14. Retratos a los muertos
Marcus dibuja retratos. No estudio para ello, tampoco lo ve como una pasión extraordinaria que le dé sentido a su vida; más bien es un escape para ciertos pensamientos que resultan aterradores.
Aún así, Marcus es un artista. Algunos pintores se inspiran desde lo profundo de su corazón, en los infinitos colores del firmamento o en el semblante de su persona más amada. Marcus se inspira desde sus recuerdos sepultados en su subconsciente, los cuales renacen en sus pesadillas. La perversión y la sangre derramada son los principales impulsores entre su lápiz y papel.
Él pinta a sus víctimas. Los rostros aterrados y desconcertados al momento en que la muerte los atrapó.
Dos de las cuatro paredes que componen la habitación del joven doctor Marcus, yacen decoradas con incontables retratos a lápiz de las susodichas personas asesinadas por sus manos. No es que él disfrute contemplar esas expresiones, mucho menos conservar esas imágenes como una especie de trofeo maquiavélico, sino que recordar a esos muertos taladra demasiado su mente. Así que tiene que sacar esas imágenes, plasmarlas en algún otro lugar y de esa manera calmar la ansiedad que se desata en él después de cada pesadilla.
En este momento, Marcus da los últimos trazos que finalizarán el retrato de una joven mujer morena de los años cincuenta.
La habitación de Marcus no se compone únicamente de retratos en blanco y negro pegados en las paredes, también posee luces de poca intensidad, un escritorio repleto de libros medicinales perfectamente ordenados, cortinas negras que bloquean la luz solar y una cama que siempre está intacta, como si nadie jamás durmiera en ella.
Él está sentado sobre una almohada en el suelo, con la espalda descansando en una pared y los brillantes ojos celestes puestos fijamente en su dibujo. Si un extraño se encontrará con su presencia de esa manera; sus manos pálidas trazando una ilustración a la luz de focos naranjas, su semblante perfecto, inerte e inexpresivo, y sus ondulados cabellos negros meciéndose al compás del aire acondicionado, seguramente quedaría pasmado. Su presencia es tan increíblemente poderosa y bella, que resulta aterradora, sospechosa y enigmática; cual imán atrayente.
—¡Buenas noches! —saluda una voz animada.
Erick entra a la habitación y cierra la puerta tras él.
—Buenas noches, Erick. ¿Qué haces aquí a estas horas de la mañana?
—Bueno, como no podía dormir, y somos vecinos, vine a visitarte —aclara el rubio y se echa de espaldas sobre la cama, desacomodando las sábanas. Estira los brazos y fija sus profundos ojos negros en el vacío del techo blanquecino.
—Me alegra que estés aquí —asegura Marcus sin dejar de trazar líneas curvas en su dibujo.
Erick se incorpora e intenta espiar el dibujo de Marcus. No se extraña de encontrarlo así, hundido en una actividad precisa, pero si le provoca curiosidad el hecho de ver que sentimientos ocultos plasma su amigo en esa hoja de papel.
—¿Quién es? —vacila Erick.
Marcus se pone en pie, llevando consigo el dibujo y caminando lentamente hacia la pared donde yacen ubicados todos los demás retratos. Ubica el recién hecho dibujo de la mujer y lo observa con concentración por un par de segundos.
—Melody Cortas —responde Marcus sin ningún tipo de emoción en su voz —, humana, veinticinco años. 1959.
Erick suspira profundamente. A pesar de estar al tanto de todo lo ocurrido en la vida de Marcus, y poseer una amistad cultivada en años, aún le resulta difícil manejar estos momentos. La impotencia de no poder dar una solución instantánea le produce un malestar general que provoca un frío glacial, el cual recorre su espina dorsal y la vez produce un leve dolor agudo en su garganta.
—¿Sigues teniendo esas pesadillas? —averigua Erick con poca sutileza.
—Cada vez son más frecuentes. Cada vez abundan más los rostros en las paredes.
