Sydney, La Fuga del Olympo
Un molesto sonido repetitivo entró en los oídos de Sydney y retumbó en su cerebro varias veces antes de que ella pudiera despertar completamente de su sueño, dándose cuenta de que se trataba del teléfono que conectaba su suite con la recepción.
La chica a duras penas pudo abrir sus ojos cuando los rayos feroces del sol entraron por los ventanales gigantes, deslumbrándola. Con sus párpados cerrado, se sentó con dificultad sobre la cama y se desperezó. Más tarde, abrió los ojos de nuevo, pero esta vez poco a poco, solo para encontrarse con el desastre que habían hecho del lugar. Los sobrados de comida estaban regados por toda parte y las sábanas y sofás manchados con toda clase de salsas y grasa, también había copas y vasos rotos por todo el suelo y líquidos de todo tipo derramados junto a estas.
Sydney se puso en pie, sin dejar de escuchar el teléfono, cuando la atacó un molesto dolor de cabeza que achacó a la resaca. Al caminar algunos pasos cuidando no tropezar con nada, se encontró un espejo de cuerpo completo. Allí pudo ver como su cabello parecía la melean de un león, enredado y desordenado, mientras su cuerpo era solo cubierto por su sostén y sus pantaletas. Observó un momento alrededor para encontrar algo con lo qué taparse entre toda la ropa de diseñador que habían ordenado y se decidió por la bata Versace que Federico había pedido para él.
Tomó el teléfono entre sus brazos y contestó, caminando hacia fuera de la habitación. Estar tras la baranda, le permitió presenciar cómo habían destrozado el primer piso de la lujosa suite en solo una noche.
—¿Sí? Buenos días —dijo, posando el teléfono junto a su oreja.
—¡Chiquilla tramposa! —pudo escuchar exclamar a alguien del otro lado —. Creías que no nos daríamos cuenta, ¿verdad? ¡No eres ninguna Victoria Weinstein! Me encargué de llamar a los bancos para revisar el proceder de todas las tarjetas de crédito que usaste y, para mi sorpresa, ¡eran robadas! Ya me encargué de llamar a la policía para que... —Sydney colgó la llamada, no dejando siquiera terminar al recepcionista.
Completamente temerosa y tan temblorosa como cristal en medio de un terremoto, bajó las escaleras a paso de gacela casi tropezándose cuando llegaba al final. En el primero piso, corrió hasta Brooklyn, quien estaba sentada en el suelo y recargada en un sofá como si le hubiesen disparado y acabado con su vida.
—¡Brooklyn! ¡Brooklyn, despierta! —llamó, batiendo a su amiga tan fuerte como podía sin obtener resultado —. Ay, no —chilló, tomando del suelo el primer vaso que encontró para después llenarlo con agua de la piscina —. ¡Brooklyn! —gritó, arrojando toda el agua sobre su amiga, quien quedó sentada de un solo movimiento ante el suceso.
—¿Qué mierda crees que haces?
—¡Lo saben! —exclamó Sydney, caminando de un lado para otro sin dejar de temblar —. ¡Ya lo saben y la policía viene para acá!
—¿Qué saben? —preguntó Brooklyn, intentando regresar a la realidad luego de un largo y reparador sueño —. ¿De qué rayos hablas?
—¡El hotel ya lo sabe! —respondió —. El hotel ya sabe que cargamos todo esto a tarjetas robadas. El recepcionista llamó para advertirme que lo descubrió y que por eso llamó a la policía... Eso quiere decir que iremos a la cárcel y no quiero ir a la cárcel —dijo Sydney tan rápido como si estuviese intentado ganar una competencia de trabalenguas —. Y si vamos a la cárcel jamás podré tener todo esto ni ser exitosa, ni tener nada de lo que quiero...
—Syd, mantén la calma.
—¿Te imaginas un delito en mi expediente? ¿Un delito en mi currículo vitae? Nadie va a querer darme trabajo luego de ver eso...
