Capítulo 24: Real recuerdo
25 agosto del 2020
Antes del momento psicótico de Luisa...
El incontrolable ajetreo que existía en las oficinas de la policía evocó un caos en el manejo de información del famoso caso Brown, las declaraciones rendidas durante el careo salieron de las cuatro paredes donde fueron registradas. Ahora, la enfermedad de Luisa era del conocimiento de todos, el secreto mejor guardado de Gabriel, rodaba de boca en boca entre policías, detectives y secretarias. Sería cuestión de minutos antes de que la información se filtrara a la prensa y minutos después, la noticia estaría en cada red social, periódico y noticieros.
El detective Douglas caminaba directo a su oficina esperando encontrar el silencio que requería para que su mente le permitiera pensar, puesto que le era complicado creer que la mujer que le habló tan febrilmente fuera en realidad la causante del caos que tenía por resolver. Douglas había enviado a Luisa a una celda individual. Hasta confirmar la declaración hecha por Gabriel, el detective no permitiría que la mujer fuera trasladada a una celda de mayor seguridad.
Llegó a su pequeña oficina, golpeando algunos muebles por el entorpecido andar que llevaba, notó que una mujer corría hacia él con una libreta repleta de notas y números telefónicos; apenas si la escuchó mencionar algo sobre posibles testigos cuando prefirió azotar la puerta para manifestar su deseo imperativo de no ser molestado. Dejó que los músculos del cuerpo se relajaran en la silla reclinable que tenía tras el escritorio, luego viró su mirada hacia la ventana y se encontró a la multitud con las pancartas que demandaban la libertad de su autora favorita.
—¿Ahora qué haré? —murmuró para sí mismo con una mano en la frente.
Los interminables momentos de caos lo alcanzaron de nuevo cuando un hombre —de elegante traje y corbata— golpeó a la puerta para ingresar a la oficina sin esperar respuesta.
—Detective, lamento molestarlo. He venido a exigir la libertad de mi cliente ahora que su declaración ha sido confirmada.
—¿Su cliente? —preguntó Douglas con la incógnita en una ceja arqueada.
—Señor, los documentos que solicitó del hospital central recién llegaron. La declaración del Dr. Foster y la de Gabriel Brown son ciertas —aseguró un joven de treinta años, mientras colocaba una carpeta verde con un enorme expediente.
Douglas observó los papeles sin haberlos tocado y regresó la atención a donde el hombre de traje aguardaba.
—De acuerdo abogado, liberaré a su cliente, pero dígale que necesito hablar con él antes de que se marche —indicó el corpulento hombre.
El abogado asintió y todos salieron de la pequeña oficina. No pasó mucho tiempo cuando Gabriel fue puesto en libertad. Andrew fue el primero en recibirlo para oprimirlo en un abrazo.
—Demonios, Gabriel. Sí que me diste un susto —soltó el vaquero con una curvatura en los labios que detonaba alivio—. Creí que terminarías en prisión.
—¿Qué tal la prensa? —preguntó el rubio para ponerse al tanto de los pormenores.
—Es un completo caos, amigo. Incluso tuve que poner gente vigilando Las Bugambilias para evitar que la prensa entre.
—Gracias por tu ayuda —dijo colocando el brazo que tenía libre en el hombro de Andrew —. Necesito ver a Luisa.
Buscó, con la mirada azulada, el rostro del abogado que tenía a uno de los costados.
—Gabriel, es probable que Luisa sea trasladada a una penitenciaría. Aunque, el detective Douglas quiere hablar contigo, podemos pedírselo como un favor especial —explicó el abogado que sostenía con la mano un pesado portafolios.
—Vamos entonces —dijo el rubio.
Ambos hombres caminaron de regreso a una oficina donde aguardaba el doctor James acompañado de Douglas.
En el acto, el mencionado se puso de pie para extenderle una mano a Gabriel como símbolo de paz. Transcurrieron las últimas horas arremetiendo contra él, presionándolo para que aceptara su culpabilidad, puesto que la declaración de Luisa parecía cierta. El esposo de la acusada observó la mano extendida por breves segundos y después la estrechó con la suya, sería más cómodo para todos, si omitían mayores altercados entre ellos.
—Señor Brown, agradezco su cooperación nuevamente, sé que debe tener deseos por salir de aquí a la mayor brevedad posible.
—En realidad no, detective. Lo que necesito, es que me permitan ver a mi esposa.
—Ella no podrá recibir visitas, señor Brown.
Gabriel respondió inhalando una fuerte cantidad de aire, infló tanto el pecho, que incluso para Douglas parecía intimidante.
—Usted y todos en este lugar saben que ella no se encuentra bien de salud por ahora, el doctor James se lo dijo —replicó con una mueca ante la terquedad del detective.
—Justo por eso, es que he solicitado su presencia, señor Brown. Comprendo la situación de su esposa y quiero que sepa que cuenta conmigo para cualquier cosa—. Douglas miró a Gabriel asentir con la cabeza y tomar asiento frente a él—. Señor Brown, ¿usted cree que el ataque efectuado por su esposa fue bajo los efectos de su enfermedad?
