12. ¿Como se ve un monstruo?
Una sola rosa puede ser mi jardín; y un solo amigo, mi mundo.
Leo Buscaglia.
Después de aquella noche me he sentido muy mal con respecto a Marcus. ¿Cómo se me ocurre intentar aconsejarlo cuando ni siquiera somos amigos? El hecho de tener razón no es excusa suficiente. Siempre se lo que digo y como lo digo, pero intentar verlo como un simple extraño cuando esa visión se me presenta en sueños, es laborioso y tedioso a la vez.
Así que, irremediablemente, este martes se manifiesta más pesado de lo habitual. Y estar fracasando en mis investigaciones de trabajo independiente tampoco ayuda para nada. Sí, mantiene mi mente ocupada y puedo acceder a mi conocimientos con fluidez y naturalidad, pero dicha distracción no tiene la suficiente fuerza como para luchar contra el sentimiento abismal que reclama mi presencia en otra parte; quizás debería estar con él en estos mismísimos segundos.
Quizás mi intranquilidad tiene algo que ver con el interrogatorio que se llevará a cabo a Amy Hernández. La humana acusada de exposición contra el Mundo Oscuro. Pero en el fondo se que Marcus también está confundiendo tanto mi cabeza como mis emociones. Y temo que este molesto conmigo. Fácilmente pudo haberme tachado de sabionda por el simple hecho de ser un oráculo, pero no estoy segura de que ese juicio se ajuste a su misteriosa forma de razonar. De hecho, no tengo la menor idea de cómo funciona aquel espacio en blanco al cual soy completamente incapaz de acceder.
—Señorita Omet —ma llama inoportunamente un guardia de seguridad al momento en que me hallo ensimismada dialogando, en voz alta, sobre mi investigación sobre las células de los seres fríos.
—¿Sí?
—La buscan, señorita.
—¿Quién me busca?
—El doctor Marcus Solluna.
Me sorprende en este momento. No he predicho su llegada y no puedo imaginar que lo trae a la sección de investigación científica, o como lo llaman los demás empleados del hospital; la cueva de los lunáticos. Gracias a nuestra particular manera de expresar nuestras ideas; vociferando en soledad.
—Qué pase —accedo concluyendo que su presencia se debe a algún mandato laboral. Más que seguramente, para dictarme la realización de algún examen en particular. Ya que también me desempeño en el área de patología.
Aquí ésta él. Con su postura perfecta, rostro inexpresivo, bata blanca y un ramo de rosas amarillas entre sus manos de tonalidad macilenta.
Camina hasta colocarse a un metro de mí y enuncia:
—Buenos días, Nahomi. ¿Tienes un momento?
—Claro que sí.
Parece alegrarse de ello. Sonríe débilmente y expresa en voz alta:
—He pensando mucho en lo ocurrido el viernes en la noche. Se que únicamente intentabas hacerme sentir mejor, en ese momento no lo comprendí. —Inclina ligeramente la cabeza en señal de arrepentimiento, y sus ojos claros proyectan a la perfección el tipo de emoción pura que invade su interior.
—Leí que las disculpas en persona son más significativas y mejor recibidas, así que me tome un momento para venir a verte —explica con mucha seriedad al respecto —. También te compre flores, porque son un buen estímulo para expresar que aprecio tu amistad; si es que aún quieres dármela.
No puedo evitar sonreír ante su gesto tan sinceró y peculiar. Tomo las rosas y disfruto momentáneamente del aroma que expiden.
—¿Por qué amarillas? —interrogó.
—Porque, hasta donde investigue, simbolizan amistad. Además son el color de rosas que usan en sus uniformes los alumnos más inteligentes del Instituto Aurora para seres excepcionales.
—¿Cómo sabes que estudie en ese instituto?
—Erick me lo dijo. Ya que él también estudió en ese lugar.
—Marcus, ¿cuánto tiempo te tomo desarrollar esta disculpa? —vaciló.
—No más de cuatro horas de lectura nocturna. Fue fácil entender el concepto, el problema es aplicarlo en la vida real.
Sin duda alguna es la persona más considerada que conozco.