—Sydney, cálmate.
—Eso si llego si quiera a graduarme de una universidad porque ni siquiera me van a recibir en la peor universidad del mundo si soy una exconvicta...
—Sydney Harmon, por favor relájate.
—Y hasta ahora tengo 16 años, no quiero pasar toda mi vida encerrada en una prisión, tras unas rejas y paredes inmundas...
—¡Ya cállate, Sydney! —gritó Brooklyn, ocasionando que Sydney detuviera sus palabras y su caminar desesperado para observarla —. ¡Nadie va a ir a la maldita cárcel! No seas exagerada. Por el momento, nos concentraremos en salir de aquí ahora mismo. Despierta a Federico y date un baño rápido a ver si te sueltas un poco, ¿entendido? —Sydney solo asintió —. Yo me encargaré del resto.
La chica salió como rayo a buscar a Federico, encontrándolo algunos minutos después desparramado por el suelo tras el bar, aun sosteniendo una copa de champaña mientras dormía.
—¡Federico! —lo llamó, sobándole la cabeza por un momento.
—¿Qué sucede? —preguntó él, con una voz ronca y lenta.
—Tenemos que irnos súper rápido. Levántate, por favor. La policía viene para acá.
—Que me atrapen, me importa una mierda, pero déjenme dormir.
—¡Que pares tu culo ahora mismo, maldito imbécil! —gritó Brooklyn desde el otro lado de la estancia mientras lanzaba cualquier prenda que encontraba dentro de una maleta que afortunadamente habían ordenado la noche anterior junto con la ropa.
—Las odio a ambas —susurró él.
—Vamos, Federico —insistió Sydney, apartando la copa de champaña de su mano y acariciándole su cabeza para darle algo de fortaleza.
—Ya voy —suspiró fastidiado.
Sydney lo observó abrir sus ojos y eso le bastó para salir corriendo hasta el primer baño que encontró. Allí, ni siquiera cerró la puerta, tan sólo se deshizo de la bata Versace y de su ropa interior y penetró en la ducha, donde se dio el baño más rápido que pudiera recordar en toda su vida. Cuando hubo terminado, envolvió una toalla en su cabello y otra alrededor de su cuerpo para salir de vuelta a la sala de estar.
—¡Tu ropa! —dijo Brooklyn, arrojándole un vestido tan elaborado y de alta costura, que parecía perfecto para un evento de gala y no para una huida.
—No tengo tiempo para vestir esto es...
—Tenemos que vestirnos como personas millonarias. Si la policía está buscando ladronas, ¿crees que detendrán a tres chicos vestidos con los diseñadores más costosos del mundo o a las simplonas vistiendo como si acabaran de escapar?
—No importa como estemos vestidas, porque si la policía nos ve salir por el elevador que conduce a esta suite, supongo que sabrá quienes somos.
—¿Y quién dijo que saldríamos por el elevador?
—¿A qué te refieres?
—Sólo ponte lo que te di, maquíllate y péinate lo más rápido que puedas —respondió Brooklyn —. Yo me encargo del resto.
Sydney obedeció, aunque algo insegura. Se puso encima las pantaletas, un sostén y sobre lo anterior el vestido Prada blanco que su amiga le había proveído. Más tarde calzó unos altos tacones que encontró y pensó que combinaban. Cuando estuvo lista, Brooklyn le ordenó continuar empacando la ropa en las maletas mientras ella se daba una ducha también. Sydney no tardó en completar la misión y, cuando no quedaba absolutamente nada de ropa por ahí, se acercó al espejo para maquillarse al tiempo que vio como Federico salía tras su reflejo, vestido con un hermoso traje de diseño muy delgado y casi transparente.
—Es Gucci —explicó el chico, imitando una pose de modelo.
—¡Te ves fantástico! —exclamó Sydney, estando ya completamente lista.
