36. Aquello que fuimos

"¿Por qué ver por separadas esta y la siguiente si una proviene de la anterior? 

Drácula: La historia jamás contada.


—¡Ya no quiero escucharte más! —vocifera con enfado la doctora Jazmín. Trae las mejillas encendidas por la cólera, las cejas fruncidas y los ojos rebozados de lágrimas.

Diego aparta la vista con fastidio. Detesta totalmente el hecho de verse envuelto en una discusión donde él se vea expuesto y desvalido.

—Entonces, ¿qué es lo quieres? —masculla Diego sin atreverse a mirarla.

—Solo déjame en paz. ¿De acuerdo? Aléjate de mí.

—Pero yo...

—¡No! No me digas que me amas. Detesto que lo hagas.

—¿Y qué quieres entonces? ¿Qué te mienta? Aunque así lo quisiera, sabes que no es algo que pueda cambiar. ¿Por qué me pides que deje de amarte cuando no puedo hacerlo?

Jazmín sonríe con amargura. Seca rápidamente las lágrimas que escapan de sus ojos y manifiesta casi en un susurro:

—No me hagas ver como la villana, Diego. Yo no tengo ningún problema con eso, lo sabes. Tengo presente que soy tu ágape y por lo tanto tienes una debilidad irrevocable hacía mí. Pero —puntúa ella —, eso significa que yo tenga que corresponder tus sentimientos.

—No te estoy pidiendo que lo hagas —objeta él con cierto malestar hacia su propio orgullo —. Tan solo te pido que no me alejes cuando yo jamás he hecho algo para lastimarte.

—¡¿Hablas en serio, Diego?! —exclama enfadada Jazmín —Es increíble que digas eso cuando puedes llegar a ser tan cruel con personas de mi entorno.

—Tu entorno está bastante contaminado con personas que no deberían estar ahí.

—¡Aquí vamos de nuevo! Mis amigos mestizos y humanos no tienen nada de malo, ¿me oyes? ¡Nada! Y no me interesa en lo más mínimo hacerle caso a tu racismo y al de mi familia. Tú, eres un cobarde.

—¿Yo soy un cobarde? —vacila Diego con sorpresa e indignación —¿Yo? Lo dices cuando a ti te gusta alguien que no es capaz de mantenerse en un lugar concurrido.

—Por favor, no metas a Marcus en esto. Él no tiene nada que ver. Y además, él no es cobarde. Lo considero lo suficientemente valiente como para seguir existiendo en un mundo que lo desprecia solo por ser él. Mientras tú siempre has sido un cobarde en cuanto a enfrentar tus raíces.

—¿Ahora de qué estás hablando?

Jazmín hace un paso al frente para estar más cerca de Diego. El semblante de la joven doctora expresa decisión y lamentación al preguntar:

—¿Sabes por qué te considere un cobarde, Diego?

—No.

—Te diré porque —expresa ella —. Porque a pesar de que en el fondo, muy en el fondo, te indigna la discriminación hacia los mestizos, no eres valiente para enfrentarlo. Y no me vengas con la excusa de que creciste en un hogar clasista, porque yo también he crecido en un lugar así. La diferencia es que tú prefieres la fortuna, tu herencia, tu legado de alfa y tus prestigios. ¡No eres capaz de mirar más allá de eso! Estás completamente cegado por eso y prefieres seguir viviendo en tu burbuja de privilegios.

»No siempre fuiste así, Diego, no. Cuando éramos niños aún eras valiente y te enfrentabas a las injusticias tanto como yo. Pero cambiaste, por ambición, por poder, lugares exclusivos y dinero. Así que sí, eres un cobarde para mí. Y yo nunca, ¿me oyes? Nunca jamás en la vida amaré a un cobarde.

Habiendo dicho lo que por tanto tiempo guardo con rencor, se retira.


Marcus busca al doctor Diego. Estando al tanto de que este posee conocimientos detallados sobre pediatría, desea hacerle unas preguntas extraoficialmente.

Mediante el uso de sus sentidos le es fácil hallar el lugar donde se encuentra Diego; siguiendo su aroma. Aunque le extraña que este se hallé en la lavandería del hospital. Dicho lugar, repleto de lavadoras y vestuarios extras para médicos y enfermeros, parece estar completamente vacío.

—¿Diego? —vacila Marcus sin poder ubicarlo con la mirada —¿Estás aquí? Lamento molestarte, pero quería hacerte unas preguntas.

Nadie responde. Sin embargo, Marcus sigue percibiendo el aroma inconfundible de un agni en el sitio.

