Capítulo 52

El fuego devoró el invernadero en cuestión de minutos. Ese lugar repleto de hermosas flores quedó reducido a una pila de cenizas. En ese momento, dejó de existir el banco que se había convertido en un lugar especial para mí. No quedó nada. Todo dejó de existir para siempre.

El olor a humo impregnó la atmósfera, adhiriéndose a mi pelo, a mi ropa y a mi cuerpo, trayendo a mi mente el recuerdo de la pesadilla que me perseguía. Por un instante, volví a la fatídica noche de humo y cenizas. Ni yo, ni Jared, ni nadie hubiese podido evitar que el fuego arrasara hasta la última astilla de madera del invernadero. Casualidad o no, las llamas desaparecieron cuando no quedó nada. Tras la explosión permanecí aferrada al cuerpo de Jared durante unos segundos y después traté de alejarlo lo suficiente para que ninguno de los dos corriese peligro. Él no dijo nada cuando vio arder todo el invernadero justo delante de nuestros ojos y tampoco lo hizo cuando las lágrimas inundaron mis ojos, pues se limitó a limpiarlas en silencio mientras rodaban por mis mejillas. Contemplamos aquel espectáculo sin decir ni una palabra. Los dos estábamos sentados sobre la tierra mientras su brazo me rodeaba y cuando el crepitar de las llamas cesó, una profunda sensación de vacío inundó mi pecho.

—¿Estás bien?—dijo en voz baja.

Lo miré y capté un destello dorado en sus ojos. Tenía las mejillas ligeramente manchadas de negro por la ceniza.

—No entiendo cómo ha podido pasar esto—la perplejidad teñía mis palabras—. No hay nada cerca que haya podido provocarlo.

Él tampoco tenía una respuesta para lo que acababa de suceder. Desvió la mirada hacia el gran montón de ceniza y yo alargué la mano hacia su rostro, deslizando el dedo pulgar por su mejilla izquierda, justo encima de su cicatriz. En el instante que lo hice, sus ojos cayeron sobre los míos y retiré la mano con rapidez, pero él la atrapó y entrelazó nuestros dedos.

—Tranquila, no muerdo. Si no me lo pides, claro.

La forma en la que lo dijo avivó un calor en mi interior y traté de levantarme, quizás ocultar también el rubor que inundaba mis mejillas.

—¿Adónde vas con tanta prisa?

—¿Y si hay alguien por aquí cerca?—solté su mano y le di la espalda. Tenía que ordenar mis pensamientos—¿Y si el causante sigue por aquí?

—¿Qué te hace pensar que hay alguien detrás de todo esto?

Teniendo en cuenta que allí no había electricidad, las probabilidades de que el incendio fuera provocado aumentaban considerablemente. Me giré hacia él y observé su rostro parcialmente oculto por las sombras. No se había movido ni un centímetro. No fue hasta entonces que caí en la cuenta de que él estaba herido. Pensé en lo que podría haber pasado si su cuerpo no hubiera protegido el mío y me estremecí.

—Tu espalda—comencé a decir mientras daba un paso hacia él—. ¿Te has hecho daño, verdad?

—No es nada.

Trató de levantarse, pero al hacerlo, su rostro se crispó, así que me incliné rápidamente, sujetando uno de sus brazos y deslicé mi mano por la parte trasera de su sudadera. Cuando lo hice, una sustancia húmeda entró en contacto con mis dedos. La sudadera no fue un impedimento para que los cristales llegasen hasta su piel, cortándole.

—¡Estás sangrando!—grité—¿Cómo puedes estar ahí sentado cuando estás sangrando de esta forma?

Mientras que yo estaba empezando a comportarme como una histérica, él no parecía preocupado.

—Quítatela—le ordené.

—¿Cómo?

El asombro tiñó su expresión.

—Que te quites la sudadera. Estás sangrando y necesito ver la profundidad de tus heridas.

En otra situación, ni siquiera se me habría pasado por la cabeza decirle algo así a alguien y menos a él, pero en ese momento, hablé con firmeza. Yo podía curarlo. Tomó mi lugar y se llevó la peor parte, así que necesitaba hacerlo. Quería hacerlo.

Jared dudó y después negó con la cabeza.

