Sydney, Entre Libros, Instagram y Pizza (Antes)
—Es demasiado interesante, ¿verdad? Casi tanto que no te puedes resistir —aseguró Sydney, observando como Brooklyn yacía desparramada por toda la cama doble y sobre el edredón naranja oscuro mientras tenía su mirada puesta en un libro abierto.
—La verdad es que no he pasado de la primera página —advirtió Brooklyn, soltando el libro para desperezarse.
Aquellas palabras asombraron de sobre manera a Sydney, quien había abandonado la comodidad de su casa y hecho un recorrido de más de hora y media desde el sur de Los Santos hasta el lujoso vecindario de Bárbara Hills, enclavado en y junto a las colinas, sólo para cumplir su deber de tutora y ayudar a Brooklyn, sin embargo, ella no parecía muy accesible a poner empeño en permitir ser ayudada. Sydney empezaba a tener la impresión de que aquella chica rebelde solo accedía a sus reuniones de estudio y la soportaba en el colegio para evitar regresar a la oficina del rector Krauzer.
Era claro que había sido engañada. Sydney llevaba más de media hora convencida de que su amiga leía el libro que ella misma había elegido con mucho cuidado para despertar su lado lector e inculcarla en el bello arte de perderse entre las páginas y las letras de la literatura, pero ahora veía que se había equivocado vilmente, cayendo en una despiadada trampa.
—Pero se suponía que leerías el libro mientras yo corregía tus ecuaciones —refunfuñó, dejando caer sobre el escritorio un lápiz que sostenía y que le permitía borrar los números y letras incorrectos de un dejado cuaderno que no le pertenecía.
—Por supuesto que no. Te invité a mi casa porque se suponía que corregirías mi tarea de álgebra mientras yo simplemente hacía cualquier otra cosa, pero de repente inventaste que tenía que leer este aburridor ladrillo.
—No es un aburridor ladrillo —contradijo Sydney, levantándose de la cómoda silla que hacía juego con el escritorio donde se ubicaba, ambos objetos que probablemente nadie había usado antes que ella —. Es Alicia en el País de las Maravillas —dijo, tomando el libro de las manos de Brooklyn con delicadeza para después mostrarle la hermosa portada —, y hasta tiene dibujitos —agregó, luego de abrir una página al azar —. Es básicamente un cuento para niños, así que debería ser fácil de leer incluso para ti.
—No me importa, Sydney —gruñó Brooklyn, dando una vuelta sobre la cama para quedar bocarriba, observando el techo en el cual permanecía una tira de luz morada que recorría toda la habitación hasta terminar junto a un conector, agregando un toque ochentero tanto a los muebles como a la cantidad ridícula de pósteres que colgaban en las paredes—. No son los dibujos o la historia, simplemente no me gusta leer. ¿Por qué querría saber lo que una niña adicta al LSD piensa cuando está en medio de uno de sus viajes?
—Lamento contradecirte, pero Alicia no es adicta a ninguna droga —aclaró Sydney, sentándose sobre la cama, cansada de lo agotador que era ser la tutora de aquella chica —. Tienes que ver más allá, Brooklyn. Los libros siempre tienen significados e intenciones implícitas, cosas que el autor jamás escribe, pero que tú debes esforzarte por intuir.
—No quiero saber lo que hombres ancianos de siglos pasados querían decir con sus libros, y menos si eran sobre una niña. Suena bastante... perturbador, por no decir algo más.
—Igualmente, no sólo se lee para eso —aclaró la rubia —, se lee para ir a otro mundo. Se lee para ver y entender cosas que no puedes desde donde estás. —Sydney se acercó a la amplia ventana panorámica de la habitación, corrió el velo de la cortina y luego observó la magnífica vista de la ciudad de Los Santos e incluso el Océano Pacífico muy hacia el horizonte, ambos bajo un cielo oscuro y sin estrellas, pero con una luna perfecta para causar la transformación de un hombre lobo —. Yo leo para escapar de aquí —explicó, acercando el libro de Alicia a su pecho —. Leo para sentirme en el Paris de la revolución, en el Londres Victoriano, en el Tokio futurista, en los siete mares, porque en verdad, jamás he salido de Los Santos...
—¡¿Jamás has salido de los Santos?! —exclamó Brooklyn, poniéndose en pie de un salto para observar a Sydney directo a los ojos.
—Nunca —rio ella, apartando la mirada de su amiga y enfocándose en la vista —. Nunca te lo he contado, porque pareces no estar muy interesada en mi vida, pero mis padres no tienen mucho dinero, y el poco que tienen, prefieren invertirlo en mi educación. Los viajes pueden esperar por ahora, o al menos es lo que siempre dice mi madre.