—Diego —murmura Marcus. Sabiendo que él debe ser capaz de escucharlo.

—Lárgate, Marcus.

Marcus ubica de donde proviene ese reproche. El gran armario que se encuentra cerrado. Pero eso es innegablemente ridículo. ¿Por qué el doctor Diego estaría escondido como un niño asustado? No tiene lógica alguna.

Sin embargo, Marcus se acerca. Golpea suavemente las puertas del armario y pregunta con extrañes y curiosidad:

—¿Por qué estás escondido?

—Te dije que te vayas.

—¿Estás asustado por algo?

—Marcus, lárgate —farfulla Diego con enojo —. No quiero ver a nadie. Mucho menos a ti.

Marcus vacila. De inmediato identifica de qué se trata todo esto. Tan solo es una persona en un momento de confusión y vulnerabilidad. Él, más que nadie, sabe muy lo que se siente estar lo suficientemente aturdido del mundo como para buscar desesperadamente aislarte.

—Diego —dice Marcus con mucha calma —. ¿Estás asustado?

—No, claro que no. Déjame en paz. ¿Por qué sigues preguntando si estoy asustado?

—Porque... cuando yo me siento asustado o aturdido también buscó esconderme de los demás —argumenta Marcus con completa seguridad.

—Tú y yo no somos iguales —réplica Diego —. Así que no me compares contigo.

Marcus se sienta sobre el suelo dándole la espalda al armario. Exactamente en la misma postura que se encuentra Diego del otro; quien se haya en un estado de frustración tras su última discusión con la persona que más ama en su virtuosa y limitada vida.

—Esto es... —menciona Marcus —por la doctora Jazmín.

—¿Por qué dices que se trata de ella?

—Porque la amas. ¿No es así?

Diego no responde. El silencio se prolonga por varios segundos.

—¿Cómo sabes eso? —indaga Diego.

—Observó con atención el comportamiento de las personas —responde Marcus —, como normalmente no las entiendo. Además, soy consciente de que puedo llegar a ser bastante antipático al no entender los sentimientos de los demás. Digamos que me fue bastante sencillo darme cuenta de que amas a la doctora Jazmín.

Diego no dice nada. Se siente terriblemente humillado por el hecho de verse envuelto en una situación tan penosa para su imagen. La última vez que se vio obligado a huir de las personas fue a sus diez años. Y ahora está aquí, tan perdido y ridiculizado por una fuerte debilidad hacía alguien que no corresponde sus sentimientos.

—Tú —menciona Diego —, no lo entenderías.

—¿Y por qué?

—Porque eres muy estúpido cuando se trata de entender a la gente normal. Así que deja de perder tanto tu tiempo como el mío. Vete y déjame solo.

Marcus duda. Siendo sincero consigo mismo no siente empatía por Diego. Pero, de alguna forma inexplicable, se ve reflejado en la situación en la que se encuentra.

—Tú no me agradas —menciona Marcus intentando expresar su malestar —. Siempre has sido desagradable conmigo.

—¡Vaya! Que sorpresa. Lo dices como si fuera la única persona que te detesta en este hospital. Puedes irte, hasta tu voz me molesta.

—Yo sé —continua hablando Marcus —, que la doctora Jazmín es tu ágape.

Diego queda completamente pasmado ante la mención de Marcus. No puede ser posible. A pesar de ser totalmente consciente de que sus sentimientos hacía ella son fuertes, jamás creyó ser tan evidente. ¿Acaso ha sido tan transparente todo este tiempo?

—¿Cómo sabes eso? ¿Quién te lo dijo?

—Nadie me lo dijo —responde Marcus —. Yo lo intuí.

—¡No! —niega Diego con incredulidad —No me vengas con el cuento de que lo descifraste así como así. Eso... es muy diferente. ¡No pueda solo adivinar! Tendrías que tener una idea clara de cómo se...

—¿Cómo se siente?

—Sí, así es. Y tú no sabes cómo se siente.

—Puede que tengas razón —coincide Marcus.

Diego lleva ambas a su cabeza y trata de calmarse. Es increíble que con tan solo con mencionar dicha sensación se vea angustiado por esos sentimientos tan fuertes y abrumadores.

—Debe ser —menciona Marcus al otro lado del armario —, algo tan hermoso como aterrador. Cuando sucede te das cuenta de que, sin saberlo, siempre estabas buscando algo. Y ese algo, producía en ti un sentimiento de pérdida.

