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Habían pasado dos semanas desde su última cita. Ken quiso invitarlo antes a la playa, pero lamentablemente, al parecer sus profesores se habían puesto de acuerdo para llenar a ambos chiquillos de trabajos, por lo que no tuvieron tiempo.

De todas formas, sin importar aquello, el rubio se las ingenió para pasar la mayor parte de su tiempo con el chico de cabellos rojos. Estaba contento porque Allan se volvió rápidamente amigo de sus amigas, y se sentía bonito ver eso.

De vez en cuando Ken coqueteaba bobamente con el, y es que no podía resistirse. Allan sólo se sonrojaba y reía tapando su rostro.

Justo el día anterior a ese tuvieron un momento íntimo, distinto a cualquier otro. Allan le estaba explicando un ejercicio de matemáticas cuando Ken no pudo evitarlo y su cabeza se desconectó totalmente de los números y multiplicaciones confusas y se quedó observándolo fijamente, casi que con corazones en los ojos.

De un momento a otro, su vista bajó a los labios del pelirrojo y fue ahí cuando éste lo notó.

Fueron pequeños segundos de contacto visual, pero los mejores sin duda. La repentina tensión fue percibida por ambos y lo único que Ken quería era besarlo.

Pero se contuvo, diciéndose que no era el lugar adecuado, no en la biblioteca de la escuela con la señora esa que lo callaba a cada rato. Maldita bibliotecaria.

Aunque no tenía miedo de parecer atrevido, pues creía haber dejado claro con sus acciones que Allan le gustaba, sólo que no lo decía en palabras.

— ¡Ya tengo todo! — anunció Allan, saliendo del baño que quedaba dentro de su habitación.

El rubio lo esperaba paciente sentado en el borde de la cama, observando las adorables decoraciones en las paredes junto a algunos dibujos.

Una vez salieron de Mattel, fueron a casa del pelirrojo  para que éste pudiese buscar su outfit para la playa, toalla, entre otras cosas necesarias.

Ken había guardado sus propias pertenencias el día anterior, por lo que no fue necesario desviarse a su hogar.

— ¿Tú haces los dibujos? — preguntó, fijo en un papel de acuarela que tenía pintado una terraza lluviosa con un gato parado en la baranda.

— Sí... No son muy bonitos, pero mamá dice que debo lucir lo que hago — jugó con sus manos, le avergonzaba que vieran sus trabajos.

— ¡¿Qué dices?! ¡Están preciosos! — soltó sincero, era impresionante el realismo que lograba.

— Gracias, Ken —sonrió y guardó el bloqueador en su bolso—. ¿Vamos?

—Vamos.



— ¡Aquí es! — habló animoso, habían llegado a una de las playas más bonitas en Barbieland y para su suerte, el lugar estaba casi vacío.

Se acomodaron colocando las toallas y las sombrillas sobre la arena. Allan traía bermudas azules y una camisa de colores a medio abotonar, mientras Ken traía puestas bermudas rojas y una camisa celeste sin abotonar, dejando así al descubierto su esculpido torso.

Allan untó la crema protectora por sus brazos, piernas y rostro, todo bajo la atenta mirada del  chico a su lado.

— ¿Quieres? — ofreció y el asintió.

Una vez estaban con el bloqueador listo, se recostaron en la tela bajo sus cuerpos.

Allan estaba acostado boca arriba, con los ojos cerrados y las manos a sus costados. Ken estaba acostado de lado, observando al pelirrojo disimuladamente.

Era una obra de arte, uno de esos poemas cortitos de máximo cuatro líneas, pero que aún así lograban mucho con sus pocas letras. Tan profundo y sensible.

Sus suspiros lo delataron, pues Allan volteó ligeramente hacia el, con media sonrisa.

El rubio se sonrojó, desviando la mirada.

— Ken.

— ¿Si?

— Gracias por traerme aquí — pensó en sus siguientes palabras — Y por... por unirme a tu grupo, hablarme y... no sé, no tenías la obligación y aún así me uniste y sin ti mi estadía en Barbieland no sería la misma.

Ken sonreía, oyéndolo atento. Tan enamorado estaba de aquel dulce chico.

— Allan, en serio no tienes que agradecerme. Me llamaste la atención desde la primera vez cuando tenías a Ditto sobre ti — rió — Sabía que quería acercarme, antes de que si quiera llegaras a Mattel, en serio.

¿Eso era como una confesión? Más o menos, pero para Ken estaba bien por ahora.

A las seis de la tarde, luego de comer unas frutas que había llevado Allan y las sodas de Ken, decidieron que era un buen momento para meterse al agua.

La marea estaba tranquila, habían unas pocas gaviotas al rededor y el resto de personas abandonaron la playa una media hora antes.