—¿Puedo etiquetar a esta disculpa como algo exitoso? —consulta él.
—Por supuesto.
—¿Somos amigos ahora?
—¡Sí! Claro que sí.
La sonrisa que se extiende en sus labios y exhibe sus perfectos dientes, sin duda alguna es increíble de admirar; transmite cierta emoción inocente, semejante a la de un niño. Un gesto apreciable cuando estás al tanto de que sus expresiones son casi nulas.
—Debo irme ahora. No tengo permiso para estar aquí y el doctor Andreu no parece un hombre de mucha paciencia —menciona y gira sobre sus talones para retirarse.
—¡Marcus, espera un momento! —exclamó y alcanzó sus pasos —¿Quieres que te acompañe? Oí al doctor Diego decir que hoy te mandaron a entender varios pacientes. —Evitó mencionar el hecho de que Diego espera un rotundo fracaso. Y al doctor Andreu no parece importarle.
—Es casi un trabajo de rutina —alega Marcus —. En urgencias.
—De cualquier manera. Quiero acompañarte.
—Puedo preguntar, ¿por qué?
—Bueno, ya que ahora somos amigos, y se que tienes algunos problemas para comunicarte con la gente, yo puedo ayudarte. ¿No crees?
—Al doctor Andreu no le va gustar.
—El doctor Andreu no está en urgencias. Ni he tenido ninguna visión donde lo vea por ahí.
Marcus parece delibera en su interior. Me pregunto que pasa por su mente al momento en que sus pupilas ven un punto fijo inexistente y su cabeza trabaja sus pensamientos tan enigmáticos.
—Esta bien —accede —. No veo porque no.
Así que nos encaminamos a urgencias. Lugar donde las heridas y enfermedades no son tan débiles como para que te quedes en casa, pero tampoco tan peligrosas como para ponerte en riesgo mortal.
—¿Puedo preguntarte algo? —vacila Marcus mediante caminamos.
—Seguro.
—¿Por qué eres tan feliz?
Debo admitir que esta pregunta me toma desprevenida. Es lo inusual de Marcus, nunca sabes qué dirá hasta que lo dice. Y eso es bastante emocionante para alguien que adivina las palabras de cualquiera antes de que decida siquiera compartirlas en voz alta.
—¿Por qué lo dices? —interogo mediante medito mi respuesta.
—Es que siempre luces tan... feliz, sonriente y tu carácter es muy positivo.
—¿No debería ser así?
—No es lo que quiero decir. Tu personalidad es única, es solo que me extraña que alguien que es testigo de tantos pensamientos... inadecuados, actitudes hipócritas e ideas repugnantes, pueda ser tan amable.
—Bueno... Es complicado.
—¿Crees poder explicarme?
—¿De verdad quieres saber eso, Marcus?
—Tú me interesas mucho. —Asiente con la cabeza como si fuera lo más racional del mundo —. Además, eres la única persona en todo el hospital que intenta comprenderme. También me gustaría comprenderte.
Insisto en preguntarme cómo alguien como él puede ser tan rechazado, reprochado y apartado del resto. No hay respuesta más que el bendito prejuicio y las malas lenguas.
—De acuerdo —accedo e intento plasmar, en no tan pocas palabras, a lo que de alguna manera he llegado como conclusión —. Desde mi punto de vista, nadie tiene secretos. Porque en poco tiempo yo se cada uno de ellos. En cierta forma es casi insoportable; resguardar secretos ajenos y aguantar las mentiras descaradas que me echan en cara.
—¿No soportas las mentiras? —vacila Marcus.
—¡Las detesto! Provocan un eco fastidioso en sus cabezas que me grita la verdad al momento posterior en que me mienten.
—Sumando lo que acabas de decirme. ¿Como puedes ser tan feliz? —Vuelve a preguntar mas confundido que en un principio.
—Porque así lo decido.
—¿Qué?
—¡Así lo decido! Mira, Marcus, mi perspectiva de la vida de por sí sola ya es lo suficientemente insoportable por el solo hecho de saber los secretos más repugnantes de la gente, cada día. Mi única forma de sobrevivir es intentar ver la otra cara de la moneda, lo bueno. No sé porque, pero mi carácter a sabido moldear en mí una actitud positiva que sin duda alguna me ayuda a sobrevivir.
