Capítulo 3

Debían de ser las doce del mediodía cuando el calor ya incitaba a permanecer dentro del agua. Ane y yo habíamos estado andando por la orilla de la playa hasta que decidimos volver a nuestro sitio en la pequeña cala.

—Menos mal que hemos venido temprano, ¿verdad?—dijo mientras se sentaba sobre la toalla.

A pesar de que habían pasado alrededor de dos horas desde que vi a aquel chico, todavía seguía recreando esa escena en mi mente.

Aquella mirada en sus ojos se había quedado grabada en mi cabeza.

—Ey—Ane chasqueó los dedos delante de mí—¿en qué piensas?

La miré y negué con la cabeza.

—En nada en particular.

—A mí no me engañas—la comisura de sus labios se levantó. Me conocía demasiado bien—.Vaya, eso sí que no me lo esperaba de ti.

—No es lo que piensas.

—Ajam—rodó sus ojos—.¿No has notado nada raro en ellos?

Me giré completamente hacia ella. ¿Qué tipo de pregunta era esa?

—¿Algo raro?—pregunté extrañada—. ¿En qué sentido?

Ane tardó varios segundos en contestarme y finalmente, movió su mano restándole importancia.

—No me hagas caso—carraspeó—. Por cierto, ¿has pensado ya en la universidad en la que vas a echar la solicitud?

El cambio en la conversación me pareció realmente extraño, y más aún cuando habían chicos de por medio, pero seguí hablándole con total normalidad. Quizás no le habían llamado tanto la atención como había pensado, pero ese comentario no había sido muy típico de ella.

—Bueno...he estado pensado en presentar la solicitud en la misma—la miré—.A pesar de que no vayamos a estudiar lo mismo.

—¡Claro!—exclamó—.Llevo un tiempo pensando en decírtelo—admitió—.Ahora que se que opinas igual, está más que decidido.

—Genial—sonreí—¿has decidido ya lo que quieres estudiar?

—Estoy pensándolo todavía—suspiro tumbándose sobre la toalla—.Creo que finalmente me voy a decantar por historia. Ya sabes su objetivo—suspiró—.Recordar dónde estamos y de dónde venimos.

—Seguro que serás una gran historiadora. Desde luego, investigarlo todo es uno de tus grandes dotes.

—¿Y tú?—me miró—¿te has decantado por algo en concreto?

—Veterinaria.

Me consideraba una amante de los animales. Ellos depositaban su amor y su confianza en las personas, sin esperar nada cambio, pero en ocasiones, recibían el peor de los tratos y eso me hacía pensar que no nos merecían.

—Así me gusta. Debes empezar a hablar con esa seguridad—sonrió—.Tú los adoras y ellos te adoran a ti.

Su comentario me hizo sentir bien. Ella sabía que en ocasiones, mis inseguridades podían llegar a jugarme una mala pasada, pero lejos de echármelo en cara, me ayudaba a luchar contra ellas cada día.

—Por cierto, ¿cómo van las cosas por casa?—le pregunté mientras me colocaba mejor en la toalla escuchando cómo las olas se rompían al llegar a la orilla.

—En casa estamos bien, ya sabes—se encogió de hombros—.La convivencia no es que sea la mejor, pero mi tía es todo lo que tengo.

Ane era huérfana. Sus padres habían muerto en un accidente de avión y desde que tenía ocho años vivía en la casa de su tía Morgana, que quedaba a unas cuantas manzanas de la mía. La tía de Ane era una mujer bastante seria, aunque no era fría. Su apariencia la hacía parecer mayor de lo que realmente era, pues debía tener más o menos la misma edad que mi madre y ella no llegaba a los cincuenta años. Morgana no estaba casada y tampoco tenía hijos, por lo que al ser la única hermana de la madre de Ane, se hizo cargo de ella.

En una ocasión, cuando teníamos alrededor de doce años, no se nos ocurrió una idea mejor que la de jugar a las detectives en su casa para matar el tiempo. Obviamente, no acabó nada bien, pues ese día, nos colamos en la gran biblioteca decididas a buscar el libro más antiguo. Pasado un tiempo sin encontrar lo que estábamos buscando, me fijé en el lomo de un gran libro que sobresalía de una de las estanterías y la avisé.

Teníamos que conseguirlo, pero como no encontrábamos ninguna escalera cercana, ella me dijo que me subiría a sus hombros y que, entonces, yo podría alcanzarlo.

Estaba a punto de cogerlo. De verdad. Casi lo sentí contra las yemas de mis dedos. Subida a los hombros de mi amiga, tiré de él justo en el momento en el que ella perdió el equilibrio y las dos caíamos al suelo igual que se derrumbaba una torre de naipes.

Antes de que la tía de Ane entrase en la biblioteca y nos echara la regañina del siglo, logré observar la portada del libro, que por su apariencia, parecía muy antiguo. La cubierta era de un marrón claro desgastado. Era un tomo muy voluminoso, pero la portada fue lo que más me llamó la atención.

Una estrella de cinco puntas se encontraba dentro de un círculo negro, y su título, Las siete pruebas, era de un tono rojo brillante. Estaba a punto de cogerlo del suelo cuando Morgana entró hecha una furia.

—¿Y tú?—me miró—¿Cómo estáis en casa?

—Bien—contesté al instante—.Ya sabes que mi madre pasa poco tiempo en casa... pero últimamente parece más inquieta que de costumbre.

