Sydney, El Demonio y el Ángel
—Vamos, linda, tú sabes que quieres.
—¡Creo que ya te dije como cuarenta veces, Anthony, que no quiero darte un beso! —aseveró Sydney, intentando zafarse de las fauces del chico, quien la mantenía acorralada en un baño prístino de aquella mansión extraña de Bella Beach.
La cabeza de Anthony se acercó bruscamente a la cabeza de Sydney, y ella, sin otra opción, le dio un sutil empujón y logró escapar. Sin embargo, cuando intentó agilizar su paso, su mano fue atrapada de nuevo con fuerza. Al parecer Anthony no entendía lo que un "no" significaba.
—Quiero irme —dijo Sydney de la forma más cordial que pudo. En verdad empezaba a estar asustada, y no quería que una mala reacción de su parte desencadenara algún tipo de agresividad en el chico —. Necesito buscar a Brooklyn, no sé dónde está y...
—Ella sabe cuidarse sola y, mientras se divierte, nosotros también podemos tener nuestra propia fiesta —sostuvo Anthony, tomando la mano que Sydney tenía libre y acercándola a su cuerpo, llegando a quedar unidos.
El aliento de Anthony resultaba repugnante para Sydney. El chico desprendía un tufo a alcohol y cebolla producto de todo lo que había tomado y de la cantidad enorme de frituras que había comido. Sin previo aviso, Anthony intentó acercar sus labios para darle un beso. Ella intentó forcejear para huir, sin embargo, él era más fuerte.
—Por favor, Anthony, no quiero besarte. Déjame ir —rogó a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas y su desespero aumentaba de forma drástica, sin embargo, esto parecía no importarle a su acosador —. No me siento cómoda —insistió, ejerciendo la mayor fuerza posible sobre sus brazos para soltarse, pero fue en vano. Lo único que consiguió fue que él la apretara más fuerte.
—Ambos sabemos que queremos esto...
—No, yo no quiero nada contigo —interrumpió Sydney, con lágrimas cayendo por sus mejillas sonrojadas debido al temor —. Solo quiere que me dejes ir, por favor
En retrospectiva, Sydney ahora pensaba que debía haber evitado ir a ese baño dejando la puerta sin seguro, algo que decidió debido a que le fue algo difícil comprender el mecanismo del exclusivo y extraño picaporte. Fue ahí cuando Anthony entró al baño justo detrás de ella, y para su desgracia, él sí sabía cómo accionar el seguro.
—Dime, Sydney, ¿qué es lo que más te gusta que te hagan? — preguntó él con una sonrisa asquerosa.
—¡Auxilio! —gritó Sydney a todo pulmón —. ¡Alguien ayúdeme!
—¡Cállate, Syd! —exclamó él, agarrando su cabello rubio con ferocidad —. O mejor grita todo lo que quieras. La música está tan alta que nadie te escuchará.
Con la mano que Sydney tenía libre, asestó un puñetazo en la barriga de Anthony pero, aunque a él le dolió, no pudo escapar. Cuando intentó correr, sintió un jalonazo en su cabello que la regreso despiadadamente a su posición anterior.
La chica estaba tan temerosa que pudo prever como toda su suerte estaba echada a perder. Sin embargo, en el momento exacto en que intentaba bajar sus defensas para rendirse ante aquel demonio, el picaporte de la puerta sonó, para un segundo después abrirse esta de golpe. Tras el umbral, pudo observar a otro chico, quien en aquel momento le pareció un ángel, pues la luz lo alumbraba desde atrás y solo se veía su sombra.
—¿De nuevo obligando a las chicas a hacer cosas que no quieren, Anthony? — dijo aquel ángel con una voz pícara y acento extranjero.
—No te metas en esto, Federico —gruñó Anthony, reduciendo la presión con la que apretaba el cabello y el brazo de Sydney, lo cual ella agradeció.
—¡Suéltala ahora mismo!
—¿Por qué? —preguntó Anthony —. ¿Preferirías ser tú el que estuviese entre mis brazos, mariquita?
Federico entró en el baño y por primera vez Sydney lo pudo ver con claridad, era un muchacho muy apuesto y por su apariencia y acento, dedujo que provenía de otro país.
—Por supuesto que no —suspiró Federico, batiendo una copa que tenía en su mano izquierda —. Los heteros básicos y violadores están muy lejos de ser mi tipo —agregó, acercándose a ambos —. Hola, Sydney, es un placer conocerte y aunque tú no me conozcas, yo sí te conozco. Brooklyn me envió a buscarte... Ven conmigo.
