Capítulo 8


El hombre con el sombrero arqueó las cejas y habló.

—Vaya—chasqueó la lengua—parece que alguien se ha adelantado—silbó despreocupado mientras comenzó a dirigirse hacia nosotras—.Permite que me presente.

—No des un paso más—siseó mi madre—. Fuera de nuestra casa—me empujó hacia atrás, haciendo que mi espalda quedase pegada a la pared. 

—¿Acaso ella no sabe nada, Cassandra?—escupió su nombre—. ¿No sabes lo que eres?—reveló una sonrisa que me resultó aterradora. Mis piernas comenzaron a temblar—. ¿No sabe lo que es?

—Mamá...—susurré aferrándome a su camiseta—. ¿Los conoces?

—¿Mamá?—posó sus ojos en los míos y después en los de mi madre—. ¿Qué clase de mentira le has contado?

¿Quién era él y por qué estaba haciendo y diciendo todo eso?

¿La conocían? ¿Me conocían?

No podía verle la cara a mi madre, así que no sabía que le estaba pasando por la cabeza en ese momento. Mis ojos se dirigieron por un instante hacia aquel chico, que seguía mirándome con una expresión fría, como si todo lo que estuviera sucediendo no fuera con él. El hombre dio otro paso hacia delante y ella extendió las manos a ambos lados.

—No te lo repetiré—lo amenazó.

—Sigues siendo igual de egoísta y mentirosa. Nunca cambiarás aunque pretendas vivir otra vida—fijó sus ojos verdes en los míos y yo aparté la mirada—. Esto era algo que tarde o temprano iba a suceder. Al menos permíteme presentarme—se quitó el sombrero e hizo una especie de reverencia—. Mi nombre es Cassiel y soy un como tú y esa mujer que no hace otra cosa que entrometerse  donde no la llaman—. ¿Le has dicho al menos que es una bruja?

—¡Cállate!

Cerré los ojos al escuchar esa palabra. ¿Había dicho que yo era una bruja?

Mi madre no lo había negado, simplemente lo había amenazado para que no siguiera hablando. Un escalofrío recorrió mi espalda al tiempo que notaba la fuerza con la que el corazón me estaba martillando contra el pecho. Sin darme cuenta, me clavé las uñas en las palmas de las manos hasta hacerme sangre.

—Ella nos pertenece. Debe volver con nosotros.

Abrí los ojos y observé que se había acercado más, al igual que los siete chicos del fondo.

—¡No!—exclamó—. Ella está a salvo conmigo. ¡No te acerques a mi hija!

—¡Ella no es tu hija!—la voz de aquel hombre retumbó en el salón.

Me quedé quieta y mi corazón dejó de latir por un segundo cuando ella me empujó hacia un lado y se lanzó hacia adelante. En un abrir y cerrar de ojos pase de estar detrás de mi madre a golpear una estantería con la cadera, perdiendo el equilibrio y cayéndome de rodillas contra el suelo.

—Esto es tan innecesario—bufó—. Nunca debisteis haber huido. Todas nos traicionasteis, pero ya sabes lo que hacemos con brujas como tú. Sino, pregúntaselo a Mor...

—¡No te atrevas a hablar delante de ella!

Mi madre estaba colada justo delante de él y tenía las manos justo delante de su estómago, con las palmas hacia fuera.

—Acaso tienes miedo de que sepa la verdad y de que te odie por ello.

—Debí acabar contigo hace mucho tiempo—de sus manos empezó a surgir un pequeño resplandor. ¿Me había golpeado la cabeza? Intenté hablar pero sentía que un gran nudo se cernía sobre mi garganta. 

—Debí haberte matado ese día. Todas tendríais que haber muerto.

—No tenéis derecho a hacer lo que hacéis con esas chicas—dijo con voz firme mientras el resplandor seguía creciendo—Tú... tú no eras así.

—Siempre fui así. Eras tú la que se negaba a ver la realidad que tenía delante de sus ojos. Por tu culpa murieron, y ella—me apuntó con el dedo índice—. Ella puede que tenga el mismo final que su madre.

Algo hizo clic en mi cabeza y sentí que mis piernas se movieron hacia delante por sí solas. De pronto, me vi corriendo hacia el hombre con una jarrón entre las manos, pero en cuanto posó sus ojos en mí, una extraña fuerza tiró de mí hacia atrás y me estrelló con la estantería, que acabó desplomando varios libros sobre mi costado.

—No te pases de la raya—la voz de ese chico sonó demasiado lejana—. La quiere sana y salva.

Una carcajada bastó para que mi cuerpo se estremeciera. Traté de abrir los ojos y al hacerlo, observé que los siete chicos estaban todavía más cerca y que la espalda de mi madre estaba posada contra una pared, mientras que sus pies no tocaban el suelo.

—Mamá...—mi voz fue apenas un susurro.

