Capítulo 17: Desahogo
05 de agosto 2020
Restos de una botella de licor estaban esparcidos por todo el suelo de la habitación de Luisa, pequeñas gotas de sangre brotaban de su nariz, mientras sostenía un trozo de tela sobre la misma para ayudar a detener la hemorragia. En el otro extremo de la recámara, figuraba el enfurecido rostro de Gabriel gritando un arsenal de cosas que ella no lograba recordar. Por alguna razón, tenía presente los colores, los movimientos y la cólera. Todo reflejado en una fugaz pelea que parecía sacada de una película muda, ya que el contexto de la acalorada discusión no aparecía en su dañada memoria. Al finalizar los posibles gritos e insultos, Gabriel caminó hacia la salida de la puerta y Luisa corrió tras de él.
Luisa se dejó caer en el sofá luego de haber recordado el complicado encuentro.
Un ardor en la garganta le decía que necesitaba una copa de licor, pero sus debilitadas piernas no podrían dar más de dos o tres pasos. Comenzó a tallar las sudorosas manos sobre su ropa, las cuales temblaban de la misma manera que lo hacían los músculos de la cara. Los miedos de Luisa, ya no se basaban solo en la idea que tenía de terminar divorciada y aislada en un psiquiátrico, sino que ahora estaba segura de que Gabriel había sido agresivo con ella mucho antes de la pérdida de memoria; sus nacientes recuerdos le dictaban violencia, puesto que había sangre, objetos rotos y una mujer huyendo.
De manera inmediata, desistió de nombrarse la culpable de todo para traspasar esa delgada línea que la convertía en la vulnerable víctima de su propia historia.
06 de agosto 2020
Luisa pasó toda la noche encerrada en el estudio, donde continuaban los restos del teléfono en el suelo. Los escasos minutos que lograba dormir con profundidad, le brindaron cobijo y descanso luego de entender parte importante del temperamental matrimonio al que continuaba atada. ¿Cómo era posible que el mundo creyera lo contrario? ¿Cómo fue que lograron ocultarlo durante tanto tiempo? ¿Por qué ni ella, ni Gabriel tuvieron las agallas de resolver el asunto anunciando su divorcio? Según la escritora, no existía amor, mucho menos respeto. ¿Qué caso tenía continuar con aquella absurda mentira? Debía solucionarlo, aun cuando, en el fondo, era consciente de que la respuesta tenía más que ver con su carrera como novelista a las decisiones que tanto ella como el rubio hubieran tomado.
Muy temprano por la mañana solicitó el café negro sin azúcar que acostumbraba, decidió permanecer lúcida y alejada del vaquero el mayor tiempo que le fuera posible. Evitaría a toda costa que él le siguiera provocando daño.
Rose, la hermosa morena, apareció con la bebida caliente de Luisa a la vez que le extendía el teléfono de la casa con la otra mano.
—Señora, disculpe la interrupción, pero tiene una llamada.
La concentración se dirigió directo al teléfono, quería tomarlo, pero temía por la presencia del custodio.
—¿Dónde está Gabriel? —preguntó antes de asentir.
—Él salió muy temprano al establo. Creo que hay problemas porque iba hecho una fiera —respondió haciendo énfasis en el adjetivo.
—De acuerdo, atenderé el teléfono —interrumpió Luisa, puesto que sabía que el enojo de este no se debía en absoluto a las cosas del rancho. En realidad, era ella quien le provocaba el desahogo la mayor parte del tiempo.
—Habla Luisa —confirmó con el teléfono en la oreja y haciendo señas para que Rose la dejara sola.
—Soy Helen, amiga. ¿Cuándo demonios pensabas contarme lo de tu embarazo? ¡Estoy sumamente molesta por esto! —Luego de semejante novedad, Helen hubiera tomado su camioneta y conducido a las tierras vecinas a fin de hacerse de la más reciente información que sus oídos escucharon. No obstante, por el momento tendría que conformarse con contactar a su amiga vía llamada para evitar toparse con el desagradable rostro de Gabriel.