El alma volvió al cuerpo de Sydney y creyendo que ya estaba a salvo gracias a Federico, intentó moverse para alcanzar la mano extendida de él. Sin embargo, Anthony volvió a ejercer presión sobre su cabello, lo que la hizo soltar un pequeño gemido de dolor.
—¡Te digo que la sueltes! —exclamó Federico.
—¡Y yo te digo que te largues y nos dejes en paz!
El puño de Federico se alzó de repente y, en menos de lo que dura un parpadeo, terminó sobre la cara de Anthony, enviándolo directo a la bañera de cerámica y hermosos terminados que se encontraba tras ellos. Sydney se liberó al fin, y su primer instinto fue correr tras Federico, intentado ocultarse tras él. Su cuero cabelludo ardía y el único alivio que encontró fue sobarlo con delicadeza. Cuando bajó a ver sus brazos, notó que el cerdo de Anthony había dejado su mano marcada.
—Un placer, Federico —dijo el chico, besando inesperadamente a Sydney en la mejilla, luego, procedió a limpiar sus lágrimas con un pañuelo que sacó de su bolsillo —. Hora de irnos. Tu amiga está muy preocupada por ti.
—¡Te voy a matar, maricón de mierda! —gritó Anthony, aún dentro de la bañera.
—¡Favor que me harías, imbécil! —respondió Federico, cerrando la puerta tras de ellos para luego tomar las llaves con las que había abierto y accionar el seguro —. Ahora alguien tendrá que sacarlo de ahí, porque no podrá abrir desde adentro.
—¿Y si rompe la puerta?
—Mi padre comprará otra —respondió el chico, elevando los hombros con desinterés —. Conozco a Anthony de tiempo atrás. Fue por eso por lo que cuando no vi a ese descerebrado violador por ningún lado y tampoco encontré a la rubia con cabello de oro y ojos verdes como un prado recién cortado, supe que algo andaba mal. No es la primera vez que hace eso, pero siento que ustedes ya se conocían, ¿me equivoco?
—Sí, lamentablemente —respondió Sydney cabizbaja, intentando seguir el paso de Federico, quien se dirigía hacia la piscina a la vez que sobaba sus manos.
Ahora sus pasos eran inseguros, mucho más que antes. Nunca una persona se le había acercado tanto. Ni siquiera había dado el primer beso y agradecía que Anthony no hubiese sido el primero. Su mente estaba dispersa, no paraba de repetir mentalmente la experiencia vivida hacia unos segundos, llegando incluso a sentirse asqueada de sí misma.
—El mundo está lleno de imbéciles como ese. Puedo dar fe de ello. Por eso ya no quiero ni seguir viviendo... ¡Mierda! —exclamó de repente, deteniéndose en seco y dejando caer la copa vacía que llevaba en su mano —. Toda esa gente reunida alrededor de la piscina y ese pastel gigante solo pueden significar una cosa... Van a cantarme el feliz cumpleaños! ¡Tenemos que escondernos!
—Pero es tu cumpleaños —afirmó Sydney, recordando lo obvio —. Tienes que estar presente.
—Es mi cumpleaños, es correcto, pero yo no organicé esta fiesta, fue mi padre. Odio al cincuenta por ciento de los invitados y al resto ni siquiera lo conozco... Tú ya eres libre, rubia despampanante. Ve a buscar a tu amiga, que por cierto en está en los sofás junto a la piscina, y salgan de aquí cuanto antes.
—Pero...
—Adiós, Sydney. Fue un placer conocerte —interrumpió él, dándole un beso en la mejilla para luego desaparecer entre la multitud.
Sydney estuvo a punto de rogarle a Federico que se quedase con ella. No quería estar sola en aquella fiesta, existiendo la posibilidad latente de toparse con Anthony o alguno de sus amigos. Sin embargo, cuando encontró el valor para hablarle a Federico, él ya no estaba por ningún lugar. Observó por todo lado para evitar encontrarse con quienes temía y cuando no vio a ninguno, avanzó hacia la piscina.
Para su sorpresa, no encontró a Brooklyn cuando llegó junto a los sofás que Federico había mencionado. Sin embargo, le bastó con dar una mirada alrededor para encontrar a su amiga bailando, o más bien intentando no caer mientras se movía de formas extrañas.
—¡Brook! —exclamó, corriendo a abrazar a su amiga —. ¡No te imaginas lo que me sucedió!
