Capítulo 1

—No me olvides, por favor.

Desperté. Estaba en casa, a salvo, pero mi corazón estaba latía acelerado.

¿Qué hora era?

A penas eran las tres de la madrugada.

Otra vez esa pesadilla. Otra vez esa niña que corría con la cara cubierta de hollín y las manos totalmente negras, como si hubiera estado jugando con el carbón. Otra vez el olor a humo asfixiante. 

Me toqué la cara y mis manos secaron el sudor de mi frente. 

Llevaba teniendo ese sueño desde hacía años, pero en los últimos meses, se había repetido día tras día. Mi madre se preocupaba cuando le hablaba sobre ello, así que había decidido no contarle que cada vez eran más frecuentes, porque ya tenía suficiente teniendo que lidiar con su trabajo, que además, hacía que pasase la mayor parte del tiempo fuera de casa.

Me di la vuelta para intentar seguir durmiendo, pero sabía que no podría, así que aparté las sábanas que cubrían mis pies, me levanté y me dirigí hacia la cocina a por un vaso de agua. La luz de la luna se colaba por mi ventana, reflejándose en las estrellas que estaban colgadas en el techo de mi habitación.

Cogí mi teléfono y bajé por las escaleras en silencio, con la esperanza de no despertar a mi madre, que dormía al otro lado del pasillo. 

Vivíamos en esa casa, solas, desde hacía ocho años. Desde aquel accidente.

Un sabor amargo me subió por la garganta cuando recordé aquel día, por lo que me apresuré en llegar a la cocina. Saqué un vaso y vertí agua fría en él. Di el primer sorbo y agradecí que calmara un poco mi estómago revuelto.

—Forzarte a recordar será peor—me dije a mi misma.

Eso me había dicho mi mejor amiga Ane cuando le conté que las pesadillas se estaban repitiendo.

—Tienes que salir más Nina. Acabamos de terminar bachillerato y antes de empezar la Universidad tenemos que divertirnos.

—Quizás tengas razón—respondía cada vez que lo mencionaba, pero no podía engañarme. Esa pesadilla me perseguía, pero también lo hacía ese olor y esa voz en mi oído.

Me terminé el vaso de agua y me acerqué a la puerta que daba al patio trasero. Dudé un momento sobre salir al exterior, pero un poco de aire fresco no me vendría mal.

Quité la cerradura y abrí la puerta. La brisa me acarició la cara y lo agradecí. La luna brillaba en lo alto del cielo y el ambiente estaba muy calmado. A lo lejos podía oír algunos perros ladrando y el lejano zumbido del motor de los coches me daba cierta tranquilidad.

Olía a verano. Respiré hondo. 

Cerré los ojos y pensé en mi vida. Era simple y me gustaba. Vivía con mi madre en esa casa desde que tenía diez años y mi mejor amiga Ane era como una hermana para mí. Ellas eran las personas más importantes en mi vida.

Hacía ocho años, mi vida había cambiado y era algo con lo que mi madre y yo teníamos que lidiar,. Desde ese día, aquellas horribles pesadillas me perseguían.

El humo, el fuego y los gritos parecían tan reales que muchas veces me había despertado gritando en mitad de la noche, sintiendo el dolor de aquella niña.

Su pelo negro se fundía con la noche, su piel blanca estaba manchada de carbón y su cara se contraía por el llanto. Podía sentir su desesperación, sus ganas de vivir, pero también la culpa. 

Si cerraba los ojos, podía ver el fuego detrás de ella, pero ¿qué había provocado ese incendio?,¿qué podría haber hecho la niña para que aquel hombre la persiguiese?

Abrí los ojos y observé que la luna había desaparecido. Las nubes se encontraban en su lugar, ocultando su brillo. 

Miré a mi alrededor. Oscuridad. Apenas podía ver nada. 

Pero incluso entre esa oscuridad, lo noté. Ese cambio en el aire. Esa suave brisa. El olor que aparecía en mis sueños.

—¿Quién anda ahí...?—susurré con la esperanza de que sólo fueran imaginaciones mías. Instintivamente di dos pasos hacia delante, pero no podía ver nada.

Crack.

Tensé mi espalda y empecé a girarme lentamente hacia el punto en el que había escuchado aquel crujido. Esperaba encontrarme con alguien detrás de mí, pero no había nadie. 

Quizás era algún pequeño animal asustado. 

—Nina—oí la voz de mi madre desde el interior de casa—.¿Qué haces levantada?—me giré hacia ella—. Entra o cogerás frio—me miraba desde la puerta con cara preocupada. Su pelo rizado le llegaba a la altura de los hombros y sus ojos castaños estaban fijos en los míos—.Vamos, entra. No es hora de mirar las estrellas. Es muy tarde.

Asentía al tiempo que me daba la vuelta para asegurarme de que no había nadie detrás de mí. 

Mi madre cerró la puerta , pero se quedó mirando a través de la ventana unos segundos más.

—¿Qué hacías ahí fuera?, ¿has vuelto a tener pesadillas?

—No—mentí—.Tan sólo tenía sed y bajé a por un poco de agua. Me apetecía ver el cielo, nada más. No tienes que preocuparte tanto, ya no tengo esas pesadillas—volví a mentir—.Vuelvo a la cama. Mañana pasaré el día con Ane. Creo que vamos a ir a la playa.

—Está bien. Sabes que si esas pesadillas vuelven, debes decírmelo—me dirigió una mirada sincera y me besó en la frente—.Buenas noches.

—Buenas noches, mamá—dije y volví a mi habitación. Cerré la puerta y me senté en la cama.

¿Era posible haberlo imaginado todo? 

Ese olor.

Me acerqué a la ventana para cerrar la cortina, pero mis ojos divagaron por las luces lejanas de la ciudad.

Mis mirada  más abajo. Al lado del árbol que teníamos enfrente, me pareció que algo se movía. ¿Una persona?, ¿una sombra?, ¿mi imaginación?

Cuando miré de nuevo, ya no había nada. Puede que todo eso fuera producto del cansancio o del sueño.

¿Pero y si no me estaba imaginando nada?

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