El rubio consideró el cuestionamiento del detective y dirigió una leve ojeada a los hombres que le acompañaban: el doctor James y su abogado.
—Ella no estuvo nada bien los últimos días y tampoco consumió los medicamentos, no tengo idea de cuántos días pasó sin ellos. Además, estuvo recluida, solitaria; en su mente pasan cosas todo el tiempo, nunca está presente del todo —confesó evitando la conexión visual.
—Bien, entonces permitiré que el doctor James pase a revisarla las veces que sean necesarias. Le aseguro que ella no tocara una celda de alta seguridad, al menos hasta que conozcamos la severidad de su estado mental.
La puerta fue abierta de golpe por un hombre que portaba una tableta.
—Señor, tiene que ver esto... —señaló el policía con la cara de espanto.
Este se puso de pie y fue hacia donde el muchacho aguardaba. Sin embargo, no pasó mucho cuando regresó con el mismo aparato en las manos para colocarlo frente a James. El médico analizaba a su paciente a través de la cámara de vigilancia que tenía la celda: la conmoción de la detenida era notoria, eran movimientos que él podía reconocer con facilidad, la mujer de la celda estaba teniendo un episodio psicótico, uno donde podría terminar herida por ella misma.
Por otro lado, Gabriel también observaba a su esposa padecer cada segundo donde su incontrolable mente la dominaba, un nudo en la garganta le recordó lo que ella representaba para él. De ningún modo la dejaría sola, no ahora que su atroz enfermedad se manifestaba.
—Debo atenderla —comentó James.
Douglas asintió para que el guardia lo llevara con ella.
03 de mayo del 2020
La botella de licor que reposaba sobre la mesa, fue vaciada casi en su totalidad, a su lado figuraba un vaso de cristal con restos de pintura labial y una serie de medicamentos.
El silencio reinaba en la habitación de Luisa, aun cuando las confusas voces comenzaban a manifestarse en su perturbada mente. La atención de la castaña estaba fijada en los hombres que pasaban el día trabajando frente a su ventana, después de un rato, cerró la cortina y se dirigió a la mesita para coger una pastilla que después ingirió con ayuda de las últimas gotas de alcohol que restaban en el vaso de cristal. Cerró los ojos, sabiendo que regresaría la calma.
Una interrupción en la habitación la hizo estremecer, Gabriel acababa de entrar en su espacio para invadir su privacidad y sosiego.
—Lo hiciste de nuevo —emitió de una con el enojo al límite de su control.
—¿Qué hice esta vez, Gabriel? —preguntó Luisa fijando la fulminante mirada en él.
—No asistir a la negociación de bienes. —Planeó toda su día con relación a la supuesta reunión que nunca se concretó y aquello le fastidiaba.
—Te advertí que no iría —resolvió con repudio.
—Exigiré el divorcio forzoso. —Dio dos pasos hacia atrás y nego con el rostro—. No me importa perderlo todo.
—¿Qué se supone que vas a perder? Soy la que paga las cuentas de este lugar, son mis libros y mi carrera la que nos dan de comer. La única que perdería algo con el divorcio, sería yo —respondió la escritora, elevando el tono como señal de su descontento.
—Tú insististe en expandir los terrenos de Las Bugambilias, jamás te exigí ayuda monetaria, eso salió de ti, porque tenías la conciencia a tope después de haberme utilizado como propaganda publicitaria para tu libro —espetó frustrado.
—¡Ay, ya Gabriel! Mejor olvídalo. ¿Por qué no intentamos arreglar el matrimonio? —cuestionó acercándose al rubio de manera provocativa.
—Ahora sí enloqueciste, ¿tomaste tus medicamentos, Luisa? —interceptó burlón y retiró los brazos que su sensual esposa colocó sobre sus hombros. Luego dio un par de pasos hacia atrás, talló su cara y regreso la vista a la castaña—. ¡Anoche te viste con George, bebiste y mezclaste los antidepresivos con el alcohol!
—¡Dices que no te importo, pero aun así no soportas verme con George!
—Lo que me importa es mi imagen, no tus acciones —declaró con semejante frialdad y seguridad en la voz.
Las crudas palabras del rubio, golpearon a Luisa directo en las emociones que tenía por desbocarse, fue tanto su enojo, ante la declaración de su esposo, que se fue a los golpes contra el vaquero. El adverso se mantuvo firme en su lugar y enseguida retrocedió para observar el descontrol de su esposa provocado por la rabia e indignación, después de la discusión.
El hombre quiso abrazarla a fin de contener los movimientos agresivos, pero Luisa no quería ser detenida y se echó hacia atrás evadiendo el acorralamiento; en su esmero, por salir huyendo, terminó golpeando la mesita donde reposaba la botella vacía. El cuerpo de Luisa cayó de golpe sobre los vidrios rotos que azotaron el suelo.
Gabriel acudió en su auxilió y ella lo hizo a un lado, se colocó de pie por sí sola, notando la sangre que brotaba desde uno de los costados de la nariz. Las lágrimas surgieron de los ojos marrones, ahora el caos no sólo era en el interior, sino que también pasó a formar parte de exterior de la pareja.