—Sobrevivir... —murmura Marcus —, suena complicado.... sobrevivir —concluye. Esa palabra asemeja tener el poder de remover todo en su interior en tan solo un momento.
Es sencillo de comprender. ¿Cuánto lleva existiendo de esta misma manera? Sencillamente sobreviviendo.
—Estoy feliz —destaca de repente.
—¿A qué se debe? —indago.
—La doctora Maru me encargo atender a todos los pacientes que pueda en urgencias. Eso es bueno.
—¿Por qué no te dieron un caso como a los demás cirujanos hoy? —vaciló recordando a Diego y Jazmín.
—La doctora Maru dice que también debemos trabajar en urgencias, aunque a la mayoría no le gusta porque puede tornarse bastante aburrido.
—Sí, entiendo —respondo e intento no pensar en lo que mi cabeza acaba de concluir sobre este asunto; evidentemente quieren apartarlo.
Al llegar a urgencias hay diez camillas ocupadas. Y, contando a Marcus, únicamente dos doctores. No me sorprende que la segunda doctora sea Jazmín. Al parecer se ha ofrecido a trabajar en urgencias por hoy con el único fin de acompañar a Marcus y así evitar que se sienta excluido.
—¡Hola! —saluda ella con entusiasmo. Aunque puedo notar que se dirige más a Marcus que a mí. También captó el rubor que se intensifica en sus mejillas en los momentos que se encuentra con Marcus. Y la forma elegante en que ha sabido recoger su cabello lacio y negro.
—¿También la asignaron a urgencias? —pregunta Marcus sin saludar.
—Bueno, más bien yo me ofrecí.
—Creí que no le gustaba este lugar —comenta Marcus.
—Así es pero... No hay muchas cirugías programadas para hoy. Así que el doctor Andreu me dio la opción de trabajar en urgencias. Diego se encargará de asistir a los doctores en las salas de cirugía.
Marcus observa a su alrededor. No parece muy interesado en conversar, así que se dispone a hacer su trabajo. Jazmín le indica por donde comenzar y yo camino junto a él sabiendo lo que está por venir.
—¿Es usted el doctor Marcus Solluna? —pregunta con enfado un paciente.
—Así es, señor.
—¿El frío defectuoso?
El cambio en el semblante de Marcus es inmediato.
—Sí... Así es.
—¡No quiero que usted me atienda! —exclama totalmente escandalizado —¿Qué es lo que les sucede a todos aquí? Podría matarnos a todos y lo dejan caminar por ahí como si nada.
—Señor —interrumpe Jazmín. Trae el rostro colorado por su propia indignación hacia la actitud del paciente —. Esta bien. No tiene que gritar. Si no quiere que el doctor Marcus lo atienda, tendrá que esperar.
—Esperaré entonces —sentencia de mala gana.
Jazmín camina hacia Marcus e intenta arreglar lo ocurrido:
—Hay otros pacientes esperando, Marcus. Déjame este a mí, no te preocupes.
Pero la situación no mejora en lo absoluto. Uno por uno, los pacientes simplemente se niegan a recibir la atención de Marcus. Gritan, se espantan, retroceden con violencia e incluso tiemblan con únicamente verlo cerca. Es como si Marcus trajera un cuchillo ensangrentado en su mano y exhibiera garras afiladas. Lo desprecian.
Aunque el rostro de Marcus no logra exteriorizar ninguna de sus emociones, puedo verlo a través de sus ojos. Comienzo a entender los pequeños y casi nulos cambios en su semblante; el leve fruncir de cejas, la torcedura en la comisura de sus labios y sus párpados medianamente caídos, son las señales que demuestran su frustración por esta penosa situación.
—Marcus —lo nombró con suavidad —. Será mejor que volvamos a ver a la doctora Maru. Seguramente ella te asignará otras actividades y...
—¿Es usted doctor, verdad? —pregunta una mujer morena dirigiéndose a Marcus.
Él asiente con la cabeza.
