Capítulo 9: Una vida normal
01 julio del 2020
Los constantes problemas del rancho, estaban siendo desatendidos por Gabriel, debido al tiempo que pasó alejado de sus deberes para cuidar de su esposa. Sentado en el comedor del departamento, mantenía la mirada fija en la pantalla de su laptop mientras revisaba recientes facturas y esperaba la llamada de Andrew, su administrador. Se trataba de un vaquero texano, que se encargaba de ser la mano derecha de Gabriel con lo relacionado a las tierras; sin embargo, no solo disfrutaban de una buena relación de trabajo, sino que además, Andrew también fungía como su mejor amigo, ya que este siempre estaba cuando más lo necesitaba.
Gabriel analizó uno de los correos que aparecieron en la bandeja de entrada y en el acto llevó una mano a la cabeza como quien buscaba una solución inmediata a la complejidad de sus problemas. Esos que tenían la urgencia de ser atendidos.
—¿Qué pasa? —preguntó Luisa al salir de la habitación.
—Hay problemas con uno de los cultivos y sigue sin llegar la nueva vacuna de los becerros —respondió sin desviar la mirada de la computadora—. Yo debería estár allá y no aquí.
La castaña se mantuvo en silencio por breves segundos sin evitar sentirse culpable por los problemas del rancho. Después de todo, ese también era su patrimonio y Gabriel seguía siendo su esposo. Cualquier preocupación de su parte, debía competerle a ella también.
—Entonces, ¿cancelarás lo de hoy? —cuestionó después de tragar saliva.
Sin dudarlo, Gabriel estaba a punto de asentir, pero apenas levantó la mirada, se encontró con una hermosa mujer vestida de blanco de los pies a la cabeza, un ajustado vestido formal estilo sastre le realzaba el característico color canela de la piel que marcaba su delicada figura. Los complejos contratiempos que abundaban en la cabeza del hombre, fueron desvanecidos de inmediato por la imponente belleza de aquella que lo observaba de pie.
Un vuelco en el corazón le hizo sentirse vulnerable, indefenso, apenas con la fuerza necesaria para ponerse de pie. Relamió el labio inferior y buscó las palabras apropiadas para ser entonadas en el despertar de sus sentimientos.
—¿Por qué ese vestido? —Se atrevió a preguntar con sutileza.
Luisa agachó la vista con la finalidad de observarse a sí misma; no entendía si lucía presentable para el evento que tenía programado.
—Dijiste que tenía que usar algo formal para la firma de libros.
—Sí, yo dije eso; pero... ¿Por qué ese vestido? —preguntó una vez más; no obstante, ahora surgía un gesto enternecedor que no podía ocultar.
La castaña parecía no entender, de reojo miró su reflejo por sobre la ventana y peinó su cabello con la mano.
—¿Debo quitármelo?
Una leve sacudida de cabeza fue suficiente para salir del embelesamiento en el que estaba. Confundido y en cautiverio por quien fuera su todavía esposa.
—No, está bien. Nos iremos en un momento.
—¿Qué pasará con los problemas del rancho? Pensé que tenías que ir —interceptó ella antes de que se tomara una decisión.
—Ya los resolveremos mañana cuando volvamos a las Bugambilias, lo de hoy es para salvar parte de tu imagen y de no presentarnos los problemas podrían agravarse —agregó el texano mientras cerraba la laptop y buscaba un par de cosas sobre la mesa. Después entró a la habitación y salió con un bolso negro para Luisa.
—Aquí te he puesto direcciones, teléfonos y tus datos personales, también hay algo de dinero en efectivo en caso de que decidas perderte de nuevo.
—Podrías facilitarme un celular, al menos —reprochó ella.
—Ya lo hablamos, Luisa; eso lo haremos cuando te hayas adaptado a los nuevos medicamentos —explicó al tiempo que le acomodaba un mechón rebelde del cabello —Vamos, que ya es tarde.
Minutos más tarde, los Brown hicieron su aparición en la librería donde se realizaría la firma de libros, la castaña observaba anonadada el espectacular que anunciaba su presencia en aquella enorme y elegante tienda de Dallas. Con regularidad, asistían a esos eventos juntos, pues era parte de la imagen que ella tenía que dar como escritora de romance. Por dicha razón, él se sentía confiado y relajado, el único temor que sentía, aun cuando no lo diría, era el de los recuerdos de Luisa. Era peligroso que ella tuviera que atender preguntas cuya respuesta le era desconocida. Finalmente, Gabriel tomó la mano de Luisa para guiarla hacia los adentros del edificio, donde el gerente aguardaba por su llegada.
