Capítulo 60
Lo primero que vi fue el cuerpo de un niño tendido en el suelo de espaldas a mí y completamente cubierto de sangre. Aunque traté de moverme con todas mis fuerzas, no fui capaz de hacerlo. Mis pies parecían estar anclados al suelo. Mi voz también me había abandonado, así que miré a mi alrededor y observé que el espacio en el que nos encontrábamos era una especie de habitación con paredes y suelo de madera. Todo estaba sumido en la penumbra.
Mis ojos volvieron a él. Su pelo era tan negro como una noche sin luna. Estaba delgado y su piel era pálida. Llevaba puestos un par de pantalones grises de algodón y una camisa de manga larga a juego estaba hecha un ovillo en una de las esquinas de la habitación. Su pequeño y frágil cuerpo tembló cuando la puerta se abrió. En ese instante, una fuerza tiró de mí hacia atrás e impacté contra la pared que tenía detrás. Mi cara se crispó en una mueca de dolor y cuando abrí los ojos vi la figura de un hombre sobre el cuerpo inmóvil de Jared.
El hombre se arrodilló y cogió su cara con una mano, obligándolo a mirarlo.
—Esto es lo que pasa cuando no haces lo que te digo—siseó con voz grave—. No volveré a repetírtelo. No vuelvas a acercarte a ese lugar.
Dicho eso lo soltó, se levantó y se fue, cerrando la puerta tras de sí con un fuerte golpe que hizo que mi corazón se tambaleara y un segundo después, mis rodillas se estrellaron contra el suelo. Dos lágrimas frías golpearon mis manos y cuando levanté la vista, él ya no estaba. Cerré los ojos y me abracé las rodillas, sintiéndome más perdida que antes.
—¿Dónde está?
Abrí los ojos y caí en la cuenta de que debía de encontrarme en otro recuerdo. Me encontraba en una zona arbolada y debía de estar anocheciendo, ya que unos rayos de luz anaranjados y rosados comenzaban a cubrir todo el cielo. Traté de moverme y lo hice sin problemas, así que me levanté y seguí las voces que parecían encontrarse a pocos metros de distancia.
—¡Quiero que me digas dónde está!
Tras ese grito escuché el claro sonido de una bofetada. Aparté las ramas que me impedían ver más allá y di un traspié al observar la zona en la que me encontraba. Era un acantilado. El ancho y azulado océano se extendía en el horizonte, pero lejos de parecerme una visión encantadora, me resultó aterradora, ya que tres chicos de cabello rubio se encontraban alrededor de Jared.
—¡Basta!—grité, pero nadie pareció escucharme.
Me acerqué a ellos lo más rápido que pude, ya que se encontraban justo en el borde.
—Traidor asqueroso—escupió uno de ellos y lo empujó contra el suelo.
—¡Parad!—volví a gritar en vano.
Cuando traté de agarrarlos, mi mano los traspasó como si yo fuera un fantasma. En ese instante, Jared levantó la cabeza y la dirigió hacia el chico más alto del grupo. Sus ojos eran completamente dorados, tal y como creí haberlos visto mientras nos besábamos. Un fino hilo de sangre brotó de la brecha que se acababa de abrir en su pómulo derecho.
—No te atrevas a ponerle un dedo encima—siseó al tiempo que cogía un puñado de tierra y lo lanzaba en dirección a sus ojos, dando justo en el blanco.
—¡Acabaré contigo!—gritó mientras retrocedía frotándose los ojos con fuerza.
Jared aprovechó ese momento para huir y pasó a toda velocidad junto a mí. Me sentí tentada a alargar el brazo hacia él, pero sabía que no serviría de nada, pues yo era como una mera sombra que merodeaba entre sus recuerdos sin saber lo que vendría a continuación.
El sol comenzó a esconderse en el horizonte y el cielo se tiñó de negro, al igual que todo a mi alrededor. De pronto, volví a estar en otra habitación y por el hueco inferior de la puerta que tenía ante mí se coló un ligero resplandor. Tanteé en la oscuridad en busca del pomo y finalmente lo encontré. Lo giré y la puerta crujió cuando tiré de ella hacia mí. Aparecí en medio de un largo pasillo que conducía a unas grandes escaleras y vi ocho puertas exactamente iguales a la que tenía a mis espaldas. Todas eran de madera de roble con una fecha diferente grabada en cada una de ellas.
El murmullo de unas voces captó mi atención y comencé a alejarme en dirección a las escaleras. Cuando llegué allí observé que debajo había un gran salón donde habían varias personas vestidas de negro. Y en esa ocasión, más de una cara me resultó familiar.
—¡No!—gritó una voz que reconocí al instante. Jared—. No puede ser verdad.
Sonaba desesperado y sentí que mi corazón se encogía con cada palabra que decía.
—¡Jared, cálmate!
Un total de siete chicos se encontraban en el salón. Era amplio y bastante acogedor, con dos grandes sofás marrones, una larga mesa de cristal y una chimenea que en ese momento estaba apagada. Eran los siete ángeles de la muerte que había conocido antes de ir a la academia.
Un chico de pelo rubio blanquecino lo sujetaba por los hombros. Éste tenía los ojos abiertos de par en par y temblaba ligeramente, negando con la cabeza. Tres de ellos se encontraban sentados sobre los sofás, con los rostros ocultos bajo sus manos y con los hombros hundidos, mientras que los demás se encontraban a ambos lados de Jared, mirándose sin saber qué hacer o qué decir.
