Sótano
Jonas se despertó por el sonido chirriante de unas cadenas. Se levantó insultando por su fuerte dolor de cabeza y su aliento a alcohol. Pateó algunas latas de cervezas que yacían en el suelo, aplastadas. Ya nada lo sorprendía, ya nada era extraño. Lucius convivía con él, y él solo podía olvidarlo si se emborrachaba.
Esa mañana tenía que dirigirse al pueblo en búsqueda de más alcohol, ya había olvidado la última vez que hizo las compras, si es que las realizó.
Llegó a la heladera en búsqueda de leche para desayunar y para su sorpresa la heladera estaba repleta de cervezas y una botella de vino sin descorchar que él juraba que ya había bebido la noche anterior.
Miró el almanaque y era miércoles 17 de mayo del 2021, un día más en la eternidad de su sufrimiento porque ya Susan no estaba con él. Recordó el cabello de ella que siempre, a pesar de tener malos días, era pulcro y bien peinado. Su aroma era dulce y atrapante, y Jonas siempre quería hacerle el amor de una manera desenfrenada. Que sus cuerpos se conecten siendo uno, que sus bocas se conecten en un beso apasionado. Los dedos de Susan acariciando con suavidad la espalda de Jonas y él suspirando de pasión. Jonas recordó como hacían el amor en la mesa, como Susan pedía que nunca dejaran de hacerlo. Era en el único momento en donde los dos se olvidaban que su pareja se estaba desmoronando. En el momento que el orgasmo parecía algo lejano, Susan se vestía y se iba a hacer las tareas, mientras Jonas fumaba y pensaba en alcohol.
—Creo que nuestros hijos no son felices —dijo Susan desde las lejanías mientras barría.
—Son niños, tienen que ser felices, no les falta nada —refunfuñó Jonas.
—En el colegio los lastiman. No sé cómo ayudarlos.
—Tienes que enseñarles a defenderse, a no dejarse someter. El mundo no es un lugar bello, todo lo contrario, apesta. Si no sé saben defender, cuando sean adultos los comerán vivos. Recuerda todo lo que los dos vivimos. Tienes que recordar cómo me hicieron la estadía en el colegio algo sumamente mortificante. Solo te lo has olvidado porque tú eras del grupo de las nerds y solo estudiabas. Tus curvas, tu sonrisa y tu cabello te mantuvieron a salvo. Pero para alguien como yo, que no tenía amigos, ni alguien que lo defendiera, los brabucones se hicieron un festín.
Jonas se abrió una cerveza enojado al recordar todo lo que vivió en esa época. Cómo varias veces tuvo que correr desnudo por el colegio, o lleno de basura en su cabeza. Siempre fue el hazme reír del colegio, siempre fue el objeto de burlas
Jonas sonrió al recordar lo que sucedió después, caminó hacia donde estaba Susan. Le dio una nalgada amorosa.
—Entiendo tu preocupación —añadió sonriente—. Yo hablaré con ellos y verás cómo aprenderán a defenderse.
—Gracias amor mío.
Jonas recordó con añoranza ese momento, esa última charla que tuvo con su mujer. Se sentó y se agarró la cabeza al recordar lo que sucedió ese mismo día. El día que fue a buscar a sus hijos al colegio. El primero en llegar al automóvil fue Arthur, el mayor. Sus brazos temblaban y no pudo saludar a Jonas. No dejó de mirar al frente y luego llegó Ethan con su rostro enrojecido y un ojo morado.
—¿Qué sucedió Arthur con tu hermano?
—No... —se silenció.
—Dime hijo, te lo ruego.
—Esos niños que estan ahí —dijo señalando Ethan— me golpearon y le dijeron a Arthur que si me defendía le harían algo a mamá. Algo feo, algo que no entendí.
A unos veinte metros había unos adolescentes bebiendo sus gaseosas y sonriendo.
—¿Por qué te golpearon?
—Para robarme el dinero del almuerzo — Ethan contestó mirando hacia abajo.
—¿Y no te defendiste? —Jonas interrogó molesto —iré a hablar con ellos
—No, papi, por favor, no queremos más problemas.
—Ya no los tendrán. Nunca más los molestaran.
Jonas recordó todas las golpizas que recibió de niño en el colegio. Y ahora en la cocina de su nuevo hogar, recordó lo que hizo ese día. ¿Estaba arrepentido? Por supuesto que no. Quería acabar con el legado que les estaba entregando a sus hijos. Un legado de sufrimiento y bullying.
Esa tarde caminó al encuentro de los adolescentes y se detuvo a dos metros de ellos. Uno vestía una remera con un arma negra dibujada en el centro. Su peinado con los cabellos en forma de puntas, era bastante gracioso para Jonas. El otro, un adolescente regordete, con sus mejillas color carmesí, estaba vestido con una camisa a cuadros y una gorra de béisbol. Jonas los miró y los recuerdos de la golpiza, de lo que sufrió, cayeron en su mente como una lluvia torrencial, inundándolo de una furia incontrolable.
