrera se truncará por ello.
—¿Por qué es tan difícil entenderlo, Eren?
—Lo entiendo perfectamente —gruñó enfurruñado el castaño—. ¿Sabes cuál es la diferencia? Me importa una mierda —Finalmente soltó, acercándose hasta los labios del contrario, entre ellos iniciando una pequeña caricia. Eren se separo, no más que un roce delicado y luego la nada misma, Jean sabía lo que estaba haciendo, le estaba provocando para dar el gran paso, para que se retractara y se tragará todas sus palabras.
Jean debía estar demente, porque realmente lo consideraba. ¿Qué más daba? Iba a hacer lo que se le diese en gana, ¿y si a Eren no le importaba, por qué a él sí?
Lo besó. Se hundieron nuevamente en el mar indómito de sensaciones intoxicantes que prometían corazones acelerados y un calor que les consumiría.
Pero esa era una mentira, a Jean le importaba el futuro de Eren, le importaba demasiado porque Eren se había convertido en algo imprescindible en su vida, no estaba seguro de cómo, pero lo hizo.
Él solo quería una excusa para poder ignorar su sentido común y caer atado de pies y manos al destino incierto que le prometía la piel de Eren Jaeger.
Oh, fue tan idiota.
IX.
Sus problemas se desvanecieron tan rápido como llegaron, hubo decaídas, pequeños momentos en los que, cual ciervo asustadizo Jean iría a refugiarse en los labios granate de Mikasa, luego vendrá la discusión, o al menos así fue los primeros meses, ahora basta con decidir jugar al ciego, cubrirse los ojos y decidir no ver absolutamente nada, perderse como niños ingenuos en una fantasía errónea de lo que eran.
Estaban asustados. Y al mismo tiempo encantados. Era una sensación tan extraña como ellos mismos, jugando a ser completos extraños por las noches y tomando cuanto pueden del contrario en el balanceo inadvertido de sus únicos sentimientos.
¿Por qué no podían dejarse ir?
Ellos se besarían, se perderían y estarían convencidos de la extrañeza de tal hecho, tal vez nunca amaron, pero sospechaban que aquello que sentían al menos era parecido a hacerlo.
—Cada que te beso —murmuró Eren—, se siente extraño.
—¿Eso es malo?
—No... se siente bien —Suspiró.
—¿Entonces por qué lo mencionas? —acotó Jean, soltando el humo del cigarrillo de manera descuidada.
—Oh, maldita sea Jean, trato de hacer un cumplido y tu vienes a joder —Rió con diversión astuta, entremezclada con el vestigio de la calidez que dejaron las manos de Jean marcadas sobre su piel. Por otro lado Kirschtein estaba nervioso, estar así, tan cerca de Eren quien sonaba tan seguro le hacía titubear, sentirse como ese adolescente inconsciente que no sabía que iría a hacer.
Tal vez, eso era bueno.
—Tus ojos son hermosos —Finalmente dijo, Jean se rindió y dejó que el cumplido se deslizara. La cara de Eren ardió y se contrajo, ¿a qué venía aquello?
—¿Q-qué...?
—Así se hace un cumplido —murmuro apacible y le mostró una sonrisa de dientes completos. Eren frunció el ceño y ambos comenzaron otra disputa, en un lugar y espacio, donde sólo ellos existían.
Cualquier problema que tuvieran, lo sabrían afrontar.
El arte por otro lado... ambos se vieron envueltos en otros proyectos colaborativos, sin embargo, aquella gente a su alrededor comenzó a ver, esas disputas se volvieron tan íntimas y cariñosas que aún a través de tales insultos y argucias, pudieron ver el cariño inusitado, eso no era natural.
Y las voces volvieron a hablar, está vez entre susurros y pronto todos lo sabían, sin embargo, fue como un sucio secreto a voces. Jean era tan reconocido, que le dieron todo el crédito, el talento de Eren no era más que Jean abogando por su amante.
Y sin saberlo, Jean terminó haciendo lo que más temía. Arruinar la carrera de Eren.
—No dejaré a mi esposa.
—Deberías. Ni siquiera vas a casa ya, ella sabía que te acostabas con Mikasa y ahora ellas saben que desvives tus calurosas noches conmigo.
Kirschtein se mordió el labio. Eso era cierto, pero Eren era ignorante de lo que se rumoreaba de ellos, dejar a su esposa sería una afirmación muda y pronto la pomposa élite francesa se encargaría de acabar con ellos.
A veces, lo correcto duele. Pero Eren no merecía tal destino.
—No la dejaré —Afirmó de nueva cuenta.
—¿Por qué no?
—No está a discusión. Muchos están hablando, deberíamos mantener un perfil bajo.
—Ahora... ¿esa es tu ruin excusa para no dejarla?
—¡Dejarla sería aceptar todo!
—¿Acaso no importamos nosotros? ¡Maldición Jean! —Reclamó con el corazón doliente.
—¡Jamás dije tal cosa...! Sólo... no la dejaré.
Lo que Jean ignoraba, es que Eren prefería mil veces arruinar su carrera, por rescatar aquello que tenían.
¡Actuar! ¡Mientras preso del delirio,
no sé ya lo que digo, ni lo que hago!
Y sin embargo, es necesario... ¡esfuérzate!
¡Bah! ¿Acaso eres tú un hombre?
¡Eres un payaso!
Ponte el traje y empólvate el rostro.
La gente paga y aquí quiere reír, y si
Arlequín te roba a Colombina,
¡ríe, Payaso, y todos te aplaudirán!
Transforma en bromas la congoja y el llanto; en una mueca los sollozos y el dolor.
¡Ah! ¡Ríe, Payaso, sobre tu amor despedazado!
¡Ríe del dolor que te envenena el corazón!
"VESTI LA GIUBBA" PLAGLIACCI ACT. I
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