LUNA LLENA
Aquella noche volvió a ocurrir. Todos los caminos conducían a la misma casa. ¿Por qué colmillos siempre acababa allí?
Mi hermana Elizabeth me había prohibido terminantemente entrar en aquella casa. ¿Quién se había creído ella para prohibirme algo? Si habitaba algún peligro, yo podría con él.
Decidí pasar de largo. No quería escuchar de nuevo el sermón de mi hermanita. Llegué a mi morada. No era ningún castillo en ruinas ni nada por el estilo. Era un pequeño apartamento en un edificio situado en la periferia.
— ¿Se puede saber dónde has estado? ¡Prometiste estar en casa antes del amanecer! ¡Poco más y te desintegras con el sol! — me gritó nada más entrar.
— No estoy mentalmente preparado para tus discursos sobre la puntualidad y el toque de queda, Elizabeth.
Se me quedó mirando durante un instante, como decidiendo si proseguir con su charla. Apartó la mirada. Sus ojos, de un negro azabache, se mantuvieron fijos en el suelo. Entonces, habló.
— Sabes que me preocupo por ti, Vlad. No quiero que esos mortales que dicen tener corazón te hagan daño.
Lo sabía perfectamente. Y ese era el problema. No quería que Elizabeth se sintiera así.
— Lo sé —. Extendí los brazos y la estreché entre ellos, tratando de calmarla —. Lo sé.
Una semana después de aquello, me atreví a deambular solo bajo el cielo nocturno. De pronto, escuché un grito desgarrador que pedía ayuda.
"No vayas", pensé, "no te necesitan". La voz suplicaba auxilio sin cesar. "Supongo que no pasará nada si echo un vistazo".
A medida que me acercaba corriendo (no todos los vampiros nos convertimos en murciélago), un pensamiento asaltó mi mente. "Yo recuerdo este camino". Y como si los hechos se adelantaran a mi conciencia, allí estaba. La maldita casa.
Un hombre tiraba del bolso de una mujer mientras esta forcejeaba. Un robo. ¿Por qué los mortales se empeñaban en hacerse daño entre ellos?
Vacilaba entre si debía intervenir o quedarme quieto. Estaba claro que tenía ventaja sobre aquel humano, pero me daban náuseas solo de pensar en ayudar a una no muerta. Finalmente, opté por paralizar a ambos. Algo era mejor que nada.
En menos de lo que desintegra el sol, me puse en medio de aquellos dos mortales. Clavé mis ojos, que se iban tornando de un rojo sangriento, en los del ladrón, que se quedó quieto al momento. Giré la cabeza con la intención de dirigir mi mirada a la víctima, pero esta interrumpió el ritual con una sola palabra.
— ¡Gracias!
Mis ojos volvieron a su color original. No supe cómo reaccionar. ¿Qué se suponía que debía responder a aquella palabra que había roto mi conjuro?
Ella tomó el bolso y lo abrazó fuertemente con sus brazos.
— Me has salvado, de verdad. ¿Cómo podría agradecértelo?
Su aguda voz me ponía de los nervios.
— Deberías andar con más cuidado la próxima vez — logré decir —. Los humanos sois seres peligrosos.
— ¿Los humanos? ¿Acaso eres un extraterrestre? — Su risa me sacaba todavía más de quicio.
La imagen de Elizabeth, enfadada y de brazos cruzados, vino a mi mente. En unas pocas horas, la aurora anunciaría la llegada del sol.
— Debo irme — confesé, mientras me daba la vuelta.
— Espera, no te vayas todavía. Te debo una. ¿Qué te parece si quedamos mañana y pasamos toda la tarde en el parque? — preguntó.
No pude evitar volverme para mirarla una vez más antes de marcharme. Deslizaba sus gráciles dedos por su cabello castaño.
— Lo siento. No puedo salir por el día. — Mis propias palabras me sorprendieron. "¿Qué colmillos sentía?"
— Bueno, en ese caso, podríamos quedar por la noche. Mientras esté contigo estaré segura, ¿no?
En ese momento, la imagen de Elizabeth se hizo más clara, más nítida. Era cierto. Quienquiera que estuviera conmigo, estaría a salvo.
— Está bien. Mañana a medianoche nos vemos en el parque — sentencié.
— ¡Genial! Por cierto, me llamo Vanessa.
— Vlad.
Entonces sí. Me di la vuelta y me prometí a mí mismo no volver la mirada. No caer en la tentación de contemplar sus cabellos de color madera.
Me preparé para girar el pomo de la puerta. Conocía bien la figura demoníaca que estaba aguardando por mí al otro lado. Pero no pensaba escucharla. Yo era un vampiro. Una criatura poderosa descendiente de un conde inmortal. No me iba a amedrentar la voz de mi hermanita. Abrí la puerta.
— ¡Vlad Stoker! ¿Qué horas son estas de llegar a casa? ¡¿Tú sabes lo preocupada que me tenías?! Hace menos de una semana te advertí que no volvieras tan tarde. ¡¿Has perdido audición con el paso de los siglos?!
