3. La masacre

Me equivoqué en una sola cosa: todas las desgracias que imaginaba y temía no llegaban ni a la centésima parte de la angustia que el destino me tenía reservada.

Frankenstein



¿Alguien cree en el hilo rojo? ¿En las almas gemelas?

Para ser sincera me encuentro en una situación confusa entre lo que significa creer y suponer una afirmación tan emocional y decisiva sobre el destino mismo, como significa tener un alma gemela.

Emocional, porque tener un alma gemela involucra que existe la posibilidad de amar pasional e indefinidamente a una misma persona. Y decisiva, porque el hecho de que creas que alguien es tu alma gemela conlleva decidir si querras o no formar parte de su vida, y que esa persona forme parte de la tuya.

Algunos creen que encontrar a su alma gemela sería como una bendición caída del cielo, y estar completamente seguro de que alguien es tu alma gemela solo complementaria aún más a la alegría.

Yo creo que es una completa tortura. ¿Por qué?

Comenzando por el principio:

Si todas las personas pudiésemos sentir las emociones de otros, eso evitaría los desamores que toda ser sufre alguna vez en la vida. Puesto que, lógicamente, al poder sentir las emociones de otros los sentimientos de amor no serian un secreto. Nadie en su sano juicio se declararía a una persona que no corresponde sus sentimientos. De hecho, las declaraciones en si ya no tendrían sentido alguno, ya que desde un comienzo se sabría  si los sentimientos son mutuos o no.

Si le sumamos al don de sentir emociones, la habilidad de leer mentes, ¿no sería todo demasiado fácil de comprender e interpretar? Y si a eso le sumamos el don de predecir el futuro, ojear las posibilidades infinitas del transcurso del tiempo.

Tener todas esa habilidades a la vez, leer mentes, sentir emociones ajenas, predecir el futuro, ¿en que te convertiría? En este caso, en una persona como yo. Un oráculo.

¿En que se relaciona estas habilidades con las almas gemelas? Creo saber quién es el hombre que representa lo más cercano a mi concepto sobre las almas gemelas. 

Lo conozco. Más bien, lo conocía. Ya que,cabe suponer, que ninguno de los dos sigue siendo la misma persona de hace seis años.

¿Y si tu "persona destinada" no fuera lo que esperabas? 

No me estaría cuestionando todo esto en plena mañana sino fuese por las recurrentes pesadillas. Las cuales, indudablemente, se volvieron perturbadoras cuando me di cuenta de que no se trataba de pesadillas sino de horrorosos recuerdos.   

Ahora, mientras bebo mi tercera taza de café, intentó dejar de repetir esos recuerdos que, a pesar de no ser mios, resultan perturbadores. Aunque ahora me pregunto, ¿por qué? ¿Por qué mis visiones parecen concentrarse en mostrarme un acontecimiento, en el cual no estuve presente, de hace más de cincuenta años? Son cuales flashback repentinos, dolorosos para mi cabeza e inquietantes de revivir. 

Lo ocurrido aquel día: 


El cuchillo tajante atravesó su pecho y espalda, hasta que el mango se incrustó entre las costillas y la sangre se derramó como agua entre los dedos del ser despiadado que lo empuñaba. El asesino cumplia su cometido. 

La pueblo Medialuna había tenido su tiempo de paz y prosperidad. Cuando los agnis, conocidos entre la humanidad como licántropos, protegían a los pueblerinos de los temidos seres fríos, llamados también: vampiros.

Pero eso acabo la mañana del 10 de septiembre de 1959.

Cuando él llegó.

Su vestimenta se componía de prendas completamente negras, como su conciencia, como la profundidad de sus pupilas que te veían directamente hasta que exhalabas tu último aliento.

El último agni protector del pueblo acababa de perecer ante él.

Aquel asesino llamado "Silenc", poseía un andar fantasmagórico, como si dentro de él no existiera aquello que muchas culturas denominan alma. Sus pasos firmes eran oídos claramente mientras caminaba en las calles.

Los sobrevivientes no soportaban el miedo. Sabiendo que si aquellos seres que se convertían en bestias lobunas gigantes habían sucumbido ante él, ¿qué podrían hacer ellos que no tenían ninguna habilidad sobrenatural?

Melody lo sabía, y temblaba en un rincón mientras sostenía a su bebé de seis meses entre sus brazos.