Por su parte, Luisa olvidó todo lo que tenía que ver con el falso embarazo, ahora sus preocupaciones estaban en otro plano.
—¿Mi embarazo? —escupió confundida y luego lo recordó—. No... George debió decírtelo todo mal, eso era una mentira para...
—Luisa, a mí no me lo dijo él —interrumpió Helen con acelero—, yo me enteré por los noticieros.
Los ojos se abrieron grandes. Ahora, no solamente tenía que lidiar con la ira de Gabriel propiciada por sus propias mentiras, sino que también rondaba la noticia del supuesto bebé en las redes sociales y algunos medios de comunicación. ¿Qué tan lejos había llegado la dichosa mentira? Aquello que ella inventó para zafarse de la culpa por atacar al caballo de Gabriel, amenazaba con cobrar una factura inmediata y bastante elevada. La cabeza le daba vueltas, pero esta vez no podría permitirse encerrarse en una habitación para llorar. No, de momento tenía que salir a dar la cara y enfrentarlo como la mujer fuerte que una vez fue.
—Dame el teléfono de George —solicitó a Helen, sonando más a una orden que a un favor.
—Creí que lo tenías grabado en el celular —contestó la mujer tras la bocina.
—¡Olvídate del celular que me dio George! Ya te explico luego, por ahora sólo necesito ese número —replicó en un grito que acabó siendo dominado por el miedo a ser escuchada. Al cabo de unos segundos, corrió a donde el escritorio, tomó papel y pluma a fin de esperar el dato que solicitó.
—Bien... 832 612 5775.
—Gracias —resolvió la castaña después de anotar los números y, enseguida, cortó la llamada.
Abrió la computadora con el único objetivo de recorrer las redes sociales. La noticia estaba por todas partes con encabezados románticos y fotografías de una pareja enamorada. Esa que no existía de la puerta para adentro.
A las afueras de la casona, en uno de los corrales de los nuevos sementales, Gabriel montaba sobre un joven caballo color chocolate. El animal y él estuvieron pasando tiempo juntos desde que el dueño dejó de utilizar a Bryan para trabajos de campo. El dueño de Las Bugambilias volvió la vista para analizar cada movimiento que sus empleados hacían con respecto a su minuciosa labor de campo.
—¡Maldita sea, los animales se te van a escapar! —gritó desde su punto, tras notar cómo uno de sus empleados se olvidaba de la puerta del corral.
—¡Ya voy, Gabriel! —exclamó el muchacho que se apresuró a corregir su error.
—¡Hazlo ahora mismo... ¿Y qué pasa con los nuevos bebederos?! Hace tiempo les dije que tenían que estar listos para la llegada de estos animales. ¿Qué? ¿Todo lo tengo que hacer yo? —espetó mientras señalaba el corral.
—¡Qué carajos te pasa, Gabriel! ¿Dormiste mal o qué? —reprendió Andrew desde otro de los caballos.
Estaban acostumbrados al trabajo pesado bajo el rayo del sol, incluso aceptaban los regaños cuando estos eran justos y necesarios; sin embargo, Andrew sabía que ese día no era el caso. El enojo de Gabriel no tenía nada que ver con las tierras o los animales.
—¡Cállate! No me molestes que estoy que me lleva el demonio —soltó enfurecido consigo mismo.
—Los muchachos nunca han hecho mal su trabajo y esos animales estarán bien —aseguró buscando calmarlo.
—¡Te dije que no quiero hablar...! —gruñó de nuevo al tiempo que su caballo resentía el temperamento de su jinete.
—¿Ni siquiera conmigo? —preguntó Mónica, apareciendo por la parte de atrás de ambos vaqueros.
En el acto, los dos hombres se dieron media vuelta y quedaron de frente a ella.
