Capítulo 77

Jared 

Hacía a penas un segundo que había dejado de sentir la calidez de su cuerpo contra el mío cuando todo comenzó a volverse borroso a mi alrededor. Traté de incorporarme de la cama, sintiendo que podía desvanecerme en cualquier momento y me acerqué hasta el diario. Cuando logré alcanzarlo, paseé las páginas con velocidad buscando aquella fecha. 

—Tiene que estar por aquí—con cada segundo que pasaba, lo que veía a través de mis ojos se volvía más confuso—. Enero de 1692. Aquí está—a penas fui capaz de leer lo que ponía en aquella hoja, pero sí sentí la textura rugosa del papel sobre la yema de mis dedos. Cerré los ojos con fuerza, siendo consciente de que ningún vaso de agua se había derramado sobre ella—. Perdóname—susurré mientras colocaba la mano en la parte superior de la hoja y la arrancaba de un tirón—. Si descubres la verdad de esta forma no serás capaz de perdonarte a ti misma. 

En ese instante, mis manos dejaron caer el cuaderno y escuché el sonido del mismo golpeando el suelo, pero cuando miré mis pies, lo único que pude ver fue oscuridad. El mismo vacío  de siempre. El lugar al que volvía cuando me separaba de ella.

—¿Crees que le importas?—aquella voz con tono burlón volvió a abrirse paso entre mis recuerdos—. ¿Acaso piensas que siente algo por ti?—chasqueó la lengua—. Has sido su juguete todo este tiempo.

—¡Basta, por favor!

Sentí que algo rasposo me rodeaba el cuello. Traté de abrir los ojos y pataleé, pero aquella sensación de asfixia solo aumentó. 

—Nos debes todo—siseó, haciendo que un escalofrío recorriese mi espalda—. Estás vivo gracias a nosotros y aún así, decides traicionarnos. Sabes lo que son, ¿verdad?

—Te equivocas—la presión que sentía sobre mi cuello incrementó. Alargué las manos y agarré aquello que me tenía preso. Una soga. 

—¡Cállate!—vociferó—.Tenía que haberte dejado morir aquel día. Si fueras tan obediente como los demás chicos del pueblo no tendríamos que pasar por esto. Esto es culpa tuya, pero pronto acabaré con todo—mi visión comenzó a aclararse, pero me estaba quedando sin tiempo—. ¿Acaso crees que quiero hacer lo que hago?—preguntó y dejó escapar una risita—. ¿Por qué tienes que ir detrás de una...una...?—abrí los ojos lentamente y vi que el sol comenzaba a esconderse en el horizonte. Una sombra se cernió sobre mí y me encontré con una mirada fría y distante. Aquel hombre de ojos azules me miraba con soberbia mientras sostenía una soga entre sus manos.

—¿Y las llamas a ellas asesinas?—la garganta me ardió cuando hablé.

Su rostro se crispó. Escupió hacia un lado y dio un paso hacia mí. Ese hombre de cincuenta años, pelo rubio y tez blanca, se creía Dios. ¿En qué momento se adjudicó el derecho de apropiarse de la vida de los demás?

—¿Qué sabes tú al respecto?—más que una pregunta, parecía una especie de amenaza. 

Aproveché su distracción momentánea para aflojar la cuerda alrededor de mi cuello, cogí un puñado de arena y se lo lancé a la cara. Él retrocedió, sorprendido, y maldijo mientras se frotaba los ojos con fuerza. 

—¡Que no te debo la vida y que ella no es una asesina!

Retrocedía y traté de huir, pero antes de que pudiera dar un paso, enganchó mi camiseta, haciéndola girones y me lanzó con fuerza contra el suelo. Mi cara golpeó las pequeñas piedras que se sintieron como miles de agujas clavándoseme en la piel.

—Sé quién está detrás de todas estas muertes—dije mientras un sabor metálico estalla dentro de mi boca. 

Sus dedos se introdujeron en mi pelo y tiraron de él hacia atrás, obligándome a mirarlo. 

Hazlo rápido—pensé. 

Esa vez no tendría tanta suerte. 

¿De qué me servía seguir luchando?

Estaba cansado. Pero, si desaparecía, ¿ella se iría?

Quizás era la única forma de salvarla.

—Y yo también—susurró en mi oído—. Si no hubieses sido tan entrometido, tu final hubiese sido diferente. 

Cerré los ojos y sentí que sus dedos se colocaron alrededor de mi cuello. Dos lágrimas rodaron por mis mejillas y desde ese día, el frío se convirtió en mi único amigo.

—No llores—continuó—ella será la siguiente. 

Deseé ver por última vez aquellos ojos verdes que me había acostumbrado a mirar bajo la luz de la luna.

Vive por los dos—pensé antes de sumirme en la oscuridad

—¡Jared!—una voz me llamó desde el otro lado y sentí que unas manos zarandearon mis hombros—¡Despierta!

Parpadeé varias veces mientras trataba de poner orden a mis pensamientos. Hacía tiempo que no soñaba con ese día y no pude evitar sentir una sensación desagradable por todo mi cuerpo. 

—¿Estás bien?—Shiro ocupó toda mi visión y me miró preocupado—¿Qué ha pasado?

Me incliné mientras trataba de ubicarme y me llevé una mano a la cara para limpiar el frío rastro que habían dejado las lágrimas. 

—Estoy bien—carraspeé ligeramente.

—¿Cómo está ella?