Oía los pasos de él en las calles, que se habían convertido en caminos regados de cadáveres los cuales en su última expresión exhibían lo único que aquel ser dejaba a su paso; miedo y muerte.

El Silenc detuvo su andar justo delante de la puerta de la casa de Melody. Sabía que ella estaba ahí.

Dicen que los monstruos son seres de una apariencia horripilante. Pero el Silenc no podría más distinto a la clásica idea de un monstruo sanguinario:

Su figura pálida, debajo de sus ropas oscuras y ajustadas a su cuerpo escultural, eran la piel de un ángel. Su mascarilla facial negra escondía sus labios carnosos, pero dejaba a la vista sus fríos y celestiales ojos que se hacían visibles en los momentos en que su cabello oscuro se movía con el viento helado. Si lo veías directamente, no visualizabas más que un muchacho inhumanamente perfecto con las manos impregnadas de sangre.

Un joven pálido vestido de negro que había masacrado un pueblo de doscientos habitantes.

Melody abrazo a su pequeño bebé mientras susurraba que todo iba a estar bien. Ella estaba dispuesta a entregarse al monstruo pálido, estaba completamente segura de dar la vida por su pequeña criatura.

El Silenc no podía matar a su bebé. No sería tan despiadado como para dañar a una criatura que apenas movía sus manitas y casi nunca lloraba. ¿O sí? No, no podía ser así. De ninguna manera.

Melody miro al adolescente que se encontraba escondido tras un sofá. Ella no lo conocía, pero lo había dejado entrar a su casa cuando el Silenc comenzó a matar todo a su paso. El pobre chico se estremecía de miedo porque, tanto él como Melody, sabían que su casa era la única a la cual el Silenc no había accedido aún.

Habían escuchado con terror los gritos de sus vecinos, sus llantos, sus súplicas y, finalmente, su silencio.

Entonces la puerta se abrió.

El muchacho pálido entró a paso firme sosteniendo fuertemente su daga plateada teñida en sangre en su mano izquierda. Tenía órdenes de asesinar a todos los habitantes del pueblo, sin excepción.

El primero que selló su destino fue el adolescente que miró sus ojos álgidos.

El Silenc avanzó en su dirección, lo tomó por su cuello elevándolo en el aire y, sin vacilar siquiera un segundo, rebano el cuello del jovencito.

Solo quedaban Melody y su bebé. La muchacha dejó a su pequeña criatura, envuelta en sábanas azules, y se puso en pie para enfrentar al monstruo.

—Puedes hacer conmigo lo que quieras —balbuceo muy segura de sus palabras —. Pero, por favor, no lastimes a mi bebé. Te lo suplico, no le hagas daño a mi bebé.

El joven glacial no reaccionó ante sus palabras, en su rostro blanquecino no existía emoción alguna. Y sus ojos emanaban una frialdad intimidante.

Su daga hizo un sonido metálico al caer sobre el suelo de cerámica. Y el Silenc avanzó hacia ella con lentitud.

Ella se mantuvo firme, no le importaba morir en lo absoluto. Le aterraba sufrir demasiado, pero sentía que cualquier tortura valdría la pena mientras su hijo sobreviviera.

El Silenc rozó su hombro cuando cruzó a su lado en dirección a su bebé.

—¡No! —chillo Melody —¡No lo toques, no!

El asesino elevó una mano y la empujo lejos de él, hasta que la espalda de Melody se estrelló contra una pared. Fue tanta la fuerza y brusquedad del golpe que una de sus piernas se quebró y su cabeza comenzó a sangrar de una forma alarmante.

El Silenc se inclinó y alzó al bebé en lo alto mientras lo observaba.

El pequeño lloraba con desamparo ante el frío tacto de muerte del joven y la ausencia de su madre.

—No le hagas daño, por favor, ¡no le hagas daño! —suplico ella mediante sus lágrimas empapaban su rostro. ¿Qué importaba si sus costillas se habían quebrado provocandole un dolor punzante e insoportable? Porque, a pesar de su dolor físico, lo único que anhelaba era la salvación de su hijo.

El muchacho despiadado se inclinó levemente y sacó una pequeña daga de los bordes de su bota. Él no veía una criatura inocente, solo un obstáculo que debía ser eliminado. Observaba a la pequeña criatura con cierta curiosidad, como si jamás hubiera visto un bebé que moviera sus piececitos mientras rompía en un llanto agudo.

