Brooklyn, El Juego de las Preguntas

—En verdad creí que nos iban a atrapar —aseguró Sydney, aun mirando constantemente hacia atrás en la carretera para confirmar que ninguna patrulla les seguía los pasos.

—Yo estaba segura desde el principio de que nada nos sucedería —contradijo Brooklyn, con sus ojos puestos en el camino —, sin embargo, cuando a este idiota que llevamos atrás —miró a Federico a través del retrovisor —, decidió arriesgarlo todo por unas cuantas botellas de alcohol, pensé que nos atraparían.

—No son solo unas botellas de alcohol —se apresuró a aclarar Federico —, son mi vida. ¿Qué estaría haciendo aquí en medio de esta carretera solitaria si no fuera tomando algunos shots de Vodka? —preguntó, besando una botella de dos litros repleta de aquel tipo de alcohol — Lástima que no tenga hielo ni jugo de limón para hacer mis mojitos —suspiró, bebiendo un poco.

El sol empezaba a ponerse lentamente mientras el convertible morado pasaba a toda prisa kilómetros y kilómetros de arena amarilla y repetitiva, dejando a los chicos en una especie de bucle interminable. Sydney no hacía mucho más que recostarse en la puerta del auto para ver el paisaje, intentando soportar el calor, mientras Federico sólo veía el cielo y tomaba de vez en cuando. Por su parte, Brooklyn se divertía de cierta forma al conducir, actividad que le encantaba, llegando incluso a acelerar a más de 100 kilómetros por hora, no habiendo nada que se lo impidiera, ya fuese agentes de tránsito, otros autos o reductores de velocidad.

Cuando el último rayo del sol estaba a punto de desaparecer, el convertible emitió un sonido extraño que llamó la atención de Brooklyn, sin embargo, intentó olvidarlo para no preocupar a los demás ni a sí misma. Algunos minutos más tarde, el mismo sonido regresó, pero esta vez más sonoro y profundo, era como si algo intentase seguir adelante cuando no podía.

—¿Escuchan eso? —preguntó Sydney, observando hacia todo lado —. ¿Está todo bien, Brook?

—Oh, mierda —rezongó Brooklyn, observando directo hacia a la pantalla de testigos del auto, donde la señal de la gasolina titilaba incesantemente con un color rojo —. Creo que no tenemos más gasolina.

El auto dio entonces unos últimos acelerones fuertes y se detuvo para siempre con el tanque de gasolina vacío y tres pasajeros desorientados.

—¡No importa! —exclamó Federico sin previo aviso —. Aún nos queda mucho alcohol, podremos sobrevivir por aproximadamente una semana.

—¡Mierda! —gritó Brooklyn, golpeando el manubrio con sus puños —. ¡Sabía que tenía que llenar el tanque! Pero entre la comida, el hotel, la ropa y...

—Brook —dijo Sydney, tomándola dulcemente por la mano —, no importa —sonrió —. Nos las arreglaremos. Además, de todo lo que hemos tenido que sortear hasta ahora, esto es por mucho lo menos grave.

—¿Eso crees?

—Simplemente estamos varadas en el desierto. Creo que bastaría con llamar a emergencias —aseguró Sydney, bajando del auto con su celular en la mano —. Vuelvo en cinco minutos.

Brooklyn permaneció allí, pero no pudo quedarse quieta sin hacer nada, así que saltó fuera del auto para dirigirse al maletero. Dentro de toda la ropa y las maletas que llevaban, encontró el kit de emergencias del cual extrajo un pequeño cono retroiluminado que ubicó algunos metros tras el auto para que otros autos supieran de su presencia y así evitar una desgracia.

—Tenemos problemas —dijo Sydney al regresar.

—¿Más? —preguntó Federico.

—No hay señal. Creo que estamos en medio de la nada. Lo que me preocupa es que estamos en una carretera muy poco transitada, y ya es de noche, así que aún menos autos pasarán.

—Bueno, chicas, creo que no hay de otra —dijo Federico, apartando su botella de Vodka para poder dejar el auto —. Tendremos que acampar aquí hasta que alguien se apiade de nosotros y elija ayudarnos.

