Capítulo 41

A diferencia de lo que pensé en un primer momento, mis párpados se volvieron pesados justo en el momento que mi cuerpo entró en contacto con la cama, sumiéndome en un sueño profundo y cuando abrí los ojos, la luna llena brillaba por encima de mi cabeza. Me incliné lentamente y me puse en pie. La noche seguía siendo tan tranquila como lo había sido unas horas antes y no pude evitar sentir un pinchazo justo en el centro del pecho cuando eché a andar y recordé a Jared. La reacción que tuvo después de besarme me atormentaba y la misma me hizo pensar en quién de los dos se castigaba más por haber rebasado una línea muy peligrosa entre los dos. No estaba segura de qué me hizo lanzarme y más cuando mi experiencia en ese terreno era escasa. Quizás estaba tratando de aferrarme a su promesa de que no me dejaría sola. Quizás quería dejar de sentir ese frío que no parecía existir cuando estaba con él. 

Evité dirigirme al invernadero y caminé en dirección al pueblo. Estuviera o no allí, me sentía demasiado avergonzada como para mirarlo a los ojos. Tras quince minutos andando, vislumbre los tejados de las casas y entré por la calle principal. Todo estaba sumido en la más absoluta oscuridad, pero unas voces procedentes del interior me invitaron a seguirlas. Al fin y al cabo, nadie podía verme. Sin embargo, cuando llegué al origen de los murmullos, me arrepentí de haberlo hecho. 

En la plaza central del pueblo, un grupo de personas vestidas de negro se congregaba en torno a un ataúd de madera. Reconocí a la madre del chico que encontraron muerto varios días atrás y entonces comprendí lo que estaba pasando. Era su entierro. A paso lento, pero constante comenzaron a desviarse por una de las calles. La única luz que los acompañaba era la de la luna y luchando contra el impulso de irme de allí, decidí seguirlos sin saber muy bien por qué. 

Las casas de piedra gris eran similares a las de una fortaleza y caminé pegada a ellas. El silencio era el protagonista esa noche. El ambiente era sobrecogedor y a pesar de que el viento que corría no era frío, mi piel se erizaba constantemente. 

El día que las dejamos quedarse en el pueblo nos condenamos a caer en la miseriasusurró alguien. 

—Si no hacemos nada, todos acabaremos como él—me pareció escuchar. 

A lo lejos observé una gran puerta conformada por barrotes de color negro. Estaba abierta de par en par y en cuestión de minutos la crucé. Un mar de lápidas de piedra y mármol se extendía por todo el campo santo. Hermosos ángeles del mismo material se recostaban sobre las lápidas, pero algunos estaban ennegrecidos como consecuencia del paso del tiempo.

La luz de la luna iluminó el lugar en el que descansaría su cuerpo para toda la eternidad. Los cuatro hombres avanzaron mientras el resto se congregaba tras ellos. De pronto visualicé una figura que vestía un manto blanco con dos telas de color morado sobre sus hombros. En una de sus manos llevaba un candil y en la otra el libro de La Biblia. La luz de la vela iluminó su rostro arrugado y su cuello clerical. Todos los presentes agacharon la cabeza cuando se colocó frente al ataúd y movió la mano para indicar que lo hicieran descender a la fosa que había a sus pies.

Los sollozos de la madre se hicieron más intensos a medida que llegaba la hora de despedirse de su hijo para siempre. La joven de cabellos dorados sujetaba a la dolorida madre mientras un temblor sacudía su cuerpo. En ese instante, la grave voz del cura se abrió paso en la noche.

—Nos reunimos aquí para despedir a una pobre criatura—comenzó a decir—. Permanecerá en el recuerdo de sus seres queridos siempre y por toda la eternidad—amagó la cabeza y todos lo imitaron. Entonces, de su bolsillo sacó un frasco que en su interior contenía un líquido transparente. Agua bendita—. Que Dios te tenga en su gloria. Hoy, mañana, y por los siglos de los siglos—vertió el líquido sobre el ataúd—amén.

Di un paso hacia atrás. Estaba decidida a irme. Mi estómago se revolvió cuando la cara de horror de aquel chico apareció en mi mente. No podía aguantar ni un segundo más allí.

—¡Desgraciada!—exclamó un hombre al tiempo que se dirigía hacia mí, apuntándome con el dedo. Sus ojos azules se clavaron en los míos—. Debería darte vergüenza estar aquí. 

Levanté ambas manos, como si pretendiese detenerlo con mis propias manos.

—Lo siento, no era mi inten...

Pasó de largo, ignorándome y agarró el brazo de alguien que se encontraba a mis espaldas. 

—¡Suéltame!

Era la niña que siempre veía en mis sueños. 

El hombre la zarandeó y su pequeño cuerpo se estremeció. A pesar de que no podía verle la cara, sabía lo que estaba sintiendo.

Pánico. 

—¡Os estáis equivocando de persona! 

El cura dio un paso hacia delante, mientras que el resto de las personas miraban sin hacer nada. En un intento de ayudarla, lancé mi mano hacia la del hombre, pero simplemente la atravesé.

—Suelta a la criatura, hijo—pero el hombre no le hizo caso.

—¡Asesinas! ¡Hijas del demonio!

La niña rompió en llanto justo cuando una mujer avanzó hacia ellos.

—¡Ayúdala!—exclamé con la esperanza de que lo hiciera.

—No habéis traído nada más que desgracias—siseó ella. Entonces, levantó la mano y la abofeteó—¡Bruja asquerosa!

El hombre la soltó y ella se llevó la mano a la mejilla, se giró y echó a correr. 

—Sois escoria—dije a pesar de que sabía que no podían escucharme. Entonces, me di la vuelta y salí corriendo tras ella. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top