Capítulo 36: Un mensaje para Gabriel
22 de octubre del 2021
El silencio en la casa de Las Bugambilias se volvió insoportable para quienes visitaban el lugar con regularidad. Para todos era casi terrorífico, menos para el dueño de la morada, quien ahora pasaba la mayor parte de sus días, encerrado en el desolado estudio, donde su única compañía era un televisor en conjunto con muebles vacíos. El santuario y Gabriel compartían un lazo de confidencialidad que con dificultad se rompería, estaban uno arraigado al otro, sin el deseo de abandono o soledad.
La nueva rutina se basaba en recluirse en su oficina por las mañanas para hacer el papeleo que antes detestaba organizar, después recibía la visita de Andrew con la finalidad de que este le diera los pormenores de las tierras. Finalmente, se refugiaba en su nuevo espacio favorito, ese que se negaba a la partida de Luisa de la misma manera que él lo hacía.
Para los trabajadores de Las Bugambilias era muy extraño que su patrón no saliera a saludar por las mañanas o se cerciorara del cuidado de las reses o cultivos, apenas si lo vieron salir de su casa para visitar el bar del pueblo más cercano. Andrew se dedicó a fungir como nuevo jefe, ya que por las últimas semanas se encargó de supervisar los trabajos que debían realizarse.
—Es evidente que planeas dejarte morir o algo así —soltó Andrew después de observar a su amigo, sentado frente al televisor.
Gabriel lo vio de reojo e hizo una mueca de descontento.
—No digas tonterías, Andrew. ¿Qué necesitas? —resolvió sin ánimos de un diálogo amistoso.
Por su parte, Andrew estaba cansado de las constantes discusiones entre ellos, sus problemas amorosos afectaron notablemente su relación con su amigo y ahora tenía que ayudarlo a sobrevivir a aquello de alguna manera.
—La supuesta boda es este fin de semana y ni Mónica o tú se han dignado a cancelarle a los invitados o proveedores, ¿qué es lo que planean? ¿Reconciliarse un día antes o cancelar el mismo día? —interrogó plantándose frente al televisor.
Gabriel unió las cejas y soltó un leve suspiro exasperado.
—Mónica envió todo al carajo, que se encargue ella de dar la cara.
—Suenas como un verdadero idiota, sabes de sobra cuál fue la razón de su negación al matrimonio —reprendió Andrew de tajo.
Pero, además de los nulos deseos de Gabriel por cancelar banquetes, él también ignoraba todo lo que acontecía a su supuesta segunda boda, puesto que no se hizo cargo de ningún detalle.
—Andrew, habla con ella. Yo no organicé nada, ni siquiera tengo la dichosa lista de invitados o proveedores, todo lo hizo ella.
—Sí, bien, eso haré —dijo el vaquero, no sin antes observar minucioso el comportamiento de su amigo—. Gabriel, ¿por qué no intentas solucionar las cosas con Mónica? Es posible que, si ella no ha cancelado los planes, sea porque aún se quiere casar contigo.
El rubio volvió la mirada a donde su amigo y talló la nuca con la mano, como quien está agotado del mismo palabrerío.
—Mónica se merece a alguien mejor que yo —expuso ocultado la azulada mirada.
—Y tú te mereces a alguien mejor que Luisa.
—¡Luisa no es tema de conversación aquí! —soltó fijando los ojos en Andrew y luego se cruzó de brazos.
—¿Ya te viste dónde estás? —indicó el administrador al mismo tiempo que extendía ambas manos para mostrar el estudio—. ¡Demonios, amigo! Si a la que amas es a Luisa, ve por ella y díselo, pero ya deja de lucir patetico. Te hace ver mal.
—Ya estoy mal —susurró para sí mismo, escondiendo el rostro—. ¿Necesitas algo más?
Andrew le miró de nuevo con el semblante cansado ante la terquedad que Gabriel mostraba por dejarse vencer. Volvió el cuerpo y terminó por aceptar que el hombre estaba derrotado.
Un semblante preocupado figuró en el rostro de la nueva representante de Luisa. Recién leyó los párrafos que su cliente redactó, tenía talento, esa era una carta desgarradora con el potencial de convencer a quien fuera que la conociera.
