Prefacio

2 de febrero 


Harry mató a su hija.

Lo dejo ir, soltó la manita de la pequeña Rosa.

Él estaba demasiado enfadado con sus empleados por haber descuidado a los inversionistas extranjeros que esperaban esa tarde.

La niña, inocente e ignorante de los peligros del mundo, corrió tras los colores espléndidos de una mariposa danzarina que había rosado sus regordetas mejillas al volar a su lado.

Sus piernas, apenas desarrolladas, mantenían el peso de Rosa a duras penas mientras ella corría tras la escurridiza mariposa.

Harry no la vio alejarse.

Sus piececitos, calzados con sus zapatillas favoritas, llegaron a la calle.

Y los ojos de Rosa, marrones como el mismísimo chocolate, fueron surcados e iluminados de forma bellísima cuando se toparon con los rayos del sol por última vez.

Un freno forzoso e inútil de último segundo, un grito y el zarpazo de las cubiertas que echaron humo blanco, fueron los sonidos que culminaron el momento exacto en que el auto mató a la hija de Harry.

Él sintió la ausencia de las pequeñas manos de Rosa.

Un sudor frío le empapó las palmas al momento en que giro sobre sí mismo y observó el auto inmóvil sobre la calle.

Y la sangre.

Ignorando los gritos de la gente que había atestiguado el horripilante acontecimiento, comenzó a llamar a su pequeña hija recorriendo sobre el parque a su alrededor.

Su hija tenía que estar detrás de algún árbol, escondida entre los arbustos o cortando flores silvestres del césped del hermoso parque recién inaugurado. Le encantaba jugar a las escondidas, ella no podía ser el núcleo del lamentable accidente.

Ignoraba el helado presentimiento que bombeaba sangre por sus venas, taladraba su mente y ensombrecía sus emociones inestables.

El gentío comenzaba a abundar alrededor del accidente. Exceptuando a la pareja que intentaba verificar el estado del conductor, el joven que llamaba a una ambulancia con lágrimas en los ojos, los demás eran un montón de curiosos indecentes que no paraban de murmurar y amontonarse para contemplar a la infortunada víctima.

Harry, temblando y negándose a creer dónde podía estar su pequeña Rosa, caminó lentamente hacia la calle donde el bullicio era extremo.

Nunca había tenido tanto miedo en su vida.

Y, cuando logró hacerse paso entre el gentío, fue el peor y más horroroso momento de su vida.

Si no fuera por las diminutas zapatillas, impregnadas de sangre, no hubiese reconocido a su pequeña hija.

Su cuerpecito estaba magullado, su cráneo aplastado y lo único que quedaba intacto de la cintura para arriba de su pequeña Rosa, eran sus morenas manitas que rozaban la ruta helada y polvorienta.

Sus piececitos aún calzaban sus adoradas zapatillas estampadas con dibujos de conejos.

Harry recordó las apenas entendibles palabras de su hija esa misma mañana. Cuando él habló de pasar por su oficina antes de llevarla al Parque nuevo, ella había corrido cómicamente hasta su habitación pintada de amarillo, tomó sus zapatillas y, entregándoselas a su papá, decía:

—Patillas de conejito, papi, patillas de conejito.

Él le contestó que debía ponerse botas por el frío. Pero no pudo negarse ante el puchero adorable de Rosa, y le colocó sus "patillas de conejito".

La negación fue la primera reacción de Harry. ¡Esa no podía ser su hija! Ese cuerpo diminuto, muerto, sangrante y que irremediablemente usaba las zapatillas de conejo de su hija, tenía que ser otra persona.

Pero era Rosa. Lo que quedaba de ella.

Ya nadie se subiría en sus hombros y se sentiría la persona más alta del mundo.

Ya nadie brincaría en su cama antes de que el sol saliera, y exclamaría:

—¡Casita, papi, casita! —mientras tiraba de las sábanas para cubrir totalmente tanto a ella como su querido papá.

Rosa ya no cumpliría cuatro años el próximo otoño.

Harry cayó de rodillas y estrujo sus cabellos hasta que sus uñas sacaron sangre de su cuero cabelludo.

No podía gritar, no podía hablar. Sentía que el dolor crecía desde el centro de su pecho y desgarraba su garganta con cortes afilados.

¿Por qué la dejó ir? ¿Por qué soltó sus pequeñas manos?

¿Por qué su hija tenía que estar muerta?

Rosa murió ese día.

Pero Harry, quien se divorció de su esposa poco después del funeral, no podía aceptarlo.

Era totalmente injusto.

Solo la descuido un segundo. ¡La muerte no tenía derecho a llevársela!

No pudo aceptarlo.

Su dolor fue el flujo que invocó al ser más peligroso y astuto ser del Mundo Oscuro.

Harry escuchó su voz durante semanas.

—¿Quieres a tu hija de vuelta, no Harry? ¿Quieres traerla de vuelta?

Cuánto más ignoraba a los susurros más le hablaban:

—¿Por qué la soltaste, Harry? Es tu culpa que esté muerta.

Su psicóloga opinó que su subconsciente trágico, ante la culpa, creaba una personificación diferente que le expresaba en voz alta lo que él mismo creía sobre la muerte de su hija.

Luchó contra la voz gutural que parecía emanar de las mismísimas paredes.

Cada noche, cada mañana, cada tarde en algún momento oportuno o inoportuno, la voz volvía a susurrar en sus oídos.

Harry grito, se encerró, enfureció y volvió a gritarle a la misma extraña voz que se callará, pero mientras más silencio le demandaba, más aparecía nuevamente.

Cada vez más audible.

Al poco tiempo la voz dejó de ser una voz y se convirtió en un espectro andante que deambulaba por la casa murmurando las mismas palabras:

—¿Qué darías a cambio de tener a tu hija de vuelta? ¿Qué harías?

Cuando a Harry no le quedaban más lágrimas por llorar, cuando su vida se convirtió en un silencio sepulcral y todo su mundo se derrumbó completamente ante la ausencia de la persona que más amaba, tuvo que ceder.

La voz susurrante se presentó a su lado.

Harry no tuvo valor para voltearse y mirar su rostro.

—¿Quieres a tu hija de vuelta, Harry? —volvió a pregunta.

Y por primera vez, Harry respondió:

—Sí.

—¿Harías lo que sea por eso? ¿Harías cualquier cosa por recuperarla?

—Sí.

—¿Robarías por eso?

—Sí.

—¿Mentirías? ¿Traicionarías?

—Sí.

—¿Matarías?

Harry se estremeció violentamente al oír esa duda. Mientras entre sus manos sentía la cálida sangre causada por sus uñas al apretar fuertemente sus puños.

—Sí —afirmó finalmente.

—Yo puedo devolverte a tu hija, Harry. Solo tienes que jurarlo, jura que harás todo lo que te pido —murmuró la voz siniestra y enfermiza a sus oídos.

—Lo juro.

Harry selló su destino final.



Bueno. Hasta aquí el prefacio.
¿Qué opinan de este comienzo?
No duden en dejarme sus opiniones en los comentarios. ❣️

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top