—Con razón te gustan los libros, si es que no tienes otra opción.
—No es tan sencillo, Brooklyn. ¿Aún si tuviera todo el dinero del mundo crees que podría escapar a Hogwarts o a Mordor?
—Supongo que no, pero ambas películas me gustaron.
—¡Exacto! —exclamó Sydney —. Con los libros puedes ir a donde deseas, sin importar si está en esta tierra o no. Puedes conocer cómo piensan otros, las costumbres de otros lugares, todo lo que desees... ¡Eso es! Si no te gustan los libros de hombres ancianos quizá sea porque estoy intentando llevarte a mundos que no te interesan. Lo siento mucho, discúlpame —rogó, alejándose de la ventana hasta llegar a una esquina de la habitación donde permanecía su mochila color palo rosa —. Si te parece, podemos intentar con libros escritos por mujeres.
—Eso suena un poco más interesante. Si voy a adentrarme en un mundo ajeno, al menos quisiera que fuese creado por alguien que ve el mundo como yo lo veo.
—Para nuestra próxima reunión de estudio traeré Orgullo y Prejuicio, de la talentosísima Jane Austin. ¿Estás de acuerdo?
—Como quieras —respondió Brooklyn, ya estando de regreso en su cama y con un celular en sus manos —. Dame tu usuario de Instagram, Sydney.
—¿Instagram? Lo siento, pero no tengo. Mi madre piensa que es una distracción que mata neuronas.
—Tu madre es una distracción que mata neuronas —rezongó Brooklyn, poniendo sus ojos en blanco —. Dame tu celular —ordenó y Sydney no tuvo otra opción más que obedecer ante el remolino imbatible que resultaba ser aquella chica.
Brooklyn calló por unos minutos, lo que despertó la curiosidad en Sydney, quien siempre estaba ávida por saber acerca del mundo de aquella extraña de la que era tutora. Le parecía bastante peculiar y en un muy buen sentido, quizá hasta tal punto de siempre desear estar junto a ella. Y aunque Sydney se empeñara en ocultarlo tanto como podía, las sesiones de estudio se habían transformado más en un pasatiempo que en una obligación, y luego de dos meses llevándolas a cabo, empezaba a disfrutarlas cada vez más.
—¡Ya está! —sentenció Brooklyn, devolviendo el celular a su dueña —. Ahora eres BlondeSyd en Instagram, felicitaciones.
—¡¿Cómo?! —preguntó Sydney, corriendo a tomar su celular —. ¡Debo borrar esto ahora mismo! Mi madre me va a colgar si lo encuentra —aseguró, temblando tanto que no le fue posible cumplir su meta.
—Relájate un poco. Ella no tiene por qué enterarse. No es como que estés cometiendo un crimen.
—Pero mi madre me lo prohibió rotundamente.
—¿Y? —preguntó Brooklyn, tomando su celular y alistando la cámara de este —. Te diré algo que te servirá en la vida. Los padres desean que hagamos todo como ellos quieren, pero están pescando en un mar sin peces, mi querida y ñoña amiga. Somos sus hijos, no sus clones, siempre pensaremos y actuaremos por nosotros y no por ellos. Así que de una u otra forma, habrá cosas con las que no estén de acuerdo.
—Pero...
—Pero nada, regresa a la ventana, suéltate un poco y posa sensual —ordenó, arrodillándose mientras apuntaba la cámara de su celular hacia Sydney, quien no tardó en obedecer —. Dije sensual, no como una actriz porno —rezongó.
Sydney no supo qué hacer, es más, ni siquiera sabía si deseaba que le tomaran una foto. No le gustaban muchas cosas de su físico y la vida se había empeñado en recordárselo. Nadie jamás le había coqueteado o lanzado una mirada pícara, ni siquiera recordaba haber recibido un cumplido en sus 14 años de vida. Sin embargo, sabía que luchar con Brooklyn no era una opción, cuando se trataba de ella nunca había una salida diferente a hacer lo que la chica de ojos celestes quería. Se aceró un poco más al cristal de la ventana y se puso de espaldas, girando su cabeza y observando directamente hacia la cámara, intentado jugar con su corto cabello para que no se percibiera tan nerdo.
—¿Así? —preguntó mientras sonría, creyendo que la cámara la amaría más de esa forma.
—Oculta esos dientes —respondió Brooklyn con tosquedad —, ya te ves lo suficientemente ñoña, no queremos que piensen que haces un cosplay de Vilma la amiga de Scooby Doo, aunque va a ser difícil.
Sydney cerró su boca entonces, pero mantuvo la pose al no escuchar ningún reclamo sobre esta. El flash de la cámara se encendió y sus ojos dolieron para después llenarse de aquellas lágrimas de molestia que se sienten cuando una luz despiadada alumbra las pupilas sin permiso.
