Nessum Dorma.
I.
La simpleza encantadora de la vida, siempre tuvo despierto a aquel de cabellos caoba, que con grandes esmeraldas inyectadas en curiosidad, sólo deseaba más. La belleza apabullante de la nada, lo cautivo, porque donde no había nada, podría nacer cualquier cosa, manifestarse la más bella de las criaturas o la mayor obra de arte jamás creada. Es por ello, que en los recovecos más íntimos de su mente, él busca darle forma a sus más indómitos deseos, con el único fin de materializar, de llevar a un plano físico ideas ilusorias que amorfas buscaban escapar de su imaginación cual pájaros en el cielo.
Su historia comenzó en 1864 en Fère-en-Tardenois, Aisne, en algún lugar en el norte de Francia. Eren Jaeger nació, y creció cual flor que dispuesta a la luz del sol abre sus pétalos, estalló curioso, rodó lloroso, río entusiasta y se enamoró por primera vez de la vida misma, a ojos de un cándido muchacho en el auge de una infancia que presurosa corría detrás de preguntas infinitas, se apasionó por el arte, idea y amor que siempre fue pugnado por su familia.
Grisha Jaeger siempre se movió con una meticulosidad y una fría percepción que despiadada y artera terminó por arruinar a muchos otros en pos de sí mismo. Y tan frío como su carácter mismo, Grisha trabajaba entregado a una profesión sin escrúpulos, en un mundo de hipotecas y transacciones bancarias, lleno de cálculos y números crueles. Su madre Carla, por otro lado, provenía de una familia de Champagne, a rebosar de granjeros y sacerdotes católicos. Ella solía decir en soliloquios que él debía ser una hombre tan respetable como su padre, un hombre de familia.
Él nunca deseo tal cosa, él disfrutaba de la sensación del barro entre sus dedos, moldeándolo como si fuese un simple juego, un juego que creció hasta volverse arte, piezas inmarcesibles que arrebataban un trozo de sí para quedarse. Su único apoyo fue aquel niño de cabellos dorados y piel tan blanca como la nieve en el fiordo, de actitud tan bondadosa que se alzaba apacible ante todo aquello que se consideraba injusto. Siguiendo aquellos placeres acérrimos que él disfrutaba, Armin fue su único apoyo como artista en la familia, y, aún ahora, recuerda eso con cariño. Finalmente, encontró su oportunidad cuando se trasladaron a París, donde finalmente abandonó la casa familiar.
Corriendo el año 1881, Eren Jaeger se cernía fatuo sobre las incertidumbres de la vida con sólo dieciséis años. Armin siempre confidente en su talento fue el único que le impulsó, más cuando posteriormente se convertiría en un afamado escritor.
Cuando logró entrar a la Académie Colarossi de Arte, Erwin Smith, un hombre de cabellos dorados como un haz de luz, de ojos tan azules con el cielo mismo y un liderazgo innato que lo matricularon bien como profesor, fue su mentor, extrovertido e incentivante para que persiguiera sus sueños, alabo su gran inspiración y dentro de las paredes de École des Beaux-Arts construyó a la siguiente generación de escultores. Amaba sus clases, eran amenas, apasionantes y su manera predilecta de perderse en el modelaje del material, la belleza de aprender de él, y todo aquello que pudiera rescatar, junto con su propio ingenio, siempre fue una combinación ganadora. Sin embargo, lo bueno no siempre dura para siempre, Erwin Smith se mudaría a Florencia, ya que se sentía profusamente realizado con la educación, escuchó de aquellos rumores para nada fidedignos, que su profesor tenía un amante, que huía a Florencia a causa de aquella mujer desconocida, sin nombre o cara, la gente tenía aquel talento fantasmagórico de hacer sonar toda noticia cien veces más catastrófica de lo que realmente era. Erwin siquiera llevaba un bruñido anillo en el dedo.
Pero toda teoría de Eren fue aniquilada, por la noticia del mismo Erwin, Florencia era un hecho, pero con toda la tranquilidad del mundo, y, rutilante de la emoción, anunció su retiro hacia unas cómodas vacaciones. Mandaría a uno de sus alumnos más destacados en su lugar.
Y a Eren no le quedó más que esperar la condena traicionera sobre su cabeza.