—¿Acampar en el desierto?

—Syd, si lo piensas bien, no es una idea tan descabellada —dijo Brooklyn —. Por la noche hace un clima cálido, así que no necesitaremos cobijas, pero tampoco aire acondicionado...

—Y la arena es cómoda —completo Federico.

—Y podríamos usar algo de la ropa para tumbarnos encima, ¿verdad? —preguntó Sydney, sonriendo algo nerviosa.

Todos estuvieron de acuerdo y, valiéndose de sus atrofiadas habilidades de niños campistas, procedieron a armar el campamento más improvisado que se hubiese visto jamás. Brooklyn armó una pequeña tienda enclenque con telas y vestidos de las marcas más caras de todo el mundo, aquella era lo suficientemente grande para que los tres cupieran dentro; Sydney arregló el interior, buscando las prendas más acolchadas y disponiéndolas como asientos cómodos, Federico, en cambio, sirvió bebidas y atacó la sed de todos cada vez que le era solicitado, pero, además, caminó varios metros a la redonda para lograr conseguir algunos chamizos y plantas secas con los cuales formó una pequeña fogata, que prendió con un encendedor que siempre cargaba en su bolsillo.

—Siempre lo tengo —explicó en medio del trabajo —. Es por un viejo hábito que dejé y al cual me introdujo el más pernicioso de mis exnovios.

—¿El que te cambió por un cristiano imbécil?

—No, Brooklyn, este no me terminó por otro. Lo hizo porque no quise meter una extraña pastilla que me llevaría al cielo según él, aunque le agradezco que me introdujo al alcohol —respondió Federico, tomando un sorbo de tequila.

—¿Puedo preguntarte algo, Federico? —inquirió Sydney, sentándose dentro de la tienda y frente a la fogata mientras Brooklyn terminaba de ultimar los detalles de la tienda.

—Puedes, pero por cada pregunta que hagas a cualquiera debes tomar un shot de la bebida que prefieras —respondió el chico, sacando tres botellas de alcohol del fondo de la maleta y disponiéndolas junto a la fogata —. Así que, antes de preguntarme, elige: vodka, tequila o ron.

De repente, Brooklyn tomó una botella y desde allí bebió un largo sorbo de ron para luego sentarse junto a Sydney y hablar:

—¿Cuántos exnovios has tenido, Federico? —inquirió, regresando la botella a su lugar y guiñándole a Sydney, al saber que esa era justo la pregunta que ella quería hacer.

—Sin contar aquel con el cual jamás formalicé nada, pero le fui fiel como una monja a Dios, serían... diez.

—¡Diez! —exclamó Brooklyn boquiabierta —. ¿Cómo puedes? Tienes mi misma edad y yo jamás he tenido una sola pareja.

—¿Jamás? —repitió Federico, gratamente extrañado —. Debes tomar, porque hiciste una pregunta cuando no era tu turno.

—¿Qué clase de juego es este? No quiero...

—Sydney, acompaña a tu amiga con un shot. Hiciste otra pregunta —aseguró Federico mientras Brooklyn reía ante la torpeza de su amiga y daba su trago, pero esta vez al vodka.

—Vamos, Syd —insistió Brooklyn —. Ya no te puedo salvar dos veces, debes tomar.

—No pueden aliarse en mi contra...

—Toma —interrumpió Federico y ella, sin otra opción, dio dos sorbos al vodka que le hicieron retorcer su rostro y estar a punto de vomitar —. ¡Esto es sinceramente asqueroso!

—Ahora puedo responder tus preguntas...

—No —dijo Brooklyn, deteniendo a Federico —. Tú también hiciste una pregunta cuando dije que jamás había tenido pareja.

—Pero fue una expresión más que una pregunta.

—No, imbécil —dijo Brooklyn, ofreciéndole al chico la botella de tequila —. Cíñete a tus propias reglas. No nos gustan los tramposos.

Federico bebió entonces y el tequila bajó como agua fresca por su garganta, sin siquiera hacerle parecer estar incómodo.