—No se equivocaba—dijo el hombre acercándose a mí—. Te pareces a ella. ¿Por qué no dejas salir toda la ira que llevas dentro y nos divertimos un rato?

—Déjanos en paz—intenté apoyarme para poder levantarme pero todavía no me había recuperado del golpe.

—Muéstranos tu poder.

¿Poder? ¿De qué estaba hablando? 

Mi cabeza iba a estallar. Quería defenderme, defendernos, pero apenas podía moverme.

—¡Muéstrame tu poder!—gritó colocándose justo delante de mí.

Como me negaba a contestarle, se agachó y me agarró del brazo, arrancándome un quejido. Por el rabillo del ojo, observé que el chico de ojos oscuros daba otro paso en nuestra dirección.

—Mírame—giró mi barbilla con un movimiento brusco—. Tendremos que hacerlo por las malas— se dio la vuelta, todavía sosteniendo mi cara y se dirigió a mi madre—. Quiero ver si es tan poderosa como dicen. Quiero saber si es ella—aflojó su agarre pero no me soltó—.Veamos si de verdad puedes ser la próxima Bruja Suprema.

Cuando esas palabras salieron por su boca, la cabeza empezó a dolerme, tanto que me llevé las manos a las sienes. Visualicé la escena. Yo en el suelo, tirada en un rincón después de que un hombre, de un solo manotazo me hubiese lanzado contra una estantería, por un lado, y mi madre, levitando contra una pared y luchando por poder moverse y Cassiel, mirándome con ojos expectantes por otro.

—No sé de qué estás hablando—mi voz se rompió y no pude hacer nada por contener las lágrimas.

—Ella no es tu madre. Has estado viviendo una farsa durante ocho años, creyendo que eras una persona normal. Ajena a tu verdadero mundo—fingió un puchero mientras volvía a hacer más fuerte su agarre—. ¿Por qué me miras así?—una comisura de sus labios se levantó—¿Quieres saber por qué no recuerdas la cara de tu padre?

—¿Cómo sabes...?

—No me dejas otra opción—susurró dándome la espalda—Lleváosla—. En ese instante, dos de los siete chicos se dirigieron hacia mi madre. No estaba dispuesta a ver cómo le ponían las manos encima y yo no hacía nada. Me tragué el quejido de dolor cuando me impulsé y me lancé contra él, haciendo que cayera hacia atrás y cuando golpeó el suelo, lancé mi puño contra su cara.

Oí una maldición a mis espaldas mientras corría en dirección a mi madre, pero de nuevo, una fuerza invisible tiró de mí hacia atrás y acabé cayendo con fuerza a los pies de Cassiel.

—Acabarán muriendo todas por tu culpa—susurró contra mi oído—.Shiro—dijo alejándose unos centímetros—.Ya sabes lo que tienes que hacer—mis ojos siguieron al chico de pelo blanquecino, que se acercó hasta ella y colocó una de sus manos sobre sus ojos.

—Perdóname, cariño. Mi intención nunca fue hacerte daño.

Silencio. 

Mi madre dejó de moverse.

—¡Mamá!—grité con todas mis fuerzas—. ¡No!—las lágrimas acudieron a mis ojos—.¡Por favor!

—Cállate de una vez—siseó Cassiel—.Ella no es más que una bruja común, pero tú eres diferente. Es una lástima que los recuerdos de antes de los diez años estén borrosos. Qué pena no recordar a un padre que nunca existió. ¿No te parece egoísta que te hiciera creer que todo fue por un accidente que nunca tuvo lugar?

El dolor que sentía empezó a ser reemplazado por una furia que no sabía de qué lugar procedía, pero la sentía superior a mi.  Era algo que sabía que no podría controlar. Pero, ¿de qué me servía seguir escondiéndola en mi interior?

—Al final son los demás los que acaban pagando tus pecados. Tú tienes la culpa de todo.

Culpa. 

Todo era culpa mía. 

Tenía razón. Mi madre siempre se preocupaba por mí, me cuidaba y me protegía, pero yo no había sido capaz de hacer lo mismo.  Siempre lo echaba todo a perder y hacía daño a las personas que me querían. Había permitido eso y no podía perdonármelo.

—Eso es. 

Todo lo que tenía guardado dentro de mí explotó.

Mis demonios escaparon. Devorándolo todo, sin dejar nada a su paso. Calor, hacía mucho calor. Un cosquilleo me recorrió todo el cuerpo, subiendo por mis piernas y extendiéndose por cada rincón. Me levanté y sentí que todos me miraban. 

Grité y toda la habitación se llenó de luz. Grité como nunca antes lo había hecho. Grité hasta que me dolió la garganta, y después lloré. Lloré hasta quedarme sin fuerzas.

¿Qué había pasado? 

¿Olía a humo?

¿Estaba soñando? 

Sentí que me levantaban en brazos y una voz susurró en mi oído, haciendo que una extraña paz me envolviese. 

—Lo has hecho muy bien.

Entonces me desmayé.

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