—Estás sangrando y sé que te duele. Por favor, no lo hagas más difícil.

Me puse de rodillas justo en frente de él. Aunque trataba de ocultar cómo se sentía, sabía que esa situación lo ponía nervioso.

—Nina, no creo que esto sea lo mejor.

—Deja que te ayude—mi voz adquirió un tono de súplica.

Llegué a pensar que se resistiría más o que incluso se negaría, pero no lo hizo. Respiré aliviada y apoyé mi mano sobre su hombro. Jared asintió al tiempo que apartaba la mirada. Cuando agarró la parte baja de la sudadera y se la sacó de un tirón, comprendí el verdadero motivo por el cual la llevaba puesta esa noche.

—¿Qué te han...?

—No hagas preguntas, por favor.

Mi corazón se encogió cuando vi su espalda., su cuello y sus muñecas bajo la luz de la luna. Debajo de los arañazos ensangrentados que cubrían los dos dragones, uno rojo y otro negro, que se entrelazaban en su espalda, habían cicatrices. Cicatrices profundas que no eran recientes. Estaban completamente curadas, pero tuvo que sufrir un calvario para que cicatrizasen. Se me heló la sangre cuando mis ojos se posaron sobre la que dividía sus omoplatos. Era, con diferencia, la más grande.

—Hace tiempo que dejaron de doler.

Me quedé paralizada por un instante. Mis manos no podían moverse mientras mis ojos seguían clavados en aquella cicatriz enorme.

—Ese día en la playa—me temblaron los labios cuando hablé—no las tenías.

—Llevan conmigo más tiempo del que me gustaría—su tono de voz era sosegado—.No las viste porque yo no quise.Por desgracia, hacerlo conlleva mucha energía y últimamente no tengo la suficiente. Lo siento, no quería que te enterases de esta forma—se detuvo para coger aire—.No tenías por qué saberlo.

Su confesión, lejos de molestarme, hizo que un sentimiento de tristeza creciera en mi interior. Volví a centrar toda mi atención en su espalda y observé que los cristales lo habían cortado como si de pequeñas cuchillas se tratasen, incrustándose en su piel.

—Necesito que te relajes y cierres los ojos.

Lejos de hacerlo, tensó la espalda y cuadró los hombros. Él no tenía ni idea de lo que haría a continuación.

—¿Qué vas a hacer?—preguntó con cautela.

—Devolverte el favor. O al menos intentarlo.

El día anterior pasé casi todo el día en la biblioteca donde, por suerte, leí varios fragmentos de hechizos de curación en libros de magia blanca sin saber que los necesitaría en cuestión de horas. Una sensación de deja vú me invadió al leer cada palabra, frase y hechizo. Quizás fue la facilidad con la que los aprendí la que me hizo sentir así. Lo extraño fue que cuando traté de aplicarlos sobre mi hematoma, no surtieron ningún efecto.

—Cierra los ojos y respira lentamente. Notarás un ligero ardor.

Jared se mantuvo en silencio, incluso cuando coloqué mi mano temblorosa sobre su espalda.

Sana vulnera tua (sana tus heridas).

Un hormigueo descendió por mi brazo derecho hasta las puntas de los dedos que presionaban su espalda y un segundo después, las heridas, la sangre y los cristales desaparecieron.

—¿Estás bien?—pregunté temerosa—¿Te he hecho daño?

Me moví hasta quedarme de rodillas frente a él. Me sentía eufórica, pero tenía que asegurarme de cómo se encontraba. Estaba cabizbajo y con los hombros hundidos hacia delante. Parecía vulnerable. Alce mi mano temblorosa y la coloque con cuidado sobre su mejilla.

—Estoy aquí—susurré—. Todo está bien.

En ese instante, pareció reaccionar a mis palabras y colocó su mano sobre la mía. No dijo nada cuando rodeó mi cintura con su brazo y me atrajo hacia él. Fue entonces cuando noté que su cuerpo temblaba ligeramente contra el mío.

—Tranquilo—comencé a decir mientras dejaba suaves caricias sobre sus cicatrices—. Todo ha pasado.

—No...no te vayas, por favor—dijo con un hilo de voz.