Mónica montaba un caballo a diferencia de Andrew y Gabriel, ella llegó a los corrales con su vieja camioneta, traía una pequeña hielera donde guardaba las vitaminas e inyecciones que los animales requerían. Con normalidad, la carismática mujer solía saludar entre bromas y una notoria sonrisa en el rostro era su único maquillaje. Aunque en esta ocasión, no solo era Gabriel quien parecía de mal humor, ya que la veterinaria se mostró con el rostro rojo, en especial la parte que rodeaba sus ojos y nariz.
—¿Qué pasa? —interrogó Gabriel al bajarse del caballo y percatarse de la enfurecida mirada de su novia.
—¿Por qué no me lo dices tú, Gabriel? —reclamó Mónica, empujando al vaquero para que este diera un paso hacia atrás.
Por su parte, Gabriel se retiró el sombrero de un brusco movimiento y luego talló el rostro como quien busca sosegarse para enfrentarse a una nueva batalla.
—¡No estoy teniendo un buen día, Mónica! —informó agotado—. Así que será mejor que me digas, ¿qué es lo que pasa?
—Sigues casado con ella nada más por su amnesia, ¿no? —manifestó Mónica mostrándole a Gabriel el reportaje que aparecía en la aplicación de Facebook.
Los ojos del hombre se abrieron cuando vio una fotografía suya con Luisa y la palabra «embarazo» con enormes letras rojas.
«La feliz pareja por fin tendrá un bebé»
Gabriel llevó ambas manos a su cara, no podía creer que ahora eso le estuviera pasando.
—¡Eso es falso! —gritó golpeando la pantalla del celular.
—¡Mientes! —declaró Mónica con el semblante aún más enrojecido y pequeñas lágrimas brotando de sus cuencas.
Él lo negó con la cabeza, respiró hondo y levantó ambos brazos buscando calmar su calvario.
—No, yo no miento, la que miente es ella. —Señaló el camino que lo conectaba a la casa—. Estoy seguro.
Sin embargo, la hermosa Barbie no estaba dispuesta a creer en las mentiras de su clandestino novio, pues el futuro bebé lo cambió todo.
—¡Antier todos vimos cómo se desmayó y vomitó en el establo! —El pecho estaba a punto de explotar y las palabras se quedaban ahogadas en la garganta, aquello era un acto agonizante—. ¡Tú la acogiste en tus brazos para llevarla a su habitación!
—¡No!... Bueno, Sí... Pero no es lo que tú supones. Luisa está enferma —argumentó acercándose al rostro de Mónica.
—Esa es la excusa que me has estado dando durante todos estos años, pero resulta que ella está embarazada. ¡Los bebés no se hacen solos, Gabriel!
El pecho abrumado de Gabriel se encontraba a un segundo de un ensordecedor grito que permitiera sacar parte de las frustraciones que despertaban con él cada mañana desde que se enteró de la traición de Luisa, luego estaba el acecho y las constantes mentiras. La enfermedad de su esposa, bien podría ser el pretexto para no dejarla, aunque ni siquiera él lo tenía claro.
—Ella tiene amantes, Mónica. Se ha estado viendo con su representante de nuevo —explicó confundido.
—¿No lo entiendes? No me interesa el que pienses, que es mentira o que consideres que ese bebé no es tuyo. La duda es lo que me hace querer alejarme de ti. —Tocó el pecho de Gabriel con el dedo índice—. Tú te acostaste con ella cuando me decías que no pasaba nada entre ustedes dos.
—Es que las cosas no son así... Yo... —escupió sin más escusas para redimirse.
—¡Mírame a los ojos y dime que no te la llevaste a la cama! —gritó Mónica sin importarle que alguien más los escuchara.
En realidad, todos sabían de los amoríos de Gabriel con la veterinaria. No existía manera de que pudieran ocultarlo y tampoco hicieron el mayor esfuerzo.
Después de un breve instante, la intensidad que abundaba en la mirada de Gabriel se fundió en los ojos azules de Mónica que parecían llenarse de agua. Le resultaba doloroso verla sufrir de semejante manera, mas no había mucho que pudiera hacer, salvo dejar de postergar su complicado divorcio.
—No puedo hacerlo. —Fue lo único que pudo articular.