—No entiendo —se sincera Erick. Por supuesto que no lo entiende; y él no le mentirá con una falsa lástima —. ¿Lo has hablado con Steikmen? Quizás él pueda ayudar—opina al recordar que Steikmen es casi el cuidador personal de Marcus.
—Steikmen ya tiene suficientes problemas. Además, se lo mencioné la primera vez, él me propuso plasmar los recuerdos en dibujos.
—¿Y de qué sirve retratar a tus víctimas?—duda Erick incomodado ante la actividad poco común.
—Mejor estarán en papel que torturando mi mente.
—¿Y de verdad te funciona?
—En parte.
—¡Entonces no sirve! Deberías echar todo esto a la basura —sisea señalando las paredes —. No creo que te haga ningún bien. ¿Por qué te ayudaría ver sus rostros y recordar lo que les sucedió?
—¿Te refieres a lo que yo les hice?
—¡Lo que te obligaron a hacer, Marcus! Lo que te obligaron a hacer —delega Erick perdiendo su buen humor —. Por favor, deja ya todo esto. Me duele verte así.
Marcus gira su cabeza para ver a Erick. Y simultáneamente manifiesta:
—No puedo hacerlo.
—¿Y por qué carajo no puedes?
—Me recuerdan que lo que me sucede no es tan malo.
—¿Lo que te sucede? —vacila Erick.
Marcus no responde.
Erick, sacando conclusiones en su mente, gira alrededor de Marcus e intenta ver sus ojos para captar sus posibles mentiras.
—Creí que todo estaba bien últimamente —menciona Erick —. Marcus, ¿qué es lo que te sucede?
—Nada nuevo, Erick. Lo de siempre.
—Ya se que no te tratan muy bien en el hospital; les costará acostumbrarse a ti. Pero me ocultas algo más.
—No es así.
—¡Eres pésimo actor, Marcus! —Ríe Erick —Vamos, no le des vueltas al asunto, ¿qué es lo que te sucede?
—Dije que no es nada nuevo.
—No te pregunté si es algo nuevo. Solo te pregunté qué sucede.
—No hablaré sobre eso.
Erick separa los labios para replicar. Se arrepiente, toma su abrigo y se encamina con aire de ofensa hacia la puerta de salida.
—¡De acuerdo! —exclama escénicamente —No me digas. Al fin y al cabo tu mejor amigo no tiene derecho a saber que te sucede. Nos vemos mañana.
Pero Erick no alcanza siquiera a llegar al marco de la puerta antes de oír:
—Hay una persona que me molesta en particular —confiesa Marcus para evitar una pelea con Erick —. Se llama Diego. Creo que no le caigo nada bien. Sus palabras me incomodan pero no he dicho nada porque simplemente dice la verdad. Además, solo son tonterias.
—¿Qué te ha dicho? —averigua Erick mientras intenta contener su creciente enojo.
—Bueno, siempre destaca mis debilidades para con el contacto físico y el peligro que representó para las personas a mi alrededor.
—Voy a hacerle a una visita a ese maldito hijo de perra —asevera Erick.
—¡No! No quiero que te metas, tan solo se agravará la tensión —alega Marcus muy seguro de su posición —. Será mejor dejarlo ahí.
—Marcus, no dejaré que te insulten de esa manera.
—No es un insulto. Lo ves de la manera errónea.
—¡No eres un peligro para nadie mientras mantengan distancia! No entiendo el drama que desatan a tu alrededor.
—No quiero hablar más de eso, no quiero. Hablemos de otra cosa —propone Marcus —. Tengo una nueva amiga —revela de repente.
La expresión de Erick se transforma de ofendido a incertidumbre, de incertidumbre a curiosidad y de curiosidad a alegría.
—¿Qué? ¿Quién es?
—Nahomi.
—¡Ya sabía yo que esa enana es valiente! —afirma Erick con alegría — ¿Y? ¿Desde cuando son amigos?
—Hace poco tiempo. Lo pensé. Y creo que no es malo probar nuevas experiencias. Ella es... Interesante.
—¿Interesante? ¡Es la personita más alegre y benévola que conozco! Parece ingenua, pero es astuta. Después de todo, es una oráculo.
