Epílogo
Jared
Seis meses antes
Sentada en el sillón del salón de su casa, Cassandra me miró a través de unos ojos que no eran los suyos. Decidió mostrarnos su verdadera apariencia porque no corría peligro de ser descubierta. Nina estaba en casa de Ane, pero desde que puse un pie dentro, un extraño presentimiento comenzó a rondarme. Frente a ella se encontraba el padre de Nina, aquel al que todos los ángeles de la muerte llamábamos "El Jefe". Él controlaba todo lo que tenía que ver con el mundo de los muertos. Todas las almas que llegaban al Cielo, así como las que se quedaban apresadas para toda la eternidad en el infierno, pasaban antes por sus manos.
No le gustaba que lo llamasen por su nombre, a pesar de que era conocido por todo el mundo. Era un demonio, uno de los más temidos. Era un asesino, uno de los más letales. Era despiadado, cruel y cualquier cosa menos benevolente.
¿Cómo podía ser Abbadon el padre de una persona tan pura e inocente como lo era Nina?
La conocí antes que a él, pero el destino quiso atarme a ambos. Con el paso de los años aprendí a vivir con el vacío que se instaló en lo más profundo de mi ser tras morir. Yo mismo me encadené a un cuerpo sin vida, cuyo corazón no latía y cuyas cicatrices permanecían intactas. Sólo la magia me permitía camuflar mi verdadero yo.
¿Estaba siendo un egoísta al pensar que aceptando el trato de Cassandra podría llegar a sentirme vivo sin estarlo?
¿En qué me convertía el querer permanecer cerca de Nina para poder volver a sentir el calor humano?
Sin embargo, cada día pensaba en cómo reaccionaría cuando descubriera mi verdadero yo. Todo lo que le había mostrado hasta entonces no era más que una ilusión y aunque Cassandra me advirtió de que el hechizo que puso sobre mi cuerpo podría desvanecerse si lo mantenía demasiado tiempo, no me importó. Iba a entrar en su sueños, hablaría con ella. Dejaríamos de ser dos desconocidos.
—Todavía no hemos encontrado nada que nos permita saber quién está detrás de todas estas muertes.
Dejé de mirarla cuando habló. Shiro se mordió las uñas a mi lado. Los demás estaban de brazos cruzados y el Jefe tenía los ojos cerrados.
—Sus testimonios tampoco son de ayuda.
La voz del él sonó tan profunda como siempre.
—¿Qué es lo que dicen?—preguntó Cassandra, aunque tuve la sensación de que no quería escuchar la respuesta.
Mis ojos se encontraron con los suyos. Eran tan negros que la pupila no se diferenciaba del iris. Me otorgó la palabra, asintiendo ligeramente y apretando la mandíbula. Si alguien nos veía desde fuera, seguramente pensaría que estábamos en un funeral.
—Sólo gritan.
Ella palideció y al principio pareció no entender el motivo.
—¿Está teniendo pesadillas de nuevo? —preguntó él, tomando de nuevo la palabra.
—No que yo sepa. Ane tampoco me ha dicho nada al respecto.
—¿Podrías jurármelo?
Cuando ella lo miró, le tembló el labio inferior. En ese instante fue consciente de que pasaba tanto tiempo fuera de casa que no podía poner la mano en el fuego y decir que Nina dormía plácidamente cada noche.
—Ella cree que eres su madre. ¿Por qué no actúas como tal?
Por un momento pensé que no le respondería, pero para la sorpresa de todos, sí lo hizo.
—¿Cómo tienes el valor de decirme algo así?—siseó—. Tú eres su padre y no sabe que existes.
—No tuve elección.
—Sí la tuviste—curvó los dedos sobre el reposabrazos y suspiró con fuerza—. Ella no tiene la culpa de que seas un cobarde.
—¿Crees que sería feliz sabiendo quién soy y lo que he tenido que hacer para estar aquí?
—Nina no te juzgaría. Por suerte, no se parece en nada a ti.
Pasaron varios segundos sin que nadie dijera nada y yo sentí que esa era mi oportunidad para hablar.
—¿Estás segura de que no correrá ningún peligro en la academia?
—Rina y Gwen la protegerán hasta tu llegada. Cuando logres entrar, llevaremos a cabo la segunda parte del plan.
No lograba entender por qué no consideraban una verdadera amenaza a Morgan. Después de conocer su historia y lo que estaba tratando de hacer, para mí se había convertido en el origen de todos nuestros problemas.
—Descubrir a la farsante es tu objetivo, Jared—me recordó el Jefe—. Sacrificar una vida salvará la de muchos otros. No puedes fallar esta vez.
—No lo haré.
Era consciente de todo lo que estaba en juego. Cualquier error podría traer consecuencias fatales. Si dudaba, terminaría condenándonos a todos.
Cassandra se puso en pie y comenzó a andar en mi dirección. Cuando estuvo frente a mí, cogió mis manos y las acarició con suavidad.
—Protégela con tu vida.
El sonido de unas llaves girando el pestillo de la puerta principal me heló la sangre. La puerta se abrió con un crujido y Nina apareció en medio del salón.
—Pensaba que no volverías hasta tarde—murmuró mientras guardaba las llaves en su bolso—. Me he dejado el regalo de Ane y he tenido que volver co...
Nina retrocedió hasta chocar con la pared. Una mueca de terror crispó su rostro y algo se rompió en mi interior. Sus ojos se cruzaron con los míos antes de que se girara y saliera corriendo por la puerta. Di un paso hacia ella con la intención de seguirla, pero Cassandra agarró mi muñeca y me detuvo.
—Llámala por su nombre.
Esa noche, yo fui el único que abandonó la casa en su busca. Me alejé de la ciudad y me adentré en el bosque. Mis nervios se dispararon cuando dejé de escuchar sus pasos acelerados y su respiración agitada.
Grité su nombre una y otra vez. Me prometí a mí mismo que si volvía a tenerla entre mis brazos, no la dejaría ir. Nunca más volvería a hacerlo.
De pronto, me di cuenta de que toda la luz de la luna parecía concentrarse en punto concreto del bosque, así que fui corriendo hacia allí.
—Luna—susurré con voz temblorosa.
Estaba sentada en el suelo y su cuerpo se sacudió al escucharme pronunciar su nombre. Cuando llegué a su lado, me di cuenta de que había dejado de llorar.
—Luna.
Me puse de rodillas y la miré a los ojos.
—¿Eres tú?—dijo en un tono casi imperceptible.
Se me erizó la piel al verla mirarme de esa forma. Le limpié las lágrimas frías con los pulgares y rocé la cicatriz de su nuca con las yemas de mis dedos. Cada vez que lo hacía, recordaba aquella noche de humo y cenizas.
—Soy yo.
Me quedé paralizado cuando me rodeó el cuello con los brazos y me atrajo hacia ella con fuerza, como si no terminara de creerse que estaba allí, como si no se creyera que estuviera vivo.
—Gracias por cumplir tu promesa—susurró junto a mi oído—. Te quiero, Luc. Siento no habértelo dicho antes.
Su cuerpo se relajó cuando dejó de hablar. Apoyó su cabeza contra mi hombro y su respiración se volvió irregular. La abracé siendo consciente de que se había desmayado.
—Perdóname, Luna. Nunca quise hacerte daño.
Me prometí a mí mismo que la salvaría. No me importaba ver el mundo arder con tal de que ella estuviera bien. Iba a aprovechar nuestra segunda oportunidad. Entraría en la academia, cumpliría con mi misión y la traería de vuelta. Los dos mantendríamos nuestra promesa, porque Luna siempre sería de Luc y Luc siempre sería de Luna.
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