El nuevo profesor era alguien que Eren identifico inmediatamente por su nombre, su cerebro haciendo sinapsis como fuego sobre pólvora, era un escultor reconocido, su trabajo era bueno. Pero era apegado a cómo hacía Erwin el suyo. Y así fue como sin conocerlo Eren decidió que odiaba a Jean Kirschtein.
II.
Su primer encuentro oficial, se dio en 1884, el año en que comenzaría a trabajar en el taller de Jean. Estaba tan ofuscado con la idea que pensó en no asistir, sin embargo, su pasión al arte era mayor, y no se dejaría intimidar por un desgraciado que siquiera conocía. Y así fue que por orgullo, Eren se decidió a arrostrar al suplente de su mentor.
Desde el momento que vislumbró a Jean entrar a la habitación se fastidió, el hombre era alto, un poco más que él incluso, de cabellos café arena y ojos avellanados, sin embargo, la parte más pútrida de aquel hombre era ese horripilante carácter basado en su «superioridad», y sólo escuchó su introducción.
El arte se volvió una excusa para azuzar a Kirschtein en cada oportunidad que tenía. Aún si no le estaba dirigiendo la atención. Lo odiaba, por ser el epítome del mero deseo egoísta y el narcisismo. La beldad de su pasión se vio eclipsada y pronto Eren se desvivió por desacreditar a Jean en su propio salón.
—¿No le parece a usted que su apariencia es más corpulenta hoy, profesor? —siseo casi riendo el de ojos esmeralda, esa sonrisa engreída surcando su boca y pequeñas líneas en el borde de sus ojos debido a su expresión. Jean, fúrico como todo el salón pudo ver, simplemente cerró los ojos y contó hasta diez, los pequeños golpes directos a su orgullo por parte de Jaeger no lo harían caer de nuevo, mucho menos perder la calma. No discutiría con Eren nuevamente—. Creo que subió uno o dos kilos.
Esa fue la gota que derramó el vaso.
—Y tú te sigues viendo como una niña de quince Jaeger.
Silencio. Discutieron otro poco, y el resto del alumnado se vio obligado a callar a causa de la usual complacencia de aquella escena, Eren encaprichado por alguna cosa lanzaría comentarios insidiosos hacia el profesor, y tan reactivo como Kirschtein suele ser, caería nuevamente en la trampa, la batalla campal desembocaría en insultos a sus capacidades como artistas, hacia la pasión que profesaban y esa misma se transformaba en ira ardiente pulsando bajo sus pieles, que parecía sólo se calmaría hasta ver caer al contrario. Esa misma tarde, una vez pasada su discusión diaria, Jean detuvo a Eren.
Exhausto de sus vagos intentos de darle una razón a las jugarretas del mocoso, decidió preguntar directamente un porqué al repudio del más joven, ¿era también acaso porque el era casi tan joven como él?
—¿Por qué pareces ni siquiera tolerarme Jaeger? —murmuro cansino, Erwin le dejó la responsabilidad sobre sus alumnos, siendo que hasta hace poco él también era uno de ellos. Estaba tan cansado.
¿Por qué?
La incógnita variable de todas sus preguntas relacionadas con Jean, hacía unos cuantos meses simplemente era fastidio, un pequeño resentimiento producto del abandono de lo que vio como una auténtica figura paterna, y, luego... nada. Jean Kirschtein le provocó tanto, y tan poco, vio su trabajo, se vio capaz de admirarlo, ¿el problema? El hombre en sí, le provocaba una sensación de contradicción, quería expresar aquel sentimiento cálido e inspirador que dejaba el ver una de sus esculturas, y a la vez quería golpearlo en la cara por su descarada autoproclamación de habilidades.
—Creo... que respeto su arte, pero odio su actitud —dijo, consciente de que ni él sabía lo que le causaba esa sensación rezogante, sin saber el porqué a su propia inconformidad.
—Para tu información Jaeger, es la única que tengo. Acostúmbrate.
Conciso. Duro y directo. A Eren no le molesto eso, esa actitud que calificó de asquerosa al conocerse, confundido ante la realidad de tal hecho, no pudo hacer más que asentir en silencio.
Esa tarde, se retiró del salón con la cabeza confundida, y una sensación angustiante en el estómago producto de su propia preocupación.
III.
Él detuvo todo ataque y jugarreta, su mente corriendo aturdida para salir del embrollo en el que él mismo se metió, apañándoselas para encontrar con desespero una respuesta a una pregunta que no sabía si realmente la tenía.