—¡Delicioso! —dijo —. Al fin y al cabo, la práctica hace al maestro. Ahora, respondiendo a las preguntas de mi querida rubia despampanante: He tenido tantos novios porque son relaciones cortas y tormentosas. La más larga ha sido de dos meses. Sin embargo, no creo que hayan sido relaciones inútiles, al menos aprendí algo de ellas. No preguntes Brooklyn, no es tu turno —recordó de prisa, dejando a la chica con la palabra en la boca —. Aprendí que estoy mejor solo que mal acompañado. Llevo cuatro meses soltero y pienso seguir soltero, pero no a la orden. Respecto a la otra pregunta, el juego que jugamos es sencillo: cualquiera que pregunte, toma, sin importar si es por error. Ahora responde mi pregunta, Brooklyn: ¿Cómo es eso que jamás has tenido una pareja?

—Así como lo escuchas —respondió ella —. He estado soltera desde que nací.

—Eso quiere decir que ustedes dos no... no tienen nada entre ustedes.

—¡Nosotras! —exclamó Sydney, abriendo los ojos y observando rápidamente a su amiga —. ¡Sólo somos amigas! —aclaró a la velocidad de un rayo.

Federico deslizó su mirada hasta Brooklyn buscando otra opinión o respuesta, sin embargo, ella no respondió, tan solo se limitó a parecer confundida.

—Lo siento —dijo él —. Dese que las conocí pensé que eran pareja o al menos tenían cierto tipo de relación más allá de la amistad. Supongo que no soy bueno descifrando eso —sostuvo —. Es tu turno de preguntar, Brooklyn.

—¿Cómo perdieron la virginidad?

—Sabes que aún soy virgen —respondió Sydney, observándola confundida.

—Y yo también —agregó ella —. La pregunta es solo para Federico —explicó, tomando un sorbo de vodka mientras guiñaba su ojo izquierdo y sonreía pícaramente.

—Bien jugado, vampiresa —dijo Federico, aludiendo al estilo que Brooklyn aún llevaba —. No es una historia linda de contar...

—Por supuesto que no tienes que hacerlo si no quieres —interrumpió Sydney, posando su mano sobre la pierna de Federico.

—La madre Teresa de Calcuta tiene razón —concordó Brooklyn, observando a su amiga.

—Dije que era difícil de contar, más no que no la quisiera contar. Fue con mi primer novio —dijo mientras imitaba la forma de las comillas con sus dedos —. Estábamos en aquella fiesta en una casa de alguien que yo ni siquiera conocía. Todo parecía ir a la perfección, sin embargo, yo tenía 15 y era mucho más idiota e inocente de lo que soy ahora. El chico, con una excusa que no recuerdo, me condujo hasta una habitación y allí empezamos a... ya saben... besarnos y demás. Nos quitamos la ropa y empezamos a tocarnos, pero yo era un asustadizo, así que cuando me puso en una posición de indefensión que no me gustó, le pedí el favor de que parara —Federico le dio un rápido sorbo al vodka —, pero no lo hizo. En lugar de eso, continuó como si le hubiese dicho que siguiera. Así que ni siquiera sé cuánto tiempo pasó, solo cerré mis ojos e intenté pensar en cualquier cosa menos en lo que estaba pasando hasta que por fin terminó.

—Lo... lo siento, Federico. No quería que respondieras esto.

—No hay problema, Brooklyn —respondió él, enviándole una sonrisa vacía —. No me molesta contarlo, al fin y al cabo no fue mi culpa. Yo no soy el que debería estar avergonzado por ello, el idiota de mi ex es quien debería —aseguró Federico, sin embargo, dejó de hablar al ver como unas pequeñas lágrimas se resbalaban por los ojos de Sydney, quien de un salto estuvo junto a él, abrazándolo tan fuerte como nunca nadie lo había hecho.

—Lo lamento mucho. No merecías eso. Tu exnovio merece lo peor.

—Este abrazo es tan... delicioso. Casi se siente como un mojito físico —aseguró Federico, dejándose llevar y abrazando de vuelta a Sydney —. ¡Pero basta de lamentaciones! —exclamó cuando el momento amoroso llegó a su final —. Es tu turno de preguntar, rubia despampanante.

