Brooklyn, El Club Nocturno
La noche estaba helada y una bruma espesa se había hecho con el control de Magna, sin embargo, aquello no impidió que Brooklyn siguiese adelante con la segunda sorpresa que le tenía preparada a su amiga.
Los tres jóvenes se encontraban frente a un edificio cúbico de color morado y a reventar de luces neón, las cuales luchaban con la bruma para robarse la atención de los transeúntes. A un lado del lugar, a muchos metros sobre el suelo, se erigía una señal centelleante con colores del arcoíris donde se podía leer: Coliseum. Desde adentro del lugar se podía escuchar como provenía música con miles de decibeles.
Brooklyn envió una mirada cómplice a Federico y él, luego de verla, se acercó hasta la entrada de Coliseum para hablar con las guardias fortachones que protegían el lugar.
—Un club nocturno, Brook —suspiró Sydney junto a ella —. ¿En serio me trajiste a un club nocturno por mi cumpleaños?
—¡¿No te encanta?!
—Somos menores de edad... Y te dije que no quería cometer otro delito...
—Este no es un delito, Syd. ¡Ni siquiera le estamos haciendo mal a nadie!
Federico las llamó a ambas desde la entrada del lugar y con movimientos de sus manos les indicó que se acercaran. Brooklyn echó a andar, sin siquiera esperar a su amiga. Lo único en lo que pensaba era en la emoción que le daba entrar por primera vez a un club nocturno solo con 17 años, faltando otro más para que lo pudiese hacer legalmente.
—Por aquí —ordenó uno de los guardias con una voz gruesa que causaba miedo. El hombre desató un listón, abriéndoles el camino al interior de Coliseum.
—Muchas gracias —dijo Sydney, cruzando por el lugar y viendo de reojo al guardia, quien con seguridad medía más de dos metros de altura —. ¿Cómo conseguiste que nos dejaran entrar? —preguntó más tarde a Federico, mientras los tres discurrían por un pasillo casi completamente oscuro, con nada más que una lucecilla al final del camino.
—Conocen a mi padre —respondió el chico —. Puedo entrar a todos los lugares de moda del país gracias a él. De las pocas cosas buenas que hay cuando se tiene a Antonio Iriarte Latorre como progenitor —agregó, poniendo sus ojos en blanco.
Cuando estaban cerca del final del pasillo, una cortina se entreabrió y, al rebasarla, Brooklyn vio ante sus ojos algo maravilloso. Desde el alto techo del lugar se desprendían enormes luces de colores que alumbraban intermitentemente. Bajo estas, había una multitud de personas que bailaba al son de la música electrónica. Todos estaban envueltos por un humo curioso, que parecía la misma bruma que reinaba afuera, en las calles de Magna. Sin embargo, el entorno se alejaba por completo de la realidad que se vivía en la ciudad.
El olor a humo de cigarrillo y otras sustancias se coló por los pulmones de Brooklyn y ella no tardó en dejarse seducir por este y avanzar, mimetizándose entre las miles de personas que se divertían sin límites.
—¡¿No es grandioso?! —gritó para ser oída por Sydney, quien había tomado su mano con fuerza, quizá para no perderla de vista.
—Tengo mis dudas —respondió la rubia, intentando no pegarse mucho a las personas sudadas y completamente alejadas de la sobriedad.
—¿Lo estás disfrutando? —preguntó Federico algunos minutos después al llegar con shots de tequila en sus manos.
—¡Esto sí es una fiesta! —exclamó Brooklyn, respondiendo algo que no se le había preguntado a ella. Luego, tomó un shot y de un sorbo tragó el tequila.
—Debemos tener cuidado, chicos —dijo Sydney —. Estamos en Magna y ya vimos que puede no ser una ciudad tan segura.
—Rubia despampanante, toma un poco —dijo Federico, intentando embutirle un shot contra su voluntad.
—No quiero —susurró, alejándose del chico —. Brook, por favor, vámonos...
—¡¿Irnos?! —preguntó Brooklyn con los ojos abiertos como gacela y luego tomó otro shot —. ¡¿A dónde?! ¡Si aquí está la diversión!
—No tomes tanto...
—¡Ya, Sydney! —gritó entonces Brooklyn.
Estaba harta de su amiga y su mojigatería. Había conseguido todo esto sólo por ella y así era como le pagaba, con un repertorio infinito de "peros" y advertencias que no servían ni para echar a arder. Brooklyn simplemente no entendía por qué era imposible para Sydney relajarse y disfrutar del momento.
—Pero tan solo quiero irme...
—¡No, Sydney! —respondió Brooklyn otra vez de forma agresiva, segundos después de haber tomado un shot más —. ¡Disfruta la fiesta y ya está!
Los ojos de su amiga parecieron llenarse de lágrimas en la oscuridad, pero Brooklyn aquella noche no estaba dispuesta a servir de apoyo emocional para Sydney ni para nadie. Se giró sin pensar en nada más que en la música y el trago y se perdió entre las personas, asegurándose de que Sydney no la siguiera.
Minutos más tarde, ya había conseguido un pequeño grupo de extraños que la integraron. No sabía sus nombres y a duras penas lograba ver sus caras entre la luz parpadeante, pero lo importante para ella era divertirse, más no ser una loca controladora como Sydney.
Los shots aumentaron, la música pareció hacerse más fuerte y la noche se convirtió en madrugada ante el incesante baile de Brooklyn, quien jamás se había sentido tan viva. Su cabello ya estaba lleno de sudor y sus ojos poco o nada lograban enfocar. No importaba si su mismísimo padre se paraba frente a ella porque ni siquiera a él podría reconocerlo.
Un pensamiento se coló entre la música repetitiva y llegó a su cerebro: ¿Dónde estaban Sydney y Federico? Sin embargo, aunque estuvo a punto de moverse para buscarlos, el impulso se extinguió segundos después ante una canción nueva que no podía negarse a bailar.
—¿Quieres un dulce? —le preguntó alguna de las personas con quién bailaba.
—¡Por supuesto! —respondió como toda una ebria mientras tambaleaba.
La persona sin identificar extrajo entonces una pequeña pastilla con forma curiosa y se la ofreció. Cuando Brooklyn la tomó, no comprendió por qué el extraño le había dado un dulce que parecía más un medicamento, pero eso no fue motivo suficiente para abstenerla de consumirlo. Cuando iba a llevar el dulce a su boca, alguien apareció de repente y de un manotazo la hizo descender su brazo, perdiendo el pequeño objeto en los aires.
—¡¿Qué te pasa?! —gritó enfurecida, girándose para ver a Federico.
—Te aseguro que no quieres consumir eso luego de todo el alcohol que tomaste —aseguró el chico, en un alto estado de ebriedad.
—Era un simple dulce.
—Que inocente —suspiró él —. Por cierto, ¿has visto a Sydney? No logro encontrarla.
—No, pero tampoco me importa. Esta noche quiero estar bien alejada de ella y de su control.
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