—Bienvenida, Sra. Luisa Brown —dijo con la mano estirada para que ella la tomara.
—Gracias —respondió la escritora sin poder decir más.
—Síganme, por favor. Los llevaré a la sala donde ya la esperan algunos de sus admiradores —señaló el hombre de algunas canas en el cabello.
Ambos fueron guiados hasta llegar a la enorme sala preparada para la firma de libros. La mano de Luisa apretó con fuerza la de Gabriel después de percatarse de la cantidad de gente que esperaba en aquel espacio de la librería. A sus ojos, era un momento sofocante para el que no se sentía apta.
—¡Gabriel, no podré hacerlo! —dijo con el miedo plasmado en su voz.
—Luisa, ¡sí puedes hacerlo! —expresó el rubio colocando una de sus manos sobre los hombros de la escritora—. Tú disfrutas de estas cosas más que nadie, sonríe para las fotografías, saluda a tus lectores y no des detalles de tus libros. De eso se encargará George, ¿de acuerdo?
De nuevo la mujer asintió al tiempo que parecía palidecer.
De pronto, escuchó su nombre ser mencionado por el gerente frente a la multitud, seguido del estrepitoso sonido que proporcionaban los aplausos. Una vez más, el agudo dolor de cabeza y la sensación de vértigo se apoderó de ella, notó la sudoración excesiva en ambas manos y los latidos acelerados de su corazón. Lo siguiente que vio fue el rostro de Gabriel al frente con la mano extendida para ayudarla a salir del trance en el que ella misma se había sumergido.
—Todo está bien, vamos —aseguró él.
La mujer de treinta y tres años se tranquilizó tras haber respirado grandes cantidades de aire.
La multitud aplaudía sin un cese, esperando la aparición de la escritora sobre la pequeña plataforma. Luisa subió los escalones y se plantó delante de sus seguidores con un micrófono que fue colocado en su mano.
—¿Qué es esto? —preguntó al hombre del traje elegante con aroma a menta y fino perfume.
—Salúdalos, diles algo breve sin dar detalles —respondió George al oído de Luisa mientras fingía una sonrisa.
La escritora viró hacia la multitud mientras rezaba para que las palabras que salieran de su boca fueran las adecuadas. No obstante, el miedo parecía paralizarla, los sonidos se agudizaron y el temblor de las manos le impedía sostener el micrófono con seguridad. Desvió de a poco la mirada y la situó en los ojos azules de Gabriel, quien le sonreía relajado y la incitaba a hablar. Luisa asintió de un movimiento y volvió el rostro a donde el público aguardaba.
—Hola a todos —habló a secas y la multitud calló—. Ammm... yo espero que no hayan tenido que esperar demasiado para esto, creo que no sabía que vestido debía usar —agregó y breves risas se escucharon—. Agradezco a la librería por habernos permitido efectuar la firma de libros en sus instalaciones y quiero darles las gracias a todos ustedes por su presencia el día de hoy —dijo desviando de a poco los ojos en Gabriel—. Supongo que muchos de ustedes deben tener curiosidad por las últimas noticias que han salido en las redes sociales sobre el supuesto deterioro de mi salud. Yo... Yo quisiera que olvidaran todos esos rumores que son totalmente falsos; me encuentro bien, tomando en cuenta el accidente que sufrí y las pequeñas secuelas que quedaron en mi cuerpo.
—¿Qué hay de la historia del taxista? —preguntó un reportero en la primera fila.
Luisa tragó saliva en signo del nerviosismo, recordó que tanto George como Gabriel le aconsejaron evadir respuestas, pero ella estaba ahí para rescatar su vida profesional, esa que estaba cerca de colapsar.
—Ese día fui asaltada, me quitaron mi bolso y los medicamentos que tengo que tomar para calmar los dolores de cabeza que surgieron a raíz del accidente. Espero sepan comprender que el aumento del dolor en mi cuerpo, provocó lo que el taxista les dijo —mintió para ocultar la verdad, pensaba que no era un buen momento para decirlo, tenía más para perder que lo que podía ganar.
—Entonces, si tu salud es buena y no has estado bajo la influencia de las drogas o alcohol como se especula, ¿cuándo tendremos el material nuevo que se nos ha prometido desde hace años? —cuestionó el mismo hombre con un lápiz en la mano.
