Pieza 11. Steve
Título: LUX AETERNA
Autora: Clumsykitty
Fandom: MCU de corte AU (oséase, Universo Alterno aderezado con Omegaverse).
Parejas: un Dark Stony, un cute Winteriron.
Derechos: Pos Marvel, que ni qué.
Advertencias: historia alterna, mundo alterno, ciencia ficción en un Omegaverse. Edades como algunos detalles están modificados (¿universo alterno?) para beneplácito de la irreverente, pervertida y loca autora. Steve malvado y cruel, mundo cruel. Hm.
Gracias por leerme.
PIEZA 11. Steve.
Hecho: la naturaleza humana es maldad.
Desde que el ser humano apareció en la Tierra, su conducta y acciones no tuvieron otro objetivo que la supremacía del poder, primero sobre sus depredadores y más tarde sobre sus congéneres. La habilidad de razonar fue catapultada por el ansia de vencer su medio ambiente tan hostil, dominarlo hasta hacerlo esclavo de sus deseos. Armas como lenguaje no fueron otra cosa que instrumentos en su camino hacia el ascenso de la cadena alimenticia, la especie dominante reinante por sobre las demás, controlando ya sus ciclos de vida, domesticando las bestias que anteriormente fueron agresivas con sus ancestros. Ahora comían de la palma de sus manos. Nada de esta evolución tuvo por firma la bondad, siempre estuvo presente la guerra del más fuerte contra el más débil. Mejores dientes, mejores huesos, cuerpos más altos. El supremo depredador conquistando la cima de la selección natural.
Muestra de ello fueron las antiguas civilizaciones, venciendo inclemencias del clima, contrariedades de la geografía, estableciendo un orden a su mundo. Las muertes por causas naturales comenzarían su descenso conforme los conocimientos se iban ampliando, permitiendo una esperanza de vida más larga que al fin permitió al ser humano convertirse en lo que más anhelaba: un conquistador, un amo del mundo. Solamente aquellos preparados para los cambios necesarios en la dinámica social pasaron a la historia, el resto, débiles de pensamiento, únicamente sirvieron de esclavos, alfeñiques entreteniendo a los gobernantes por unos mendrugos de comida, placeres carnales que sus pobres maneras no alcanzaban a conseguir en otras circunstancias, mostrando sus verdaderas caras detrás de las aparentes bondades en sus espíritus.
Traiciones, burlas, asesinatos, violaciones... la lista comenzó conforme el ser humano se dio cuenta del verdadero potencial de su mente, de su cuerpo. Era un dios que creaba otros a su imagen y semejanza para ensalzar sus características evolutivas cada vez más refinadas conforme pasaba el tiempo, buscando los mejores genes de manera intuitiva a falta de mejores conocimientos al respecto. El destino de todo un reino en las manos del mejor preparado, de quien supiera que el bien, la compasión y la solidaridad eran meras quimeras que eunucos pregonaban ante la frustración de no poseer el cayado que dirigía a la Humanidad. Bastaba con leer las historias de aquellos caudillos aparentemente bondadosos una vez que por suerte tuvieron el poder en sus manos como se convirtieron en los peores dictadores.
-Comandante, estamos listos para partir.
-Coordenadas hacia Alejandría, Rumlow.
-A la orden.
-Señor, ¿desea que le alcance la General Carter?
-No, la veré en Nova. Que reciba mi mensaje.
-Señor, sí, señor.
Hecho: el ser humano vive tranquilo esclavizado.
La estabilidad mental, psicológica e incluso espiritual del ser humano está relacionada de manera inversa con la cantidad de libertad que posee. Entre más libre es, más infeliz lo está. No halla paz alguna viviendo por sí mismo, pensando por sí mismo, necesita forzosamente de una mano dura que le castigue cuando sus acciones así lo requieran, que le empuje a trabajos forzados para lograr maravillas sin mayor recompensa que vivir otro día más. Desde las primeras civilizaciones se puso de manifiesto el deseo mayoritario por un gobernante que llevara el peso de todas las decisiones de carácter primordial sobre sus hombros, dejándole al resto solamente elegir entre las nimiedades cotidianas: qué ropas vestir, a quien cortejar, qué comer al día siguiente.
