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Samuel no era como los demás habitantes de su pueblo, no. El amaba leer y aprender cosas nuevas, no le gustaba quedarse quieto en un solo lugar y su familia lo describía como un chico lleno de energía. En realidad, nada de lo anterior resultaba un misterio. Y eso se debía a que tanto él como su familia pertenecían al lado del Sol.

Y a Samuel le gustaba. Le parecía que iba con su personalidad -o su personalidad iba con el lado más cálido del pueblo fracturado. Creía que su lado era alegre, optimista y que todos necesitaban un poco del Sol.

Pero eso no era lo único en lo que creía. Solía escuchar a su gente decir que solo se necesitaba del Sol para prosperar, como una flor que necesita la energía solar para realizar la fotosíntesis. Y aunque sabía que era cierto, él creía que las cosas no acababan ahí. El sabía de la Luna y de todas las cosas buenas que podía hacer. Era una lástima el odio y recelo -hasta cierto punto injustificado- que su pueblo tenía contra el lado opuesto y su deidad.

Un día, la curiosidad de Samuel fue más fuerte que su propia voluntad. Se encontró a sí mismo leyendo en la biblioteca sobre la supuesta leyenda de la separación del Sol y de la Luna. No se iba a quedar con los brazos cruzados, dejando que su gente sintiera odio en sus corazones solo porque sí.

Y ahí fue cuando Samuel, entre los libros prohibidos del pueblo, se dió cuenta de toda la verdad.

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