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Bittersweet
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-Tengo miedo- Anna para su lectura de noche, posando sus ojos ahora en Ray y su expresión temerosa, así como de niño. Ella sonríe triste ante aquello, a esa carita que hace su pecho encogerse y respirar con intranquilidad, le duele y tan sólo puede acariciar su rostro suavemente.
Su mano le tiembla, y sabe muy bien que él lo siente _y se siente mal al ser tan débil_
Ray cierra sus párpados tranquilamente y suspira cansino, sintiendo como la niña de cabellos finos lo abraza delicadamente.
Y Ray maldice que sea tan cálida y suave.
Hay una estela de silencio, mas no incómoda en absoluto, aunque Anna lleve un tierno rubor en sus mejillas.
-Es normal tener miedo...pero yo no quiero que te pase algo malo- sincera con su quebradiza voz, entonces Ray no puede soportarlo.
Aleja con mesura el rostro humedecido de Anna, la luz de luna que se filtra por su ventana hace brillar el camino de lágrimas que de ella desbordaba y entonces...
Entonces dulcemente prueba por primera vez de aquellos labios de cerezo encantador.
Está mal, muy pero muy mal, pero se siente bien y no lo puede evitar. Es estúpido ¡claro que sí!
Ella no debería hacer aquello por restricciones básicas de su trabajo, pero en los más bello y fuerte de su corazón, ama sentir los gélidos labios de Ray sobre los suyos, llenando de calidez su cuerpo.
Se separan con suavidad de aquello, con las respiraciones agitadas y el pecho latiendo fuertemente.
Ella luce un bonito sonrojo en sus mejillas, y sus orbes parecen brillar de forma genuina frente a él, que siempre ha poseído el color de su madre de forma opaca. Pero sinceramente Ray sabe bien que se encuentra como la niña de cabellos dorados, y en su corazón aflora un huracán de emociones que nunca en su mísera vida había sentido.
Y admite con pesar, al acariciar la mejillas cálida de Anna, que quisiera tanto vivir un poco más, junto a ella.
-Estoy realmente loca- declara suspirando, con una pequeña sonrisa divertida adornando su rostro. Ray también parece estar así y no se molesta en aclararle que realmente está loca.
Y eso es solo porque la ama pero bueno.
-Yo sé que es estúpido enamorarte de forma tan rápida- habla con suavidad el azabache, quien posa su mano rápidamente en el brazo de Anna, quien trataba de irse después de aquel acto- Pero...¿qué es lo que puedo hacer si me siento así? Voy a morir, y me enamoré de ti.
Anna niega con delicadeza, y su sonrisita dulce aparece cariñosa, haciendo que el pecho de Ray se oprima con dolor.
Y sabe que aquella expresión será lo más difícil de ver cuando sus ojos se cierren por siempre.
Es amargo y dulce, lo siente en el pecho y en su sangre fluir, es agobiante; doloroso.
Anna acaricia su pálida mano, se agacha para poder estar a la altura del rostro ajeno que se ve más delgado, retira con sus dedos delicadamente el mechón negro que cubre su ojos y Ray llora.
Sus lágrimas caen con tanta facilidad, que le preocupa, porque bueno...para ella Ray no es de llorar, y aún así quiere apresarlo con sus brazos.
-Está bien Ray- lo consuela de forma dulce, secando sus lágrimas- Yo me quedaré a tu lado- afirma sin pizca de temor, con sinceridad impregnada en sus iris cielo y su corazón palpitando con mesura.
Ray con suavidad levanta la comisura de sus labios, y asiente mientras se aferra a ella.
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-Gilda ¿acaso no irás a descansar?- interroga amablemente James, quien ordena sus papeles y le sonríe amable a la enfermera de lentes, quien bosteza y cubre sus labios suavemente.
-Sí doctor James, es solo que...usted conoce el estado actual de Emma Bell ¿seguirá aquí?- James la observa por un momento, asiente con su sonrisa tierna, y eso a la enfermera le recuerda mucho al joven de la habitación 101, cuando viaja a su mundo. Rápidamente olvida ello, no le interesa y una sonrisa surca su rostro de forma sutil.