Hay una atracción mutua entre el esclavizado y el esclavizante, de ahí que durante milenios existiera la forma literal de los esclavos, encadenados o no, dando placer a sus amos en un abanico de posibilidades, desde las muy aberrantes hasta las más sublimes. Esta dinámica humana se traspasaría en diversas formas de contratos sociales: matrimonios, relaciones laborales, elecciones populares, patriarcas, alianzas políticas. Siempre con la figura del amo detrás de alguna máscara llamada amigo, pareja, jefe o gobernante y la figura del esclavo con diferentes nombres jugando a ser diferentes cosas, buscando el reconocimiento expreso de su señor, cayendo en la desesperación cuando le faltara, rebelándose ante el trato aparentemente equitativo, la utopía de una sociedad donde todos eran iguales ante una ley, un mandato, una religión.
Mentiras. Cualquier historiador no alcanzaba a contar con los dedos de sus manos todos los episodios donde el libertador de esclavos terminaba traicionado por los mismos. Porque el desorden, la inestabilidad del futuro ante decisiones dependientes de un conjunto de seres humanos en armonía jamás florecería en tierra alguna. Las masas no necesitan pensar, ni siquiera lo desean. Duermen tranquilas cuando un collar está en sus cuellos, sabiendo que tendrán quien les proteja de lo que no anhelan ver ni enfrentar, aceptando incondicionalmente el yugo autoimpuesto. Besando la mano que les tortura en llegado caso. Las cadenas siempre son elegidas antes que la inseguridad de la libertad propia, mil veces preferir los barrotes que alejan problemas y monstruos de la independencia a estar expuesto.
-¿Me mandaste llamar, Steve?
-Sam, necesito que muevas tu flota hacia Delhi, han avistado una nueva nave del Sindicato de Comercio. Averígualo y si es necesario, destrúyela.
-¿En Delhi? ¿Qué cosas querría el Sindicato en Delhi? ¿Arena?
-Lo que me interesa es la naturaleza de la nueva nave.
-Como lo ordenes, Steve. Por cierto, felicidades por tu matrimonio. Al fin te has decidido, pensé que Margaret iba a quedarse esperando por ti.
-Todo a su tiempo, Sam.
-Con tu permiso, Comandante.
-Adelante.
Hecho: el miedo es el arma más poderosa.
Un instinto natural que ningún avance médico o tecnológico podría deshacer, heredado de los primitivos seres humanos como mecanismo de supervivencia ante un mundo más que hostil y nada preparado para la aparición de una especia tan débil en un principio como lo fueron ellos. Pero también un medio por el cual las masas pueden obedecer sin rechistar, una herramienta a usar con las tácticas necesarias para obtener una obediencia que ya no requiere de látigos, cadenas o amenazas. La droga perfecta de aquellos que solamente han nacido para obedecer, beben gustosos e incluso mueren si no la reciben. La tendencia sumisa de los humanos los hace el blanco perfecto del miedo controlado, en dosis necesarias para acondicionar sus mentes inestables, tan incapaces de hacer juicios de valor precisos.
Las evidencias a lo largo del tiempo eran más que claras, por miedo, a nombre del miedo, más de una guerra se había desatado, algún personaje público de peso había muerto. Esta primaria emoción era capaz de crear los más espantosos monstruos mentales que ni los mejores ingenieros en genética hubieran soñado con crear en sus laboratorios. Imaginarios azuzando voluntades carentes de temple pero moldeables igual que el metal caliente. A través del miedo, se podían instaurar o derrocar gobiernos, no era por las creencias o la fe en la naturaleza bondadosa de los seres humanos. Miedo en su más puro estado servía con mayor precisión que la mejor arma. De ahí que las artes de la guerra, la política e incluso las relaciones humanas tengan por antesala este factor, ya sea en su forma de prejuicios, estereotipos, pesadillas o cualquier otra manifestación de la psique.