Ella sonríe ampliamente y se siente completamente aliviada.
—¿Puede ayudarme doctor? —consulta ella —Mi hijo se ha lastimado. Lo puede examinar, por favor, tiene mucho dolor en su brazo izquierdo.
—Señora —alega Marcus —, primeramente tiene que estar al tanto de mi condición...
—¿Su condición de frío defectuoso? Eso no me interesa —responde ella y sonríe con gracia hacia el asunto —. Estoy buscando un doctor, usted lo és, lo demás no me importa para nada.
—¡Vamos entonces! —animo a Marcus al verlo bastante sorprendido.
Él reacciona de repente y se encamina hacia la camilla donde yace recostado un niño de unos siete años. Piel extremadamente morena, cabello azabache y grandes ojos marrones. Su semblante abandona su expresión de dolor para ser invadido por un profundo miedo.
—¡No quiero! —chilla al ver directamente a Marcus —No quiero que me atienda, no quiero, no quiero. ¡Él mata cuando lo tocan! Es un monstruo.
—No, no, no —niega su madre colocándose a su lado —. El doctor Marcus solo viene a ayudarte. Deja que te examine, después iremos a casa.
—¡No quiero! No, no, no —solloza el niño —. Me da miedo, me da mucho, mucho miedo. ¡No quiero! —El chiquillo rompe a llorar desconsoladamente.
—¿Qué es lo que están haciendo? —habla un paciente desde su camilla —¿Acaso no ven que asustan a esa criatura? Alejen a ese sujeto de él. Y, definitivamente no para sorpresa mía, no es el único paciente que comienza a protestar:
—¿Qué es lo que le sucede a los empleados de este hospital?
—Es una locura. Quieren causar una desgracia.
—No deberían permitir que ese hombre esté cerca de los niños.
—Que desastre. Seguramente esperan que mate a alguien para hacer algo al respecto.
Marcus, quien ya se había colocado sus guantes para evitar rozar la piel del niño, vuelve a guardarlo con desesperanza.
—Lo siento, doctor —se disculpa afligida la madre del niño —. Mi hijo no quiere actuar así. Es solo que desde que llegamos no ha dejado de escuchar rumores sobre usted y eso lo asusto mucho. Lo siento.
—No se preocupe. No tiene porque disculparse. La doctora Jazmín atenderá a su hijo en un...
—¡Bruno! —exclamó el nombre del pequeño con mucha alegría y me acercó hacia él —. Te llamas Bruno, ¿no es así? Eres un pequeño travieso. ¿Por qué no has obedecido a tu madre cuando te advirtió no trepar a ese árbol?
El rostro del niño se ilumina con sorpresa.
—¿Como sabe que me caí de un árbol? —pregunta asombradísimo.
—Porque soy adivina —manifiesto con una espléndida sonrisa y le guiño un ojo —. Así que... Te gustan las historias de miedo, ¿no es así?
—¡Sí! —exclama el pequeño, con sus ojos iluminados de una incontenible emoción —Cuando sea grande quiero ser un cazador de monstruos.
—¡Qué bien! —ánimo —Pero, ¿por qué esperas a ser grande para ser cazador de monstruos?
—Porque los monstruos todavía me dan miedo. Pero cuando sea grande ya no tendré miedo.
—¡Vaya! Te gustan las historias de miedo, pero le temes a los monstruos. ¡Qué contrariedad! Espera un momento. ¿Puedes decirme cómo se ve un monstruo?
—Los monstruos tienen... cara fea, dientes afilados...y también enormes ojos rojos de demonio.
—¡Ya veo! Pero, hay algo que no entiendo —observó —Si dices que los monstruos son de esa manera, ¿por qué crees que el doctor Marcus es un monstruo? No sé qué pienses, pero yo no veo qué Marcus tenga colmillos y ojos rojos.
El niño asemeja sufrir una fuerte confusión ante mis argumentos. Lo piensa con la mayor concentración posible y simultáneamente analiza a Marcus con la mirada. Finalmente llega a una conclusión:
—Tampoco creo que sea un monstruo. Solo es un doctor raro.
—¡Genial! Entonces, ¿no quieres que el doctor te examine y así pueda quitar el dolor de tu brazo?