—No lo haré—contesté sintiendo que nuestros corazones latían al unísono.

***

El pasado es algo que no podemos cambiar, aunque las marcas que deja sobre nosotros nos acompañan el resto de nuestras vidas.

Su vida no tuvo que ser fácil. Las heridas que recorrían su cuerpo, la forma en la que se estremeció cuando las vi y cómo tembló cuando le dije que no lo dejaría solo, eran una clara muestra de ello.

Cada persona tiene su propia historia y ningún libro puede ser juzgado por su cubierta.

La luna me permitió ver su rostro con claridad. El aire se deslizaba entre las ramas de los árboles, llevándose lejos el olor a humo y ceniza. Esa noche, además de sacrificarse por mí, me mostró una parte de él que desconocía. Los dos guardábamos secretos y puede que ese fuera el motivo por el que sentía que estábamos conectados de alguna forma. Él me llevó a la academia, pero también me estaba ayudando. Nuestro trato nos beneficiaría a ambos. En cierta forma, estábamos escribiendo un futuro, por muy incierto que pareciese. Verlo dejar salir su dolor me recordó a mí misma. Sabía lo que era quedarse solo o no tener a alguien en quien apoyarte en los peores momentos, por eso le dije que no me iría.

—Gracias por lo que has hecho por mí hoy.

Estábamos de pie, el uno frente al otro, en el lugar exacto en el que aparecía cada noche. Nos separaban un par de centímetros, sin embargo, todavía podía sentir el calor de su cuerpo contra el mío. Su rostro estaba serio. No habíamos hablado mucho desde que curé sus heridas, pero lo entendía y no quise presionarlo. En ese momento, parecía tan diferente a como solía mostrarse normalmente que cualquiera pensaría que era otra persona.

—Debería ser yo quién te diera las gracias. Si no me hubieras protegido con tu cuerpo...

—Tú habrías salido herida—me cortó y se cruzó de brazos.

—No tenías por qué...

Sus ojos me miraron con detenimiento, como si estuviera tratando de entrar en mis pensamientos. Me alegré de que no pudiera hacerlo porque ni yo misma era capaz de controlarlos, pero de pronto, dio un paso hacia delante, acortando la distancia que nos separaba, y colocó su mano sobre mi mejilla.

—Volvería a hacerlo—deslizó su dedo pulgar sobre mi mejilla y mis labios dejaron escapar un suspiro entrecortado—. Siempre que tú estés bien.

La forma en la que habló atravesó mi piel y fue directa a mi corazón. Quizás las cosas estaban yendo demasiado rápido, pero no quería pensar en ello. No quería pensar en nada, en realidad. Hacía tiempo que no me sentía así. Estaba cansada de huir, de esconderme, de hacer lo que otros querían. Allí podíamos ser...nosotros.

—Nos vemos mañana—dijo mientras me colocaba un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja—. Te esperaré aquí.

Cuando dejó caer su mano, extrañé su calidez al instante.

—Gracias—susurré.

Abrió los ojos con asombro cuando me puse de puntillas y agarré el cuello de su sudadera. Yo cerré los míos, sintiendo el calor que se acumulaba en mis mejillas y tiré de él hacia abajo. Entonces, presioné mis labios contra los suyos.

—Hasta mañana—dije mientras comenzaba a apartarme, pero su mano me detuvo y mis labios volvieron a quedarse a escasos centímetros de los suyos.

—Dilo otra vez—susurró—. Dime que no te irás.

Su mano rodeó mi cintura. Seguramente notó cómo mis piernas temblaron cuando dijo eso.

—No...no me iré.

Sus ojos emitieron un destello dorado antes de que sus labios volvieran a cubrir los míos. Se tomó su tiempo dejando suaves caricias sobre ellos y mi inexperiencia me provocó una punzada de nerviosismo en el pecho, pero cuando su mano se deslizó por mi columna, le respondí atrapando su labio inferior con el mío. Jadeó y yo me estremecí.

Cuando se apartó ligeramente, nuestras respiraciones estaban igual de agitadas.

—Hasta mañana.

Cuando pronunció esas palabras, dejé de sentirlo y al abrir los ojos, mis ojos se quedaron fijos en el techo de mi habitación. 

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