El silencio en cuanto a sus burlas se prolongó por un período indefinido, observando curioso, cual científico enfrascado en su investigación, sus ojos verdosos siguieron a Jean en cada movimiento que dio por semanas, notó como solía relajar la expresión cuando se concentraba en la escultura que trabajaba, como movía con levedad su pierna derecha cuando estaba a punto de desesperarse, el como movía tres dedos de su mano izquierda al leer algo, como jugaba dándole vueltas al lápiz cada que hacía un trazo. Cada uno de sus gestos grabados como fuego en su retina.
Luego se vio incapaz de no mirarlo, sus ojos buscando sólo un retazo de visión de Jean en algún momento, su investigación, se convirtió en un interés curioso que es como un dulce bebé con olor a leche materna, buscaba poder retener todo como una esponja, y esa curiosidad mutó en una admiración completa, al darse cuenta de todo aquel inextricable idealismo que rebosaba Jean, una admiración tan infantil como la de un niño en las faldas de su mamá y ahora, justo ahora, no sabe qué es lo que siente.
—Jaeger —cuestionó Kirschtein al ver al contrario embelesado en algún punto en la pared. Todo había terminado ya, todos se habían marchado, pero por alguna razón su pupilo más irradiante de energía e hiperactividad no había huido a trompicones para poner su corazón en algún otro proyecto osado como solía hacer—. ¿Sucede algo? —cuestionó está vez preocupado, no había recibido insulto alguno en semanas, casi meses, pero podía sentir la mirada penetrante de aquellos enigmáticos ojos verdes en todo momento, había estado preguntándose hacía días, ¿por qué Eren lo miraba fijamente sin pronunciar palabra alguna últimamente? No hubo respuesta de nueva cuenta, se sentía como si le hablase a un muro solitario, sólo yermo silencio cual respuesta, sin pensar tomó al muchacho por el brazo y murmuró quedamente un leve «ven aquí» pareció ser lo único que logró oír el contrario, que como si hubiese despertado de una ensoñación simplemente se espabiló con una cautela inusitada para él.
Eren se cuestionó, ¿qué pasó? Él, hace tan sólo un momento estaba encerrado en su propia mente acerca del porqué su tan inusual interés hacia Kirschtein, ahora estaba siendo arrastrado por el mismo a lo que si mal no recordaba era su estudio privado.
—Toma —espetó Jean soso, mientras le dejaba un montón de arcilla a un costado de él—. ¿Qué te hizo llegar aquí?
No supo a qué venía eso, siquiera porque repentinamente Jean Kirschtein parecía preocupado, pero se dejó llevar, y con su pequeño palillo esculpió.
—¿Qué significa esto para ti? —Jean señaló su pequeña escultura. Jaeger seguía aturdido, Eren no sabía cuál era el propósito de tan osadas preguntas e indagaciones.
—Son... todos los que me ayudaron a llegar donde estoy, quienes me han brindado su ayuda.
Jean emitió un sonido apreciativo, mientras miraba con un interés auténtico su obra. ¿Por qué? Eren estaba tan confundido ante su actitud que no pudo siquiera sopesar su actuar. Simplemente fluyeron como el agua en raudales.
—Admiró eso de ti —soltó con una honestidad aplastante—. No tienes la necesidad de hacer un boceto en papel, sólo lo plasmas, haces aquello que nace de todo lo que crees. Creo que tienes un gran talento Eren.
¿Ese era realmente Jean Kirschtein reconociendo su valía? Por primera vez, no quiso decir nada, mejor dicho, no sabía cómo responder a eso, se sintió reconocido por aquel que descubrió admirada y respetaba desde hacía poco. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre, y se sentía tan bien.
Aquella tarde Eren se marchó con el pecho cálido por el reconocimiento y el estómago revuelto una vez más.
IV.
Jean Kirschtein comenzó a impartirle lecciones privadas después de las horas designadas ante el extraño mutismo del de ojos verdosos. Fueron pequeños oasis en un desierto de incertidumbre, fueron claridad y retroalimentación hacia sus propias capacidades.
Su relación no mejoró en clases, pero Eren regresó a su estado de ánimo previo, soltando insultos hasta hacerle salir de sus cabales. En la soledad de su despacho, ellos se sumieron en discusiones filosóficas acerca del verdadero significado del arte, esculpían juntos y compartían amenas pláticas triviales hasta la caída del ocaso.