—¿Por?—se apoyó en los codos, inclinándose—¿Es por las pesadillas?—preguntó con cautela—¿Estás teniéndolas otra vez?

—No...no lo sé—dudé en si debería decirle que habían vuelto y que se sentían más reales que antes—. Vuelven de vez en cuando y quizás sea eso lo que la preocupa.

—Si vuelven, tienes que decírselo—me advirtió—.Piensa en todo lo que habéis sufrido desde aquel accidente. Estás viva de milagro, Nina—volvió a recostarse, pero no cambió el tono de su voz—. Recuerda que una vez, las pesadillas tuvieron tanto efecto en ti que terminaron volviéndote sonámbula. Estuviste desaparecida por dos horas. No te imaginas lo que tuvimos que pasar esas dos horas sin saber dónde estabas. Sin saber si estabas a salvo.

Ese horrible recuerdo volvió a mi. Una noche, como tantas otras, me levanté de la cama y me fui al bosque que había cerca de casa. Estuve dos horas deambulando por allí, por lo que fue una suerte que nadie, ni nada, me viese en ese estado, porque estaba completamente indefensa. Mi madre me dijo que me encontraron tumbada en el suelo, hecha un ovillo, pero sin rastros en mi cuerpo de haber sido atacada por ningún animal. Había sido una suerte que no me hubiera pasado nada.

Me incorporé y miré al mar. Parecía que se había embravecido. Cuando llegamos esa mañana, era una balsa de aceite, pero las olas habían comenzado a tomar más fuerza y en ese instante, sentí algo extraño que me recorrió de pies a cabeza.

Dos segundos después, un grito se abrió paso entre el sonido de las olas estrellándose contra la orilla.

—¡Por favor, ayuda!—los gritos provenían del otro lado de la cala—¡No puedo verlo!—seguía diciendo—¡Qué alguien me ayude!

Ane y yo nos miramos y salimos corriendo. Entramos en la playa que conectaba con el mar abierto y vimos a un grupo de personas que se concentraban en un lugar cercano a la orilla.

El lugar del que provenían los gritos.

—¿Qué está pasando aquí?—susurré.

Abriéndonos paso entre la gente, pudimos acercarnos hasta la voz de una mujer que gritaba como si le estuvieran desgarrando el corazón.

—Mi hijo—gimoteó—.Hemos entrado al agua... y lo he perdido de vista—las lágrimas resbalan por su rostro contraído por el dolor.

Mi cuerpo se paralizó. Me dolía el corazón con sólo mirar la cara de aquella madre que estaba desesperada por encontrar a su hijo.

—¡Apartad!—exclamó una voz a nuestras espaldas—.Esto es una emergencia.

Los socorristas y un pequeño grupo de salvamento se abrió paso entre la multitud, acercándose al lugar donde se encontraba la madre.

—Tiene que decirnos todo lo que recuerde—uno de los socorristas se arrodilló al lado de la madre y colocó una mano en su hombro. Los demás hombres lo miraban preocupado y no se oía ninguna voz desde el circulo de personas que rodeaban a la madre.

—Yo...—trató de hablar entre lágrimas—.Estábamos cerca de aquellas rocas—señaló una pequeña elevación que había a cierta distancia—.Tan sólo tiene siete años—se dobló sobre sí misma—.La corriente...me ha empujado y cuando he salido del agua, yo...—se le quebró la voz—no lo he visto...

Contemplé la escena con el corazón en el puño y un nudo en la garganta sin saber lo que pasaría. Ane estaba a mi lado y tenía la misma expresión de horror. Todos allí la teníamos. Sería un milagro si el niño seguía con vida. El mar era cada vez más agresivo y las olas habían crecido, golpeando con furia las rocas y rompiéndose en la orilla con un sonido estremecedor.

—Está bien—dijo uno de los hombres del equipo de salvamento—.Todos listos. La operación es de riesgo-cogió su walkie talkie y lo encendió—.Niño, siete años, complexión delgada, última hora del avistamiento 16:45, repito niño, siete años, complexión delgada, última hora del avistamiento 16:45. Hora de entrada—se miró el reloj—17:03.

El grupo de salvamento se dirigió hacia la orilla con rapidez. Una pequeña lancha de rescate se acercó a ellos cuando entraron al mar y un grupo de asistencia atendió a la madre del niño que empezaba a tener un ataque de nervios.

Mis ojos se movían con rapidez por el lugar. El agua se había revuelto demasiado. El cielo se había nublado y estaba encapotado. Unas finas gotas empezaban a caer por el cielo. Recé para que el niño estuviera a salvo. Deseaba que nada malo le hubiera pasado.

Entonces lo vi, o puede que fuera la conmoción del momento, pero me pareció ver algo en aquellas rocas. Una figura parecía agacharse en aquel lugar que la madre había señalado. El punto exacto en el que había perdido de vista a su hijo.

—No puede ser—empecé a decir—en un abrir y cerrar de ojos, eso ya no estaba—.Ane, ¿lo has...?—pero ella miraba el suelo.

Estaba llorando.

Desde la lancha empezaron a emitir el sonido de una sirena. En la playa, todos empezaron a mirar hacia la embarcación. Mi corazón volvió a acelerarse.

—Lo han encontrado—susurró alguien entre la multitud.

Se hizo el silencio.

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