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La campana hace que Ken se levante con velocidad luz de su asiento.
—¡Iré a buscaro! ¡Espérenme donde siempre!
Issa negó con la cabeza, sacando su celular y haciendo un gesto de que llamaría al 911, Barbie vio a Ken volar por la puerta y Kate se acercó a su novia plantándole un beso en la cabeza mientras negaba.
Ninguna estaba muy segura de lo que haría Kenneth.
Hablando del loquito que muestra las pompis, este ya estaba en la entrada del salón de Allan, buscándolo con la mirada.
No quería parecer intenso, aunque supuso que no quedaría de aquella manera porque solo estaba intentando integrarlo como le dijo que haría por mensaje.
Allan guardaba sus libros en su mochila, sin prisa. Le provocaba temor salir del aula porque pensaba que iba a estar solo en alguna esquina y le mirarían raro. Odiaba ser nuevo.
— ¡Al! —medio gritó el rubio, aún asomado. El nombrado volteó y sonrió notando su presencia.
¿Podía ser más dulce aquel chico?
— Ken, hola... — tomó la correa de su mochila para luego colgarla en su lugar y acercarse al rubio.
— Hola... — Ken sonreía como idiota, sus ojos no se despegaban del pelirrojo y parecía estar ido en ese momento. Allan era tan bello que su mundo se pintaba inmediatamente de colores suaves cuando lo veía — ¿Quieres venir conmigo? Podría presentarte a mis amigas — ofreció, saliendo de su trance al notar las mejillas del pecoso arder y bajar la mirada.
¡Dios santo, Jesús, María Belen!
Kenneth no creía que fuera posible estar frente a un chico que parecía la estrella más brillante de la galaxia. Pocas veces lo vio con ese suave color en sus mejillas, pero definitivamente estaba hecho para el.
— Sí, muchas gracias. Me encantaría eso.
Ambos se volvieron a sonreír, Ken creyendo que iba a morir ahí mismo y Allan pensando internamente que el rubio era la definición de amabilidad.
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