—Y ni qué decir de ti, pareces una modelo de alta costura.
—¿Eso crees?
—Estás hermosa, Syd —concordó Brooklyn, quien recién salía del baño con un vestido Chanel de costuras oscuras, pero transparente y largo, acompañado de unas sandalias con tacón.
Sydney quedó absorta y muda por un momento cuando giró su vista y contempló a su amiga, quien parecía una vampiresa divina sacada directo desde el infierno con su piel pálida, su cabello negro liso perfectamente peinado, sus sombras oscuras y su pintalabios morado mate.
—... Sydney.
—¿Cómo? —preguntó la chica, al ver que todas las miradas estaban puestas en ella —. No escuché lo que me dijeron, lo siento, estaba...
—Chorreando la baba por Brooklyn —interrumpió Federico —. Todos los notamos con claridad.
—Menos charla y más acción —dijo Brooklyn, tomando una de las maletas repleta de ropa —. Bajaremos por el balcón y antes de que digan algo, es una caída de menos de dos metros al balcón del piso de abajo. Es cero riesgoso y...
—¡El alcohol! —exclamó Federico, corriendo hasta el bar —. ¡Nadie empacó las botellas de alcohol!
—¡Tenemos que irnos! —gruñó Brooklyn, caminando hasta el balcón para dejar caer su maleta al balcón del piso de abajo —. ¡Date prisa! —ordenó en el mismo momento en el sonó el característico pitido del elevador que anunciaba que alguien lo había abordado en el primer piso.
—Están aquí —susurró la rubia—. ¡La policía está aquí!
—¡La otra maleta, Sydney! —recordó Brooklyn y la chica corrió hasta tenerla en sus manos, para después dirigirse al balcón y arrojarla.
—¡Vamos, Federico! —gritó Brooklyn, viendo como el tablero del elevador anunciaba cada piso que rebasaba y se más cerca de ellos.
—Sólo falta el Vodka —dijo él, apilando tantas botellas como podía dentro de la maleta.
—¡Federico, por favor, nos atraparán! —chilló Sydney, temblando como un chihuahua.
—¡Ya estoy listo! —exclamó al fin, cerrando la cremallera de la maleta Louis Vuitton y corriendo a toda prisa para alcanzar a las chicas.
Brooklyn pasó ambas de sus piernas sobre la baranda, se tomó fuerte de esta y se dejó caer hasta estar en el balcón del piso de abajo sana y salva. Sydney tomó la maleta llena de alcohol de manos de federico y la arrojó para que Brooklyn la recibiera.
—Adelante, Sydney —dijo Federico, sin embargo, ella no pensaba dejar a nadie atrás.
—Ve tu primero —dijo y él no chistó en seguir sus órdenes.
El sonido que anunciaba la llegada a la Suite: La Cima del Olympo retumbó por todo el lugar hasta llegar a los odios de Sydney, quien se giró y contempló cómo las puertas se abrían lentamente. Tras estas apareció la cara inconfundible de aquel policía que las había acosado hacía algunos días en Los Santos en medio de la carretera. ¿En serio las había seguido hasta tan lejos? Pero como Sydney no tenía tiempo de responder a las preguntas, cerró los ojos y saltó al vacío, no teniendo tiempo de descolgarse como sus amigos, con tanta suerte que Brooklyn la recibió como a una princesa en apuros en sus brazos, librándola de cualquier herida posible.
—¿Estás bien? —preguntó Brooklyn.
Sydney tardó un poco en responder, intentando disfrutar del momento.
—Estoy perfecta —murmuró, sonrojándose levemente.
Brooklyn la bajó de sus brazos y la ubicó en el suelo. Los tres tomaron sus maletas y Sydney abrió las puertas de cristal que daban al balcón para penetrar en la habitación extraña. Lo primero que vio fue a una pareja semidesnuda sobre la cama preparada para tener la noche de su vida. Sobre el suelo yacía un hermoso traje blanco de recién casada además de uno negro de esposo.
