Capítulo 31

El trayecto de vuelta a la academia fue tranquilo. Creí que trataría de indagar sobre qué hacía justamente en esa parte del bosque, pero no dijo nada al respecto. Le conté cómo me fue en la primera prueba y él me dio la enhorabuena. 

—Vosotros también podéis hacer magia, ¿verdad?

Kai se detuvo y giró su rostro hacia mí. Sus ojos azules me observaron por un momento y capté un ligero destello en ellos antes de que hablara.

—No.

—¿No?—pregunté extrañada. 

Se suponía que eran brujos como nosotras. No tendría sentido que no hicieran uso del don con el que habían nacido.

—Nos llaman brujos, pero realmente no lo somos. Somos mestizos, hijos de un humano y una bruja, o a la inversa. 

—Vaya. No tenía ni idea.

—Todas vosotras tenéis una familia y un hogar al que volver cuando todo esto termine. Nosotros...no tenemos nada.

—Lo siento, Kai—me apresuré a decir—. No debí haber preguntado.

Kai comenzó a deslizar mi mano sobre su brazo, hasta que la colocó bajo la suya. Noté el calor de su mano sobre la mía.

—No quiero que lo sientas—sonó sincero—. Era un bebé cuando mis padres me abandonaron. 

—Yo...—comencé a decir, pero él se adelantó. 

—Confío en ti y quiero que tú también lo hagas. Todavía no me perdono por lo que te hice noche de la prueba inicia—hizo una pausa para tomar aire—. Le debo la vida a Morgan y quiero que entiendas que en ocasiones... 

—Te entiendo—dije mirándolo a los ojos. 

¿Qué otra cosa podía decirle? Su familia lo abandonó y Morgan le dio una segunda oportunidad para vivir. Aun así, me costaba creerlo. Sin embargo, él no tenía ningún motivo para mentirme, y menos respecto a ese tema tan delicado. 

Kai bajó su mirada hasta mi mano y me dio un ligero apretón. 

—Lo siento.

—No tienes que disculparte. Nada de esto es culpa tuya.

A partir de ese momento, comencé a sentir una pequeña carga sobre el corazón, la cual me acompañó durante toda la noche. 

***

Justo antes de entrar a mi habitación, me encontré con Moira y Ruby, que se encargaron de informarme de que nos reuniríamos en la puerta principal a las doce en punto. Después iríamos a una sala en la que podíamos celebrar que habíamos superado la primera prueba. Los chicos nos estaría esperando allí, ya que hasta ese momento, todos habían cumplido con su deber, que era el de protegernos, o más bien, el de asegurarse que no nos ayudábamos las unas a las otras.

Tras confirmar mi asistencia,  comencé a trazar mi plan para esa noche. Era sencillo, pero a la vez arriesgado. Según me dijo Moira cuando le pregunté por Morgan, ella se ausentaba la noche después de cada prueba, aunque desconocían el motivo. 

Mi plan consistía en entrar a la biblioteca para hacerme con el libro de Las siete pruebas. Quería saber la verdad, toda la verdad. Si nadie iba a ayudarme, no me iba a quedar sentada esperando. Pero esa noche, más que una respuesta, quería una explicación. 

Miré el reloj. Eran las 20:15. Todavía quedaba tiempo para la medianoche, así que puse la alarma a las 23:30 para tener tiempo suficiente. Tras ducharme, me puse el vestido negro con encaje blanco que me llegaba hasta la mitad de los muslos y me coloqué unas medias negras con las botas. Me guardé la piedra en el bolsillo derecho y me ajusté el broche de medialuna.

A los pocos minutos de tumbarme sobre la cama, noté que el cansancio del día caía sobre mí, introduciéndome en un dulce sueño, hasta que crucé al otro lado. Abrí los ojos y parpadeé para acostumbrarme a la oscuridad. Después, me levanté y me dirigí hacia el invernadero, disfrutando de la tranquilidad que se respiraba en ese bosque, aunque mi corazón latía con rapidez. 

Cuando llegué a mi destino, todo estaba en silencio. Miré a mi alrededor, pero Jared no parecía estar allí. Llegué a creer que no vendría, ¿acaso tenía mi mismo horario de sueño?

Pero en ese instante, su voz surgió a mis espaldas y cuando me giré, él estaba más cerca de lo que pensaba. 

—¡Ah!—exclamé.

Me topé con su pecho y al tratar de apartarme, di un traspié. Era la segunda vez que me pasaba delante de él. 

—Perdona, no era mi intención asustarte—su voz fue apenas un susurro.

Se inclinó hacia delante con rapidez y colocó su brazo derecho alrededor de mi cintura, ayudándome a recuperar el equilibrio. Una de mis manos se posó contra su pecho, por lo que pude sentir la rapidez con la que latía su corazón a través de la tela de su camiseta. Su calor me atravesó y sentí que mis mejillas comenzaban a arder. Jared no parecía tener intención de moverse, así que tuve que dar el primer paso. Dejé caer mi mano y alcé la vista hasta sus ojos. Su mirada me atravesó. Sus ojos oscuros parecían brillar, al igual que las motas doradas que danzaban en su iris. 

Una sonrisa comenzó a tirar de sus labios al tiempo que descendía su mano hasta la parte baja de mi espalda.

—Otra noche sin ti habría sido eterna. 

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