Mejor que un sentimiento tan endeble como el amor, el miedo jamás merma su vigor ni su poder, al contrario, transmuta en terror o en el premio más anhelado, la obediencia ciega a prueba de cualquier doctrina libertadora. Crea a los mejores traidores, convierte a los más templados caballeros en bestias salvajes y por supuesto, reafirma el poder de quien se halla por encima de todos los seres humanos. La admiración, respeto y lealtad solamente están aseguradas cuando el miedo las ha cubierto igual que un escudo protector. Esperar a que por amor y bondad las cosas sucedan solamente era para quienes jamás habían tenido el verdadero poder en sus manos, hablando más por la envidia y el rencor que por un verdadero sentimiento de solidaridad y compasión humanas. Máscaras al final de cuentas de la esencia misma de las personas.
-Señor, el Mariscal Carter está listo para la Purga en Nazca.
-Tengo una orden más. Que también se lleve a cabo en el segundo nivel, limpieza total de Omegas, solo quiero Betas con niveles de autorización arriba del código rojo.
-Como diga, Comandante.
-Que la prensa cubra por completo la noticia.
-Sí, señor.
Hecho: control supera a libre albedrío.
Una cantidad más que ofensiva de oportunidades para hacer valer las utopías de soñadores se quedaron en meros intentos cuando el peso de la última decisión quedó en manos de enormes grupos de seres humanos. Jamás se eligió el libre albedrío, hincaron la rodilla ante su opresor o el futuro opresor, alzando sus manos para recibir sus voluntarios grilletes, incluso asesinando a quienes todavía trataron de hacerlos en entrar en razón. No importaba el tamaño, calidad o fuerza del oponente en cuestión, la historia narraba más de una vez cómo las masas prefirieron seguir bajo las estrictas reglas que aventurarse a pensar por sí mismos a riesgo de perder patrimonios de carácter material. Porque aquello que no puede verse, tocarse, sentirse, olerse, probarse o escucharse es fácilmente olvidado por mentes pequeñas, inseguras y débiles.
Así que una vez más, el futuro de la Humanidad siempre recae en los gobernantes dispuestos a tirar de todas las riendas con puño de hierro, sin perturbarse por preguntar si son correctas o incorrectas sus acciones pues tal ambivalencia no existe cuando se dirige el destino de toda una especie, para seguir existiendo en el universo tan agresivo, para continuar con la descendencia cada vez más fuerte, más rápida. Abejas obreras que viven para complacer, se satisfacen a sí mismas complaciendo sin mayor recompensa que la tranquilidad de tener un techo donde dormir, una comida que llevarse a la boca, ropa que cubrirse y uno que otro momento de diversión que no involucre jamás el tener que elegir porque entonces se convierte en castigo. Lo peor para un ser humano es decidir, es más terrible que la muerte.
De ahí que los cimientos de los mejores dirigentes se basen en conocer este hecho y lo ejecuten todo el tiempo, complaciendo a sus masas con mecanismos paternales, burbujas que los aíslen de la espantosa realidad de vivir bajo sus propias condiciones. Incitados de la manera apropiada, se tiene una nación con la cabeza baja con el mínimo esfuerzo y se mantiene así teniendo siempre a la mano el fantasma de la incertidumbre del libre albedrío como valla de seguridad que recuerda todo el tiempo a sus presos lo peligroso de aventurarse en sus tierras, a riesgo de perder familia, amigos, herencias y más cosas que aparentemente definen sus vidas. Siempre se repetirá el patrón de sumisión ante el control, así hayan transcurrido tres mil años los seres humanos jamás soltarán sus cadenas, aunque sean invisibles.
-Comandante.
-Dime, Rumlow.
-La nave sospechosa viajó a Greenwich y destruyó un crucero del General Shmidt. Testigos afirman que poseía dos cañones de repulsión.
-¿Dónde está el general?
-Vuelve a Nova.
-Que vaya a Luxor, envíen un mensaje a la Archiduquesa sobre la situación, que ella se encargue.
-¡Hail Rogers!
Hecho: siempre habrá seres inferiores.