Se descubrió anhelante de la compañía contraria con el paso de las semanas, contando con exhaustividad los días para que llegasen sus lecciones especiales, deseando que el sol se ocultara para poder continuar con su tiempo entrelazado, sus habladurías sin sentido, para simplemente estar juntos.
Maldita sea. Eren fue apresado entre las terribles garras del pánico, con una sensación sanguinolenta arrastrándose desde la boquilla de su estómago ante el inusitado pesar del terror que le aquejó de forma repentina, aquella sensación, fue la misma que desgarró la quietud de sus padres y trajo consigo su amor a una vida brillante y hermosa. Había un furor cálido de admiración, nerviosismo y una curiosidad entremezclada con anhelo que turbaba su pequeña cabeza y le provocaba retortijones en el estómago. Eren temía estar deseando más de lo que debía de Jean, se carcomía la cabeza sólo pensando en porqué un hombre, porqué aquel bastardo de asombrosos cabellos arena y ojos cual avellanas que parecían mirar apacibles el mundo frente a sí, como si fuera completamente suyo y fungiera de su lienzo. Su vista se clavó en Jean Kirschtein una vez más, como venía sucediendo hacia días, no podía gustarle, ¿cierto? Sin embargo, ahí estaba mirándole embelesado en el movimiento sensual del subir y bajar de su pecho al respirar, labios que insinuantes se habrían hacía él con una burla descarada.
—Hey, ¿me has escuchado acaso Eren? —cuestionó fastidiado, hacía días Eren volvió a ese estado casi anímico y mudo que hacía a sus nervios crisparse como un gato que lanzas al río, era tan fastidioso como arena mojada en sus zapatos, suspiro cansado. Era como si Eren estuviera suspendido entre el mundo de los sueños y el plano real. Sólo la luz dorada del atardecer bañando su piel ligeramente tostada y haciendo destellar esos maravillosos ojos verdes como si fuese un gato esperando en la oscuridad a saltar. No había respuesta—. ¡Oye!
Parecía no despertar de su ensoñación hasta que la pequeña espátula de modelado golpeó contra su nuca.
—¡En qué pensabas imbécil! —chilló tomándose el cuello. En cuestión de segundos Eren volvía a estamparse con la realidad y toda señal de disociación parecía desaparecer hasta convertirse en esa vasta hiperactividad que amenazaba con la promesa de hacerle enloquecer algún día—. ¡No tenías que golpearme!
—¿Ah? ¿no tenía que golpearte? ¡Si respondieras las preguntas que se te hacen no te habría golpeado mocoso insolente!
—¿Mocoso? ¡A duras penas me ganas por más de tres años!
La discusión continúo, prolongándose a tal punto que el ruido de sus gritos fue en crescendo y ellos mismos jadearon en busca de aire, la habitación tan silenciosa como la noche clandestina tratando de darles su tan íntimo y anhelado espacio, por un segundo no pudieron pensar en insulto alguno y Jean se cuestionó, ¿qué era ese singular brilló en los ojos de Jaeger? Tal vez, debió dejar esa pregunta sosa sin responder, si no hubiera indagado... ellos tal vez...
—Bien. Eso es todo por hoy —murmuró Jean aturdido, de manera repentina el espacio entre ellos menguó hasta volverse casi nulo, sus alientos entremezclándose en una sensación que aliciente les impulsaba por algo más.
Ese fue el punto de quiebre de Eren, quien simplemente estampo sus labios de manera desgarbada y torpe contra el contrario, sumiéndose en un vaivén desesperado contra quien seguía cual estatua sin reaccionar. Cuando ambos comenzaron a besarse fue un misterio, el cómo o el porqué, atrapados de forma única entre las sensaciones atípicas que experimentaron en un solo beso... con otro hombre. Querían profundizarlo y sentir más del otro, sin embargo, aquella línea hórrida que aun existía entre ellos les hacía temer, sabían que ahí estaba, no sabían hasta donde llegaba, no tenían ni idea, de hasta dónde podrían llegar ellos antes de arruinar todo irremisiblemente, así que lo que sea que se desarrolló terminó en un roce inocente, con la calidez contraria impregnada sobre sus bocas y la incertidumbre escalando de manera peligrosa por sobre ellos.
—Deberías irte, Eren.