»No es un complemento, tampoco un vacío a llenar, no. No se trata de algo que te completa. Se trata de una emoción cálida, dulce y única que rompe cualquier frontera. Nada se le compara y definitivamente... la palabra amor no le hace justicia.

Las puertas se abren de repente y Diego sale con una expresión de sorpresa tallada en su rostro. Ve directamente a Marcus y pregunta:

—¿Tú tienes un ágape?

Marcus se confunde. Al decir sus anteriores palabras no pensaba con claridad y tan solo se limitaba a murmurar sus opiniones.

—No —niega Marcus —, no se de que hablas.

—¡Claro! —exclama Diego —Eres mitad agni. Así que puedes tener un ágape. Por eso lo sabes. Ahora todo tiene sentido.

—No, no es...

—No lo niegues —objeta Diego —. Negar eso afecta mucho, no deberías hacerlo.

—Pero es que...

—Cállate, Marcus — réplica Diego, acomoda el cuello se su bata médica y aclara la garganta antes de decir —. Si tú no dices nada sobre esto a nadie, yo tampoco diré tu secreto. ¿Esta bien? Por mí está bien. Nos vemos luego.

Así Diego se retira antes de que Marcus pueda responder. El mestizo se queda sentado sobre el suelo con una nueva polémica dando vueltas en su mente. ¿Y sí la conclusión de Diego tuviera veracidad? Siempre ha creído que sus sentimientos por Nahomi tenían gran similitud con lo que algunos agnis manifiestan sobre sus ágapes. Pero, jamás se ha detenido a analizarlo de esa manera.

Marcus se recuesta de espaldas en el suelo helado. Soba sus ojos con cierto cansancio y decide que de cualquier forma dicha polémica no posee tanta relevancia. Después de todo, está muy seguro de lo que siente por ella y ninguna clasificación cambiará eso.


Alma número dos


Salgo de la casa del doctor Andreu sintiéndome feliz con los últimos resultados. Finalmente hemos captado actividad cerebral en Isabella y eso nos hace creer que aún tenemos una mínima posibilidad de salvarla.

Apenas son las siete de la mañana y lo único que me apetece es acostarme a dormir por las siguientes siete horas. Mis ojos comienzan a arder debido al trabajo y me cuesta trabajo mantener la sombrilla sobre mi cabeza debido a la llovizna que cae sobre el ambiente agrisado en estos mismos instantes.

—Helena.

Me detengo en seco tras oír esa voz. No veo a nadie a mi alrededor y dicha palabra no parecer haber razonado en la mente de alguien lejano.

—¿Dónde estás, Helena? —vuelve a llamar una voz masculina.

Intentó ubicar a la persona que habla. Pero únicamente veo un par de árboles marchitos y los faroles de luz opaca que iluminan con dificultad las calles.

—¿Hola? ¿Estás aquí? —Hablo creyendo que tal vez se trate de algún ente espiritual que no es capaz de manifestarse de manera visual. 

—Helena —dice nuevamente, pero esta vez, se oye justo delante de mí —. Ah, aquí estabas.

Al girarme me encuentro con un muchacho alto, muy alto. Viste pantalones oscuros con tiradores, zapatos negros y una camisa blanca que se ajusta a su torso bien formado.

Por algún motivo me he quedado paralizada. No soy capaz de mover mi cabeza y debido a ello no puedo ver su rostro.

—Oye —susurra la voz con un tono dulce —, ¿te encuentras bien? Luces algo pálida.

—Yo no soy Helena —respondo con un tono débil debido al aturdimiento —. Lo siento, me confundes con alguien más.

¿Por qué no puedo oír la mente de este sujeto? Ni siquiera captó sus emociones. Es como tener a la nada misma delante de ti. Es como estar junto a...

Siento que sus manos, sumamente cálidas, rodean mis mejillas con suavidad, elevando ni rostro para así poder verlo directamente.

—¿Es uno de tus juegos, Helena? —pregunta él mientras una sonrisa tierna se dibuja en sus labios. Sus ojos celestes me ven directamente con cierta preocupación.

Es Marcus. Estoy viendo directamente a una versión juvenil de Marcus; menos de dieciocho años. Con la vestimenta del siglo XX y esa misma expresión adorable en su semblante pálido.

—Yo... —titubeo. Pero no puedo hablar, ni siquiera puedo pensar con claridad.

Helena; el nombre por el cual me llamaba hace eco en mi cabeza una y otra vez. Me provoca una sensación de reconocimiento y reacción que todos padecemos al momento en que alguien nos llama por nuestro nombre. Pero, yo no me llamo de dicha manera.