—En hora buena, ya tienes tu primera foto —dijo Brooklyn, poniéndose en pie para enviarle la imagen desde su celular —. Si no la publicas ahora mismo, te asesino —aseguró, subiendo su mirada para verla directo a los ojos —. Y nunca lo olvides: jamás podrás cumplir con todas las expectativas de los demás, ni siquiera las de tu madre.
Sydney solo pudo sonreír confundida, mientras apartaba la mirada velozmente. No entendía por qué le era tan difícil sostenerle la mirada a Brooklyn. Había algo en sus ojos celeste que no podía entender, pero que la impulsaba a seguir observándolos, y era justo ese sentimiento al que le temía, por ello intentaba huir de aquellos ojos cada vez que se posaban sobre ella.
—Creo que lo logré —aseguró algunos minutos después cuando la primera foto estaba publicada en su recién creado perfil de Instagram.
—Muy bien, Syd. Ya eres toda una rebelde.
¿En serio la había llamado Syd? Eso era un avance inesperado. Por lo que hasta ahora sabía de Brooklyn, no era de las que usaban apodos o diminutivos, a menos que fueran una especie de insulto, como ñoña, la palabra que más usaba para referirse a ella.
El celular en sus manos vibró debido a una notificación que no tardó en atender: Brookyou666 empezó a seguirte. Su dedo, decorado por una uña corta con nada más que un francés, se deslizó hasta aquel perfil. La cuenta de Instagram de Brooklyn era tan de su estilo, que Sydney ni siquiera se impresionó. Había algunas fotos de grafitis hechos por ella misma alrededor de todo Los Santos, e incluso uno en el colegio, además de fotos de ella con un aura muy oscura y poses irreverente.
—Tienes un perfil bastante curioso —dijo sin pensarlo, no tardando en sonrojarse al caer en cuenta de sus palabras —. Lo siento, no quise...
La puerta de la habitación de Brooklyn se abrió entonces, interrumpiendo las palabras de Sydney, y tras esta apareció un hombre de altura considerable que aparentaba no más de 35 años, su cabello corto era negro y brillante, pero lo que más llamaba la atención era su sonrisa cordial que inspiraba confianza. El extraño llevaba dos enormes cajas de pizza en su mano derecha mientras en su otra mano sostenía una gran botella de Coca-Cola.
—Disculpen la interrupción —fue lo primero que dijo el hombre al adentrarse en la habitación, siendo alumbrado por las luces moradas del cuarto de Brooklyn y permitiendo así que Sydney, al detallarlo mejor, le encontrara un parecido con su amiga, sobre todo en los ojos celestes profundos.
—Al fin, papá —suspiró Brooklyn, levantándose inmediatamente para recibir las cajas de pizza de las manos de su padre. Luego se sentó sobre una alfombra suave que adornaba el suelo —. Muero de hambre —refunfuñó, abriendo una de las cajas.
El olor de pizza que se liberó en aquel momento ocasionó un rugido en el estómago de Sydney, sin embargo, prefirió no acercarse a la pizza, manteniéndose cerca de la ventana para evitar la tentación de probar siquiera un mordisco de aquel alimento repleto de carbohidratos, azúcares, sodio y conservantes.
El señor Blackfield, de quien todavía no sabía el nombre, se sentó en el suelo junto a su hija, tomó tres vasos desechables y los empezó a llenar de Coca-Cola burbujeante. Brooklyn, por su parte, agarró el pedazo de pizza más grande que encontró, lo dobló y luego le dio un brutal mordisco.
—Mucho gusto, Chase Blackfield —dijo el hombre, extendiendo su mano sin abandonar ni por un momento su sonrisa cordial —. Tú debes ser la afamada tutora Sydney Harmon, ¿o me equivoco?
Sydney no solía soltarse muy bien con los extraños, en especial si eran adultos, ya que se sentía en una posición más baja frente a estos, una posición desde la que no le quedaba otra opción más que dar lo mejor de sí para ganarse el respeto. Sin embargo, ver al señor Blackfield sentado en el suelo junto a su hija como si fuera un adolescente más la impulsó a soltarse y avanzar hasta él para estrechar su mano, que resultó ser suave y amigable.
—Soy yo —respondió —. Es un placer conocerlo.
—El placer es mío —aseguró el hombre, tomando un pedazo de pizza para sí mismo —. ¡Y siéntate, por favor! ¡Sigue! Nadie más se nos unirá esta noche, así que come cuanto quieras, la pizza es prácticamente para ti y para mi cielito.
