Capítulo 3
Los martes trabajo de tarde en el café, pero ese día la jefa nos citó a una reunión de emergencia en la mañana. Teníamos que reorganizar los horarios por la demanda de turistas que se avecinaba estos días. Todos tuvimos que tomar turnos dobles por lo que desde la mañana que estoy en la cafetería.
Noto como el volumen de personas empieza a aumentar paulatinamente, no sólo aquí, sino también en los otros locales de la cuadra. Me pone feliz que la ciudad se llene de turistas. Me llaman a administración para avisarme que tengo que modificar el cartel de la especialidad del día. De "torta de chocolate" a "volcán de sangre". Muy cómico, aunque ingenioso. Las personas que pasan por la calle ven el cartel e intrigadas entran al local. Más clientes para atender.
Cuando vuelvo a entrar me toca atender una mesa con un grupo de chicas.
— Buenas tardes. Bienvenidas al Café Central, ¿están listas para ordenar? —.
— ¿Deborah? —pregunta una rubia de voz familiar.
— Si, esa soy yo —respondo dudosa porque tengo una placa con mi nombre en el delantal.
— ¡No puedo creerlo! Hace mucho tiempo que no te veía. Soy Sarah, íbamos juntas al instituto. Todas nosotras —señala al grupo.
Entre risa y risa nos acordamos de nuestros momentos juntas y luego hicieron su orden. Cuando voy a dejarles sus platos, con ayuda de Issa, Sara dice:
— ¿A qué hora termina tu turno linda? —.
— Salgo 18:30, ¿por qué? —.
— Deberías venir a vernos cantar en el festival. Nuestro turno es a las 20:00. Diles a tus amigos —dice Candace, que estaba sentada al lado de Sarah.
— Que lindo gesto chicas, muchas gracias por la invitación. Haré un par de llamadas y las veré allí —dicho esto me retiré a seguir atendiendo mis mesas.
Cuando tengo 5 minutos disponibles llamo a los gemelos para invitarlos y darles la tarea de avisar al resto del grupo. Van a pasarme a buscar a la salida de mi turno. ¡Qué día agotador! Y todavía queda mucho para que termine.
Trabajo al máximo hasta el último minuto de mi turno y dejo las mesas impecables para que cuando Alex, mi relevo, llegue pueda atender sin problemas.
El tiempo había refrescado durante el día por lo que me abrigo con la campera que siempre llevo. Espero a Derek y John con la mochila al hombro. Al llegar en su nuevo auto los saludo y nos dirigimos al festival.
Tenemos que estacionar a un par de cuadras porque las calles están cortadas. El lugar está decorado de una forma muy linda, guirnaldas por doquier. Al ser en la plaza central los stands están dispuestos alrededor de la misma y en el centro está el escenario para los shows. Ahora hay una banda de jóvenes tocando. Decidimos pasear por los puestos. En el camino nos encontramos con Sage y sus amigas de la Universidad.
— Hola chicos —saluda Sage.
— Hola señoritas —dice coqueto John. Le golpeo suavemente el hombro. Su hermano le sigue el juego y saluda una por una a las compañeras de Sage.
— Quería esperar hasta el sábado para darte esto pero ya que nos encontramos... —comenta Sage mientras me pasa un pequeño paquete.
Lo abro con cuidado y me encuentro con una pequeña pulsera que tiene un colgante que parece una gota de sangre.
— Me encanta, es muy delicado —le agradezco. Ella ayuda a que me la ponga. — Parece hecha a mi medida, es preciosa —.
Seguimos rumbo y compramos unos brownies para merendar. Cuando terminamos de dar la vuelta entera a la plaza, y comprar muchas chucherías, se hace la hora para el número de las chicas por lo que nos acercamos al centro de la plaza. Están haciendo las últimas pruebas de sonido cuando nos sentamos en el pasto fresco. Sin querer las antenas que se compró Derek, rojas y brillantes que dicen "Blood Moon", se me meten al ojo.
