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—¿La gente del lado de la Luna no le tiene miedo a la gente del lado del Sol?— Samuel preguntó, hasta ese punto se le hacía extraño que dos chicos del otro lado se le habían acercado y presentado como si fuera la cosa más normal del mundo. 

—No— James negó sentado a su lado en el césped, apenas rozando la frontera. —, acá nos enseñan lo importante que es restaurar las fuerzas entre ambos pueblos. Al menos lo hacían dentro de nuestra familia.

—¿Algún día quisieran que las cosas volvieran a ser como lo eran en el pasado?

—Claro. Sería lo más sano. Hace siglos este pueblo no ve el Sol y el tuyo no ve la Luna. Ambos nos perdemos de mucho— James suspiró. Algo lo ponía triste. —. Pero sería difícil que eso sucediera.

—¿Y por qué sería difícil?

—Porque nadie coopera desde hace siglos. Y parece que la poca esperanza que tenía mi pueblo se está desvaneciendo. Mis padres siempre me enseñaron a tener fe en los demás y en la Luna, me enseñaron a creer que algún día ella y el Sol finalmente regresarían a amarse, que las diferencias dejarían de existir y nadie tendría el deseo de gobernar sobre los demás de forma injusta. Y aunque ellos se fueron, me mantengo firme creyendo que algún día el sufrimiento va a acabar. Solo que... últimamente la gente quiere apagar esas ideas.

James se quedó callado. Samuel lo observó, la mirada de aquel chico no podía irradiar otra cosa que no fuera tristeza y eso le dolía. Pero antes de que pudiera intentar consolarlo, James se apresuró a hablar:

—Lamento haber dicho tanto. Generalmente no me permiten hablar de esto, lo siento mucho.

Samuel lo seguía observando. Quería ayudarlo.

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