—Pronto —respondió Luisa sin pensar en una respuesta apropiada, ni haberlo consultado con Gabriel o George—. El libro estará pronto en sus manos, se los prometo —agregó y el micrófono le fue arrebatado antes de que surgiera cualquier otra pregunta.
—Gracias, señores. En unos minutos continuaremos —señaló George para después ir tras bambalinas con Luisa y Gabriel, evitando así, que alguien más escuchara la íntima conversación.
—Te pedí que mintieras sobre tu estado de salud y solamente eso, no debiste haber hablado de tu supuesto nuevo libro —espetó el representante.
—¿Supuesto? ¿Es decir que no tengo un nuevo libro? —cuestionó la escritora con los enormes ojos cafés abiertos.
—No, no lo hay. ¡Luisa, no has escrito nada en años! —soltó con tremenda preocupación.
—¿Entonces, qué es lo que hace encerrada todo el día en el estudio? —preguntó Gabriel dejando de lado toda la tranquilidad que traía consigo.
—Huir de ti, ¿qué otra cosa podría hacer? —respondió George señalando al rubio.
—Yo no soy el imbécil que le fastidia la vida a Luisa, si eso es lo que crees —bramó el esposo con una mirada fulminante puesta sobre George.
—¿Qué haremos ahora? —interrumpió Luisa la discusión de los hombres que tenía de frente.
—No haremos nada, confirmaremos la respuesta y escribirás algo.
—¿Sobre qué? —Luisa llevó una mano a la boca, el estrés comenzaba a manifestarse en las uñas mordidas de la castaña—. ¡Yo no escribo, George!
—Sí lo haces. Eres escritora y tienes cinco novelas publicadas, tres de ellas traducidas en dieciocho idiomas; así que, tendrás que narrar algo sobre lo que sea o tu carrera se acabará pronto. Ya después arreglaremos eso, por lo pronto ve ahí a firmar libros con tu nombre justo como está en este libro —señaló la firma que estaba en la contraportada—. Sonríe en todo momento y ya no respondas más preguntas de las que desconoces las respuestas, ¿correcto?
Luisa tragó saliva y asintió con la cabeza después de hojear el libro de portada rosa que George puso en sus manos.
Las siguientes horas de la presentación transcurrieron sin mayores repercusiones, la joven castaña se dedicó a cumplir con la parte asignada, sonriendo, firmando libros y asintiendo para sus lectores. No tardó mucho tiempo en adaptarse a aquel apreciable momento que tanto ella como sus seguidores disfrutaban, había quienes se conformaban con verla sonreír mientras firmaba sus libros y había otros más que le pedían respondiera algunas preguntas. Luisa, de ninguna manera, se podía dar el lujo de atender a las cuestiones de quienes solicitaban respuestas, pero ella siempre encontraba la manera de salir ilesa de las incómodas situaciones.
Un par de horas cedieron, la mujer dio un largo respiro y bebió del vaso de agua que tenía a la mano, luego regresó la mirada a donde estaba la continua fila de personas y reconoció rápidamente el rostro del doctor James Foster, su médico.
—Doctor James, ¿qué hace aquí? —preguntó con una notable sonrisa en el rostro.
El médico que parecía siempre relajado, curvó sus labios al instante en el que la escritora se le acercó. Aun cuando era su paciente, ella lucía igual a una celebridad.
—Hola, señora Brown. Bueno... yo... Hice caso a su consejo y ahora busco tener una vida fuera del hospital.
—Me da gusto por usted, doctor.
—También estoy aquí porque me avergüenza decir que no he leído ninguno de sus libros —confezó nervioso con el libro más famoso de la escritora entre sus manos.
Las mejillas de Luisa se colorearon de rosa, él era igual a un adolescente tímido.
—No espero que todas las personas que conozco hayan leído alguno de mis escritos, doctor. Además, supongo que, como médico, usted tiene cosas más importantes que leer que simples novelas románticas.
—Sí, lo sé. A veces es complicado hacer espacio, pero no creo que esa sea una justificación; prácticamente todo Texas ha leído uno de sus libros, exceptuándome. Espero que este título esté bien para comenzar —dijo mientras extendía el libro para que Luisa lo firmara.
Ella sonrió de nuevo y tomó el ejemplar de portada rosa que ya antes había visto, enseguida lo abrió y escribió un corto mensaje para el doctor James.
Gracias por las interminables lecturas que tuvo que hacer para salvar mi vida, con cariño para el mejor médico que conozco.