— ¿Qué tan necesarias eran en tu vida estas antenas incomodísimas? —inquiero.
— No había pensado en eso hasta que las tuve en mis manos —contesta sarcástico y trata de abrazarme pero otra vez sus antenas me molestan.
— Así está bien —le digo. Nos reímos y prestamos atención al show de luces rojas que comienza en el escenario.
Las chicas comienzan a tocar una canción que está de moda en el momento y el público enloquece, al nivel que tenemos que ponernos de pie para que no nos pisen. Bailamos durante la media hora que tocaron y terminamos exhaustos pero muy felices. Busqué a las chicas para saludarlas y felicitarlas. Luego, volvimos al auto para ir a cenar por la zona. Terminamos en un bar comiendo hamburguesas y tomando cerveza.
Estando con los gemelos no me doy cuenta del paso del tiempo pero cuando veo el reloj noto que ya tengo que volver a casa. Los chicos me llevan hasta la puerta del edificio y nos despedimos.
Lo primero que hago al entrar es ponerme ropa cómoda y cepillarme los dientes. Algo en el sabor de la pasta hace que me de asco y tengo que vomitar en el inodoro. Es la primera vez que me sucede esto. Bebo un vaso de agua y me recuesto en el sillón ya que me empiezan a dar unas puntadas fuertísimas en la cabeza. El dolor es tan agudo que llamo a mis padres para que me lleven al hospital. Ellos llegan más rápido de lo que pensé y salimos disparados al centro de atención más cercanos.
Una vez que llegamos mi mamá sale disparada del auto para llegar a la recepción y pedir que me atiendan. Detrás venimos mi papá y yo pero a un ritmo más lento.
— Buenas noches. Necesitamos que atiendan a nuestra hija, ha vomitado y no se le pasa el dolor de cabeza —requiere desesperada.
— Pasen por el box número tres mientras completan esta planilla —le pasa una ficha y una lapicera.
Vamos hacia el box tres y escuchamos que la misma mujer llama por el altavoz a algún doctor para que me atienda. El ruido del micrófono comienza a ser cada vez más molesto para mis oídos al nivel que me hago un ovillo en la cama y tapo mis orejas para minimizar el volumen. Mi corazón bombea tan rápido que me da la sensación de escucharlo en mi cabeza. Comienzan a aparecer manchas en mi visión y son más constantes hasta el punto de no ver nada más y desmayarme por completo.
[...]
Al ir despertando escucho un leve murmullo a mi derecha e identifico que son mis padres dialogando con el médico. Usan un tono de voz tranquilo pero alcanzo a detectar la preocupación en sus palabras. Aclaro mi garganta porque la noto bastante seca.
— Hola —alcanzo a decir de manera ronca. Los tres se voltean a verme y el primero en acercarse es el doctor.
— Señorita Colingwood que alivio que haya despertado, sus padres estaban desesperados —me cuenta. — Su estado es normal ahora porque le inyectamos epinefrina. Aparentemente ha sufrido una anafilaxia. Nos gustaría hacerle unos estudios para confirmar que ha sido lo que la ha provocado —.
Deja el cuarto y mi mamá se acerca para besarme la frente. Una enfermera nos indica como proseguir con los estudios y le hacemos caso en todo.
Ya es de madrugada cuando nos dan los resultados. Fue una sorpresa para los tres enterarnos, a mis 20 años, que era alérgica a los frutos secos. De los cuales esta tarde tuve una sobredosis en la feria. Nos dan unas indicaciones más y nos dejan irnos a casa.
— Que gran susto nos hiciste pegar hija —comenta mi madre una vez que estamos en el auto.
— Tampoco fue agradable para mi mamá —le recuerdo.
— Esta noche te quedas en casa para que podamos estar pendientes de ti —ordena papá. No tenía fuerzas ni ganas para oponerme así que me quedé callada el resto del viaje.
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