Así lo hizo, seguían estancados en el hecho de que algo entre ellos se rompió, reemplazado por un deseo ciego, sin pies y manos que permanecía inerte, pero habían dado el primer paso, gracias al furor ardiente del momento, sin saber y sin seguridad alguna de lo que pudiera pasar. ¿Qué se supone pasaba ahora?
Los días venideros, fueron silenciosos entre ambos, las clases transcurrieron como las más tortuosas horas del día y Jean dejó sus citas por la tarde de lado.
Nada. Nada. Nada. Nada. Nada. Nada. Era cual yermo callado, sólo un silencio mortal.
Y Eren no soportaba el silencio. Él era un soplo de viento inquieto, moviéndose junto con una vida fulgurante y llena de belleza. Se preguntó, si aquel era el final de ellos.
V.
Estaba enloqueciendo, no tenía pruebas, pero tampoco dudas. Iba a perder por completo la cordura si continuaba rememorando aquel fatídico beso.
Con diecinueve años, Eren estaba en la plenitud de su belleza y de su fuerza creativa. Y con la inesperada claridad que trajo las inconsistentes acciones de Eren, tal vez, comenzó a apreciar la beldad de tales, la suavidad inextricable de su voz cuando se relajaba y ese pequeño ceño fruncido al concentrarse. Debía admitir, que era muy bonito, pero no debía caer en la trampa. No debía sentirse tentado a nada. No con un alumno, con un hombre. ¿Por qué todo era tan difícil? Él estaba casado, él tenía una amante "estable", ¿por qué repentinamente deseaba a Eren?
Decidió no pensar más en ello.
Pero no funcionó, entre tanto, aún si intentaba la imagen artera de los dientes perlados y esos bellísimos ojos verdes como los campos de Viena se escurrían entre sus pensamientos. Debía haber una forma de salir de ahí, estaba confundido, y no encontraba consuelo fuera de la imagen de Eren. Debía estar loco, pero ahí estaba corriendo tras el causante de sus problemas para poder dilucidar su propia mente, para encontrar un porqué a ese beso y finalmente dejarlo ir.
Él estaba sentado sobre una banca de granito, a la sombra de un árbol, con la cabeza gacha y esos ojos tristes. Jean tragó saliva, preparándose mentalmente para lo inevitable, y, se acercó.
—Eren —llamó inseguro, sin embargo, fue bien recibido, el muchacho alzó la mirada como si fuese la cura a todos sus problemas. Como si fuera pan y vino para su alma cansada. Se sintió incómodo—. Creo que debemos hablar.
—Tengo sentimientos por ti —irrumpió con voz agitada su acompañante, y, sosegado ante la nueva perspectiva su cara se coloreo, calentándose de forma vergonzosa ante un hecho que temía.
—¿Qué?
—Sentimientos negativos —Se corrigió, abochornada ante su tontería estuvo a punto de irse. Jean estuvo a punto de dejarlo, pero aquellas dulces palabras nerviosas trastocaron algo dentro suyo.
Eren pensó que al final, no había podido comunicar aquello que con tanto furor deseo.
—Nunca te respondí —detuvo Kirschtein, sin pensar en ello, tomó el brazo de Eren, y se enrollo junto a él en la travesía de sus bocas. Si esa línea divisoria entre ellos había existido, se había desvanecido también. Fue un beso descuidado, con saliva y labios temblororos.
—Te odio —jadeo Eren.
—Oh, jódete Jaeger.
Y sus dientes se asomaron en una mueca feliz y curiosa ante la expresión del dueño mismo. Tal vez, odiaba a Jean Kirschtein de una forma distinta.
Pero lo seguía odiando.
¡Que nadie duerma!
¡Que nadie duerma!
¡Tú también, príncipe,
en tu fría estancia,
miras las estrellas que tiemblan
de amor y de esperanza!
¡Más mi misterio está encerrado en mí,
mi nombre nadie sabrá!
¡No, no, sobre tu boca lo diré,
cuando resplandezca la luz!
¡Y mi beso, deshará el silencio que te hace mío!
¡Su nombre nadie sabrá...
y nosotros, ay, tendremos que morir! ¡morir!
¡Disípate, oh noche! ¡Estrellas, ocultaos! ¡Estrellas, ocultaos! ¡Al alba venceré! ¡Venceré! ¡Venceré!
"NESSUM DORMA" TURANDOT ACT. III
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