La bestia.
Jonas no pudo dejar de mirar como la sombra de un árbol se proyectaba en las cortinas blancas de su habitación. Esas ramas parecían manos diabólicas que buscaban agarrarlo en el momento en que él se levantara. La brisa que hacia danzar las cortinas volvió el ambiente completamente tétrico. Sin embargo, Jonas deseaba levantarse a beber varios vasos de whisky. Se secó la boca con las manos, siempre sus labios se mojaban cuando pensaba en beber.
No deseaba recordar la cabeza de su padre, ni en los pulmones de su madre y tampoco en el sufrimiento de su familia. No obstante, los recuerdos, los recuerdos perversos siempre lo invadieron de las peores maneras. A veces, llegaban como sueños, otras veces como sonidos, olores y pensamientos que lo acosaban desde que se quedó solo con su hijo.
Se levantó maldiciendo el día que decidió mudarse a Sinestry. Antes de eso su vida era maravillosa. Susan era una mujer atenta, bella, sonriente e inteligente. Se conocieron en la escuela, cuando Jonas era un niño miedoso y lastimado. Y Susan era del grupo de las nerds. Su atracción fue instantánea, en el momento que Susan le enseñaba matemáticas. Sus rizos rubios, sus ojos color miel y su piel blanca, produjeron en Jonas algo que no podía explicar con palabras, pero había una sola que se acercaba demasiado a lo que quería expresar: seguridad. Él sabía que no le iba a suceder nada mientras estuviera a su lado.
La adolescencia de Jonas fue su mejor época. Susan con el tiempo, se había puesto más hermosa y Jonas más enamorado. Se le declaró sin pensar porque si lo hacía, seguro desistiría de la idea. Ella respondió con un bello y dulce Sí y todo desde ese momento cambió. Como sucede con el enamoramiento, todo fue maravilloso, lleno de flores y aroma a sudor luego del sexo. La infidelidad en las mentes de Susan y Jonas no existía. Tampoco se permitían ser el dueño del otro. Pero en algunas ocasiones Jonas no podía manejar lo que sentía cuando ella se vestía de una manera provocativa. Él no sabía porque tenía la necesidad de decirle que no salga así o de darle un escarmiento. No era parte de él sentirse una bestia sin sentimientos, pero algo dentro de su cuerpo lo invitaba a pensar de las peores formas.
Los golpes llegaron y con ellos, la ruptura de lo que alguna vez fue amor, para darle paso al miedo y los secretos. Un golpe de Jonas en el rostro de Susan, era el golpe del padre en el rostro de Jonas. Un vaso de una bebida alcohólica era una forma de apaciguar el dolor que le producía a Jonas lastimar a su Susan. Permitirle que la bestia que nació en su cuerpo, tomara las decisiones.
La bestia, la cual carecía de nombre, crecía en el momento en que un vaso de esa bebida acababa vacío. No era cualquier bestia, era la peor de todas, la que al paso de los vasos invitaba a Jonas a lastimar. Por supuesto que lo haría si era el único medio que conoció para amar. No comprendió Jonas por qué se presentó en el momento más feliz de su vida, en el momento en que su primer hijo llegaría a su vida.
La bestia crecía a pasos agigantados luego de que sus tres hijos corrían por su hogar y nada ya la podía detener. Había crecido en la mente de Jonas de una manera imposible de erradicar sin acabar con la vida de su portador. Era una enfermedad, una que abunda en el mundo, pero que se oculta de las peores maneras. Erradicarla con medicación la vuelve más fuerte y peligrosa. Siempre la bestia convertida en enfermedad consigue lo que quiere, generar violencia, dolor y obtener sangre y luego muerte. Pero la muerte tiene que ser de la víctima sana, jamás del portador. El poseído por esta bestia, luego de acabar con las víctimas, prosigue su camino buscando otras personas para someter.
Cada vez que Jonas golpeaba a Susan, la bestia le mostraba el rostro de su padre como un juego perverso de una venganza infundada y sobre todo un camuflaje ideal para lavar el dolor de Jonas. Cada vez que esta bestia deseaba que Jonas golpeara a un hijo, por la razón más estúpida, dibujaba el rostro de Jonas de pequeño, del cual nunca supo defenderse.