El fuerte se come al débil, la ley de la jungla, selección evolutiva. Más de un pensador lo dijo, más de un científico lo probó. No existe cosa como los llamados héroes, son solo un deseo fortuito de la sociedad aburrida de su rutinaria existencia. Dosis de miedo, un tirón de cadena y el puño de acero bien dirigido borraban de sus mentes cualquier intento de crear un mesías. Solo eran meros indicadores del pensamiento colectivo, lleno de tedio que esperaba un evento inesperado con que contentarse al término del día, vaciando en éste sus efímeros anhelos de libertad, justicia y armonía que no tienen cabida en el mundo real, donde sus garras y colmillos destruyen al primer atrevido ladrón de su ordinaria como patética vida. Defendiendo hasta la muerte la mediocridad de su existencia rellena de objetos carentes de valor.
Conocer a las mentes inferiores, los cuerpos que no tienen resistencia y las voluntades fingidas de coraje aparente son tareas únicamente para quienes nacieron con la resistencia, el poder y la fuerza para mover a las masas a su voluntad férrea. Pocos seres humanos alcanzan un estado medio de claridad mental sin caer en la locura, como frutas que no maduraron correctamente. Aliados que sirven para tratar a los más bajos, porque aún recuerdan su lenguaje igual que sus maneras pero están conscientes de la mascarada en la que se convive diariamente. Los instrumentos de gobierno, mensajeros entre esas débiles vidas y los fuertes amos de sus voluntades. Un orden por demás natural en el ser humano. La pirámide de gobierno que por siempre ha existido desde que el hombre es hombre y entendió que la debilidad jamás desaparecería pero tenía su objetivo en la naturaleza, cargar sobre sus hombros a sus señores.
Y se había probado eliminar estas molestias frágiles, intentos de genocidios, algunos exitosos, otros más bien bufonescos porque quienes los ejecutaron no eran los fuertes sino esos intermediarios carentes de las características psicológicas para no vacilar. Los débiles eran iguales que los conejos, reproduciéndose en enormes cantidades, tanto para compensar sus inútiles muertes causadas por sus propias torpezas como para hacer valer su trabajo dedicado al fortalecimiento de la sociedad que los envuelve, protege y dirige. Quien se jactara de tener el poder no encontraría problema alguno para asesinarles cuando fuese debido ni tampoco para castigarles cuando la ocasión lo requiriera, podría encontrar una inicial resistencia más al final y a través del tiempo recibiría su recompensa con halagos y justificaciones históricas sobre su buen proceder.
-Romanov.
-¿Me mandó llamar, Comandante?
-Vendrás conmigo. Seguramente tu Beta te ha extrañado.
-Tengo cosas que hacer, si me extraña o no, son asuntos que deberá soportar por su bien.
-Averigua si Venganza de Invierno ha intentado hacer contacto con mi Omega.
-Sospecho que lo ha hecho, pero nada como preguntar a su Omega, Comandante.
-Y eres la mejor en ello, Romanov.
-¿Tengo su autorización para usar un poco de motivación para que confiese?
-Lo tienes.
Así que al final de todo este recuento, Steve Rogers estaba más que seguro de sus decisiones, se encontraba en el lugar correcto en el tiempo adecuado. Hydra tenía un rostro sincero, sin esconder la naturaleza malvada del ser humano, siendo los amos feroces pero conscientes de una Humanidad a la que le viene saludable un régimen controlado, con reglas precisas que ponen orden, progreso y equilibrio a sus mentes inestables, atemorizadas, ignorantes. Siempre serían así, entonces su existencia estaba más que justificada, una simbiosis bien ejecutada. Lo que necesitaba ahora era generar un nuevo cambio, la vuelta de rueda que consolidara de una vez por todas el verdadero estatus de los habitantes de Terranova, fieles como sumisos esclavos que disfrutaban de sus naturalezas designadas tiempo atrás para salvarles. Estaban vivos.
La Leona de Terranova tenía razón en algunos aspectos pero no en otros, cosa que le tenía sin cuidado. De no atender a sus propias órdenes, él mismo la asesinaría de ser necesario. Ella ya había servido a Hydra lo suficiente, perderla no implicaba una herida fatal en su mandato, después de todo, era la regla entre ellos, los amos de aquel futuro. No había miedo en su mente, tampoco en sus palabras, estaba guiando a la Humanidad a su siguiente fase, la estabilidad final que daría paso a una nueva sociedad con el rasgo genético de los Alfas dominando como seguro a la nueva civilización que su Omega iba a crear con los Instrumentos Rambaldi y que esperaba fuesen tan gloriosos como Venganza de Invierno los hizo creer. Era una parte importante de su plan, más no era dependiente de ella, de no resultar, tendría el mismo destino que su madre. La muerte. Claro, después de darle los hijos que deseaba.