—Lo lamento mucho —dijo ella, cruzando toda la habitación y manteniendo el menor contacto visual posible con los recién casados —. Espero sean muy felices.
—¡Recién casados! —exclamó Federico al ver a los residentes de la habitación, deteniéndose un momento —. Pero igual terminarán divorciándose —agregó, siguiendo a Sydney.
—¡Llamaré a la policía! —exclamó el novio, cubriendo sus partes íntimas con sus manos.
—Muy tarde, estúpido —dijo Brooklyn, caminando frente a él —. El imbécil del recepcionista tomó la delantera —agregó, mostrándole el dedo del medio acompañado de una sonrisa y un guiño.
Sydney abrió la puerta de la habitación y los tres salieron al pasillo, preocupándose ninguno por cerrar la puerta de la habitación a la que habían entrado sin derecho, añadiendo un delito más a la larga lista de los que ya tenían.El pasillo rápidamente los dirigió hasta un elevador y este a su vez hasta la recepción, sin embargo, antes de llegar allí, Brooklyn dio instrucciones muy claras.
—Ninguno puede correr. Deben actuar como distinguidos huéspedes del hotel, porque además de los policías que subieron a la suite, también debe haber algunos en el vestíbulo y, como una pitonisa, Brooklyn predijo el futuro. Al llegar al primer piso del Hotel Olympo, los chicos pasaron el umbral del elevador y se encontraron con cuatro policías uniformados y preparados para atacar junto a la fuente adornada por las esculturas de las nueve musas.
Todos intentaron mantener la calma, caminando tan tranquilos como podía hacerlo alguien prófugo de la justicia que pasa frente a la policía. Sydney, quien iba liderando el camino, se concentró en contar los pasos que daba para distraerse de todo lo que podía hacerla ver nerviosa. Uno... dos... tres... ocho... diez... dijo uno por uno hasta ir más allá de los cien y, estando a menos de cinco pasos de las puertas giratorias que garantizarían su libertad, escuchó las palabras alteradas de un hombre.
—¡Esperen un momento!
Sydney se giró para encontrarse con el recepcionista corriendo como un loco hacia ellos y no supo qué hacer. Se quedó congelada en aquel vestíbulo imponente mientras el hombre que los había echado al agua corría hacia ellos y alertaba a la policía y a todos los presentes con sus gritos demoníacos. Todas las miradas se posaron sobre ella, al tiempo que vio como Brooklyn y Federico la rebasaban, concentrados en alcanzar el exterior, sin importar las distracciones.
—¡Son ellos! —continuó gritando el hombre — ¡Ellos son los ladrones! ¡Atrápenlos!
De repente, sintió como una mano agarraba su brazo y la empujaba dentro de las puertas giratorias, alejándola del peligro. Ante sus ojos vio como lentamente daba pasos para llegar al exterior, descubriendo que su salvadora había sido Brooklyn, por supuesto.
—¡Muévanse! —gritó Federico, esperando por ellas unos cuantos metros más allá.
Los turistas que caminaban aquel día por las aceras de Los Llanos Strip pudieron presenciar a dos chicas y un chico elegantemente vestidos corriendo de un extraño recepcionista y de la policía, sin embargo, los prófugos lograron escapar al entrar a otro de los hoteles lujosos y perderse en sus instalaciones, haciendo uso del lujo de Los Llanos y de sus pasajes subterráneos con aire acondicionado para escapar.
Más de una hora después, un convertible morado, que cargaba con maletas llenas de ropa de diseñador y de alcohol, abandonó la grandiosa ciudad de Los Llanos a toda velocidad, conducido por una pelinegra aventurera que no tenía miedo al acelerador, acompañada por una rubia ansiosa por triunfar y un moreno que solo disfrutaba del viaje.
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