El pequeño Bruno asiente con la cabeza.
Sonrió muy satisfecha y señaló a Marcus comenzar con su análisis. Él procede sentándose al lado del pequeño y, no sin antes colocarse sus guantes, hace las pruebas necesarias. En menos tiempo de lo que tomó convencer a Bruno de dejarse atender, Marcus declara que solo es una fractura. Manda a realizar unos exámenes para asegurarse y todo procede con normalidad.
—¿Es un mestizo? —pregunta Marcus refiriéndose al niño.
—Así es —confirma la madre —. Es un brujo por parte de su padre.
—Eso explica por qué no tiene dolor —argumenta Marcus —. Su sangre mágica evita, inconscientemente, su dolor físico.
—¿Eso es normal? —vacila preocupada la madre.
—En infantes, sí.
—¡Marcus! —interrumpe Jazmín con una sonrisa de oreja a oreja —Tienes otra paciente —enuncia señalando otra camilla a poco metros de distancia.
La paciente es una joven que ha estado observando detenidamente la situación. Y ha decidido su juicio sobre Marcus; el cual es todo lo contrario a lo que ha oído por los pasillos.
Este día no resulta un completo desastre después de todo. Los juicios sobre Marcus finalmente parece disiparse, al menos en algunas personas en particular.
—¿A qué venimos? —vuelve a preguntar por quinta vez Marcus. Impaciente e intranquilo de estar a las afueras del hospital.
Las peatones giran sus cabezas para vernos al notar nuestras batas blancas. Y eso parece incomodar a Marcus.
—Ya casi llegamos —alegó divirtiéndome ante su falta de paciencia —. ¡Aquí es! —señaló nuestro destino, el lugar por el cual hemos caminado hasta aquí.
Marcus observa a su alrededor.
—No entiendo —admite.
—¡Vinimos por un helado, Marcus! —exclamó ante su confusión. Cuando, muy obviamente, estamos enfrente de una heladería.
—¿Y por qué? —duda él con el mismo nivel de confusión.
—Bueno, por dos razones: Una; porque el helado es delicioso, y dos; porque estamos celebrando que finalmente has atendido a tus propios pacientes.
—¿Y eso es digno de ser celebrado?
—¡No veo porque no! Vamos. ¿Vienes o no?
Él está confundido por la situación, como si jamás en la vida hubiera recibido una invitación. Sinceramente prefiero creer que eso no es así.
—Esta bien —termina por acceder y sigue mis pasos.
Al comprar los helados, tengo dos pequeños problemas. El primero, lograr que Marcus escoja el sabor, lo cual parece ser extremadamente complicado, y el segundo es obtener la atención de la chica que atiende, ya que esta se encuentra completamente embelesada por Marcus y no le importa en lo absoluto tener que esperar unos cinco minutos a que este se decida.
Finalmente salimos. Llevó un helado de vainilla, y Marcus, después de cinco eternos minutos con una fila de personas rezongando impacientes a nuestras espaldas, lleva consigo un copo de limón. Alegando que es uno de los pocos sabores que captan sus papilas gustativas de ser frío.
Regresamos a nuestro espacio laboral e impulsados por mi idea, rondamos por los pasillos hasta llegar al gran jardín botánico del hospital. Y nos sentamos en el mismo banco de cemento donde una vez encontré a Marcus, desorientado aquel día de trabajo.
—¿Por qué eres amable conmigo? —pregunta de repente él.
Noto el interés plasmado en su mirar. Y también un celeste extraordinario que se refleja en sus ojos ante la luminosidad que le aporta la luz de la luna .
—Porque somos amigos —respondo con naturalidad.
—¿Y eres así de amable con todos tus amigos?
—Por supuesto que sí.
Marcus se queda callado. Al parecer aún tiene algo que decir, pero duda.
—¿Te parecería extraño sí te digo que.. siento que ya te he conocido? —vacila muy dudoso al respecto.
—No me parece extraño —aseguro —. Pero, ¿por qué lo dices?
—No puedo explicarlo. Simplemente así lo siento.
—Bueno. A veces pasa.
