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No creía lo que sus ojos le mostraban. En medio de la nada, bajo la luz blanca de la Luna y frente a aquel río tan lejano, estaba James sentado en el césped dándole la espalda. Pero aún así, sabía que se trataba de él, no podía ser nadie más.

Samuel se acercó lentamente sin intenciones de asustarlo. Lo veía abrazando su piernas, lo escuchaba llorando y quejándose de dolor. Entonces supo que estaba herido.

—¿Jamie?— Preguntó suavemente. El castaño se sobresaltó y lo volteó a ver inmediatamente.

—¿Sam? ¿Eres tú en verdad?— Samuel se vió extrañado, y supo entonces que James no había huido solamente por huir.

—Amor, soy yo, ¿qué sucedió?— Se acercó rápidamente hasta llegar a su lado, notando entonces algunos de los golpes y cortes en sus brazos y algunas zonas de su rostro, ya que era lo que sus prendas no le cubrían.

—Me dijeron que estabas muero— James lamentó. —, que tu gente te había asesinado, pero ¡estás vivo!— No dudó ningún momento en levantarse y acercarse a su pareja para abrazarlo. Samuel por su parte lo envolvió rápidamente entre sus brazos.

—No, amor. No estoy muerto. Y tú tampoco lo estás.

Y ambos siguieron llorando bajo la luz de la Luna.

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