—Papá, ya te he dicho que no me llames así cuando estamos con otras personas—gruñó Brooklyn con la boca repleta de pizza. —Sydney rio al ver como por primera vez una persona humillaba a aquella chica rebelde sin causar ninguna mala reacción —. Y tú no te burles, ñoña, limítate a comer la pizza y a corregir mis tareas.
—¡Lo siento, no pretendía burlarme! —exclamó Sydney, sentándose junto a la familia de forma suave y parsimoniosa, procurando que sus pantaletas no quedaran exhibidas al descuidar el vestido que tenía puesto —. Y me apena mucho rechazar la comida, pero tendré que hacerlo y no porque no quiera —se apresuró a aclarar —, pero mi madre no me permite comer este tipo de comida.
—¿Cuál tipo de comida? —repitió Brooklyn —. ¿Comida jodidamente deliciosa?
—Cielito, no seas ruda con tu nueva amiga —dijo el señor Blackfield en un tono más de amor que de reproche, dando un mordisco a su pizza.
—Comida con tantas calorías y poco sana. Mi madre siempre dice que debo cuidarme si quiero ser alguien en la vida...
—¿Y acaso la gente que es alguien en la vida solo come verduras? —Sydney no supo que responder —. A menos de que tu madre sea bruja y vea todo lo que sucede en la tierra, no te descubrirá, como ya te lo he dicho mil veces esta noche —aseguró Brooklyn, tomando un pedazo de pizza y luego ofreciéndoselo a Sydney —Entonces trágate esto y deja descansar esa boca que parece solo saber la palabra "madre"
—Brooklyn, cuida tus palabras —ordenó el señor Blackfield —. Sydney es tu amiga y no cuestiona tu estilo de vida, así que respeta el suyo.
—¡Está bien! —exclamó Sydney, saltando al vacío para evitar que padre e hija continuaran discutiendo por su culpa. Lo que menos quería causar era discordia en aquella familia que cordialmente le había abierto las puertas de su casa.
Ante la mirada curiosa de los presentas, Sydney tomó el pedazo de pizza que Brooklyn le ofrecía, cerró sus ojos, intentando convencerse de que todo estaría bien, y le dio el mordisco más grande que recordaba haberle dado a algo desde que tenía memoria. El sabor era delicioso. Toda la mantequilla, el queso por montones, la salsa, los champiñones y el pollo se sumaban en la cantidad perfecta para crear un remolino de deliciosos sabores en sus papilas gustativas.
—Muchas gracias por esto —dijo cuando hubo tragado, pero aun disfrutando del sabor que permanecía en su boca.
—No te preocupes —respondió el señor Blackfield —. Es lo mínimo que podemos hacer por ti. Estás ayudando a mi cielito y no sabes cuánto aprecio eso, parece que le haces bien. Algo aquí dentro —tocó su pecho bajo el cual permanecía su corazón —, me dice que su relación durará bastante.
—Ay, papá, por favor —suspiró Brooklyn, terminando su cuarta rebanada de pizza —. No llevamos ni dos meses de conocernos y ya crees que tendremos una conexión de por vida. Si que te gusta ser cursi.
—¿Cursi? Bien sabes que soy muy bueno leyendo a las personas, y Sydney y tú parecen llevarse más que bien la una con la otra, aunque claramente son polos opuestos.
La conversación cambió rápidamente de tema para gusto de Brooklyn, sin embargo, a Sydney le quedaron sonando aquellas palabras por mucho tiempo, incluso después de todas las rebanadas de pizza que comieron y los vasos de Coca-Cola que bebieron.
Al terminarse la comida, Chase Blackfield se puso en pie, recogió toda la basura y antes de dejar la habitación se detuvo un momento para hablar, ya teniendo el picaporte en la mano.
—Sé que el de mi cielito es pie de limón, pero, ¿cuál es tu sabor favorito de helado, Sydney?
—¡Chicle! —respondió ella, ansiosa por la promesa implícita que el señor Blackfield le había hecho sobre su postre favorito.
Con las respuestas en su mente, el hombre dejó entonces la habitación, abandonando a ambas chicas en el cuarto de luces moradas, vistas a Los Santos y barrigas llenas.
—¿Chicle? ¿En serio? —suspiró Brooklyn —. ¿Cuándo va a llegar el día en que me sorprendas?
Sydney elevó los hombros ante la respuesta que no tenía, algo apenada por haber elegido aquel sabor.
—Tu padre es fantástico —aseguró para desviar la atención.
—Lo sé —concordó Brooklyn —. Creo que es la única persona en el mundo que se preocupa por entenderme antes de juzgarme. De alguna forma es similar a ti, aunque sé que él lo hace de corazón. Aún tengo dudas sobre tus intenciones. No sé si me tratas de forma cordial simplemente por tu personalidad de niña buena y estúpida o porque en verdad te intereso de alguna forma.
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