Capítulo 59

La sensación que invadió mi cuerpo mientras permanecía abrazada a Jared fue abrumadora. Una parte de mí sintió vergüenza al ser consciente de la fuerza que estaba ejerciendo para mantenerme aferrada a él, mientras que otro sentimiento totalmente diferente comenzaba a apoderarse de mí. Estando en esa posición, con la cabeza enterrada en el hueco de su hombro y aspirando el aroma tan peculiar y fresco que lo caracterizaba, me pregunté si haber curado sus heridas conjurando un hechizo era motivo suficiente para justificar lo que había hecho.

Me incliné ligeramente hacia atrás para ver sus ojos y poder leer algo en ellos que me pudiera indicar si debía decantarme por lo que mi mente decía o por lo que mi corazón trataba de repetirme cada vez que estaba con él. Dos ojos negros con pequeñas motas doradas me devolvieron la mirada y por un instante, las dudas de mi mente desaparecieron.

—Sé lo que se siente al perder algo que quieres—comenzó a decir—. Sé lo que es perderlo todo, así que no me debes nada.

Claro que lo sabía. Era un ángel de la muerte y no nació siéndolo, pero sentía que todavía era demasiado pronto como para hacerle alguna pregunta relacionada con su vida pasada. Estar allí conmigo sólo podía significar una cosa: su vida no terminó como debería haberlo hecho.

— Esto es...demasiado.

—Es lo menos que puedo hacer por ti después de todo lo que te he causado. Te traje aquí por un motivo...—colocó la mano que tenía en mi nuca sobre mi mejilla—pero cada vez que te veo me arrepiento de haberlo hecho—llevó la otra mano que tenía colocada en mi espalda y la posó en la otra mejilla—. Lo siento, mi intención nunca fue hacerte daño.

—Está bien—dije colocando mi mano sobre la suya. La envolví y la llevé a la altura de su cadera—. No tuviste elección porque estabas siguiendo las órdenes de otra persona. No quiero que te sigas atormentando con eso. Accediste a ayudarme cuando te lo pedí. Recuperaré mi memoria y tú me ayudarás a conseguirlo. Eso es más que suficiente.

—Nina, yo...

—Lo único que quiero es que no haya mentiras entre nosotros—dejó caer la mano que tenía apoyada contra mi mejilla y en ese instante la cogí, sujetándola con fuerza—. Sé que en ocasiones cuesta decir la verdad por temor a qué puede pensar la otra persona, pero mentir es mucho peor.

Asintió con la cabeza y me devolvió el apretón.

—Es cuestión de tiempo que lo recuerdes todo y para cuando eso llegue, espero que puedas perdonarme.

A diferencia de otras veces, decidí guardarme las palabras y simplemente me limité a asentir. Cuando llegase el momento de descubrir la verdad, ¿sería capaz de perdonar?

***

—El latido de tu corazón es demasiado tranquilo—resoplé por quinta vez— ¿No sientes ni una pizca de nervios al pensar que puedo colarme en tu mente y controlarte?

Después de la breve conversación que habíamos compartido decidimos que lo mejor sería que nos pusiéramos a practicar para la siguiente prueba. Sin embargo, no había logrado acompasar el ritmo de nuestros corazones ni una sola vez.

—Quizás lo más importante no es lo que tú puedas hacerme, sino lo que pueda hacerte yo a ti.

— ¿A qué te refieres?— pregunté con mi mano todavía colocada sobre su pecho.

—Si haces el concilium y abusas de tu control, es decir, ocupas toda su mente y con ello cada pensamiento, cada acción y cada palabra, la otra persona deja de ser. ¿Me entiendes?

—Creo que sí. Se convertiría en una especie de marioneta.

—Exacto. En un concilium normal, esa persona estaría consciente en todo momento, pero si no es el caso, no sería consciente de lo que hace. Sólo escucharía y ejecutaría las órdenes sin la capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal.

A medida que escuchaba lo que me decía, comprendía lo que había sucedido con Morgan y Kai. Él no había sido más que su peón.

—¿Crees que sería capaz de hacerte eso?

—Es una advertencia y no lo digo por ti. Desconozco el nivel de tus compañeras, pero cualquier fallo mañana puede conllevar graves consecuencias.

—Si alguien tiene más posibilidades de hacer un desastre, esa soy yo.

—No me refiero a la práctica. Hablo de talento. Lograr determinadas metas nunca es fácil y la inseguridad nos puede llevar a pensar que nunca lo conseguiremos. En esas ocasiones, lo que hay que hacer es detenerse y respirar. Date el tiempo que necesites, confía en tus posibilidades y sigue luchando, cueste lo que cueste.

Me quedé sorprendida por sus palabras y no supe muy bien qué decir.

—Espero que todo salga bien— murmuré.

—Si estás tranquila como ahora mismo serás inofensiva.

Me sonrió y de pronto caí en la cuenta de lo que había estado haciendo hasta ese momento.

Distraerme.

Su táctica hizo que nuestros corazones latieran a la par.

—¿A qué estás esperando?

Sintiéndome más segura que antes, recité el hechizo y su cuerpo dió una pequeña sacudida. Abrió los ojos y me lanzó una mirada cargada de sorpresa.

—¿Te encuentras bien?—susurré sintiendo su latido bajo la palma de mi mano.

—Es extraño—dijo al tiempo que un mechón oscuro caía sobre su frente—. Mi cuerpo se siente en calma. Creo que podría acostumbrarme. ¿Y tú?

—Siento un hormigueo por todo mi cuerpo, aunque no es desagradable.

Nos miramos en silencio y temí perder el control sobre los latidos de mi corazón.