Shiro dejó de mirarme para centrar sus ojos en Cassandra, que se encontraba junto a la estantería del salón. Estábamos en su casa, pero no podía negar que nuestra presencia no era de su agrado.

—¿Qué cómo está?—me senté rápidamente y traté de ocultar mi malestar—¿Tienes idea de lo que es estar en un sitio donde no conoces a nadie, te obligan a hacer unas malditas pruebas en contra de tu voluntad y además no recuerdas nada?

—Jared...—sabía que la intención de Shiro era calmarme, pero en ese momento, no podía pensar en otra cosa que no fuera ella temblando entre mis brazos cuando escuchó el nombre de Cassandra. 

—Ella es fuerte—se cruzó de brazos y caminó ligeramente hacia nosotros—. ¿Por qué ha entrado en sus sueños tan pronto?

Me levanté y la miré a los ojos.

—Estaba exhausta—avancé hasta quedarme frente a ella—. ¿Cómo te atreves a decir que es fuerte? Si ni si quiera sabe quién es.

—Todavía no es hora de que lo sepa.

—¿Cómo es posible que hayas estado tantos años con ella y no te inmutes cuando te estoy diciendo que no está bien?

—Sabes de sobra que hay una línea que no debes cruzar—sus ojos castaños me lanzaron una mirada amenazante—. Ten cuidado con lo que haces y lo que dejas de hacer. Hay una misión que tienes que cumplir y no puedes andarte con tonterías. Esto es serio.

—Claro que es serio—recalqué—.Es su vida la que está en juego. ¿Acaso quieres que me limite a ayudarla sin cruzar ni una palabra?

—Lo que no quiero es que vuelvas a involucrarla en tus asuntos. Ya sabes como terminó la última vez. Recuerda quién eres, Jared. 

Pasó por mi lado y se dirigió hacia las escaleras. El silencio ocupó toda la sala.

—Haga lo que haga, siempre borrarás cualquier recuerdo que tenga de mí. 

—Nunca debió conocerte—agaché la cabeza, apreté la mandíbula y cerré los ojos—. Si no fuera por ti, nada de esto habría pasado. No tendríamos que haber huido de Salem. No tendría que haberme arriesgado a mandarla junto a Morgan y...—se detuvo un segundo antes de hablar—que la única forma de contactar con ella sea a través de ti, me pone enferma. 

—¿Cómo crees que se sentirá cuando descubra que tú estás detrás de todo esto?

Me giré en su dirección y me sorprendí al ver que su rostro no reflejaba ninguna emoción. 

—Lo único que me importa es que cuando todo termine, esté sana y salva—comenzó a subir las escaleras—. Para ese entonces, también habrá recordado lo que hizo aquel día. 

¿Cómo habría reaccionado mi corazón en ese instante?

Nunca lo sabría, porque hacía muchos años que había dejado de latir. Tarde o temprano, ella acabaría descubriendo quién era yo. Recordaría qué nos unía y por qué no podíamos estar juntos. 

Deseé que recordara, pero por otro lado, sentí miedo.

Miedo de perderla.

Otra vez. 

***

Nina

Cuando abrí los ojos, mis manos se estaban aferrando con fuerza a la manta que me cubría. Agradecí la calidez que me transmitió, pero cuando me froté los ojos y sentí la frialdad del rastro de las lágrimas, casi desapareció por completo.  La habitación estaba a oscuras, por lo que deduje que todavía era de madrugada. 

Cassandra.

Me abracé a mí misma. ¿Ese dolor que sentía en el pecho se debía a lo que acababa de descubrir?

Me había estado borrando los recuerdos. No sólo me había quitado parte de mi infancia, sino que también lo había hecho con parte de mi adolescencia. Sentí que comenzaba a convertirse en una completa extraña y hubo una parte de mí que se sintió culpable. Intenté no acallar esa voz en mi cabeza que me repetía que lo hacía por mi bien. Lo estaba haciendo para protegerme. Pero...¿era consciente de lo que me estaba doliendo?

Estaba segura de que conocía cada uno de mis movimientos, pero ¿por qué no me llegaba ningún mensaje de su parte?

Aparté la manta con cuidado y me puse en pie. Quería olvidarme de todo, pero no sabía qué hacer. Me sentía nerviosa y me picaban las puntas de los dedos, como si quisiera...dibujar. 

Di un paso hacia delante y noté un peso sobre el bolsillo derecho de mi vestido. Lo palpé en la oscuridad y escuché un sonido que me resultó familiar. 

—¿Y esto?

Sostuve la hoja de papel con la media luna dibujada en el centro y al hurgar en el bolsillo, descubrí dos carboncillos.

Aunque duela, tienes que recordar. 

La voz de Jared surgió en mis pensamientos. ¿Había colocado él esos objetos ahí?

Me dirigí al escritorio, encendí la pequeña lámpara y le di la vuelta al folio. Respiré hondo y cogí un carboncillo. Mi corazón latió con fuerza y mi mano comenzó a moverse por sí sola, dándole vida a la imagen que acababa de tomar forma en mi mente. Los trazos eran precisos, tanto como...los dibujos de mi diario.

Cuando me detuve, sentí un ligero dolor al haber ejercido tanta presión. Coloqué mis manos ambos lados del folio y estudié con atención el dibujo.

Estaba segura que esa llave la había visto antes, ¿pero dónde?

Cerré los ojos y un recuerdo llegó a mí. Lento, pero preciso. 

Esa llave era la misma que Cassandra llevaba en el aquel sueño.

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