—No lo hagas, no lo hagas —murmuraba ella mientras su conciencia se rendía ante sus heridas —. No lo mates, es solo un bebé, no lo hagas, por favor. No, no, no.

El muchacho pálido empuño su daga y, en un movimiento fugaz y brusco, el pequeño bebé guardó silencio para siempre.

El Silenc cumplió su cometido. Todos los habitantes del pueblo fueron asesinados.


Al terminar la visión del pasado, me pongo en pie de inmediato y corro directamente al baño. Donde me inclino sobre la taza y, sin poder evitarlo, vacío el contenido de mi estómago ante el dolor de mis entrañas. Odio sentir este dolor; es una mala combinación entre el sentimiento de tragedia y la impotencia. Esta agonía, en gran parte, no me pertenece, es un débil reflejo cercano de lo que sintieron todas esas personas al ser asesinadas injustamente la mañana de 1959.    

¿Por qué lo hice? ¿Por que relacione aquel asesino con alguien que conocía? Es una tortura pensar en esa semejanza física. Pero es imposible, tiene que serlo, ese asesino no tiene nada que ver con el hombre con el cual he predicho casarme. Solo es miedo, nada más.  

Me recuesto sobre la pared helada, con la cabeza escondida entre las rodillas, y trato de ignorar la forma dolorosa en que se revuelve mi estómago. 

No llego a comprender por qué me molesto en pensar en él, no lo he visto en seis años y es poco realista imaginar que aparecerá de la nada para entrar en mi vida. Sin importar cuantas veces esa dichosa visión del futuro se repita. 

Un ruido fuerte irrumpe contra mi pobre intento de sosegarme.

Veo un hombre, rubio, de maravillosos ojos negros y una sonrisa pícara que delata su comportamiento impulsivo y su carácter flexible.

No puedo ser. ¿O sí?

La puerta vuelve a ser aporreada, esta vez con más intensidad y me obliga incorporarme a pesar de la debilidad de mis piernas. Camino dificultosamente apoyándome con fuerza sobre las paredes del corredor hasta llegar a la puerta principal. 

—¡Nahomi! —exclama el visitante y abre sus brazos para atraparme en un abrazo que me resulta tanto sorpresivo como divertido —¿Cómo has estado, Nahomi? Han pasado siglos. Te ves exactamente igual. El tipo del recibidor me dijo que había una oráculo rubia y chaparra y dije, tiene que ser Nahomi. ¡Y no me equivoqué! ¿Qué te pasó? Luces más pálida que un fantasma.   

Erick Anderson. Un brujo mestizo más que peculiar.

No lo he visto en varios años desde que ambos terminamos el instituto. El tiempo ha hecho lo suyo moldeando la figura de Erick, ya no es el jovencito atolondrado que únicamente se cortaba el cabello cuando esté le cubría las orejas y molestaba su visión al interponerse con sus ojos. Ahora luce más maduro, con hombros más anchos, un corte moderno que enmarca su rostro blanco con mejillas coloradas y un cuerpo que definitivamente tiene meses de ejercicio físico. Aunque en su semblante resaltan dos características muy personales e inconfundible de Erick:

Su cicatriz. Y su sonrisa repleta de picardía.

—También me alegra verte, Erick —aseguro sonriendo ante sus múltiples preguntas —. Me mudé aquí hace un par de meses. Y no te preocupes, solo es dolor estomacal.    

Intentó convencerlo de mi bienestar, pero fracasó ante la evidente debilidad de mi voz. Así que terminó por aceptar su ofrecimiento de ir a su departamento para que él pueda preparar una infusión que promete aliviarme.  

No me sorprende el hecho de que tanto Erick como yo residimos en el mismo edificio sin saberlo. Ya que este lugar, más que un edificio departamental para seres sobrenaturales, es un laberinto de incontables habitaciones. Incluso existe el rumor de que hay puertas que te transportan a lejanos lugares, cosa que, de ser cierta, no me sorprendería con tanto rastro de magia antigua. 

—¿Y qué es de tu vida? —interrogó a Erick. Recuerdo sus escándalos en el Instituto, sus malas calificaciones y las pocas materias a las que ponía suficiente atención como para aprobar.