Mónica bajó los ojos y limpió la humedad en sus mejillas. Posterior a ello, levantó de nuevo la cabeza, aceptando su derrota.
—Seguiré atendiendo a tus animales solo hasta que consigas mi reemplazo —sentenció con voz firme.
No obstante, aquello era una condena para Gabriel, apenas si el rancho comenzaba a salir a flote y ahora perdería no solo a la veterinaria del mismo, sino también a la mujer que le nutría de paz y tranquilidad cuando más lo necesitaba.
—¡Por favor, Mónica! No puedes hacerme esto... —emitió suplicante.
La mujer se lo confirmó con un tosco movimiento al tiempo que cogía la pequeña hilera del suelo.
—Sí, puedo hacerlo, y si no me dejas en paz, ni siquiera esperaré al reemplazo.
El hombre dio un par de pasos hacia atrás y asintió con la mirada. Después maldijo el día que tenía y se montó de nuevo en su caballo. La furia que sentía contra Luisa se estaba acrecentando.
Andrew, prácticamente leyó la idea que rondaba la cabeza de su amigo y aceleró el caballo tras el galope de Gabriel, pero no fue hasta la entrada de la casa donde terminó la persecución, justo en el momento en el que el rubio enfrentaría a Luisa una vez más.
—¡Cálmate, Gabriel! —exclamó en su lucha por detener sus pasos.
—Me lleva el demonio, ¿no lo comprendes? ¡Ahora todo el maldito mundo cree en sus mentiras! —explicó bajando del animal.
—¿Y qué si está embarazada? ¿Confirmaste que fuera falso? —interrogó Andrew haciendo hincapié en la posibilidad de que fuera cierto.
A pesar de que la idea no le desagradaba, era la infidelidad de Luisa y la enorme cantidad de engaños lo que le aseguraba que se trataba de nuevas intrigas para causarle desdicha.
—¡Estoy seguro de que es un engaño, su vida entera es falsa! Estoy tan harto de esto, que estoy dispuesto a entregarle la todo lo que tengo con tal de obtener mi libertad. —Era un hombre debilitado sin fuerzas para pelear, cuya única añoranza era despertar una mañana y que sus problemas desaparecieran.
—¡Serénate, amigo! Las cosas no pueden empeorar. —Dio ánimos colocando una mano en el hombro de Gabriel.
Un vaquero arribó corriendo en su dirección, con la respiración entre cortada por la evidente carrera que dio hasta el lugar.
—Gabriel... ¡Hay un mundo de reporteros en la entrada del rancho! —alertó retirándose el sombrero.
El rubio talló de nueva cuenta su rostro con ambas manos y luego volvió la vista a donde su amigo.
—¿Decías?
Andrew lo miró con el rostro descompuesto, cansado y evidentemente descontrolado. Para enfrentar a la inteligente Luisa, él debía hacerlo con suma tranquilidad, esa que la mujer le hacía perder en tan solo un parpadeo.
—Tranquilízate. Ve y hablen de la separación sin que cometas locuras, Gabriel. Las Bugambilias también son tuyas, aquí creciste, ¿por qué entregarle todo? —aconsejó transmitiendo algo de serenidad a su amigo—. Yo me haré cargo de la prensa.
—Evita que entren, por favor —indicó el rubio sonando menos enojado.
El furioso hombre fue decidido a acordarlo todo para la firma de documentos, pues ya no deseaba estar al lado de la mentirosa mujer ni un momento más. No obstante, en su llegada a la entrada, se percató del persistente timbre del teléfono, junto con las voces que venían desde el televisor, al tiempo que se mezclaban con las palabras de Luisa y George, quienes parecían discutir en el interior del estudio de la escritora.
Quiso entrar de una para sacar su furia contra ambos; sin embargo, optó por quedarse tras la puerta por algunos minutos. Con suerte escucharía algo más que le serviría para ganarlo todo en el juzgado.
—Yo no te pedí que lo hicieras... ¿No ves lo que provocaste? —recriminó Luisa—. Ahora el mundo cree que es verdad. ¿Cómo les diré que fue una mentira?