— Sabes nadar, ¿no? — le preguntó el rubio, ofreciéndole una mano para que se le hiciera más fácil levantarse.

— Síp, me enseñó mi papá hace muchos años, sólo que me da algo de miedo el mar. Es decir, la playa es hermosa, pero soy más de admirarla desde la arena, sin acercarme tanto.

— ¿Entonces estás seguro que quieres ir? Podemos quedarnos aquí, sabes que no tengo problema.

— No, no. Puedo intentarlo — hizo un ruido de afirmación y se deshizo de la camisa que tapaba su torso.

Caminaron hasta la orilla, descalzos. Allan se quedó un poco más lejos, cuestionándose si era una buena idea.

— Vamos, dame la mano — dijo Ken, notando su inseguridad — Conmigo estás a salvo, un verano fui salvavidas — contó orgulloso, estirando su muñeca para alcanzar la de Allan.

— ¿En serio? Eso es genial.

— Sí, bueno, en verdad lo hice porque perdí una apuesta con Issa, pero igual aprendí mucho.

Le charlaba con calma, intentando que se le olvidara un poco su rechazo a las aguas. Entendía que el mundo marino no era para todos.

— ¿Cómo qué? Yo no sabría qué hacer si veo a alguien ahogándose — le dio un escalofrío, imaginándose la terrible situación que esperaba jamás vivir.

— Lo primero... — por fin lo acercó a el, envolviendo su mano al rededor de la de Allan— Hay que mantener la calma. Relájate, relaja tu cuerpo — hablaba con una sonrisa enorme, pues estar así con Allan era uno de sus sueños desde que la conoció — Piensa en algo que te guste.

A los ojos de Allan, Ken brillaba con esa sonrisa, por lo que se concentró en sus labios, dientes, mejillas. Todo menos la sensación que sus pies estaban experimentando al hacer contacto con el agua llena de sal y piedritas.

El rubio quiso gritar al notar donde se dirigían los lindos ojos del pelirrojo. ¡No podía hacer eso, ahora el era quien estaba de todo menos tranquilo!

— Tu sonrisa, tu sonrisa me calma — susurró Allan, sin apartar su mirada — Así que vuelve a sonreír, por favor.

¡Pum!

¿Oyeron eso? Eso fue el corazón de Ken saliendo de su pecho.

Estaba atontado, sonrió porque se lo pidieron, pero Ken solo quería saltar a la boca del pelirrojo frente suyo y besarlo.

— Ahora, sigue mis pasos — pidió mientras se movía lentamente más a lo profundo del mar.

Kenneth se había acercado más a el, desconcentrándolo tanto que ni notó que ya la mitad de sus rodillas estaban bajo el agua.

— Y por último... — cerró los ojos, suspiró, se aclaró la garganta y...— ¡Bu! — gritó, asustando a Allan, quien luego de pegar un gritito lo miró con un puchero en los labios.

— Keeeeeeennnnn~ —reclamó, frunciendo las cejas levemente, aún con su pucherito. Hermoso—  Que malo eres.

— Pero mira, ya estás dentro del mar y ni lo notaste.

La boca de Allan se cerró, impresionado.

— ¡Tienes razón! ¡Eres increíble! — se abalanzó un poco sobre el rubio, agradecido. No sentía miedo.

Un repentino sonido los hizo voltear al frente. Un conjunto de pájaros volaban en sincronía, formando una hermosa "V" al revés. El sol se sumergía lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados. Una vista maravillosa si le sumabas el agradable sonido de la brisa marina.

— Ken, ¿alguna vez has visto algo tan hermoso como esto? — preguntó Allan, sus ojos reflejaban los colores del cielo.

Era un atardecer mágico, un momento que sentían que estaba destinado solo para ellos. Sus manos unidas y sus corazones latiendo al unísono aumentaron la agradable tarde.

Ken sonrió, disfrutando el suave viento en su rostro.

— Creo que sí... — se volteó hacia Allan, su mirada llena de ternura y amor.

— ¿Qué cosa? — cuestionó iluso, esperando que le comentara de algún otro paisaje que alguna vez haya presenciado.

— ¿Recuerdas cuando nos vimos en esa plaza? — el asintió — Pues tus ojos no tienen competencia, Al — la sonrisa subió a sus ojos, sus palabras fueron tan sinceras que ni se le pasó por la cabeza las probables burlas que recibiría de Issa si alguna vez se enteraba de lo que dijo, tachándolo de ser un cursi de mierda -que sí era-.

Los latidos del corazón de Allan aumentaron con fuerza.

El sonido de las olas y el suave susurro del viento creaban una sinfonía perfecta de fondo para su momento especial.

