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Samuel estaba nervioso, mentiría si dijera que no. Steven había llamado a ese castaño y ahora se encontraba dirigiéndose hacia ellos. Lo observó mientras caminaba, no era muy alto, era algo delgado, parecía que le gustaba arreglarse el cabello y, principalmente, tenía unos ojos azules tan claros como el agua. Steven también tenía los ojos azules, pero los de este chico le resultaban inexplicablemente atrayentes.

El chico llegó junto a ellos y se detuvo al lado de su amigo. Samuel lo sabía, era un desconocido para él. Y además, era del pueblo contrario. Seguro pensaba que podía ser alguien malo, pero Samuel estaba listo para demostrarle que no lo era. Fue entonces cuando notó que su mirada reflejaba seriedad, pero al mismo tiempo era una curiosa inocencia. Y, por más linda que fuera su mirada, sabía que sus ojos solo podían mostrar una cosa: tristeza. Y quería saber de dónde provenía.

—Bueno, quería presentarte a un amigo. Como verás, es de...

—Del pueblo del Sol.— El chico completó. Y Samuel lo miró curioso, este chico no lo veía de forma juzgadora, parecía interesado. Pero al mismo tiempo parecía tímido, como si se ocultara tras su amigo.

—Me... me llamo Samuel. Es un placer.— Extendió un poco su mano, preparado mentalmente en caso de que el castaño no aceptara su saludo y tuviera que tragarse su vergüenza. Lo estaba arriesgando todo con ese gesto. Pero fue más su sorpresa que su pena al ver cómo el chico finalmente se acercaba y le daba la mano.

—James. Mucho gusto.

Lindo nombre, quiso decir, como si combinara con tus ojos. Pero se abstuvo de hacer algo así. Sus padres enloquecerían si descubrieran que se había enamorado a primera vista de un chico de la Luna.

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