—¿De verdad quieres que esto se haga público? —advirtió Rebeca, quien sostenía una Tablet en la mano donde leía y leía el escrito dedicado a Gabriel—.Es decir, has pasado tiempo alejándote de la prensa, si publicamos esto, tú y Gabriel volverán a los reflectores
—No importa otra cosa por ahora, solo divúlgala en mis redes sociales, necesito que él lo sepa antes de su boda —resolvió una Luisa esperanzada desde uno de los sillones de su sala y los brazos entrecruzados.
Rebeca asintió a pesar de que no creía en que aquello funcionaría.
—De acuerdo, lo haré, pero antes debo advertirte que, de no lograr tu cometido, las notas amarillistas estarán a la orden día.
—Yo entiendo las consecuencias, pero no hay otra manera de hablar con él, necesito que me escuche y sé que así lo hará —insistió Luisa con los nervios manifestándose en las manos.
—Bien, entonces prepárate porque aquí va...
Rebeca llevó su dedo índice al botón de publicar, dio un fuerte respiro y terminó por oprimir el botón que sabría que le daría demasiado trabajo por algunas semanas.
23 de octubre 2021
—¡Gabriel, abre la puerta! —gritó Andrew desde afuera de la habitación de su amigo—. ¡Tienes que venir a ver esto, es urgente!
El rubio entreabrió los ojos, tenía planeado quedarse en cama ese día, ya que era domingo, pero ahora su brillante administrador, interrumpió el sueño que con dificultad lograba alcanzar cada noche. Con torpeza se puso de pie y caminó descalzo a través de la habitación para atender la famosa urgencia que Andrew aseguraba existía.
—¡Ya basta! ¡Deja de golpear la puerta que me duele la cabeza! —soltó al tiempo que le abría el paso.
—Si no pasaras las tardes bebiendo, entonces no tendrías esas resacas —reprendió Andrew igual que una madre disgustada.
—¿Qué quieres? ¿Cuál es la famosa urgencia? —inquirió el vaquero, ignorando el enojo de quien le hablaba.
—Velo por ti mismo —respondió al tiempo que abría de par en par las gruesas cortinas que impedían el paso de la luz.
Gabriel entrecerró los ojos sin querer acercarse a la ventana e interpuso una mano que le cubriera la vista.
—¡Demonios! ¿No escuchaste que me duele la cabeza?
—Tienes la entrada de Las Bugambilias cubierta por la prensa...
—¡¿Qué?! —Los ojos se le abrieron grandes, puesto que por leves segundos se sintió igual a cuando Luisa todavía vivía ahí.
—Sí, le he marcado a los muchachos para que vengan y nos ayuden con esto —confirmó Andrew, señalando la escena que estaba detrás de la ventana.
Gabriel miró por encima del hombro el reflejo de la prensa mezclada con el café del desierto y recordó la primera vez que tuvo a la prensa a las afueras de Las Bugambilias, poco después de que Texas se enterara de su boda con la escritora.
—Y si ya lo tienes solucionado, ¿por qué no me dejaste dormir?
Andrew soltó el aire y frunció el ceño, era igual que tratar con un niño malcriado.
—Amigo, eres increíble. ¡Ve a averiguar qué es lo que quieren y deshazte de ellos!
—Lo más probable es que Mónica ya haya hecho pública la cancelación del matrimonio o quieren saber qué pienso del amorío de Luisa —explicó confiado—. ¿Esperabas que se tratara de las ventas de las reses?
Aquel resopló el aire, si bien, no esperaba que Gabriel solucionara el problema, tampoco creería que resultara tan poco participativo en sus propios conflictos, era como si la vida misma le dejara de importar.
—¡Es evidente que contigo no se puede hablar! Ve y toma un baño de agua fría, le diré a Dora que te traiga un levanta muertos, que buena falta te hace —declaró elmolesto hombre para enseguida salir de la habitación.
Gabriel desarrugó la cara y estiró cada parte de los músculos de la espalda, pareciera que un tractor le pasó por encima, al menos eso fue lo que opinó, luego fue en busca de su teléfono a fin de revisar las notificaciones, para su mala suerte, lo encontró sin batería, le fue imposible encenderlo. Lo ignoró y lo aventó sobre la cama, después del baño lo conectaría al cargador.