La noche continuó avanzando y a medida que el alcohol iba subiendo en la cabeza de los chicos, estos parecían más risueños y torpes, empezando a hacer preguntas con menos sentido y dar respuestas incoherentes. Cerca de la media noche, cuando ya se habían desecho de sus prendas caras y vestían en su lugar ropa cómoda, Federico cayó rendido como un bebé sobre los pies de Sydney. A ella no le importó, en cambio se hizo con la bata Versace y lo cubrió.

—Debe estar cansado.

—Más bien ebrio, diría yo —contradijo Brooklyn, recostándose sobre la arena para ver la vía láctea que brillaba ante la falta de contaminación lumínica de aquel lugar enclavado en la mitad de la nada.

—Tengo una última pregunta para ti.

—Sydney, creí que ya habíamos acabado el juego.

—Es solo una más, Brook, porfis —insistió ella hasta que su amiga cedió, luego de poner los ojos en blanco.

Sydney movió la cabeza de Federico con delicadeza hasta ubicarla sobre un vestido Gucci y procedió a acostarse junto a Brooklyn, para admirar las estrellas también. Hubo un momento de silencio, que aprovechó para ver cuan pacífico resultaba ese desierto, sin la bulla de la ciudad, de las otras personas o de sus mismos pensamientos que parecían haberse apaciguado gracias al paisaje de ensueño en el que vivía y quizá también por el alcohol.

—Dispara tu pregunta —cedió Brooklyn, volteando para ver a su amiga que miraba directo al espacio exterior.

—¿Alguna vez te has enamorado?

Brooklyn quedó sin palabras. ¿Por qué Sydney le preguntaba eso ahora? ¿A qué venía esa pregunta? Aunque siempre se consideraba valiente y con una opinión para todo, esas palabras que pronunció su amiga la dejaron fría. Alzó su mirada para ver a las estrellas y buscar una respuesta, ya que no lograba decidirse a responder con la verdad.

—¿Por qué haces esa pregunta?

—Brook, tengo curiosidad —respondió Sydney —. Llevamos cuatro años siendo amigas, y nunca me has hablado sobre tus sentimientos románticos hacia otras personas.

—¿Acaso tú lo has hecho? —preguntó Brooklyn muy a la defensiva.

Sydney despegó su mirada del cielo y giró su cabeza para observar a Brooklyn, quien hizo lo mismo.

—Nunca he sentido amor romántico por nadie, por eso no lo he hecho —respondió Sydney, tomando un pedazo de la tela que le servía de cama para jugar con eso y reducir sus nervios —. O bueno, hasta ahora...

—Sydney, no me digas que te enamoraste de Federico. Ya sabes que es gay, no hay nada que puedas hacer ahí —rió nerviosamente Brooklyn, intentando con todas sus fuerzas mantener la mirada fija en los ojos celestes de su amiga.

—No hablo de Federico, Brook. Y no sé cómo decir esto. Siempre he creído que soy buena para expresar sentimientos, pero también me avergüenzo con facilidad, así que aquí voy —dijo, pasando saliva y deslizando su mano hasta entrelazarla con la de Brooklyn —. Al principio creí que se trataba de un simple cariño o aprecio que se le tiene a una amiga —explicó, observando directo a los ojos verdes que tenía enfrente —, pero a medida que empezamos a pasar tiempo juntas noté que se trataba de algo más —agregó, apretando con fuerza la mano de Brooklyn, como si estuviera a punto de caerse por un precipicio y aquel fuese su único agarre —. Y sé que si no lo digo ahora y aquí mismo con todo callado a mi alrededor y la tranquilidad que siento a tu lado, no lo haré nunca. Así que, Brooklyn Blackfield...