—¡Joder, Shiro!—exclamó—. Te lo dije. ¡Te lo dije!
—No creí que sería capaz de hacerlo—murmuró Shiro.
—¿Por qué ha ido allí solo sabiendo lo que podía pasarle?
—Sabía lo que Morgan estaba tratando de hacer con ella—Jared levantó la vista y apretó la mandíbula—. Tú habrías hecho lo mismo.
—No de esa forma—espetó—. Kieran no es tan impulsivo. Él ha vivido mucho más que cualquiera de nosotros.
¿Había alguna posibilidad de que él fuera el mismo ángel de la muerte en el que estaba pensando?
—La quería. Habría hecho cualquier cosa por ella, aunque eso le costase la vida.
¿Significaba que el verdadero motivo por el que había cruzado la barrera que rodeaba la academia era por amor?
—Esto no puede ser real—susurró mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
—Ahora que sabemos la verdad—continuó Shiro—, debemos evitar que esto vuelva a repetirse.
Mi cabeza estaba comenzando a saturarse de toda la información que estaba recibiendo. En todos y cada uno de sus recuerdos pude comprobar que la vida de Jared no había sido fácil. Un sonido ensordecedor anuló mis sentidos y la oscuridad volvió a cernirse sobre mí. Estuve varios segundos sin ver nada hasta que empecé a escuchar unos sollozos a mis espaldas. Giré sobre mis talones y una exclamación ahogada trepó por mi garganta cuando volví a verlo de niño. Estaba de rodillas con otro pequeño cuerpo ensangrentado en sus brazos.
—Lo siento. Todo ha sido culpa mía.
Corrí hacia ellos, pero cuanto más creía que me acercaba, más se alejaban.
—¡Nada de esto es culpa tuya!—grité.
Jared pareció oírme y se levantó. Colocó el cuerpo sobre el suelo y se giró hacia mí, pero ya no era un niño. Estaba descalzo y sólo vestía unos pantalones negros deportivos. Su pecho, cuello y brazos estaban cubiertos de marcas y cicatrices. Sus ojos negros me lanzaron una mirada cargada de dolor. Esa extraña fuerza que me impedía acercarme desapareció y me apresuré para llegar a su lado. Bajó su mirada cuando me coloqué delante de él. Sus pestañas rozaron sus pómulos y levanté la mano para acariciarlo justo cuando cerró los ojos.
—Nada de esto es culpa tuya—susurré al tiempo que colocaba mi mano sobre su mejilla derecha.
—No puedes permanecer a mi lado—su voz sonó tan débil que pareció que podría romperse en cualquier momento—. Acabaré haciéndote daño.
—No te abandonaré—susurré, luchando contra el impulso de echarme a llorar—.No dejaré que te enfrentes solo a todo este dolor.
Cerré mis ojos cuando las lágrimas comenzaron a brotar de ellos por sí solas y me puse de puntillas, depositando un suave beso sobre sus labios, que a diferencia de otras veces, se sintieron demasiado fríos y entonces desperté.
Mi mirada se clavó en el techo de mi habitación mientras mi corazón martilleaba con fuerza contra mi pecho. Eran las ocho de la mañana y la luz del sol comenzaba a colarse por la ventana. Me incliné y aparté las sábanas que se habían enredado entre mis piernas. Mientras lo hacía, mis manos temblaron ligeramente y cuando las llevé a mi rostro, sentí las lágrimas ya frías contra las palmas. Todavía quedaban unas horas para la segunda prueba, pero los nervios ya habían comenzado a arremolinarse en mi estómago. Todo lo que había descubierto estaba haciendo que mi cabeza se sintiera demasiado cargada. Los recuerdos de Jared me dolían y se clavaban en mi corazón.
Cogí aire por la boca y lo solté lentamente, tratando de calmarme. Lo repetí varias veces hasta que sentí que el nudo de mi garganta comenzaba a desvanecerse.
Durante el tiempo que estuvimos juntos no pensé en otra cosa que no fuera él. No me preocupé por lo que podría pasar al día siguiente, pero todo cambió cuando mis labios rozaron la cicatriz de su pómulo. A partir de ese momento, entré en sus recuerdos y descubrí una parte de él que hasta ese momento se mantenía oculta.
Me levanté y caminé hasta el armario para preparar la ropa de aquel día tan importante. Coloqué el vestido negro sobre la cama después de estirar las sábanas y entré al cuarto de baño. Miré mi reflejo en el espejo y me quité la ropa mientras el agua se calentaba. Mi cuello todavía estaba enrojecido por la presión que Kai había ejercido sobre él. Comprobé la temperatura del agua y me introduje bajo su calidez. Cerré mis ojos y entre esa oscuridad, unos ojos dorados me devolvieron la mirada.
***
—¿Estáis listas para la segunda prueba?—la voz de Morgan llegó desde el otro lado del precipicio y me hizo estremecer.
Sólo Gwen miraba hacia el frente, las demás tenían los ojos fijos en el suelo. Phoebe apretaba los puños y susurraba algún tipo de maldición. Morgan nos había llevado a un lugar en el que nunca antes habíamos estado. Moira, Gwen, Cleo, Cora, Phoebe y yo, así como nuestras siete parejas, nos encontrábamos en el borde de un precipicio y Morgan en el sitio opuesto. La única conexión entre ambos lugares eran siete tablas alargadas de madera.
—¿Quién quiere ser la primera en hacer cruzar a su pareja?
Un escalofrío recorrió mi columna cuando me asomé al borde y observé que en el fondo de aquel lugar sólo había oscuridad.
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