Jonas se acercó hasta una camioneta y tomó un bate que estaba en la caja, y sin mediar palabras golpeó al primer adolescente en la cabeza. Este cayó al suelo con su cabeza sangrando y se desmayó antes de golpear el suelo. El segundo adolescente, el regordete, lo miró asustando y levantó sus manos.
—No, por favor... —rogó casi llorando.
—¿Qué le iban a hacer a mi esposa?
—No... sé que es lo que me dice. No sé quién es usted.
—¿QUÉ LE IBAN A HACER A MI ESPOSA?
Jonas lo golpeó en el abdomen, luego en la espalda y le dio un puñetazo en el rostro. El adolescente rogaba que el agresor se detuviera. Pero Jonas quería matarlos. Le excitó la idea y no sabía por qué. Sin embargo, a pesar de que el bate le rogaba que golpeara al adolescente una y otra vez en la cabeza hasta que el cerebro y la sangre rieguen la calle, Jonas no siguió con la golpiza. Volvió a su automóvil mientras Ethan no dejaba de sonreír.
Ese recuerdo no era grato para Jonas. No luego de que la policía llegara a su hogar queriendo detenerlo. Le mostró las heridas de Ethan y logró convencer a los oficiales que solo defendió a su hijo. Pero el sonido que provenía de su sótano mientras hablaba con los oficiales, era el mismo chillar de cadenas que lo despertó esa mañana. En su anterior hogar él no usaba el sótano excepto que quisiera guardar algo. Logró que los oficiales se fueran, a pesar de que uno de ellos, el más joven, no dejaba de mirar hacia la ventana opaca de ese lugar.
«¿Qué sucedió después de que ellos se fueron?» se preguntó Jonas y no lo recordó. Tal vez, solo sea un recuerdo de algo que no sucedió de esa manera y su mente le jugaba una mala pasada como estaba sucediendo últimamente.
Rafael apareció en la cocina con su pijama rojo y su dinosaurio de felpa. Le sonrió a Jonas y se preparó el desayuno. Mientras comía sus cereales con leche, Rafael preguntó:
—¿No recuerdas las cadenas papi?
—¿Cómo sabes lo que estoy pensando?
—¿No lo recuerdas entonces? —interrogó de nuevo Rafael.
—No, y creo que tú tampoco.
—Sí lo recuerdo, y el sótano también. Ayer estuviste allí y casi mueres porque las cadenas te ahocaron. Pero le pedí a Lucius que no te matara, no era el momento, no hasta que recordaras todo.
—¡Estás delirando Rafael! —gritó Jonas—. ¡Yo no estuve en el sótano de esta horrible casa!
Rafael se levantó sin decir lo que realmente pensaba. No quería que Jonas todavía lo supiera, no cuando aún estaba con aliento a alcohol.
—¡Ven y dime! —ordenó furioso Jonas.
Rafael lo ignoró y se retiró de la cocina. Cuando Jonas se levantó para traerlo de nuevo a la cocina, Lucius se le presentó con su verdadero aspecto. El aspecto de un demonio enojado donde los tatuajes en latín brillaban por la furia que corrían por el cuerpo de Lucius.
—¿Quién eres? —preguntó Jonas.
—¡No te acercarás nunca más a Rafael! —advirtió Lucius empujando a Jonas con su mano derecha.
Jonas golpeó contra la mesa y se quejó de dolor. Se colocó de pie y quiso enfrentar de nuevo a Lucius pero fue en vano, terminó volando afuera de la casa destruyendo una ventana en el trayecto.
El cielo estaba encapotado como cada día que Jonas recordaba desde que se mudó a Sinestry. El cielo rugió furioso y en las nubes se dibujó el rostro rabioso de Lucius.
—¡NO TE ACERCARÁS NUNCA MÁS A RAFAEL! —amenazaron las nubes.
Impactado Jonas se colocó de pie y observó cómo su brazo izquierdo sangraba. El demonio había desaparecido pero no el peligro. El suelo comenzó a temblar como si de la nada se presentara un terremoto. Pero no era cualquier terremoto, era uno inusitado. Uno que solo hacía que Jonas perdiera el equilibrio y el suelo se moviera pero la casa estuviera intacta.
Jonas caminó con dificultad, cayéndose varias veces en el trayecto, hasta que llegó a la puerta. Todo seguía temblando pero Jonas no se rendía. Rafael lo esperaba en el primer escalón sonriente y con su muñeco de felpa. Solo le señaló una puerta roja con una S dibujada en negro. Esta letra expulsó líquido viscoso, negro, parecido a la brea. Invadió por completo el lugar, hasta llegar a los pies de Jonas. Él ya se había olvidado del terremoto y miraba asustado a la puerta. Una puerta que él no recordaba que existiera en la casa.