—Tus palabras son órdenes.

—¿Serías capaz de...traer mi flor favorita del invernadero?

Como si de un robot se tratase, Jared giró sobre sus talones y entró al invernadero. Quería ir más allá de lo que había hecho con Kai, pero quizás no había sido demasiado específica.

En el fondo quería que acertase con su elección y por ese motivo se lo pedí.

Apenas transcurrieron treinta segundos cuando Jared volvió con una flor en las manos.

—No puede ser—susurré sin poder salir de mi asombro.

Se colocó a menos de un metro de mí y me tendió mi flor favorita.

Una rosa blanca.

—¿Cómo lo has sabido?

—¿No es la misma rosa que llevabas en tus manos el primer día que hablamos?

El tiempo pareció detenerse a mi alrededor mientras trataba de procesar lo que acababa de decir. Era la misma flor que compré para lanzar al río en nombre de Poe. Era algo que había hecho año tras año, después de que me dejara a causa del cáncer. En ese momento, sentí que todos esos recuerdos que tenía guardados en un lugar especial de mi corazón volvían a salir a flote. Mi vida cambió drásticamente y todo comenzó cuando lo vi por primera vez en la playa.

Negar la realidad sólo lo hacía más evidente.

Me estaba aferrando a él y no hacía nada para luchar contra ese sentimiento. Me estaba acostumbrando a gestos como los de esa noche porque me hacían olvidarme de todo y eso me gustaba.

Busqué su mirada siendo consciente de que había permanecido demasiado tiempo callada. Bajo la luz de la luna sus ojos se veían ligeramente enrojecidos y su labio parecía temblar.

—¿Es...estás bien?—pregunté nerviosa—. El efecto dura quince minutos. No tardará en desaparecer.

Me acerqué a él y envolví su mano con cuidado.

—He sentido lo mismo que tú—dijo con voz ronca.

—Yo...—divagué en busca de una respuesta coherente—. Lamento que hayas tenido que sentir este desorden.

—No tenía ni idea de que tú también lo sentías—noté un deje de desesperación en su voz, como si le costase decir la palabra que tenía en mente—. Tienes frío.

—No cuando estoy contigo.

Cuando esas palabras salieron de mi boca temí haber hablado demasiado porque sentí que su corazón latía con fuerza a través de mí.

—Déjame besarte—murmuró sin poder moverse.

Mi pecho se sacudió y una sensación abrasadora se extendió por todo mi cuerpo. Por una vez, no se trataba de lo que estaba bien o de lo que estaba mal, sino de lo que quería. De lo que queríamos.

—Bésame—dije con voz temblorosa.

Sus labios cubrieron los míos antes de que pudiera pronunciar su nombre. Una de sus manos se posó en la parte posterior de mi cabeza, mientras que la otra se colocó junto a mi mejilla, pegándome a él y sin dejar apenas espacio para respirar. Sus labios permanecieron varios segundos sin moverse, únicamente ejerciendo presión, pero en el momento que mis brazos rodearon su espalda, comenzó a profundizar el beso haciendo que pequeñas descargas eléctricas me recorrieran de los pies a la cabeza.

No hubo nada parecido al primer beso que habíamos compartido, donde todo había sido demasiado fugaz. Sus labios se movían con rapidez sobre los míos, invitándome a abrirlos. Sus caricias aceleradas parecían más una necesidad y mi reducida experiencia me dificultaba seguir su ritmo. Sin embargo, cuando mis labios se abrieron, dejé de pensar. Mi mente se quedó en blanco y un jadeo trepó por su garganta al tiempo que su rostro se alejaba unos centímetros.

—Lo siento—presionó sus labios de nuevo contra los míos—. Llevo mucho tiempo queriendo hacer esto.

Sentí que mis mejillas volvían a arder y coloqué mis manos en el cuello de su camiseta, tirando de él hacia mí. Sus labios se curvaron ligeramente cuando se dio cuenta de lo que hacía y entonces, lo besé como él había hecho. Una de sus manos sujetó mi nuca mientras que la otra dejó una caricia ardiente que recorrió mi espalda. Una de mis manos resbaló de su camiseta y se deslizó por su pecho hasta llegar a su abdomen, provocando que un jadeo entrecortado escapara de mis labios.

Sus besos se volvieron más lentos y sus caricias más suaves.

Nuestros rostros se separaron un instante y mis ojos se encontraron con los suyos.

No eran negros, sino dorados. Completamente dorados.

—Tus ojos...

Ahogó mis palabras con sus labios y su cuerpo me empujó hacia atrás. Mi espalda quedó apoyada contra una de las columnas de mármol y sin dejar de besarme rodeó mi cintura con sus manos y tiró de mí hacia arriba, haciendo que mis piernas rodearan sus caderas. Depositó suaves besos bajo mi cuello y hundí las manos en su sedoso pelo negro, tirando suavemente de él hacia atrás. Nuestros suspiros entrecortados se enredaron en esa oscura noche iluminada por la suave luz de luna. Me incliné hacia atrás para verlo mejor y observé que sus ojos seguían siendo negros. Coloqué mis manos a ambos lados de su cara y besé la cicatriz de su pómulo.

En ese preciso instante, sus manos dejaron de sujetarme con fuerza. Mis pies tocaron el suelo, pero mi alrededor estaba oscuro. De repente, una luz cegadora me golpeó y tuve que taparme los ojos. Al cabo de unos segundos sentí que el brillo descendía, así que los abrí lentamente. Fue entonces cuando el cuerpo de un niño con la espalda cubierta de sangre apareció a mis pies.

Había entrado en sus recuerdos.

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