— Elizabeth, por el sabor de la sangre, no tengo ganas de escuchar tus proverbios de madre otra vez — le rogué.
— Algún día agradecerás los consejos de tu hermana, Vlad.
Ignoré por completo sus palabras y me dirigí a mi habitación. No tenía sueño pero, aun así, me acosté en mi ataúd.
No dejaba de pensar en aquella muchacha. Me había dicho que se llamaba Vanessa. Por algún motivo, ese nombre hacía despertar demonios en mi interior. "Jamás sentiré nada hacia una humana", me juré a mí mismo, "ni siquiera el más mínimo interés".
Después de varias horas preguntándome por qué no la había paralizado en ese preciso momento, mis párpados se cerraron. Las pesadillas emanaban de mi mente inconsciente.
A las once y media de la noche, abandoné mi hogar a hurtadillas, intentando hacer el menor ruido posible que pudiera alertar al sensible oído de Elizabeth.
Estaba satisfecho de lo que estaba a punto de hacer. Burlar las rigurosas leyes de mi hermana y estar en compañía de una viva. Le demostraría de una vez por todas de lo que era capaz Vlad Stoker.
Había llegado al lugar unos minutos antes de las doce. Ella todavía no había llegado. Entonces, cuando iba a criticar la impuntualidad de los mortales, distinguí su silueta al son de las campanadas.
— Buenas noches — me saludó.
Yo me limité a hacer ademán de saludo con la mano. Se había pintado los labios de rojo. Un rojo tan intenso como la sangre. Se me hizo la boca agua.
— ¡He traído algo para ti! En agradecimiento por rescatar mi querido bolso — dijo mientras ponía en mis manos lo que parecía ser una cuerda que sostenía una media luna. El tacto de su piel me obligó a tragar saliva —. Es un collar. Yo tengo uno idéntico —. En ese instante, metió la mano entre sus senos para sacar una copia exacta del objeto que me había entregado.
— Gracias. — Fue la única palabra que pronunciaron mis titubeantes labios.
— He de serte sincera. Esta quedada de agradecimiento no es la única razón por la que te he hecho venir, de hecho, es una mera excusa. La verdad es que... hay algo en ti que me atrae.
"Los colmillos, la palidez, mis largas uñas, aquellos ojos rojizos con los que te miré por vez primera", pensé.
— Algo me dice que eres especial. Quizás se trate del hecho de que fuiste mi héroe la noche pasada. No lo sé. Solo quiero preguntarte algo. ¿Tú sientes lo mismo que yo? — me preguntó con sus ojos de un verde claro puestos en mí.
— Verás, yo... — quería contestar a su pregunta, resolver sus dudas, confesarle que yo no tengo un corazón que sienta, mas fue en vano, no logré articular palabra alguna.
Ella llevó su mano a mi mejilla. Me dividía entre apartarla de forma violenta o clavar mis colmillos en la superficie de su cuello y poseerla en aquel mismo segundo.
— Lo único que quiero saber es si tú también sientes la necesidad de abrazarme y no soltarme en toda la eternidad, Vlad. Si tus ojos pueden permanecer durante siglos clavados en los míos y, aun así, no cansarse nunca.
"Sí, por Caín, sí. Mi único deseo es acariciar tu cuerpo con ambas manos mientras tu sangre se convierte en mía. Intentar paralizarte y que tú detengas a mis negros ojos en su pretensión de volverse rojos".
— No tengo un corazón que se digne a responder a tu incertidumbre — resolví.
— Entiendo. En ese caso, permite responder al mío.
Vanessa rodeó con sus brazos mi blanco cuello. De puntillas (la superaba en altura), se inclinó hacia mí. No supe cómo actuar cuando sus labios entraron en contacto con los míos. Podía percibir el tacto de su lengua rozando mis afilados colmillos. No pude resistirme. Cerré mis ojos y le devolví el apasionado beso. Elizabeth aparecía y desaparecía de mis pensamientos de manera intermitente. Solo existía una imagen permanente en mi cabeza. Vanessa.
Tras lo que a mí me pareció un breve segundo en comparación con los infinitos siglos que había vivido, dejé de sentir sus labios. Sus manos abandonaron el lugar donde tan cálidamente se habían instalado. Abrí mis párpados.
— Es hora de que me vaya — declaró —. ¡Nos vemos!
— ¿Cuándo? — me obligaron a preguntar mis instintos.
— En la próxima luna llena. La noche en la que tú y yo finalmente seremos uno — dijo, llevándose la mano al collar que colgaba de su cuello.
En cuanto se despidió, me quedé observando cómo desaparecía su silueta. Una vez se hubo disipado por completo, abandoné aquel mágico parque.
Los diversos caminos no me traicionaron esta vez y puede llegar a mi vivienda sin pasar por aquella maldita casa.