—¿Tú crees?
—Sí, por supuesto. Nunca sabemos cuántas vidas ha tenido nuestra alma —mencionó en forma de broma. Pero él no reacciona de ninguna manera.
—¿Por qué estás tan serio? —preguntó ante su silencio.
—No suelo tener muchas expresiones faciales. Y cuando las tengo, a veces pueden ser erradas.
—¿Cómo cuál? —interrogó.
—Una vez un profesor en la universidad contó que se había ausentado porque su madre falleció. Y yo sonríe.
—Oh. —Es lo único que puedo decir ante esa imagen mental de alguien hablando de una dolorosa muerte y otro sonriendo como respuesta. Aunque comprendo que sus fracasos en gestos se deben a su condición.
—Bueno, ¿te gustan los chistes? —Cambio el tema al verlo sumergirse en su mente propia. Acción que llega a confundirme por su inaccesibilidad.
—Quizás. Nunca me han contado un chiste.
—Solo me se chistes para niños —admito con diversión —. ¿Quieres que te cuente uno? —Propongo ante la curiosidad instalada en su mirar.
Marcus asiente con la cabeza y espera muy interesado en escucharme.
—Es que son pésimos —advierto —. Solía contarles estos chistes malos a unos niños de siete años.
—Aún así quiero escuchar uno.
—¿Seguro?
—Definitivamente.
—De acuerdo —aceptó dejando a un lado mi helado por un momento —. ¿Qué se necesita para encender una vela?
Marcus medita mi pregunta como si se tratase de la ecuación más complicada de la historia.
—¿Fuego? —vacila abarcando muchas respuestas a la vez.
—No.
—¿No es el calor esencial para eso?
—Sí... Pero tu respuesta es incorrecta.
—No lo entiendo.
—¿Te rindes?
—Sí. ¿Qué se necesita para encender una vela?
—¡Qué este apagada! —reveló sonriendo.
Marcus frunce los labios y eleva la vista del suelo. Gira su cabeza para mirar mi rostro pero no mis ojos. Y expresa:
—¿Debería reírme ahora?
Sin duda alguna su confusión es la parte más divertida de todo este monólogo ridículo. Así que no puedo contener una carcajada sonora ante mi pobre intento de hacerlo reír.
—Sí —respondo sin dejar de reír —. Se supone que sí.
—Me parece una pregunta capciosa. Aunque quizás debí advertirte que no comprendo las finalidades del humor.
—Sí, Marcus, debiste decirlo desde un principio.
—¿Por qué no dejas de reír?
—¡Es que deberías ver tu cara! Especialmente cuando dijiste: Debería reírme ahora. ¡Fue muy divertido!
Él no lo comprende. Pero yo no me he reído tanto en todos estos días de pensamientos incoherentes y malas noticias. Y eventualmente Marcus se contagia de mi buen humor, y sonríe.
Este día sin duda ha valido el esfuerzo que conlleva levantarse de la cama.
—¡Señorita Omet!
Al girarme veo a un guardia de seguridad. Completamente empapado en sudor y con los nervios a flor de piel.
—¿Qué sucede? —pregunto y me incorporo de inmediato.
—El paciente que se declaró culpable de las nuevas víctimas de Él-o-ella, ha escapado. El doctor Andreu estaba con él, pero tampoco lo encuentran. Los agentes del Ministerio creen que pudo haberlo tomado de rehén y necesitan que usted los encuentre, ya que usted puede oír sus mentes y eso. ¡Por favor, venga!
—¡Iré de inmediato!
Puedo declarar con seguridad, que este día se había tornado demasiado tranquilo.
¡Hola! Aquí les dejo el nuevo capítulo para este fin de semana de doble actualización ❣️
Se que esta un poco aburrido comparado con otros capítulos, pero quería que ustedes leyeran este pequeño avance de relación en nuestros protagonistas. ✨
¿Y? ¿Qué les parece?
¿Les agrada la relación de Marcus y Nahomi?
¿Qué creen que pasará con el doctor Andreu?
Apreciaría mucho que me dejen su opinión y apoyo. ¡Nos leemos pronto! ❣️✨
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