—¡Syd! —gritó Brooklyn, abrazándola aún más fuerte —. Te... te extrañé mucho, no... no te imaginas cuánto —agregó mientras ambas aún estaban muy cerca. Aquella muestra de cariño fue totalmente diferente a lo que sintió con Anthony. Sydney no quería alejarse, ni siquiera moverse para evitar terminar el abrazo.
Sus ojos no tardaron en encontrarse con los de Brooklyn, ocasionando que se perdiera en estos. Había algo que la tentaba en la mirada de su amiga, inspirándola a acercarse aún más, pero no se atrevió a hacer nada más. Había sido un extraño día aquel y no quería terminar perdiendo lo única amiga que tenía.
—¡Tenemos que irnos! —dijo al terminar el abrazo —. Tuve un problema con Anthony. Me acosó en el baño y Federico llegó justo en el momento indicado, de lo contrario, no sé qué hubiera pasado...
—¡¿Te hizo daño ese... ese imbécil?! —exclamó Brooklyn con voz de borracha y sílabas largas, mientras sus ojos parecieron encenderse en llamas.
—No, solo me apretó fuerte, pero creo que quería algo más...
—¡¿Dónde está ese... ese infeliz?! ¡Lo voy a... a matar! —sentenció.
—¡Federico ya se encargó de él! —se apresuró a aclarar Sydney, sosteniendo a Brooklyn por la cazadora —. Ahora creo que es hora de irnos... ¿podemos?
—¿Estás segura de que le... le dio su merecido?
—Bueno, le dio un puño tan fuerte que lo tiró dentro de una bañera.
—¡Bien hecho!
Algunas trastocadas y malas palabras después, las chicas por fin dejaron la mansión y salieron al gran antejardín. El volumen de la música por fin se detuvo y aquello fue un regalo para Sydney, quien estaba harta del bullicio, el olor a alcohol, los borrachos y los acosadores.
Luego de bajar las escaleras que conducían a la puerta principal, Sydney vio como Brooklyn subió al puesto del conductor de una forma tan extraña y humorística que no pudo evitar reír. Era claro que el alcohol había hecho lo suyo con su amiga.
—No creo que puedas manejar así, Brook —afirmó, acercándose a su amiga desde afuera del auto
—¿Entonces conducirás tú?
—¡¿Yo?! —exclamó Sydney —. Ni siquiera sé diferenciar entre el acelerador y el freno... Tampoco tengo licencia.
Conducir autos nunca habían sido del agrado de Sydney. Se necesitaba demasiada valentía y poco nerviosismo para lograr aquello con eficiencia, y lamentablemente carecía de lo primero y le sobraba lo segundo. Sumado a eso, su madre tampoco la dejaba conducir el destartalado auto que tenían en su casa, del cual ni siquiera sabía la marca, puesto que el símbolo se había desprendido del capó y el maletero hacía décadas.
—Si necesitan un chófer, yo me ofrezco —aseguró una voz desconocida desde las sombras. Sydney giró y se encontró con Federico, quien se acercaba paso a paso con una corona de flores en su mano y una copa vacía en la otra —. Mira lo que encontré para ti, Brooklyn. Una zorra cualquiera la estaba usando —dijo, arrojando el objeto dentro del auto.
—¡Eso sería perfecto! —aseguró Sydney, agradeciendo la existencia de aquel chico, quien la había salvado de un destino infame —. Pero vamos muy lejos de Los Santos...
—¡Lo hubieran dicho antes! —exclamó Federico, arrojando su copa de vino por los aires —. No tengo absolutamente nada que me retenga en Los Santos.
—¿Y esa mansión que... que tienes detrás? —preguntó Brooklyn, sumida en el puesto del conductor mientras hacia uso de su voz de alcohol con sílabas largas y difíciles de entender.
—Esa es de mi papá —respondió, poniendo sus ojos en blanco —. He vivido en ese elefante blanco muy poco durante mis 17 años de vida. Recién llego de estudiar en un aburridor internado suizo al cual no pienso volver, a menos que me maten y lleven mis cenizas hasta allá... ¡Momento! Pensándolo bien, eso me caería de maravilla.
—Entiendo que no tengas nada que te ate, pero ni siquiera sabes a dónde vamos.
—¿Acaso importa, rubia despampanante? —preguntó Federico. Acercándose a Sydney y al Ford Mustang —. Mientras haya alcohol y algo que me despierte del letargo aburridor que es mi vida, me apunto.
—¿Estás totalmente seguro?
—¡Aquí tienes las... las llaves! —gritó Brooklyn, arrojando tan mal aquel objeto que ni siquiera llegó cerca de donde estaban Federico y Sydney —. Eres nuestra única opción, así que espero no arrepentirme cuando esté sobria.
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