—Es un poco extraña —menciona Marcus recordando el chiste que ella le hizo y él no pudo comprender.
—No te quejes —reprocha Erick recuperando su buen humor —. Tú tampoco eres la persona más normal del mundo.
—Aún no sé si es buena idea.
—¡A nadie le importa! Deja de pensar tanto. Si Nahomi quiere ser tu amiga deberías confiar en ella. ¿No crees qué ella podría predecir cualquier peligro inminente contigo? Vamos, ¿quién mejor que Nahomi para anticiparse a los hechos?
Marcus escucha las palabras de Erick. Las encuentra razonables, así que haya buenos argumentos para disipar sus dudas e intentar no preocuparse con demasiada frecuencia y exageración.
—Supongo que tienes razón —confiesa Marcus.
—Ya debes aprender. Yo siempre tengo razón. En especialmente cuando se trata de mujeres —asegura Erick con una amplia sonrisa en el rostro.
—¿Sabes mucho sobre el género femenino?
—Estoy bromeando, Marcus —aclara Erick —. No tienes que ser experto en mujeres; eso me parece una estupidez ya que no existe un solo tipo de mujer. Las personas somos diferentes y complejas. Lo único que puedes hacer es intentar conocer a Nahomi y ya.
—Tu lógica es razonable.
Un sentimiento desconocido provoca silencio en Marcus. Como si la mención de Nahomi repentinamente significara algo diferente; algo más que el nombre de una nueva amistad. Aunque él aún no puede comprender de qué se trata exactamente.
—¿Quieres helado? —ofrece Erick sacando un pote de su mochila —. Traje de limon para ti y de chocolate para mí.
—Está bien —acepta Marcus sin apartar sus ojos de la pared ni dejar de perderse en los rincones de su mente.
Erick, más que acostumbrado al silencio y la actitud ausente de Marcus, se ocupa únicamente de comer su helado y hacerle compañía a su amigo más cercano. Sabe muy bien que, en algunas ocasiones, Marcus solo necesita que él esté ahí, sin palabras o sermones, con su presencia es suficiente.
—Ah, acabo de recordarlo —comenta Erick irrumpiendo en la concentración de Marcus —. ¿Recuerdas que me preguntaste por una mujer llamada Isabel Lagos?
El comentario capta por completo la atención de Marcus. Isabel Lagos es un nombre que simplemente apareció en su cabeza, de la nada, como un recuerdo lejano. Algo que podría resultar importante en un pasado que no recuerda. No, más bien una pieza clave para revelar una verdad sepultada hace mucho, mucho tiempo.
—¿Averiguaste algo sobre ella? —interroga Marcus.
—Algo así —explica el brujo —. Pregunte por su nombre a una historiadora de magia, y me dijo que recordaba haber oído ese nombre antes. Luego fuimos a una aburrida biblioteca donde tuve que esperar, durante tres horas, a que ella encontrara un viejo libro de historia. Resulta que Isabel Lagos era bruja famosa por sus pinturas en el siglo XIX.
—¿Una bruja pintora? —vacila perplejo Marcus.
—Así es. Me dijo que sus más famosas pinturas se exhiben en el museo Magelit, en esta misma ciudad. ¿Qué es lo que buscas exactamente?
Marcus no puede explicarlo. Simplemente se siente atraído por ese nombre, y tiene que averiguar el por qué. Aunque ahora está más que desorientado.
—No se que busco, Erick —confiesa Marcus —. Solo... siento que es importante, pero desconozco la razón.
Al brujo le gustaría saber de qué se trata todo esto, especialmente si tiene en cuenta que rara vez Marcus se interesa por algo.
—Iré mañana al museo —resuelve Marcus dispuesto a acabar con la intriga —. Quizás encuentre algo interesante en las pinturas.
—Buena idea —coincide Erick —. Ahora debo irme —anuncia en voz lo suficientemente alta como para que los vecinos escuchen con claridad —Mery me invitó a desayunar antes del trabajo y si llego tarde me arrojará café hirviendo en el rostro.