Allan quería besarlo.

Kenneth Carson era todo lo que le gustaba, y no de manera amistosa. Ken, en menos de un mes, había logrado que sus sentidos se alteraran y le recorrieran nuevas sensaciones de amor con sus lindas palabras y actos cordiales.

Ken se ganó el corazón de Allan por ser el chico más dulce que alguna vez conoció.

El no sabía mucho del tema del amor, de enamorarse, pero sentía que era una aventura que quería vivir, que estaba listo. Más si se trataba de ese rubio de ojos azules.

— Quiero besarte.

— Quiero besarte.

Dijeron la frase al unísono, fue sin querer y ambos rieron de felicidad.

— Puedes besarme entonces, Keny — susurró, tímido y con su ya conocido color rosa en las mejillas.

Ken mordió su labio, evitando desmayarse de terneza. ¡Allan quería besarlo, Dios mío!

El primer beso entre ellos estaba a punto de ocurrir, y el mundo parecía detenerse para darles su espacio.

Lentamente, se inclinaron una hacia el otro, sus labios casi rozándose.

Y entonces, finalmente, sus belfos se encontraron en un beso que fue más que un simple roce de labios. Fue un beso cargado de ternura, un beso que selló su romance que recién partía.

Las olas seguían rompiendo en la orilla, testigos mudos de su amor. El mundo seguía girando, pero para Allan y Ken, ese momento en la playa era el único que importaba.

El beso se prolongó, y el tiempo pareció detenerse. Sus labios se movían con suavidad y pasión, como si estuvieran explorando un nuevo universo lleno de emociones y sensaciones.

Cuando finalmente se separaron, sus ojos se encontraron una vez más. El mundo cobró vida de nuevo a su alrededor.

— Allan —susurró Ken, su voz dulce y llena de emoción — Me gustas mucho, tanto que no hay minuto en el día que no te piense.

El pelirrojo sintió un nudo en la garganta mientras las palabras del rubio llenaban su corazón.

— A mí también me gustas — susurró con voz temblorosa.

Ken sonrió, sus ojos brillando con felicidad.

Se sonrieron, compartiendo el calor de su amor en medio de la brisa fresca del océano.

Experimentaron unos cómodos segundos de silencio que Allan, repentinamente, rompió. Soltó sus manos y se agachó para tirarle agua, riendo travieso.

Ken lo miró incrédulo, con la boca abierta.

Comenzaron a molestarse, Allan corriendo entre gritos del chico rubio, quien amenazaba con tumbarlo al agua.

La tarde los acompañó en esa nueva etapa de su vida, donde por fin Ken estaba con el rojito que tanto le había gustado desde el primer día.



Sentados sobre sus piernas, arriba de la toalla de Pokémon de Ken, conversaban de cosas al azar con sus cabellos mojados y comiendo sandía.

— Oye... hay algo que no te he dicho.

El rubio tragó el pedazo de fruta.

— ¿Qué? — preguntó, limpiando sus comisuras.

Ya se había oscurecido un poco, aunque el sol todavía no desaparecía por completo.

— Rompí la promesa, sí leí tus tweets.

—¡No, Allan! — tapó sus mejillas con vergüenza, queriendo desaparecer.

El pelirrojo rió con diversión, acercándose para plantarle un beso en la nariz.

Ken seguía escondida tras sus manos.

— ¡Issa es una tarada! ¡¿Ahora te parezco un bicho raro, no?! ¡Dios mío! — lloriqueó falsamente, sin querer hacer contacto visual — ¡Te juro que solo fueron unos segundos!

Las carcajadas de Allan aumentaron, negando con la cabeza.

— Keny, tranquilo — sacó las extremidades de su rostro, observándolo con cariño, Ken lo miró apenado — Lo encontré muy dulce — sonrió, con ganas de otro besito.

—¡¿Hablas en serio?! — se lanzó contra el cuerpo del pecoso, abrazándolo fuertemente.

La espalda del pelirrojo tocó la arena, y el puchero en sus labios lo derritió.

— Por supuesto — jugó con el cabello de Ken — Eres adorable.

Kenneth no se contuvo, atacando sus labios inevitablemente.

Dejó piquitos por todo su rostro antes de refunfuñar por el molesto sonido de una notificación en su celular.

— ¿Quién interrumpe ahora? — ayudó a Allan a levantarse y encendió el aparato —. ¡Obvio tenía que ser el minion clasista conocido como Issa! — gruñó, notando el etiquetado.

Allan rió, acercándose para hundir su cabeza en el cuello de Ken y abrazarlo por la cintura mientras este desbloqueaba el móvil.

— Ella me da miedo, Al...

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