Minutos más tarde, salió de la regadera y se vistió con total tranquilidad, caminó hacia la ventana por donde podía ver a la lejanía los carros de la prensa rondar la entrada de Las Bugambilias. De nuevo su atención se volvió hacia el celular, sabía que al prenderlo, obtendría la razón por la que las cámaras apuntaban a su casa. Buscó el cargador, sin recordar la última vez que lo empleó.
Al instante apareció Dora con la famosa bebida que le reanimaría las energías al rubio.
—He traído un par de aspirinas también y tu desayuno está casi listo —informó complacida de que estuviera bañado y de pie, ya que por aquellos días no era así.
—Gracias, Dora. En realidad, ni siquiera tengo hambre —dijo tomando la bebida roja que Dora le preparó, le dio un trago e hizo una mueca después de beberla.
—No deberías creer todo lo que se dice de Luisa. Sabes que las redes tienden a malinterpretar o a exagerarlo todo —recomendó la robusta mujer que mantenía los ojos firmes en quien fuera su jefe.
—Tal vez sea cierto, pero tampoco tengo la más mínima intención de averiguarlo —respondió con fastidio.
—¿Por qué no la buscas?
Gabriel cesó sus movimientos, estableciendo que sentía interés por la idea de Dora.
—No tiene caso. Primero fui yo, después George, ahora es James y mañana será cualquier otro —expuso escondiendo los ojos.
—Yo no estaría tan segura. Todavía recuerdo el día que la trajiste a casa por primera vez, estaban tan contentos, que todo era sonrisas para ustedes dos. —Dora sonrió con la vista en el aire.
—Sí, bueno... Yo lo estaba, ella sólo hacía lo que George le pidió —añadió sentado sobre la cama.
—Luisa no te uso como mercadotecnia, eso fue algo que se inventó para evitar salir lastimada, al igual que tú. Su matrimonio se vino abajo, cuando la diagnosticaron. Ella se refugió en sus libros y tú en el campo, no lo hablaron como debían, en vez de ello, fingieron que no existía.
Gabriel puso toda su atención en el ama de llaves que fungía como la madre que no tenía.
»Su relación ya estaba demasiado rota cuando comenzaron con los engaños. Finalmente, la decisión es tuya, puedes quedarte aquí, cerrar las cortinas y fingir que no pasa nada allá afuera o bien, salir y reconstruir tu vida —manifestó la mujer con una mano en el hombro del rubio, luego recogió unas prendas sucias y salió de la habitación para dejarlo con los pensamientos perdidos.
Por su parte, el aludido dio un largo suspiro a sabiendas de que la mujer tenía parte de razón.
Después de unos minutos, optó por tomarse el día, internado en los interiores del paisaje que tanto disfrutaba. La furia de Andrew por el desentendimiento del rancho, no logró persuadir al rubio de quedarse para darle frente a los problemas, únicamente lo miró subirse a su caballo para galopar rumbo al lago que residía en el interior de sus tierras.
Una vez frente a la tranquilidad de la cristalina agua que resplandecía por la iluminación del sol, Gabriel echó su cuerpo sobre el pasto para reclinar la cabeza sobre un tronco. Colocó por encima de la cabeza el sombrero y dejó que el sueño le venciera, al menos así se mantendría alejado de las sofocantes noticias a las que constantemente estaba sometido desde el día que se casó con Luisa.
Durmió un par de horas y en su despertar se dio cuenta del nivel de relajación que se podía alcanzar en aquel lago que pocas veces visitaba. Recordó la gran cantidad de veces que Luisa le pedía que le acompañara a ese lugar, pues era ahí donde ella se refugiaba cuando necesitaba concentrarse en sus decisiones.
La sonrisa se le dibujó en el acto sin darse cuenta de que se debía a un simple recuerdo de la mujer que fue su esposa. Meneó para sí mismo la cabeza como quien lo hace resignado, buscó su teléfono y se dio cuenta de que, en su apuro por desaparecer de la vista de Andrew, lo dejó sobre su cama sin haberlo encendido o cargado. Aún seguía desinteresado por conocer las falsas noticias que se dirían de él o todo lo que involucraba la nueva relación de Luisa, imaginaba los enormes encabezados donde se mencionaría el nombre de la escritora.
«Detestable», pensó, a pesar de que en su interior esperaba que su nombre y el de ella volvieran a sonar en una misma oración.