-Son buenas para los padres de Emma Bell y ella misma- alega la enfermera, tomando con sus finos dedos la perilla de la puerta.
-Claro- mientes James, despidiéndose de la peliverde con una leve reverencia.
Y bueno, es que francamente James sabe que no todo será positivo para la joven pelirroja. Es muy fácil entrar a un manicomio, lo sabe bien por los años de experiencia que ha trabajado allí, mas hay algo que lo complica todo, y es la costumbre de quedarse y convivir con personas que están de la misma manera que tú.
Allí no debes porqué fingir, y eso James admira tanto.
Un suave suspiro sale de sus labios, el baho se esparce con delicadeza y siente que todo en su vida es falso.
-Peter...lo arruinarás todo si regresas- murmura cansino, pasando sus frías manos por su cabellera nívea, despeinandola.
Ya a ese punto, quiere que todo salga bien.
Tanto como su investigación, como para con su hijo.
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-¿Cuándo será?- la voz suave de Emma rompe el silencio, mientras su frágil cuerpo se acurruca en el pecho de Norman, quien respira con tanta paz que parece confundirla.
-Debe venir alguien, y cuando lo haga tendremos todo resuelto- pronuncia cauto el joven, quien acaricia los cabellos de la niña y calma sus sentidos con la fragancia floral que desprende- Pero debes decirme todo lo que pase aquí.
-¡Claro que lo hago!- alega con entusiasmo ella, quien sonríe radiante y aprieta la mano del albino.
El tan solo le devuelve el gesto, encantado de verla así una vez más.
-Mañana...necesito que hables con Ray ¿podrías hacerlo?- Emma asiente con efusividad, depositando un fugaz beso en los labios de él y levantándose de la cama para así, dirigirse a la ventana y salir.
-Prometo convencer a Ray que nos ayude- afirma antes de irse, mientras que Norman siente sus mejillas arder y su frágil corazón palpita con ímpetu.
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El mañana se asoma, va esparciendo luz con delicadeza y los vagos rayos solares se filtran por la venta.
Las cortinas de color pastel danzan ante la brisa y el petricor aún está impregnado, es un olor que le gusta, le calma.
-Anna...quizás ya no vuelva- hay algo que en su corazón duele, y no son la ganas de vomitar ni el fuerte dolor en aquel órgano por su garrafal falla en su sistema.
Es algo que no ha experimento antes y ahora no sabe si está agradecido por ello, le duele y en demasía.
-Anna Lisse no vino hoy- afirma la peliverde con suavidad, adentrándose a la habitación de forma calmada.
-Largo- es lo único que dice Ray, rencoroso ante ella quien no sabe la razón de su malestar.
Gilda mantiene su expresión neutra, suspira hastiada y se acerca al joven, con su bandeja de comida.
-Debe comer, joven Grace- alega la enfermera, mas todo se complica cuando el azabache lanza todo, asustando a la fémina quien con los ojos abiertos se aleja de él para no ser golpeada con uno que otro objeto.
-¡No quiero ver a nadie!- grita enfadado, haciendo que ella salga y vuelva rápidamente con hombres que lo sujetan fuertemente.
Ray está débil, lo sabe tan bien y aún así forcejea inútilmente, su expresión es rencorosa, sus iris se oscurecen ante la ira que corroe por él.
Y no es que esté molesto con que lo sedan, eso ya no le interesa, sólo está molesto porque Anna parece dejarlo y...
Y eso lo transforma a un niño miedoso que sólo desea dejar de estar solo y siempre abandonado.
Tan similar a cuando quiso suicidarse, y simplemente le desespera.
Ahora cierra sus ojos y-
Y ya no ve los orbes cielo de la niña, ni su mirada compasiva.
Le duele, ahora lo sabe, como también sabe que ella parece no quere verle.
«Y me dejaron...solo otra vez»
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