De repente, Sydney fue interrumpida por un beso inesperado que se robó sus palabras y derrumbó sus defensas. Sus ojos seguían abiertos, pero no tardó en cerrarlos al sentir la calidez de los labios de Brooklyn apretándose contra los suyos. Fue un revolcón de sentimientos que no pudo expresar. Al terminar por cerrar sus párpados, hizo un descubrimiento magnífico: no necesitaba tener los ojos abiertos para poder ver e incluso sentir todas las estrellas del espacio, le era suficiente con aquel beso.

Los labios de Brooklyn eran tan suaves, acolchonados y delicados que no tuvo otro remedio más que fundirse en ellos. Aquel era su primer beso y estaba segura de que lo recordaría para siempre. Su estómago se revolvió y pudo entender aquel sentimiento de mariposas en el estómago que siempre describían en la ficción, sin embargo, ella prestó más atención a cómo su corazón latía a mil y su piel sentía cada movimiento de Brooklyn.

Pronto, su mano subió hasta el cabello de su amiga y más tarde pasó a su cara, una cara de piel tan tersa que quiso sentirla para siempre. Los movimientos que Brooklyn hacía tanto con sus labios como sus manos la hicieron sentir como en un viaje astral por el infinito, por miles de galaxias. No quería parar jamás de hacer aquello, lo había esperado y fantaseado tanto tiempo, pero ni siquiera en sus mejores sueños logró imaginar cuán perfecto se sentía aquel momento.

De un momento a otro, los labios de Brooklyn se alejaron de los suyos y sus miradas se encontraron, pero aquello también fue mágico. Ambas encontraron en los ojos de la otra el escape que habían buscado por tanto tiempo. Por un momento sintieron estar en aquel lugar perfecto al que todos quieren llegar, pero pocos parecen encontrar.

—Y la respuesta es sí, Sydney Harmon —dijo Brooklyn, sonriendo levemente —, sí me he enamorado, pero sólo una vez. Aunque no pensé que eso fuera posible, hasta hoy...

—¿Pero por qué lo ignoraste?

—Mírate, Sydney —respondió Brooklyn —. Eres todo lo que alguien pudiera desear. Eres una chica casi que hecha a la medida de la perfección. Podrías ser literalmente la encarnación de Barbie y no sólo por lo rubia —rió, acariciando el cabello de su amiga —. Sabes todo lo que hay que saber en el mundo, eres inteligente, responsable, sabes lo que quieres y tienes más que claro dónde quieres estar, podrías ser lo que te propongas. Pero yo... soy un desastre. No tengo ni idea de lo que quiero en la vida, me encanta meterme en problemas...

—Pero tú eres valiente, aguerrida y nada en este mundo te avergüenza —interrumpió Sydney —. Si yo soy Barbie para ti, tú eres como mi Mujer Maravilla. ¡Mira hasta donde nos has traído! Eres la persona más astuta que haya conocido jamás y también la más disparatada.

—Creo que no soy tan valiente. No fui capaz de decirte lo que siento. Tuve que esperar a que tú lo hicieras primero...

—Yo también tardé mucho. Tenía miedo de lo que fuera a suceder. No quería por nada del mundo arruinar nuestra amistad. Estos cuatro años que he hemos estado juntas, han sido los mejores.

—Gracias —dijo Brooklyn.

—¿Gracias por qué?

—Por acompañarme en esta locura.

Sydney rio irónicamente para después hablar.

—Gracias a ti por haberme impulsado a venir. He visto más de lo que había visto en toda mi vida. Quizá no quiero regresar a Los Santos. Junto a ti, siento que todo puede pasar y que todo estará bien.

Las chicas apretaron sus manos y lentamente se unieron para darse algunos besos más mientras se acurrucaban la una con la otra bajo la luz de la luna y acompañadas por nada más que las estrellas. Para ambas, sentir a la otra cerca era una experiencia de otro mundo, algo que jamás imaginaron poder sentir y que hasta ahora descubrían. Ninguna habló más esa noche, solo disfrutaron de estar cerca y del fin de la tensión entre ambas que había culminado gracias a sus confesiones.

No tardaron en caer dormidas, repletas de aquel sentimiento de seguridad que produce dormir junto al ser amado y saber que mientras esté a tu lado todo puede ser superado, sin importar si hay obstáculos en el camino.


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