10. Luna Creciente: Yo no te pido la luna
¿Será esto gracias a la Gracia divina?, pues no sé. Te tomo la palabra...
Yo no te pido la luna
«La mujer volvió a mis brazos, se veía hermosa como una joya, un diamante que deseaba proteger de todos.
—Y sí, puede que haya un error, pero, siendo realistas, está bien —sonrió—. Somos de un pueblo y, lastimosamente, los que se quedan allí no progresan, ni aprenden y se quedan con lo que la misa les da —nuevamente me pide un beso sin decir nada y yo la complazco como un cachorro a su dueño—. Por lo mismo, hay que entender la situación. De igual manera, no me voy de acá, puede que la finca y la casa se quiebren más de lo que ya están, pero todo se dañó ya y no me importa.
Se quedó pensando un momento.
—Es más, si Genoveva se quiere ir al convento en Cali de una vez, yo le ayudo para que no tampoco le joda más la vida a la pobre Manzano.
Como lo mencioné, la relación de las tres hermanas, Abadía, estaba bastante rota porque Marcia, al ser la mayor, siempre tenía más responsabilidades y menos cariño por parte de los papás, mientras que Amatista era huérfana y el único ser que la protegía era su hermana mayor.
La chica del medio no poseía ningún derecho por escrito y eso, de cierta manera, le preocupaba a mi Marcia, puesto que Genoveva era la piedra en el zapato de sus hermanas mayores y no es que ella fuera mala, sino porque fue criada bajo unos conceptos bastante retrógrados y cuadriculados a comparación de mi chica.
Obviamente, mi Abadía siempre tenía algo claro, que, si no iba a ser amada bien como se lo merece, no tenía que estar ahí, hecho que siempre se lo dejé claro, por ello es que me arrepentí de todo lo que le pasó, pues, si hubiera sabido, creo que me hubiera encantado ser más que un amante de turno. Marcia, mi amada, era como un cactus con espinas, pero yo se la razón para que ella a veces se diera de esa forma.
—¿Me perdona? —pregunté mientras la sostenía de la cadera, liberándola de la bata que tenía puesta y ella solo sonrió—. Es que, si hubiera sabido de las pocas visitas que hacía, era para contarme esto, pienso que yo mismo habría hecho un acto de maldad.
Yo mismo hubiese hecho justicia.
—Claro que lo perdono —sonrió tiernamente—. Si no lo hubiera hecho, no estaría aquí con usted.
Inevitable, hice que se riera de mí.
—Estaría en otro país, seguramente, porque, si sabe, ahorré cada moneda que me pagaron siendo mesera mientras estaba aquí y terminé la universidad.
La miré con desconcierto y eso la hizo volver a reír.
—Pero no debería ponerse así —me miró con una sonrisa que me calmó—. ¿No recuerda que cada encuentro me hacía volar?
Y sí que le hacía volar, cierro mis ojos de una manera picara.
Tras darle un poco de amor, la bajé de mi regazo para ir a la cocina, donde tenía una cosa que llevaba bastante tiempo guardando y saqué un tarro de galletas de color azul con una cajita de terciopelo negro donde había un pequeño anillo.
—¿Quiere casarme conmigo, Marcia?
No tardó en fruncir el ceño y, sin intenciones de nada, me toma la mano en lo que coincidimos miradas, Volví a la cama donde estaba ella tratando de calmarse.
—¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Y a qué horas? ¿Por qué tan lento? —la mire extrañado y ella me susurró luego de besarme nuevamente—. Sí, quiero, y mucho mejor en tanto sea bien rápido.
—Mañana en la mañana en la primera notaría que encontremos, ¿le parece?
—Sí, claro que sí.
—Pero, ¿no le gustaría ir a una iglesia? —digo un poco apenado, pues sabía que ella era una "señorita de sociedad" y que, muy en el fondo, le gustaría algo más grande.