Luisa Brown
—Espero no decepcionarlo con la lectura, doctor —comentó luego de regresar el libro a las manos de James.
—Estoy seguro de que no será así —aseguró para dar paso a la siguiente persona.
Cerca de tres horas habían pasado y la autora empezaba a sentir el entumecimiento de la mano y una diminuta incomodidad en la espalda.
«Falta poco» pensó.
Mientras tanto, Gabriel y George se limitaban a observar a la atractiva mujer cumplir con su labor.
Por más que lo negara, mirarla vestida de blanco lo abatió como la primera vez que la vio convertida ya en una famosa escritora, en esa firma de libros en la que estuvo de pie esperando su turno para encontrarse con ella e invitarla a salir. Según sus recuerdos, ese fue el día en el que se enamoró de la mujer que ahora portaba su apellido.
—¿De verdad creíste que, si la hacías usar ese vestido, despertaría recordándolo todo? —preguntó George con la saña en el rostro.
Gabriel emergió de sus pensamientos, prefiriendo a toda costa mantenerse en las fantasías que abundaban en su cabeza, a la realidad que lo atormentaba.
—Yo no tuve nada que ver en la elección de su ropa —aseguró Gabriel.
—Sí, por su puesto. Ella de pronto decide utilizar el mismo vestido que utilizó hace cinco años para su boda civil—. Evidenció una sonrisa sínica—. Yo no creo en las casualidades, Gabriel.
—¡Excelente! Ahora también compartimos eso, además del gusto por mi esposa, George —dijo Gabriel con sarcasmo.
El celular de Gabriel sonó y este caminó hacia la salida para atender su urgente llamada; momentos después, George se aseguró de la ausencia del texano y se dirigió hacia donde Luisa para hacerle saber que había pasado suficiente tiempo. El resto de los lectores se desanimaron una vez que vieron a la autora despedirse y bajar de la plataforma.
Estando fuera de la vista de la multitud, George abrió su saco para sacar del bolsillo interno un celular apagado.
—Guarda este teléfono en tu bolsa y evita que Gabriel lo mire, ahí encontrarás mi número grabado —colocó en las manos de Luisa el smartphone.
Ella miró el celular y luego volvió la mirada al rostro del hombre que la inquietaba de mil maneras inimaginables.
—Pero Gabriel dice que...
—Gabriel es un idiota que quiere mantenerte bajo su dominio, cualquier cosa que te exija debes decírmelo y bajo ninguna circunstancia le firmes los papeles del divorcio o cualquier otra cosa, ¿entiendes? —declaro tajante con ambas manos en la cintura y la boca muy cerca del oído.
Luisa asintió sin objetar, y minutos más tarde, Gabriel ya estaba junto a ellos de nueva cuenta para proseguir con el plan.
—Te he mandado la dirección del restaurante al que deben asistir, la reservación es para las ocho de la noche, el reportero se llama Kevin de la revista «Hola», acordamos un par de fotografías durante la cena, así que deben lucir enamorados, muy enamorados, ¿de acuerdo, Gabriel?
El rubio arqueó una ceja, miró los datos que le aparecían en la pantalla del celular e irguió el cuerpo como símbolo de virilidad.
—Descuida, algo se me ocurrirá —respondió él con una sonrisa burlona.
El restaurante seleccionado por George era uno de los más elegantes de la ciudad, un lugar donde servían la comida gourmet que Luisa con normalidad disfrutaba, aun cuando ella no lo recordaba. La cena fue tranquila y relajante para la escritora, ya que había pasado largas horas firmando libros y escribiendo notas para sus lectores; un breve descanso y una cita con su esposo le haría bien, a pesar de que está fuera parte del espectáculo para el artículo que prepararía la revista.
El mesero se acercó a ellos con una botella de champagne burbujeante y los rostros de la pareja se miraron extrañados.
—Yo no he pedido esto —dijo Gabriel refiriendose a la botella.
—Señor, el licor es un regalo de la persona que esta en aquella mesa —respondió el mesero apuntando a discreción.
Luisa y Gabriel volvieron la mirada y supieron que se trataba del reportero de la revista «Hola».
—De acuerdo, déjala —asintió el rubio a sabiendas de que su esposa no debía beber una gota de alcohol—. Beberás sorbos solamente.
Luisa dejó pasar la indicación y mantuvo toda concentración en la argolla de matrimonio que utilizaba su acompañante.
—Hoy sí usas tu argolla matrimonial —mencionó.