—¡jamás te desharás de mí! —soltó en medio de su enojo, mientras presionaba con un trozo de tela la herida.
—¡Pediré el divorcio forzoso y lo haré público! No me importa que te quedes con todo —gritó y luego salió a paso veloz de la habitación.
El rostro de la escritora palideció con cada respiración profunda, sintió un leve mareo que decidió ignorar. Al instante, escuchó el ruido de un motor encenderse, se trataba de la camioneta de Gabriel; el hombre llevaba consigo la carpeta que Luisa identificaba muy bien y que aprendió a aborrecer.
La mujer maldijo en varias ocasiones a la vez que buscaba sus cosas por toda la habitación. Finalmente, logró terminar de colocarse los zapatos y salió corriendo tras los pasos de Gabriel. Subió al deportivo rojo estacionado en la entrada de su casa y lo echó a andar a toda velocidad. Se decidió a alcanzarlo, antes de que él llegara al juzgado, donde solicitaría la separación que ella se negaba a aceptar.
03 de septiembre del 2020
Los ojos de Luisa se abrieron de par en par luego de haber recordado lo sucedido minutos antes del accidente que le cambió el rumbo de la vida.
Ahí recostada en la fría celda en la que se encontraba: sumida en la oscuridad y siendo observada por una cámara de vigilancia. Lo tenía todo claro, los recuerdos volvieron para descontrolar su vida todavía más, ahora prefería vivir en la ignorancia, o en esa realidad subalterna donde ella era una mujer dichosa, enamorada, amada, exitosa y feliz. Sin embargo, la verdad estaba tan alejada de ello, lejos de considerarse plena y completa.
Era una mujer con escasos recuerdos dichosos, golpeada por la vida y alguien que no supo aceptar la felicidad para vivirla. Cerró los ojos de nuevo, no tenía deseos de despertar y ponerse de pie, no existían razones para hacerlo.
El psiquiatra y el abogado eran las únicas personas con la facultad de hablar con Luisa. James la visitaba todos los días, después del último episodio que vivió. Se aseguraba de que su paciente tomara los antipsicóticos, elaboraba una serie de preguntas, escribía notas y regresaba de nuevo al hospital. La castaña aceptaba los medicamentos porque, en realidad, era lo único que la ayudaba a dormir, al menos así alejaría las voces y las sombras que tanto miedo le causaban.
El abogado se arrimó una tarde, justo antes de la hora de los medicamentos, lo que le decía al hombre del traje que ella estaría coherente.
Jim Torrens, era un hombre de cuarenta años, alto, cabello castaño y ojos oscuros, con la barba partida y la ceja abultada, naturalmente vestía de traje la mayor parte del tiempo. Era un hombre de semblante regio, aunque preciso a la hora de ser leído. Se dirigió de un modo sigiloso a la celda y se encontró con su cliente sentada con ambas piernas alrededor de las manos, tenía la cabeza entre ellas como quien intenta alejarse del entorno.
—Señora Brown, ¿se encuentra bien? —preguntó.
La mujer se alertó de inmediato y levantó la cabeza para mirar al abogado que permanecía del otro lado de los barrotes.
—Sí, estoy bien —confirmó en un susurro—. Yo solo...
—Está bien, señora Brown. He venido a notificarle que, dentro de unos días, iremos al tribunal.
Luisa se acercó a su abogado y asintió a sabiendas de que no había mucho que pudieran hacer en su defensa.
—¿Cuánto tiempo cree que estaré encerrada? —preguntó resignada.
—Tengo un caso armado y su esposo no desea que usted...
—¿Gabriel? ¿Él está al tanto de mi situación? —interpuso en un cálido gesto y un corazón palpitante.
—Oh, sí. Claro que lo está. Ha pedido en muchas ocasiones que le permitan verla, pero se han negado. No, hasta que pasemos por el juzgado —explicó el abogado congraciado con la noticia que traía un poco de dicha a su cliente. Sobre todo por el hecho de que siempre estuvo al tanto de caos sentimental que la invadía.
Una diminuta sonrisa surgió en los labios de la castaña, apenas si entendía lo que sucedía en su mente; sin embargo, tenía claros sus sentimientos por el vaquero.
—Jim, necesito que me traigas esos papeles de divorcio que me he negado a firmar —solicitó con una voz apagada.
El abogado confirmó con la cabeza, al menos su cliente parecía razonable.
—¿Deseas que los revisemos de nuevo?
—No, solo estipula mi renuncia a Las Bugambilias, al departamento de Dallas y al resto de los bienes. Has que Gabriel me regrese el control de mis cuentas bancaras. —Apagada, Luisa era ahora una mujer sin luz.
El abogado quedó anonadado, tan difícil de creer le era, que tragó saliva y parpadeó antes de contestar.
—Renunciar a los bienes va en contra de todo lo que hemos peleado el último año —detalló, aclarando la decisión.
—Lo sé. Tráelo mañana para poder firmarlo —finalizó ella con gran seguridad en la voz.
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