—Escúchame —me susurra el joven Marcus —, ya deberías olvidar lo sucedido aquella noche. Nadie te hará daño. Te lo prometí, ¿lo recuerdas, amor? Te prometí que no permitiría bajo ninguna circunstancia que alguien te haga daño.


De repente, todo se vuelve oscuro. Y siento como si mi cuerpo se hubiese desvanecido. Por unos segundos, no percibo absolutamente nada; como si el mundo se apagara.

Veo una luz de delante de mí. Siento que unos brazos me rodean con ternura y contempló a una mujer joven y morena, la cual me sonríe como si yo fuese la causa de una felicidad incontenible.

—Bienvenida, pequeña Helena —me susurra con amor dicha mujer. Y, de alguna forma, siento que la amo tanto.


Veo el sol radiante. Gigantescos árboles decorados con flores blancas y una gran casa justo frente a mí.

Ahora tengo diez años. Mis pequeñas manos morenitas juguetean con los bordes de mi vestido. Y la vez muevo mis pies que cuelgan de la banca donde estoy sentada.

Un hombre pelirrojo sale por las puertas principales de la casa. Viste un elegante traje de principios del siglo XX y me sonríe con ternura al decirme:

—¿Lista para irnos, hija? Pasaremos primero por mi trabajo, y ya después iremos a la casa de los Solluna para que puedas jugar con el pequeño Marcus.


Todo cambia nuevamente, ahora estoy en el Museo Magelit; la noche en que nos revelaron tanto el cuadro de Lux como su fatídica historia. 

—Y si te dijera que yo tengo una idea de quién pudiste haber sido. —Fue lo que dijo Marcus cuando estuvimos en aquel museo.

—Espera —vacile confundida —. ¿De qué estás hablando? ¿Tienes alguna idea sobre el "yo" de mi vida pasada?

—Así es. Bueno, eso creo.

—Pero, ¿cómo? No comprendo.

—Bueno, Nahomi, yo nací en 1912. Y me parece que... Te conocí, quiero decir, conocí a alguien que quizás eras tú en ese entonces. 

Se veía tan nervioso cuando dijo aquello, tan expuesto y al parecer temía por mi reacción ante la verdad. ¿Por qué no lo note?  ¿Por que olvide preguntar sobre eso que ahora resulta ser tan importante. Marcus solo quería decirme la verdad y yo lo ignore.

Ahora todo es un caos; un mar de recuerdos grabados en mi alma brotan en forma de imágenes aleatorias, lugares, aromas,  personas que fueron mi familia, palabras y sentimientos de aquello que fue mi vida pasada.


Veo el cielo plomizo sobre mi cabeza. La lluvia salpica sobre la acera y yo me encuentro totalmente empapada; mi sombrilla esta en el suelo. Al parecer, he permanecido de pie sobre la vereda en lo que mi cabeza viajo a otra época. Estoy temblando de frío. Mis mejillas se hallan húmedas debido a mis lágrimas; los sentimientos de Helena aún persisten en mi alma y poco a poco se hacen un lugar en mi memoria.

Así será desde ahora; aquello que fue mi vida se fusiona con mi actualidad haciéndose paso en mi memoria desde ahora y para siempre. Vaya, recuerdo la advertencia de Michel Omet al expresarme que en algún momento las memorias que representan la historia de mi alma regresarán a mí. Y aún así estoy resulta tan... raro. Esa fui yo. Supongo que, me recordaré con cariño.

Cuando finalmente soy capaz de moverme, levanto mi paraguas y continuó andando. Mis ojos ven al frente pero mi cabeza sigue tratando de digerir esto sin caer en el pánico.

—Hola, pequeña —saluda alguien justo frente a mí.

Al mirar me encuentro con un hombre alto. Se encuentra sentado plácidamente sobre una banca, sin reaccionar ante la lluvia que cae sobre él, y trae una capucha que cubre su rostro.

—¿Estás bien? —me pregunta —Pareces algo perdida.

Sus pensamientos son apacibles. Y sus emociones... neutrales. Es difícil de interpretar.

—Estoy bien —respondo y suspiró profundamente —. Solo me mareé un poco.

—¿Quieres sentarte un momento? —Me ofrece un lugar junto a él.

Vaciló por un momento.

—Vamos —me anima —, si estuviera planeando algo malo ya lo sabrías, ¿verdad? Ven, comparte tu paraguas un momento conmigo.

Vaya, está al tanto de que soy un oráculo. Significa que es parte del Mundo Oscuro. Y sí, la verdad es que su mente es tan apacible que podría permanecer junto a él por mucho tiempo. Avanzó y me siento a su lado sosteniendo el paraguas para ambos.