Finalmente, optó por ponerse de pie para regresar al ajetreo que se estaba viviendo frente a su hacienda, respondería con una negativa a todas las estúpidas preguntas que con regularidad surgían de la voz de los periodistas y luego se internaría de nuevo en el estudio que tan grata compañía le hacía.
«Andrew debe estar como loco», reflexionó luego de subirse al caballo y marcar el paso de regreso a casa. Después de varios minutos, miró a lo lejos al administrador, haciendo algunas ceñas para que este no se acercara a la puerta de Las Bugambilias.
—¿Ahora qué quiere? —se preguntó así mismo y bajó del caballo justo al frente de su amigo—. Pensé que querías que les diera la cara, ¿qué sucede?
—Sí, pero antes debes saber la razón por la que están aquí —explicó con el poco aliento que tenía.
—Supongo que fue la noticia de la cancelación de la boda.
Andrew tragó saliva y respondió con una negativa.
—Mónica no ha cancelado la boda, Gabriel —aseguró con toda seriedad.
Los ojos azules se situaron sobre su amigo, quien no cambiaba el semblante serio por otro.
»¿Te marqué en más de una ocasión, ¿dónde está tu teléfono? —interrogó exaltado.
—¿Qué le pasó a Luisa? —cuestionó el rubio después de percatarse de que la presencia de los periodistas no tenía nada que ver con Mónica, sino con Luisa. El corazón le latía con fuerza, ¿qué más daba que le creyeran un idiota?
—Ella debe estar bien, pero necesito que leas esto... —indicó Andrew y en el acto le mostró a Gabriel el famoso Tweet que todo Texas leía.
He tenido más de una interrogante en mi vida, jamás supe quienes fueron mi familia, supongo que fui golpeada por el mundo en más de una ocasión. He perdido la mayor parte de mis recuerdos en el accidente automovilístico que me lo ha cambiado todo, y cuando he despertado, apenas si supe quién era yo. No, en realidad no supe quién era hasta que vi mi nombre plasmado en la portada de un libro, del otro lado, aparecía mi fotografía.
Lo cierto es, que pongo en duda cualquier posible sentimiento de felicidad o infelicidad que haya asegurado sentir, puesto que la verdadera Luisa ha permanecido suprimida por el resto de los personajes que se apoderaron de mi cuerpo.
Hay una historia en particular que todos hemos amado, desde las primeras palabras, hasta el final de estas, en la última página. El prejuicioso amor entre ese apuesto vaquero de Texas y la huérfana soñadora, la historia que el mundo asegura, es la que he vivido a lado de Gabriel Brown, el guapo y maravilloso vaquero texano que lo ha dado todo por mí. Quisiera decirles que sí, que sí somos esa misma pareja que encarna el cuento de hadas con final feliz, pero la evidencia nos dicta que no fue así.
Gabriel Brown y yo somos dos personas reales que, lejos de la ficción, son por completo imperfectas, tanto física como sentimentalmente.
Cometí más de un error y terminé hiriendo al ser que más me ha amado, la única persona que vio a la verdadera Luisa Brown, incluso cuando solo existía oscuridad en mi interior, aun con todas esas máscaras que usaba cada día y la fuerte armadura que emergía de mi ser.
Hoy le puedo asegurar al mundo entero que me casé enamorada de mi hombre ideal, ese que está lleno de defectos, pero también de virtudes; me enamoré de él en más de una ocasión, y estoy segura de que, si me lo permite, podrían llegar a ser más.
Gabriel Brown, no te pido un final feliz, sino muchos comienzos, no quiero un relato de amor, sino muchas historias, no deseo un cuento de hadas, aunque sí una vida a tu lado.
Siempre tuya, Ana Luisa Brown.
Los ojos azules de Gabriel no podían despegarse del mensaje que releía una y otra vez como para asegurarse de que este fuera real, uno donde no hubiera letras pequeñas o mensajes entre líneas.
—¿Ella sabe que se canceló tu matrimonio con Mónica? —preguntó Andrew a la expectativa de la reacción del vaquero.
—No, nadie debe saberlo —aseguró y volvió la mirada a donde los periodistas aguardaban, luego infló su pecho de aire y exhaló parte de él—. Dame las llaves de mi camioneta.
Andrew se negó y dio dos pasos hacia atrás, desde su punto de vista Gabriel había enloquecido.