—¡Demonios, Luisa! Te ahogas en un vaso de agua, esto es publicidad gratis —aseguró George despreocupado por la noticia que estaba causando tal alboroto en Texas.
—¡George, quiero que lo desmientas ya mismo! —expresó con los brazos entrelazados y los ojos en la televisión.
Sin embargo, George no estaba interesado en acatar la orden, era mucho más beneficioso que la mentira que él mismo filtró siguiera de boca en boca.
—No, lo haremos un par de días.
Luisa se volvió frente a él con la expresión que evidenciaba miedo, incertidumbre y descontento. Sobre todo, por el fugaz recuerdo que tenía de un esposo despiadado.
—¿Qué? ¿Acaso no escuchas nada de lo que te digo? —cuestionó preocupada—. Gabriel está como perro rabioso, gritándole a los del rancho. Yo misma he tenido que permanecer escondida aquí para no darle la cara, porque en el momento en el que se entere de que esto ha salido a la luz, querrá matarme.
George sonrió con alevosía.
—No lo hará, no te hará daño, porque el idiota sigue enamorado de ti. Sedúcelo —agregó señalándole el cuerpo con la cara.
En dicho momento, Gabriel no lo soportó más, tenía las manos hechas puño provocado por la rabia y repulsión que le producían las confesiones de George. El hombre que, desde su punto de vista, no hizo más que causar discordia en su matrimonio.
—¿De qué idiota hablas, George? —interrogó Gabriel atravesando por la puerta del estudio.
El rostro de Luisa se puso pálido, la mente estaba completamente nublada y el corazón latía acelerado. Por otro lado, George apenas si se inmutó, una sonrisa relajada apareció en la cara que estaba ocultado tras la abundante barba perfectamente delineada.
—De ti, por su puesto. Aunque Luisa ha tenido muchos idiotas a su merced, debo aceptar que tú has sido siempre su favorito —replicó congraciado por su respuesta.
—¡Cállate, George! —bramó Luisa desde el otro extremo del estudio con una clara expresión de susto provocado por la tensión que había en el lugar.
—¡Quiero que se larguen los dos! ¡Los dos! ¡Los quiero fuera de mi hacienda! —demandó enfurecido, quien no tenía deseos de un dialogo apacible.
—¡Esta también es la casa de Luisa! Bienes mancomunados, ¿lo recuerdas? —George hizo una ligera mueca que demostraba la burla en la que se convirtió Gabriel.
—George, cállate y vete ahora mismo, por favor —intervino Luisa bajo la mirada del enfurecido Gabriel.
—¡Me importa un bledo que me demanden o que hagan lo que quieran, salgan de mi propiedad ahora mismo o hablaré con la prensa y les contaré todo! —amenazó Gabriel con respiraciones profundas al tiempo que apretaba los nudillos hasta doler.
—Tú haces eso y yo entregaré a la policía los documentos que tengo en mis manos —declaró mostrando unas hojas llenas de números—. Hiciste transacciones de la cuenta de Luisa a las tuyas.
»¿Te has estado portando mal, Gabrielito? —Se burló con la satisfacción de saber que Gabriel no podría hacer mucho para defenderse.
Por otro lado, Luisa escuchaba atónita las amenazas que surgían entre ellos, ambos querían salirse con la suya y ambos tenían las de perder. Eran tantas las mentiras y los problemas, que estaban acorralados en las falsas historias que ellos mismos tejieron.
De pronto, siendo Gabriel presa del descontrol, brincó sobre el cuerpo de George, la furia enaltecida por ambas partes comenzó a manifestarse por medio de golpes e insultos, el rubio golpeó la cara de George y este devolvió el impacto yéndose directo al torso, fue tal el impulso que dio, que terminaron derribando gran parte del escritorio de la habitación.
El escándalo llegó a oídos de Dora, quien acudió al lugar, preocupada por la situación.