—Es parte del espectáculo de esta tarde, Luisa.
La desgastada mirada y el triste semblante, parecían mostrarle al vaquero que dentro de ella aún existía una mujer delicada y vulnerable a los fríos comentarios que él le dirigía.
»Lo siento —expuso después de sentirse culpable—. Tengo que usarla para que esto sea creíble.
—¿Por qué te esfuerzas tanto por salvar mi carrera? No debería de importante si ya no deseas estar conmigo.
—No es bueno que hablemos de esas cosas aquí, a veces creo que esas personas leen los labios o emplean micrófonos.
—¡Gabriel, por dios! Deja la fantasía de lado y respóndeme, ¿por qué me ayudas con todo esto? —cuestionó al tiempo que arrugaba la frente.
Los ojos azules se fucionaron en la crudeza de Luisa, debía encontrar valor para hacerle saber su sentir, ese que mantenía oculto como un acto de autoprotección. Sin embargo, ese día era un hombre dévil ante ella, esclavo de su brillo y mendigo de su cariño.
—Porque una vez te amé mucho y no deseo verte sumergida en la oscuridad y el caos en el que creciste —soltó seguido de una expulsión de aire. Era igual a una lamentación.
La castaña parpadeó un par de veces, las tinieblas de su pasado no era algo que quisiera compartir en ese momento, donde ellos parecían ser un matrimonio normal. Se trataba de una cena gloriosa y romántica para celebrar su unión y los éxitos de la escritora.
—Háblame de nuestro matrimonio antes de los problemas.
—No, no lo haré.
—Por favor, quiero saber —dijo ella tomando la mano de su esposo.
El cuerpo de Gabriel se estremeció con el tacto de la castaña sobre el dorso de su mano y una ligera sonrisa se dibujó en su rostro. Era claro para él que, a pesar de su negación, ella seguía causando profundas sensaciones en su interior. Incontables veces terminó sometido a los deseos de Luisa debido a la debilidad que provocaba en él. Solo el tiempo y los disgustos, lo hicieron contenerse a la seducción de su esposa.
—Nos casamos un veinte de noviembre, hace cinco años, no hicimos una gran boda o algo especial, únicamente te pusiste ese mismo vestido que llevas hoy y nos dirigimos al registro civil a firmar—. Tomó la copa que tenía servida y bebió un gran trago—. Ese mismo día, abordamos un avión rumbo a Cancún; sin embargo, no recuerdo nada en absoluto de la playa o la comida o el lugar, porque nada más fuimos tú y yo en una habitación por una semana completa. Te recuerdo a ti y solamente a ti.
Gabriel colocó ambos codos sobre la mesa y con una mano acarició la barbilla, luego levantó la vista y se encontró con los detellos que salían de los penetrantes ojos de Luisa. Los mismos que lo ponian a suplicar.
»Después te llevé conmigo al rancho que tú misma rebautizaste como las Bugambilias y te enamoraste de inmediato del campo. Eras muy feliz y todos los días montábamos a caballo durante las tardes, incluso reías casi siempre —explicó con una leve curvatura en los labios—. Fue así por tres años hasta que me enteré sobre la brillante publicidad de tu último libro, el mismo que hoy te entregó George.
Luisa parecía por completo sumergida en aquella brillante historia de amor salida de un cuento de hadas, una historia que incluso ella misma pudo haber escrito en una de sus novelas. Entendió por qué el mundo la miraba como tal, por qué su público estaba obsesionado con su romance y sus famosas historias. Eran perfectas.
—Gabriel, si estamos juntos desde hace más de cinco años, ¿por qué no tenemos hijos?
—Tú no los quisiste —respondió Gabriel bajando la mirada y retirando su mano de la de Luisa.
—¿Yo? ¿Por qué? —cuestionó ella percibiendo el dolor de Gabriel en aquella respuesta.
—No tengo idea. Ya viene el reportero hacia nosotros, relájate y si no puedes responder a algo, yo lo haré.
El reportero de estatura mediana y anteojos se acercó a la mesa de la famosa pareja con un claro semblante de satisfacción.
—Hola, señores Brown. Mi nombre es Kevin Wilson y soy el reportero encargado de cubrir la entrevista para la revista «Hola». ¿Me permiten tomar asiento y hacerles unas breves preguntas? —explicó señalando la silla que estaba vacía.
—Claro —asintió Gabriel con la mirada en su esposa—. Gracias por la botella —agregó.