—Sí, la verdad es que sí me gustaría, —puso su carita en mi hombro—. Pero no creo que tenga sentido en estos momentos, ya no soy pura e inmaculada, por lo que me parece un gastadero de plata para tener un matrimonio por la iglesia. Cuando tengamos algo más que un trabajo para subsistir un poco mejor los dos, al menos. ¡Hombre, hacemos la mega fiesta con bombos y platillos, hasta contratamos mariachis! ¿Le parece?
Ahí se notó que mi mujer era una administradora.
—Como usted ordene, mi generala —tras decir eso, ella sonrió halándome del cuello para amarrarme del cuello y dejarme sin aliento.
Su abrazo era tan reconfortante, tan mío y mi cara cabía en sus manos, las mismas que también me pertenecían y donde guardaba sus pecados y heridas tenidas a lo largo de su vida, lo cual adoro tanto como si fuera mi religión. Solo así es que puedo imaginar a mis hijas y nietas, pobres los hombres que se metan con una de esa especie de mujeres
(Si usted supiera... don Jonás —la autora ve a sus creaciones, Dan y Derek, Josmer y Cruz, sonriendo con malicia, aunque no contaba los del otro universo)
Marcia es mi amiga, mi amante y la dueña de todo lo que hay en el universo... De verdad, es tan bonito y conciso que negarlo sería mentir en una vaga resonancia cada que mi cuerpo pide por ella.
—¿Me puede hacer un favor? —preguntó ella en lo que cayó en cuenta de algo por mejorar antes de que mis demonios se vuelvan a juntar con ella—. Si alguna vez me paso de la raya, me puede corregir.
Ambos sabemos que, a veces, ella puede pasarse de franca y hacerle daño a las personas que quiere o, peor aún, dañarse a sí misma.
—Bueno, lo haré —beso su nariz—. Pero, siempre que usted me ayude a mejorar lo que hay que mejorar.
—Está bien —contestó con un brillo en los ojos, lo más de lindo.
Mi abuelo siempre decía que, para conocer realmente a una mujer, hay que desnudarle el alma, la mente y el corazón antes de que ella se entregue en cuerpo y, definitivamente, el anciano tenía toda la razón.
Un año antes de que Marcia hablara y dijera lo que pasaba realmente, tuve unas muy desastrosas jornadas a las que le siguieron las juntas con los accionistas, o sea, Aurelio y Francisco, pasé un buen rato en la oficina pensando, analizando la situación y, además, recordé que mi amor ya no iba a estar conmigo. Ella me da tranquilidad, pues la vida me estaba rompiendo la existencia otra vez, no había nada más que el dolor sentido en ese momento y, posiblemente, podría compararse a la pérdida de mi abuelo. La ausencia del dolor, a veces, suele ser bastante destructiva y, cuando me metí en la oficina, comencé a garabatear mucho porque no podía pensar coherentemente, tal como cuando a un bebé le han dado un golpe sin siquiera tener una razón fiel.
En ese momento me sentía como un animalito al que su amo lo abandonó en la carretera. ¿Es que acaso así me comportaba con ella? No entendía la razón cuál fue la razón por la ella me abandonó, solo tenía un gran presentimiento de que algo más podría verse afectado si me acercaba a ella.
La puerta se abrió y Marcia entraba a la oficina sin pedir permiso, su testarudo ser con veintiún años, se dejó ver cuál espejismo, quizás como la realidad que me mataba un poco. Fue entonces que, con dolor,
—Hola, Doctor Casanova —saludó.
Le pregunté tras un saludo tosco.
—¿Qué haces acá? —ella sonríe, dibujando una mueca en lo que se acercó hasta dejarme ver sus ojos y notar que no tenían el brillo que tanto amaba, pero, en ese momento, no se me ocurrió lo qué estaba pasando—. Te estoy preguntando. ¿Qué haces acá?
Sin decir nada, me beso y comenzó a llorar.
—No lo sé, solo sentí que debía verte —dijo ella mientras le quitaba la ropa y creí que gritaría cuando me vio hacerlo, pero fue todo lo contrario, pues se deshizo de mi atuendo—. Quizás extrañaba todo esto.