—¡Oh, no! ¡No irás al bar a beber de nuevo, no con los periodistas ahí..!
—¡No iré al bar! Tengo que ir a buscar a Luisa —emitió seguro de cada palabra que salió de su boca con total claridad.
Por su parte, Andrew apenas si lograba conciliar lo que su amigo decía.
—¡¿Qué?! ¿A Luisa? Con quien debes ir es con Mónica. Se supone que tu matrimonio sigue en pie.
—¡Andrew, por favor! —interrumpió con desespero—. Sé que detestas a Luisa, sé que ella no es la mejor mujer y entiendo que está llena de problemas psicológicos.
—Amigo, ella está loca —repuso bajando el tono de su voz.
—No, no está loca, ella solo... es así. Es parte de su perfecta e imperfecta fachada, se equivocó, y yo también —declaró Gabriel con el pecho a nada de explotarle.
El administrador, más de que molesto, se mostraba decepcionado, puesto que vio de cercas las consecuencias del insano matrimonio que llevaron por algunos años.
—¡Te mintió, te engañó y te utilizó como publicidad! —manifestó escondiendo todavía las llaves.
—Sí, pero Andrew, mírame... No soy un mejor hombre sin ella, sino todo lo contrario —expresó decaído a sabiendas de lo triste que sonaba su afirmación.
—Esa mujer te matará... —Resopló el aire.
—Posiblemente o tal vez yo a ella, pero al menos debo intentarlo —interrumpió ilusionado—. Ella escribió esto, porque está tan desesperada como yo. ¿Quién tiene más para perder?
Los suplicantes ojos azules de Brown seguían de cerca la mirada decepcionada de Andrew, el hombre no tenía opción, Gabriel le estaba hablando con la verdad, estuvo muerto en vida desde que la escritora y él finiquitaron el tan pronunciado divorcio.
—Solo, no digas que no te lo advertí —declaró colocando las llaves en las manos de Gabriel.
Aquel de inmediato le miró con una incontenible sonrisa que no pudo evitar mostrar.
—Consígueme la dirección de Luisa con su abogado, encontrarás el número en mi celular, está arriba en mi recámara, yo me llevaré el tuyo —dijo guardando el teléfono de Andrew en su bolsillo y corriendo en dirección a la camioneta que aceleró tan pronto se subió en ella.
El camino por carretera parecía volverse más largo de lo que era en realidad, los minutos eran lentos, Gabriel miraba el reloj cada dos minutos, esperando hacer su arribo a Dallas en un segundo. Sin notarlo, pulsó el pie sobre el pedal que aceleraba la camioneta, al tiempo que los pensamientos le recordaban la declaración de amor de Luisa, lo dijo todo, aceptó sus errores frente al mundo y confesó necesitarlo como su compañero de vida. Si las razones eran otras que no fueran las de permanecer juntos, a este le importaba poco, necesitaba verla para aclararlo.
El sonido del celular lo alertó para sacarlo de sus pensamientos, recordó que esperaba la llamada de Andrew y se apresuró en responder.
—Gabriel, tu teléfono me va a enloquecer. Recibes llamadas cada cinco minutos de números desconocidos a excepción del de Mónica. ¿Qué se supone que debo hacer? —cuestionó desbordado por todo lo que estaba sucediendo.
—Es la prensa, no les respondas y por lo que se refiere a Mónica, dile que lo siento, me comunicaré con ella después —resolvió el rubio, intentando mantener la atención en la carretera.
—Debiste hablarle antes de salir de aquí convertido en un loco.
—¿Conseguiste lo que te pedí? —intervino el conductor, omitiendo la reprimenda.
—Te lo he enviado al mensajero.
—Bien, te agradezco —dijo para finalizar la llamada.
Apenas colgó, fijó los ojos en el teléfono, como si se hubiese olvidado de que su pie seguía puesto en el acelerador de la camioneta, buscaba la dirección de Luisa para introducirla en el GPS y llegar a su destino lo más rápido posible. Sin embargo, en medio de su desesperación, con dificultad, se percató de la vaca que se le atravesaba en el camino.
La camioneta de Gabriel quedó destrozada y completamente abatida con el enorme y moribundo animal sobre el cofre, las bolsas de aire se abrieron y el vaquero sufrió un desmayo al notar la sangre que le brotaba de la frente.
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