—Empecé a trabajar en el Ministerio de magia —expresa poco satisfecho —. En el Departamento de Comercio, artefactos encantados y aprobación de pociones.

No hace falta saber mucho de la vida de Erick para percatarse de que es un brujo hábil en la preparación de pociones, basta con echar un vistazo en su pequeña sala. Hay tantos frascos de vidrio con inusuales y coloridos ingredientes. Sin mencionar los calderos de distintos tipos y tamaños en los cuales burbujean líquidos acuosos  y desconocidos para mi conocimiento.

—No pareces muy conforme con tu trabajo —comentó.

—Es bastante monótono. Aunque...

Erick no puede terminar de expresar su inconformidad, ya que un chirrido advierte que han abierto bruscamente la ventana de la cocina. Al girarme para mirar, me encuentro con una persona que definitivamente no desea verme y muy probablemente no esperaba hallar mi rostro en el hogar de Erick. 

Mery. 

Me concentro en beber la infusión preparada por Erick y evito ver directamente a la recién llegada. Aunque ella ignora mi presencia completamente.

A Erick no parece extrañarle el ingreso de la pelirroja a través de la ventana. Es más, parece feliz de verla e ignora completamente el ceño fruncido de Mery. 

—¿Cómo está mi bruja favorita? —pregunta Erick exponiendo sus dientes en una sonrisa burlesca. 

Mery le da un puñetazo a la mesa, sobresaltado tanto a Erick cómo a mí y, señalando con su dedo índice, manifiesta furiosa:

—¡No he olvidado que robaste mi gato, Erick Anderson!

Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. Así que, en la mayoría de los casos, los perros tienen cierto lazo especial con la humanidad. En el mundo de los brujos, la magia, los gatos ocupan ese lugar. Lo primero que pide un infante brujo es un gato. Y robarte el gato de tu semejante es una ofensa difícil de saldar.

—Yo no robe tu gato. Él llegó a mi casa por su cuenta y yo lo conserve.

—¡Es lo mismo!

—No lo es. No es mi culpa que a tu gato le guste más mi persona —alega Erick con evidente diversión al respecto.

Mery resopla ruidosamente y se retira en dirección al sofá, donde el objeto del conflicto yace dormitando plácidamente. No parece contentarse al momento en que su dueña intenta tomarlo en brazos para llevarlo a su legítima casa. 

—¿En donde estás trabajando? —Me pregunta Erick y se sienta cómodamente sobre la mesada sin darle importancia a los enojos de Mery.

—Empecé hace unos meses. En el Hospital Universal para seres sobrenaturales.

—¿Qué? De verdad. Un amigo mío también trabaja en ese lugar.

—Yo estoy en el sector de investigación científica: sección de salud.

—Ah, en la cueva de los lunáticos.

 —¿Cómo dices? —vaciló sonriendo ante su mención.

 —La cueva de los lunáticos. —Erick no contiene su sonrisa —. Según mi amigo, así apodaron a ese lugar los empleados del hospital.

—Cierto —confieso al recordarlo —. ¿Dónde trabaja tu amigo?

Es raro tener que expresar mis dudas en voz alta, mayormente accedo a todas las respuestas que deseo en un segundo y sin tener que preguntar. Pero mi lectura de mentes está teniendo dificultades ante la relajación que me produce la aromática poción.    

—Ah, él está en donde atienden pacientes. No es muy sociable, de hecho no es nada sociable, ha estado demasiado tiempo con la nariz entre los libros y nunca ha vivido en la ciudad. Así que para ayudarlo un poco planeo hacerle una fiesta de bienvenida. ¿Quieres ayudarme?

—Sí, claro. Me hace falta distraerme un poco.

—¡Bien! Entonces nos vemos después del horario de trabajo. ¿Te parece?

—Por supuesto. 

Mery se retira del lugar, con su gato, y sale directamente por la ventana.

—Me voy a trabajar, bruja —enuncia Erick  a la pelirroja —. Nos vemos más tarde. 

—Vete a donde quieras, no me importa —gruñe Mery.

Es evidente que a Erick le divierte molestar a Mery. Y, cuando ella está de pésimo humor por las mañanas, el trabajo le resulta excesivamente sencillo.

Gracias  Erick Anderson he logrado olvidar, al menos por un momento, los malos acontecimientos venideros.

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