Me miró al tiempo que delineó su boca con la boca, hecho que me provocó y, dado que la conocía como para saber lo que deseaba, no dudé en tomarla de la espalda, quitar los papeles y tirar a la chica sobre la mesa para ponerla en cuatro.
—Dime qué haces acá. ¿Qué quieres? —la voy tocando muy lentamente, sabía lo desesperada que era.
—Tú sabes, lo que quiero —sonrió mientras mueve deliberadamente las nalgas.
—Como ordenes, mi generala —hable mientras que me terminaba de quitar el pantalón.
Ninguno habló, no era necesario, se sabía que todo lo que yo hacía era por inercia y por capricho de ella, en verdad era una vorágine de emociones y el instinto me poseía de todas las formas, siendo ahí cuando me fui tan brusco y sin precaución que, en algún momento de ese día, me arrepentí. Tras el primer orgasmo de ambos, la subí en la mesa mientras jugaba con sus pezones a fin de encenderla nuevamente.
—¿Qué carajos esperas? —preguntó, exigiendo.
— Mira, muchacha —la miré fijamente—. ¿De verdad crees merecer que yo sea gentil?
Ella giró su rostro, el cual estaba bastante enrojecido con todo lo que estábamos haciendo, se notaba que no deseaba hablarme ni mirarme, pero yo, como buen pendejo, sí, siendo entonces que le atrapé la cara para que me viera directamente a los ojos.
—¡Contéstame, ome!
—Me voy a casar con Darío.
—¿Qué? —eso me dejo desconcertado—. ¡Al fin te compró!
—Detalles —hablo terriblemente excitada moviendo sus caderas—. Sabes que esta va a hacer la última vez que estemos juntos.
(Derek te entiende Jonás)
—Eso ni vos ni te lo crees...—la tomé sin notar la llaga que había en mí»
(Don Jonás, si yo le contará todo lo que su nieta ha hecho la amarra de una cama y le da cubetazos de agua bendita.)
Los silencios de ambas mujeres no eran de culpabilidad ni dictamen, simplemente era un entendimiento más allá de lo normal, pues todo el mundo en el pueblo decía que por alguna razón Gretta había dado la vida alana Marco, aunque muchas personas decían también que su abuela Marcia era más a madre que abuela. Pero nadie podía comprender el amor tan grande que la Escritora tenía por esas dos mujeres que le dieron la vida y la oportunidad de pertenecer a una familia tan maravillosa.
—Es increíble que ustedes dos hubiesen sido tan diferentes a lo que pide la época —dijo la otra mujer más adulta.
—Es por eso que yo, como su abuela, no puedo juzgarla —Marcia suspiro y hablo —es admirable como nuestras enseñanzas le han llegado tan profundo.
Alana solamente escuchaba a su abuelita mientras leía los recuerdos en ese cuaderno de carátula marrón con hojas de papel amarillo, siendo todo aquello tan íntimo como sus propios diarios, pues cada vez estaba más sorprendida por el talento de su abuelo y por la astucia de su abuela al leer todas las cosas que pasaron juntos.
Estaba feliz, por así decirlo, aunque también triste, dado que, desde un principio, Francisco había sido la piedra en los zapatos de su familia y, con justa razón en estos momentos, era la única persona a la que ella odiaba.
—Mi abue, no se comportó como yo esperaría.
Marcia, que podía comprender lo que su nieta decía, le hablo —¿acaso sus novios no se han comportado como pendejos?
Alana guardó silencio, continúo leyendo, no iba a defender lo indefendible, con el solo hecho de que Derek hubiese participado en algo tan cruel como esa a puesta o con que Daniel no supiese controlar sus pensamientos, era suficiente.
«Después de ese día el dolor se volvió mi acompañante más sincero, aunque las cosas fueran bien, me hacía falta su vida para seguir.
—Joven Jonás, en la sala de espera se encuentra la señorita Granada —hablo Cielo, ella sabía que no estaba en mi mejor momento, para atender a nadie.
—Cielo, dile que no tengo ganas de verla...»
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