—¿Qué hace aquí? —indago.

—Creo que la pregunta es: ¿Qué hace usted aquí? El clima está horrible para alguien que puede enfermar.

—Desventajas de trabajar en la noche.

Él no dice nada. Y después de unos segundos, pregunta:

—¿Ya se encuentra mejor?

—Sí —afirmó —. Tu mente es muy silenciosa. Debes tener una conciencia muy tranquila.

—Supongo.

Me pongo de pie sintiéndote mucho mejor. Sonrió diciendo:

—Bueno, ya me voy. Que tengas un buen día.

Él me toma fuertemente de la muñeca deteniéndome en seco. Cuando estoy a punto de replicar, veo su rostro, sus ojos son visiblemente dorados y expresa una seguridad absoluta y temible al manifestar en voz alta:

—Ese hombre que amarás, siempre ha estado cubierto de sangre. Y de esa misma manera, sangrante y destrozado, estará cuando llegue el final.

Inmediatamente esa visión acude a mi cabeza:


Me veo a mi misma reflejada en el espejo. Mi rostro no ha perdido su redondez pero si posee los aspectos de cualquier veinteañera. Tengo el cabello corto hasta los hombros, tan rubio y rizado como siempre, pero decorado con accesorios pequeños y brillantes.

Sonrió con complacencia ante mi esbelta figura ceñida por un vestido blanco que termina por encima de mis rodillas.

La escenario cambia y ahora me encuentro en el centro de un gran jardín iluminado y totalmente espléndido.

Mi vestimenta es la misma y mi pecho rebosa de una fuerte alegría por la persona que se encuentra conmigo.

Su traje no podría aportarle más belleza a su espléndida figura. Su sonrisa es encantadora. Marcus avergüenza a la perfección misma.

Una de sus manos acaricia mi rostro y la otra me apega a su cuerpo mientras realizamos un baile que inaugura nuestro matrimonio.

Pero no es el antiguo Marcus con el cual me estoy casando. Sino este, el de los grandes y expresivos ojos celestes, el de semblante afable y palidez extrema.

La visión cambia. Ahora veo a Marcus vestido con su uniforme médico, está recostado de lado en el suelo. Sus ojos han perdido su esplendor vivido y repleto de emociones, ahora son vacíos; no poseen ni una pizca de vida. Sus manos están lastimadas. Su rostro no transmite nada y toda su figura está cubierta de sangre.

No se mueve. No hay nada en él. Ya no hay vida en Marcus.


Regreso a la realidad actual y me halló hiperventilando. El sujeto que provoca dicha visión con sus anunciantes palabras ha desaparecido.

No puede ser. Esto no puede ser. Si la segunda visión forma parte de la primera, significa que dicho final es ineludible.

Alguien se acerca, escucho sus pasos. Me ayuda a no caer y me sostengo de sus brazos ante la debilidad que doblega mi pecho.

—Nahomi —me habla —, Nahomi. ¿Qué te sucede? ¿Estás bien? ¿Qué haces aquí?

Esas emociones increíblemente intensas. Esa mente silenciosa. Axel es a quien delante mio. Actuando de mi soporte y preocupándose por mi estado deplorable.

—Estoy bien, estoy bien —respondo con dificultad —. Solo... solo fue algo que... algo que...

—No te esfuerces, por favor. Es obvio que no estás bien, Nahomi. 

—No, no. Solo fue... una... visión.

Axel luce preocupado. No logro convencerlo con mis titubeos y tampoco logro concentrarme lo suficiente como para hablar claramente. Debido a ello, terminó aceptando su invitación de acompañarme a casa en lo que logró estabilizarme.

Odio esto. Son cosas que no quiero ver y a la vez me es imposible evitar. En estos instantes, tan solo deseo ser una persona ordinaria que no debe lidiar con los desdichados juegos en los que puede envolverte el atroz destino.

¡Hola! La verdad es que no planeaba publicar hoy, ando cansada de estudiar jaja. Pero bueno, me tome el tiempo por ustedes :3

¿Les parece que Nahomi puede ser el ágape de Marcus?

¿Qué creen que pase ahora que Nahomi sabe que ella fue Helena?

Por último: ¿Qué creen que signifique la nueva visión de Nahomi?

Bueno, eso es todo. Les pido que voten, por fa, ya casi llegamos a 1k de votos en esta historia UwU. ¡Comenten también! Siempre estoy feliz de saber sus opiniones :3

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