Como no llegaba tan tarde, Elizabeth no me esperaba despierta. "Gracias a Caín", me dije a mí mismo en un susurro, "hoy estoy de suerte".
Pero nunca pensé que la soledad que me inundaba al pensar en ella dolería más que la que me había acompañado desde que tenía recuerdo y que solo mi hermana podía disipar.
En ningún momento me olvidé de llevar el collar de luna encima para recordar sus últimas palabras, «en la próxima luna llena. La noche en la que tú y yo finalmente seremos uno». Sin embargo, evitaba llevarlo colgado del cuello para que no estuviera a la vista de Elizabeth. Por muy poderoso e inmortal que fuera, sabía que si lo descubriese acabaría conmigo.
No quise salir más. Me reservaba para aquella ocasión. Estaba decidido a volver a besarla. A sentirla, aun sin corazón. Esto, por supuesto, le extrañó bastante a mi hermana. Pero no me importaba lo más mínimo.
Al fin había llegado la tan esperada fecha. No me había preparado de ninguna manera especial con el fin de no levantar las sospechas de Elizabeth.
Salí de mi apartamento. Caminé hasta el parque donde nos habíamos visto la última vez. No fue preciso esperar ni un solo minuto. Allí estaba. De espaldas. Su melena larga y castaña bailaba cada vez que movía su cabeza.
— ¡Vanessa! — la llamé.
Giró su cabeza. Sonrió.
— ¡Vlad!
No pude evitar el impulso de correr y abrazarla.
— ¿Me has echado de menos? — me susurró al oído.
— Desde la primera vez que abrí los ojos.
Nos besamos como si fuésemos un par de adolescentes idiotas que creen que van a morir el día de mañana.
— ¿Prefieres que vayamos a mi casa? — sugirió ella.
— Mejor, porque en la mía está mi hermana Elizabeth.
Sin más demora nos dirigimos a la morada de Vanessa. Me picaba la curiosidad por entrar en la habitación de una mortal. O quizás se debía al hecho de que era su habitación. La habitación de Vanessa.
Después de deambular calle tras calle, me paralizó ver su casa. Era esa. La que me llevaba persiguiendo desde el primer día en que me la crucé. "Debe de ser una simple casualidad".
Sacó las llaves de debajo del felpudo. La puerta cedió al entrar en contacto con ellas. Estábamos dentro.
La seguí por las escaleras hasta que se detuvo en seco en frente de una puerta. La abrió. No había vuelta atrás.
Retozamos en su cama de terciopelo como animales en celo. Pasamos cada minuto de la noche juntos. "Elizabeth me va a matar".
Con la entrada del alba y con profundo agotamiento, nos abrazamos el uno al otro y nos quedamos dormidos.
Desperté apenas unas horas más tarde. Vanessa no se encontraba a mi lado. Y en lugar de una cama, estaba acostado sobre el frío suelo. No comprendía nada. Sentí una fuerte incomodidad, una molestia que me escocía.
Tardé un instante en orientarme. Estaba en una sala rodeada de lámparas, crucifijos y montones de ajos. Estaba repleta de todo cuanto podía acabar con un vampiro como yo. No entendía nada. De pronto, una voz me hizo salir de mi estado de confusión.
— Vaya, vaya, vaya. ¡Mira quién se ha despertado!
Se trataba de Vanessa.
— ¿Qué está pasando? ¿Qué hago aquí? — Sentía náuseas. Apenas podía respirar, por lo que hablar me costaba horrores.
— ¿Realmente pensaste que una criatura diabólica como tú podía ser amada? La humanidad me agradecerá en un futuro haber extinguido a toda tu especie, a mí y a mi padre.
— ¿Tu padre? — Me resultaba un sufrimiento insoportable el simple hecho de abrir la boca.
En ese momento sonó un teléfono. Lo tomó, airada.
— Papá, me pillas liada. Sí, estoy trabajando. Por cierto, tu idea del collar ha sido brillante, gracias a él hemos localizado también a Elizabeth Stoker.
Me llevé la mano al obsequio del que pendía una luna. Debí de haberlo imaginado. Los mortales hacen daño. Mi hermana tenía razón y por culpa de mi exceso de confianza ella iba a pagar las mismas consecuencias.
Vanessa colgó el teléfono. Entonces, sacó un grueso y afilado palo de madera del bolsillo. Una estaca.
No me quedaban fuerzas para resistirme. El olor a ajo me estaba mareando cada vez más, las luces me cegaban y los crucifijos debilitaban mis poderes. Era un muñeco de trapo. Una marioneta. La abominable criatura que tenía delante se había encargado de mover los hilos.
Se apartó el pelo castaño de la cara y me miró fijamente con sus ojos verdes. Sus palabras resonaron en mi conciencia antes de que esta se durmiera eternamente.
— Por cierto, me llamo Vanessa. Vanessa Helsing.
Nota:
Prejuicios + Confianza + Casa en la que vive alguien que te va a cambiar la vida
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