—¡Por favor ayúdanos!
Rogaron varias voces desde las profundidades de la puerta. Jonas no se animó a abrirla, no le importaba que alguien requiriera su ayuda. No quería socorrer a nadie, al contrario, deseaba correr por su vida hasta estar completamente alejado de Lucius y Rafael.
Jonas quiso correr, lo intentó, pero Lucius no lo dejó. Lo empujó con su mano hasta enterrar el rostro de Jonas en el líquido negro. Jonas intentaba soltarse, se estaba ahogando, pero no tenía la suficiente fuerza para lograrlo. El rostro de Jonas golpeó varias veces contra la puerta hasta que la destruyó y cayó por las escaleras. Su cuerpo sufrió todo el impacto de una caída violenta hasta terminar en el suelo. Jonas no podía respirar con normalidad, los pulmones le dolían y los brazos sangraban.
—Tenemos que detener todo, es peligroso —escuchó Jonas desde las profundidades del sótano.
—Aún no, tenemos que obtener todas las respuestas.
Jonas quiso hablar pero en ese momento no pudo. Las palabras no brotaban y dirigió todas sus fuerzas a respirar. A lograr llegar a cierta normalidad, la misma que tenía antes de ser golpeado por Lucius.
Se colocó de pie con dificultar, por suerte ya podía respirar, aunque todavía le dolían las costillas cada vez que inhalaba. El sótano era oscuro, como las peores penumbras y todo se volvió peor cuando Jonas logró oír el mismo rechinar de cadenas que lo despertaron.
—¡Ayúdanos! —rogó alguien.
—¡No nos hagas daño! —pidió la voz dulce de una niña.
—¿Quién anda allí? — Jonas preguntó asustado.
Nadie respondió y Jonas no quería caminar. No cometería el error de ingresar a esa oscuridad donde Lucius podría matarlo. Sin embargo, el chillar de las cadenas se volvió un sonido tortuoso. Se escucharon pasos de alguien que se aproximaba a él.
—¡De aquí no saldrá nadie, no hasta que me divierta con ustedes! —dijo la voz dueña de los pasos. Esa voz le pareció conocida pero no pudo darle rostro.
—¿Quién anda ahí? —preguntó de nuevo Jonas.
—¿No recuerdas nada Jonas?
Él quiso correr, y al llegar al primer escalón estaba Lucius. El demonio vestía traje negro y sus ojos eran amarillos. Tan pálidos como el rostro de alguien que tiene hepatitis.
—¡No te irás jamás de este lugar! —advirtió Lucius dándole un empujón a Jonas adentrándolo en las penumbras.
—¡Noooooo! —gritó Jonas pero ya era tarde.
Esas penumbras parecían ser otro lugar. Era como si el sótano fuera un lugar eterno, un lugar sin final, y ahí se encontraba Jonas en posición fetal asustado. No pudo dejar de temblar. El sonido de las cadenas lo estaba volviendo loco y los pasos se escuchaban tan cercanos que Jonas varias veces pensó que sería pisado. Luego, desde algún sector se escuchó el llanto de un bebé y el grito de sufrimiento de una niña.
—¡QUIERO A MI MAMI! —pidió un niño.
Jonas no quería ayudarlo, solo quería huir. «¿Pero a dónde ir?», se preguntó. Ese lugar no tenía un comienzo, ni un final. Correr sería solo un acto de un desquiciado y Jonas ya estaba muy asustado como para tomar esa decisión.
Los pasos se detuvieron y el rechinar de las cadenas también cesó.
—¡Tú vendrás conmigo! —dijo la voz dueña de los pasos.
—¡Nooooo! —gritó una niña—. ¡Solo quiero a mi mami!
—Ahora la veras —dijo la voz liberando una gran carcajada.
Se oyó ropa desgarrarse, la niña gritar ahogadamente como si en su boca tuviera una mano encima. Luego un gran quejido de satisfacción y un cuello quebrarse. Todo fue silencio. Un silencio que hizo que Jonas recordara a Susan, que recordara lo que extrañaba sus abrazos.
Se colocó de pie, todo ese lugar le revolvía el estómago y creyó que la única opción que le quedaba era pelear contra el dueño de los pasos.
—¿Dónde estás maldito? —preguntó furioso.
Nadie respondió y poco a poco la oscuridad comenzó a desaparecer hasta mostrar la realidad: el sótano no era tan extenso, a pocos metros estaba la pared y en ella yacían las cadenas. Debajo de ellas había huesos, ropa y juguetes.
Jonas dio dos pasos atrás cubriéndose la boca y recibió un golpe en la cabeza que lo desmayó.
Desde algún lugar se escuchó:
—Es suficiente por hoy, mañana seguiremos. Jonas tiene que recordar.
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