Alguna vez existió un general que no sentía miedo en batalla ni ante sus adversarios aunque estuviese en peligro de muerte. Este hombre gustaba de coleccionar jarrones hechos a mano que tenía en una sala especial dentro de su castillo. Cuando descansaba, solía revisarlos uno a uno, perdiéndose en su belleza singular. Tenía un jarrón preferido, en el centro de su colección. Un día al tomarlo descuidadamente casi lo tiró, sintiendo su corazón agitarse por el temor a perderlo. En ese mismo instante el general lo soltó, el jarrón se estrelló en pedazos. Aquella historia era la favorita del Comandante porque venía a recordarle que no se puede estar dependiente de nada en esta vida, se corre el riesgo de debilitarse y ser parte de la manada que no sabe lo que quiere, necesitada de sus cadenas y castigos para mantenerse a gusto dentro de sus paredes.
Anthony Stark había sido su jarrón favorito.
Por unos instantes le había debilitado con esas lágrimas y respingos inocentes ante su toque, sus silenciosas obediencias, esos ojos asustados abriéndose tan grandes como podían. Era increíble que hubiese considerado seriamente concederle los primeros privilegios que ningún Omega hubiese tenido en todo el tiempo de gobierno de Hydra. Un error fatal para el futuro de la Humanidad, que hubiese desembocado en caos, desequilibrio y la falta de guía en los habitantes de Terranova. Afortunadamente había soltado su jarrón, volviendo a sus planes originales, recobrando aquella alianza estratégica con Margaret Carter, con sus fuerzas respaldándole los demás Clanes de Nova no tendrían ya manera de rebelarse ante su supremacía, obedeciendo como les correspondía al haber mostrado su genuina naturaleza débil.
Su Omega aprendería la lección, no habría más camino que el designado para él, con una obediencia completa. Le pareció muy apropiado el acondicionamiento del Mariscal Bismarck, después de todo, poseía a los Omegas más tranquilos y solícitos de toda Terranova gracias a su disciplina inflexible como era propio de Alfas como ellos. Steve sonrió, admirando el fuete que había hecho con sus propias manos, un regalo para su Omega. Ya lo había probado anteriormente cuando Bismarck le invitara a su residencia con el fin de compartirle sus experiencias tratando a diferentes tipos de criaturas como ésas, consejos como por supuesto, el disfrutar de ellos. Su preferido había sido ese gran compañero de su Omega, Raphael Valois. De no haber sido el consentido del Mariscal, lo hubiera solicitado para su exclusivo deleite, pero respetaba a ese tío abuelo suyo con sus gustos, además, podría repetir la experiencia con su propio Omega.
-Comandante, hemos llegado a Alejandría.
-Ve a Luxor y asegúrate de que la Archiduquesa haya resuelto la derrota de Shmidt como lo ordené, Rumlow.
-Así será.
-Llama a Romanov, vendrá conmigo. ¿Alguna otra noticia?
-Ninguna, señor. Que tenga una excelente estancia.
-Lo será.
Hecho: jamás se debe confiar en nadie.
La residencia del doctor Banner no tenía sirvientes atendiendo ni tampoco estaba ocupada, como lo comprobó al entrar en la sala donde se suponía debía estar esperándole su Omega. En su lugar solo estaba el collar que le obsequiara en la celebración de los Rogers cuando supo de su gestación, extendido a todo lo largo sobre la pulcra mesa de cristal. Frunció su ceño ante la escena, girándose a su Jefa de Espionaje, dispuesto a reclamar una muy buena explicación al respecto. Natasha Romanov le miró sin un ápice de inseguridad, temor o remordimiento, igual que su arma a la altura de sus ojos, con el sonido del seguro desactivándose junto con el chasquido del cañón disparando, tan mortal como sus palabras.
-Muerte a Hydra...
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