—Es un placer para nosotros, Sr. Brown. Después de todo, ustedes son una famosa pareja que el público ama.
—Sí, algo así; supongo que han sido muchas las revistas que han vendido, gracias a ello —dijo el texano, mostrando parte de su incomodidad, pues el trato con George no incluía una entrevista en un principio.
—¿Cómo ha estado después del accidente, Sra. Brown? —interrogó el reportero en dirección a Luisa.
La mujer relamió sus labios y enderezó el cuerpo, creyó que el hombre no se dirigiría a ella.
—Bien, he tenido unos ligeros dolores de cabeza que irán desapareciendo con el tiempo, según tengo entendido por mi neurólogo.
—¿Quién fue el médico que le atendió?
—Esa es información privada —interrumpió Gabriel de inmediato.
El reportero notó el descontento por parte de este y arqueó una ceja ante la desconfianza del vaquero.
—De acuerdo. Sra. Brown, hay varios rumores sobre una posible separación entre ustedes, ¿qué me puede decir sobre ello?
—¡Son falsos! —negó con el cuerpo tenso—. Mi esposo y yo estamos mejor que nunca. Él me ha apoyado de maneras inimaginables ahora que he padecido lo del accidente.
—¿Entonces las habladurías de su supuesto romance con su representante también son falsos?
Gabriel soltó una burlona risa que apenas si pudo contener al tiempo que el crudo semblante aparecía en el rostro. Con regularidad, su papel frente a la prensa era el de lucir enamorado junto a la castaña en cualquiera de los eventos donde ella necesitara estár acompañada; no obstante, no era el trabajo que Gabriel mejor desempeñaba, pues casi siempre parecía irritado y fastidiado cuando de la prensa se trataba.
Con el paso del tiempo, la labor de convencer a Gabriel de cubrir las apariencias se volvió una tarea bastante complicada que Luisa ya no quería hacer, aun cuando otorgarle el divorcio tampoco estaba dentro de sus planes.
—¿De verdad cree que si esos rumores fueran ciertos, yo estaría aquí para decirle que son ciertos? —cuestionó arqueando la ceja.
El reportero entreabrió la boca para decir algo, pero la respuesta del rubio lo tomó por sorpresa.
—Lo que usted y la prensa sugiere nos ofende, señor Wilson. De ninguna manera podría yo estar involucrada sentimentalmente con mi representante y seguir en matrimonio con Gabriel actuando como si nada. Eso suena como toda una novela romántica que yo no he escrito —agregó la castaña.
—Entiendo —respondió el muchacho para hacer anotaciones en la libreta que portaba en mano—. He de suponer que los últimos acontecimientos donde se habla de su abuso del alcohol y calmantes también son acusaciones falsas.
—Lo son —aseguró Gabrie, creyendo que todas esas preguntas eran algo más que estúpidas y absurdas.
—Oh, siento haberlos molestado, George nos ha pedido tocar los temas porque considera necesario que sean aclarados para su público.
—Entonces hazlo, escribe que somos una pareja feliz y perfecta que ha pasado por una serie de problemas comunes debido a un accidente automovilístico. ¿Necesitas algo más? —inquirió Gabriel con cierto desespero.
—No, señor. Supongo que tengo suficiente. —Miró sus notas y le nació la duda—. Aunque... Sí, hay algo más.
—Pregunta rápido entonces, Luisa está cansada después de la firma de libros.
—¿Qué avances podría darnos sobre el nuevo material que ha prometido?
Luisa dirigió la atención a donde Gabriel, pues no tenía idea de lo que debía responder, él le hizo una ligera seña con los ojos que pareció entender con rapidez.
—No puedo compartir esa información contigo, apenas tengamos los detalles de ello, se les hará saber —dijo ella con el nerviosismo apoderado de su cuerpo.
Finalmente, el reportero los miró con recelo y asintió sin agregar más. Para el suspicaz hombre era obvio que la pareja no estaba en su mejor momento; el desagrado de Gabriel y la inquietud de Luisa le hacían querer conocer la tragedia que la famosa pareja escondía. No obstante, George acordó con él que solo sería una nota positiva para Luisa a cambio de una buena compensación económica y de una futura exclusiva. Ambas partes, el reportero no las dejaría pasar, escribiría la nota tal cual la solicitó George, pero más adelante se encargaría de encontrar aquello que se buscaba esconder.
—Espero hayan disfrutado la cena —agregó el periodista mientras miraba a la joven pareja salir del elegante restaurante.
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