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Recuerda con facilidad cómo había aparecido allí, cuando al abrir sus ojos, estos sólo se toparon con el techo blanco y ventanas enrejadas.

Era una vista lamentable.

Emma jamás imaginó que pasaría por ello, querer que los días pasen fugazmente y que su corazón marchito se muriera de una vez. Todo era igual, y eso causaba un caos en su mundo.

Se iba a casar, todos los planes para que el gran día llegue estaban listos, el carísimo vestido de novia cortesía de sus padres y la hermosa casa en donde viviría con Oliver, cerca al verde prado de flores, perfumadas con el suave rocío de la lluvia.

Recuerda esa tarde nublada, era la primera que había visto en toda la estación primaveral, la recuerda muy bien porque apartir de ese día, todo fue empeorando.

Los suaves toques en su puerta, las gotas de lluvia cayendo tan frías y tiernas sobre el verde pasto, la brisa gélida y su palpito preocupado, todo en una estela de tiempo.

-Zack...- murmura aliviada- No pensé que vendrías.

-Lo siento, tampoco estaba en mis planes venir aquí, pero necesitaba hablarte.

Emma sonríe con suavidad, aunque le expresión del moreno sea casi fría y cansina.

-¿Es sobre la boda? Pensé que Oliver te ayudaría a...

-Emma, seré directo contigo- la interrumpe, haciendo que ella calle y lo mire con interés- No te cases con Oliver, no lo harás feliz.

Parpadea sutilmente, mientras el frío recorre su piel expuesta y todo en su cabeza parece tan confuso.

-No te entiendo- es lo único que articula, frunciendo el ceño ante tanta calma.

-No pensé que ustedes dos llegarían tan lejos, pero esto lo hago por Oliver y Hana.

-¿Hana? ¿quién es?- pregunta rápidamente, aguantando las ganas de vomitar y desplomarse allí.

-Eso no importa, lo único que necesito que hagas es terminar con los preparativos de tu boda, piensa en Oliver y su felicidad.

«No me quiero casar contigo»
«Me enamoré de alguien más»
«No quiero lastimarte»

Esa tarde, las palabras de Oliver resonaban con fuerza en su cabeza, mientras su mirada verde fija al cristal de su ventana la ahogaba en melancolía y recuerdos de dulces momentos que...

Que fueron destrozados vilmente, junto a su frágil sonrisa.

-El cielo llora...- murmura, sumida en el ambedo, sonriendo vagamente y con dolor en el pecho.

Los días transcurren, y detestaba que sus padres sean irritantemente amables con ella al visitarla y llevar comida que siempre termina vomitando.
Solo necesitaba verlo a él, quería buscarlo y rogarle como esa tarde, cuando soltó aquellas palabras con tristeza y lamentable sinceridad.

«No quiero lastimarte»

Emma ríe ante ello, ante la mísera verdad y mentira que se forma con solo esa frase. Estaba obsesionada con verlo, buscar dónde vivía después de dejarla. Incluso si solo la utilizaba, si no tenían nada formal, necesitaba tenerlo cerca.

-Emma- la vocesilla de Carol, dulce y comprensiva, aturde el silencio de su habitación- Hermana, ya no lo busques más, esto te está lastimando- pide con sutileza, abrazándola y lloriqueando en su hombro.

-No puedo- es lo único que dice, haciendo que la pequeña pelirroja se ponga delante de ella, con los ojitos inflamados.

-Hermana, por favor, ya déjalo...

Una bofetada suena, mientras Emma con las manos temblorosas acarician el rostro de la menor, suplicando que la perdone y besando sus manos, mientras su respiración se altera y...

Y así pasa un mes, dos meses, tres y cuatro sin salir de su habitación, hasta que siente como dos hombres se adentran, uno la sostiene con cuidado y el otro aplica la jeringa que llevaba en la mano.

Sus ojos se abren, está recostada viendo las ventanas enrejadas y el cielo opaco de la tarde, escuchando las palabras del doctor hacía sus padres.

-Depresión...es lo más común últimamente en personas de su edad.

Cierra y abre los ojos nuevamente, los días pasan y quiere caminar, mientras la señorita de cabellos verdes la acompaña con sonrisa sutil.
Quiere delirar, quiere gritar y quiere también llamar a Oliver, aunque bueno...jamás podría si quiera tomar un teléfono de aquel manicomio.
Oh, claro que sabía que estaba en Marystela, apenas despertar y escuchar al doctor lo supo, y sinceramente cree que eso será lo mejor, aunque nunca salga de allí.

-Quiero ver a la persona que toca el piano- dice sin más, aunque Gilda enarque una ceja y niegue con suavidad.

-Aquí nadie toca el piano, hay un piano, es verdad, pero nadie sabe tocarlo.

-Quiero tocarlo- afirma con sonrisa vaga, retirándose de allí y dejando a la enfermera continuar su lectura.

Camina hacía aquella sala blanca, iluminada por la suave luz de luna que se infiltra por el cristal y regala un aire nostálgico a la jovencita.
Las teclas causan ruidos sin sentido, mientras recuerdos agrios invaden su frágil mente, realmente estaba loca y eso la asustaba.