—Eso sería peligroso. Si no puedes cubrirte a tiempo puedes sufrir quemaduras graves en el rostro.
—¡No hablo en serio, Marcus! Ella no haría eso. Pero si tiene un carácter fuerte y probablemente no me invite jamás a ninguna parte si me hago el difícil llegando tarde.
—¿Hacerte el difícil?
—Te lo explico en otro momento. Ahora me voy, nos vemos más tarde —se despide el rubio —. Cuídate Marcus.
—De acuerdo —responde Marcus —. Que tengas buen día, Erick.
—¡Igualmente, compa!
—Adiós —murmura Marcus mientras los pasos apresurados de Erick bajan corriendo las escaleras.
Marcus siempre ha sido amante del silencio; paz en sus delicados oídos y libertad en sus pensamientos. Pero, en estos mismos segundos, cuando los pasos de Erick ya no se oyen y su mente yace ocupada en malos recuerdos, su fiel amigo se convierte en enemigo. Una fuerte y momentánea ansiedad estremece su torso y ve venir una posible crisis desastrosa.
Se apresura a dejar la habitación y bajar hacia la salita. Donde inconscientemente busca la foto de su familia que reposa sobre el ordenado escritorio. Se sienta sobre una silla de madera pintada de rojo y toma en sus manos aquel cuadro familiar. Los rostros sonrientes de sus padres y hermanos parecen recordarle lo mucho que suele extrañarlos en pocas ocasiones. Y ahí, entre los perfectos rostros de sus hermanos, su padre y la sonrisa morena de su madre, esta él. No sonríe en la fotografía, más bien mira hacia un lugar lejano que en ese entonces era el ventanal de su hogar. De repente siente que su rostro no encaja con su familia.
Coloca el cuadro en su lugar correspondiente y cierra los ojos. No se arrepiente de haber dejado aquel pequeño pueblo llamado Alba. Y el hecho de recordar que sus padres recorren con libertad las calles de Madrid y sus hermanos se divierten en Estados Unidos, libres y lejos del peligro que acecha el Mundo Oscuro, termina por olvidar la soledad en la que reside desde su llegada a la ciudad. Después de todo, nunca acoplo con su ensamblada familia.
Marcus camina hacia una pequeña habitación que jamás ocupa donde el único habitante es un antiguo piano en perfectas condiciones. Y, por primera vez en varios años, se atreve a sentarse nuevamente delante del instrumento.
Se mantiene inmóvil. Temeroso de elevar los brazos y acariciar las teclas por miedo a lo que podría desatarse en su interior. Lamentablemente las melodías que podían hacer sonar sus dedos sobre el piano eran impulsadas por algún tipo de emoción. Y, aunque se ha esforzado por intentar tocar que sea una canción, no lo ha logrado en años. Como si aquel talento se hubiera esfumado en la nada. Llevándose parte de él con ello.
Ahora más que nunca, ante la ausencia de las voces y la tranquilidad de la mañana, recuerda aquel sentimiento de ausencia que siempre lo ha perseguido. Si lograra llenar ese vacío, ¿podría tocar nuevamente?
En su niñez había sido reconocido por ser un excelente intérprete de canciones alegres en su piano. Ahora no cree ser capaz siquiera de recordar los acordes correctos.
Finalmente cierra el piano y abandona sus ideas de tocar.
Quizás otro día pueda.
Quizás otro día no se sienta tan excesivamente abrumado.
Quizás otro día comprenda que es lo que tanto le falta y sufre por encontrar. Y tal vez, teniendo un poco de fe en el destino, pueda encontrar alguna respuesta en los cuadros de Isabel Lagos.
Capítulo dedicado a: @SharityRoHer
¡Gracias por tu apoyo! ✨❣️
¡Hola! Les dejo este nuevo capítulo de domingo. Espero de corazón que les guste :3
¿Alguna idea de que podría haber en los cuadros?
¿Qué creen que le falta al doctor Marcus?
Estaré leyendo sus comentarios UwU
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