—¡Rápido! ¡Trae a alguien que los detenga! —gritó Luisa, quien no paraba de pedirles a ambos hombres que detuvieran la pelea.
George terminó siendo derribado por Gabriel y este se le fue al rostro, cada golpe que le impactaba estaba lleno de la rabia y odio que le tenía acumulado a través de los años.
—¡Basta, lo matarás! —alertó la mujer sin ser escuchada.
Gabriel no le permitiría librarse de su castigo, pero George logró tomar la engrapadora que cayó del escritorio y la estampó sobre la cabeza del enemigo, quien tuvo que hacerse hacia atrás para evitar seguir siendo golpeado. Ambos hombres se pusieron de pie, el representante sangraba por la boca y una ceja; el esposo lo hacía directo de la cabeza.
Dos vaqueros acudieron corriendo a la habitación con Dora tras de ellos con la consigna de parar la pelea, que hasta el momento ya estaba detenida.
—¡Quiero que te largues de mi casa! —bramó el dueño de Las Bugambilias entre jadeos.
—Me iré, pero por ningún motivo sacarás a Luisa de Las Bugambilias o de tu vida, ella se queda aquí viviendo el cuento de hadas. Si lo haces, te aseguro que terminarás en la cárcel —soltó tremenda amenaza al tiempo que limpiaba la sangre que emanaba de su boca.
—¡Que te largues, he dicho! —exclamó de tajo.
George salió muy a regañadientes y molesto con medio mundo; mientras que Luisa permanecía de pie en un rincón del enorme desastre en el que el estudio se convirtió.
—Salgan —ordenó Gabriel al resto de los empleados con la mirada en Luisa.
Luisa, tragó hondo después de observar el desfigurado semblante de su esposo. Pensó en todas esas cosas que tenía por decirle, aun cuando ella sabía que en ese momento no habría nada que lo tranquilizara.
—No estoy embarazada. —Fue lo único que logró salir de su boca—. No lo inventé como tú crees que hice. Yo... yo de verdad creí que lo estaba.
La furia de Gabriel se disipó por breves segundos, al menos ella se sinceraba en ese aspecto.
—Y, ¿por qué no me lo dijiste de inmediato? —interrogó tocando con cuidado la herida que le provocó George en la ceja. Luego hizo una mueca por el dolor que le causó el tacto.
—Pues, porque yo... me ilusioné —sostuvo a la vez que se arrepentía de continuar con lo dicho.
—Deja de mentir, Luisa. —Hundió el entrecejo y dejó de lado la poca sangre que le corría por la cara—. Estoy cansado de tus mentiras y de todas esas estúpidas historias que te creas con facilidad. ¿De verdad me crees tan idiota? Esa mentira me hizo la vida miserable. ¡Por mí, tú y tu maldita carrera se pueden ir al demonio! Estoy harto de tener que lidiar contigo y tus problemas, tus falsas historias, tu difícil carácter, todo lo tuyo es un caos, toda tu vida es una adicción y ya no quiero seguir fingiendo que no me importa.
»Quédate o vete, muéstrale a la policía los documentos de las transacciones, quédate con todo esto si es lo que quieres. Me da igual, de verdad me da igual —expresó en medio del resultado que las mentiras de ambos. Agachó levemente la cara, se giró y respiró hondo. Estaba agotado sentimentalmente.
—Gabriel, yo...
—¡Ya no quiero escuchar nada que venga de ti! —vociferó girándose de vuelta hacia ella—. Todo lo que sale de tu boca es una completa mentira y, desde ahora en adelante, será mejor que te mantengas alejada de mí, porque de no hacerlo, te juro que podría cometer homicidio.
Fijó la mirada en la mujer y terminó de salir de la jaula dorada en la que vivía su todavía esposa.
Luisa no tuvo fuerzas para objetar, estaba tan perdida en las palabras de Gabriel que su mente permaneció nublada, no había una sola expresión o reacción exterior que demostrara algo de lo que sucedía en su interior. Bien podía pasar por una mujer que suplicaba por dentro o por una cuya mente le dictaba venganza.
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