-No lo hagas así- escucha una voz casi temerosa, voltea su rostro y apenas logra observar una sombra en la puerta principal- Debes ser delicada con el instrumento, el piano no te hizo nada.

-Es raro que le pidas eso a un loco, ven, seguro tú eres el que estaba tocando.

-Pero si voy...no te gustará mi compañía.

Emma ríe ante sus palabras, parándose con suavidad para así acercarse al joven de voz miedosa.

-Entonces yo me puedo acercar a ti ¿verdad?- alega con amabilidad, hasta estar cara a cara con el chico de cabellos blancos y rostro pálido.
Ella sonríe y toma su mano, jalando de ésta.

-A diferencia mía, tú sí sabes tocar el piano ¿me ayudas?

-Estás triste- dice con sonrisita calmada, mientras toma su rostro con delicadeza- Mmm...sí, estabas llorando ¿por qué?

Emma calla unos segundos, tratando de no responder de forma estúpida...hasta que recuerda que está loca y le vale muy poco lo que argumente.

-Estoy loca, además de tener depresión ¿por qué más lloraría?

-Por la causa de aquello, y qué si estás loca ¿vale la pena ser normal?

Emma ríe nuevamente, mientras el joven acaricia sus cabellos y juega con la pequeña antena que lleva en su cabeza.

-Soy Emma Bell ¿y tú?

-Soy solo Norman.

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-Señora Grace...un gusto verla- saluda James con amabilidad, mientras la mujer de fino porte asiente con delicadeza, tomando asiento.

-¿Dónde está Ray?- es lo primero que dice, mientras su pecho parece apresarse con pena.

-Bueno...justo me preocupaba esa reacción- alega el albino, mirando seriamente a la mujer- Yo expliqué que usted podría ver a su hijo si él lo aceptaba.

-Sí, sé muy bien esa condición, pero soy su madre.

-Omitiendo la primera pregunta que hizo, deseo responder la que no ha hecho...¿cómo está Ray?- el de cabellera blanca se levanta de su asiento, cogiendo papeles colocados perfectamente sobre su escritorio.
Posa su mirada azul en la mujer de porte ahora firme, regalando una sonrisa amable.

-Lamento si soné grosero, pero pensé que sería lo primero que preguntaría.

-Lo sé, pero realmente deseo ver a mi hijo.

-Bueno, aún no sabemos qué es lo que le pasa a Ray- miente de manera creíble- necesitamos más tiempo para ello, señora Grace.

-Mi esposo aún no puede creer por qué Ray hizo esto, le dimos todo desde pequeño y aún así...

-Aún así, parece que Ray no era feliz.

Isabella siente que su respiración se detiene, mientras cubre su rostro con ambas manos y sus lágrimas caen con sencillez.

-Lo siento...- solloza, recordando a Leslie y su triste carita pálida- Pensé que hacía lo correcto educándolo.

-No se lamente, los humanos muchas veces somos incapaces de entendernos, y algo más...Ray lo tuvo todo y a la vez, sintió que ello era vacío.

-¿Cuándo veré a mi hijo?-

James suspira cansado, mientras observa la ventana con sutileza, él no estaba allí.

-Necesitamos comprender la felicidad, señora Grace.

Suaves toques rompen el silencio de aquella oficina, junto a la delica y audible sonata del piano.

-Puede pasar, Anne Lise- afirma el doctor, mientras la jovencita de ojos cielo se adentra, topándose con la mirada amatista de la azabache.

-Ray Grace no vendrá, él no quiere verla...disculpe.

Isabella se levanta de pronto, una melodía la aturde y su respiración es intranquila, como las olas en medio de un fuerte huracán. Con pequeñas lágrimas siempre adornando su rostro.

-¡Ray!- lo llama, mientras Anna observa con pena a la mujer.

-¡No quiero hablar con una mujer que le interesa más el qué diran que a su propio hijo!- exclama desde la otra sala, Isabella sonríe levemente y la rubia tan solo suspira.

-Señora Grace, Ray está bien, pero le hará daño verla- alega dulcemente, haciendo que la mujer asienta con el corazón partido.

-Ray...mamá te ama.

-¿Ya se fue?- pregunta suavemente, a la vez que la rubia toma asiento a su lado y forma una leve sonrisa.

-Tu madre...

-Mi madre es una mujer ejemplar, pero...en su forma de amar se equivocó tanto- admite con sencillez, mientras la de ojitos cielo acomoda sus mechones ébano y lo mira meticulosamente.

-Mmm...tus ojos, se parecen un poco a los de ella, son lindos- halaga con dulzura, mientras los finos labios de Ray parecen curvarse.

Y bueno...sonreír no es lo suyo y parece una gran mueca, pero Anna parece disfrutar de ello.

La mirada verde brilla con cariño, mientras la imagen tierna del azabache sonriendo junto a un ángel rubio.

-Ray...está enamorado de alguien muy distinto a él- murmura con gracia- No es necesario decírselo a Norman.

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¡Muchas gracias por leer, los quiero mucho!🌜🌻

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