El suicido fue una de las opciones más frecuentes en la mente de Jonas. Quería erradicar a la bestia, quería dejar de lastimar. De ser ese hombre furioso, con poca tolerancia al fracaso y débil, para darle lugar a que su familia se olvidara de él. Sin Jonas, sus hijos superarían los golpes y Susan encontraría un hombre mejor. Entonces, en una tarde lluviosa intentó que su cuello sea abrazado por una soga. Pero la madera no soportó el peso y se partió en dos. Eso enfureció más a Jonas y una mascota fue la que recibió todo el descargo. El pobre animal murió ahogado en su propia sangre, mientras Jonas ocultaba su matanza en una zanja. Luego, les dijo a sus hijos que había escapado.
Jonas se levantó de la cama y caminó a la cocina. No quería seguir recordando todo el daño que había generado. Ya no tenía sentido y no deseaba que la bestia se volviera a despertar. Mientras sus pasos descendían por las escaleras comenzó a comprender la razón de su necesidad atrapante de darle un escarmiento a Rafael. Y en ese segundo, en uno solo, agradeció que Lucius llegara a la vida de su hijo para salvarlo.
Llegó a la cocina y se sirvió un buen vaso de vino. Lo bebió con lentitud, sabiendo que era la única forma que la bestia no despertara y le ordenara a su cabeza lastimar a Rafael. Se sentó. Intentó llorar, todo fue en vano. Las lágrimas no brotaban, no tenían razón de hacerlo. Él quería demostrarse que sufría, que tenía que hacer el duelo por su padre, por su familia, y aun así no sentía ese dolor avasallante. Su brazo, su oreja, todas las heridas, tampoco dolían y no comprendió Jonas cuanto tiempo había pasado desde su último encuentro con Lucius.
Luego llegó el tercer vaso y la bestia comenzó a desperezarse invitándolo a lastimar a Rafael. Merecía un gran castigo por no hacerle caso y ser un niño perverso. Se colocó de pie mientras abría y cerraba las manos completamente furioso. Agarró un bate que tenía escondido detrás de la puerta y al llegar al comienzo de la escalera un perro furioso lo esperaba. Era negro, sus ojos rojos y su boca envuelta en una gran espuma blanca. Se movió de un lado a otro, como custodiando la escalera y Jonas lo reconoció. Era el perro que asesinó en un brote de locura.
—¿Ahora lo recuerdas? —preguntó Lucius detrás de Jonas.
Luego desapareció.
Por supuesto que Jonas lo recordaba, por supuesto que recordaba cómo le había quebrado el cráneo con un bate. Recordó los quejidos, recordó como no se defendió antes los golpes continuos sin sentido que recibía. Hasta que cayó muerto.
Y allí estaba defendiendo a Rafael, llegado desde el mismísimo infierno para pelear contra la bestia que manejaba la mente de Jonas.
El perro miró a Jonas y él levanto el bate en un claro signo de atacar. Pero no pudo. No puedo ejercer la fuerza necesaria para destruirle de nuevo el cráneo. No pudo hacerle caso a la bestia que clamó con furia dentro de su ser.
La sangre, el sufrimiento y la clemencia para la bestia era la dosis exacta necesaria para sobrevivir un día más. Sin embargo, hacía tiempo que Jonas no le daba de comer y ella hambrienta le rogaba que destruyera al animal. Debía hacerlo si no quería parecer de nuevo un ser débil.
El bate tembló en lo alto y el perro mostró sus dientes enfurecido. Ninguno de los dos quería ceder pero Jonas era el único que estaba nervioso. Ese sentimiento era el alimento perfecto para el animal y la bestia se debilitó.
«Golpéalo, destrúyelo, que su sangre te marque el camino para darle el escarmiento a tu hijo» clamó la bestia desde las profundidades.
Jonas dio un paso con su bate en las alturas y lo descendió con furia. El bate impactó contra un escalón, se le escapó de las manos y terminó detrás de Jonas. El animal no mostró ninguna herida y su ladrido hizo que Jonas corriera asustado. Arrojó las sillas al suelo esperando que eso detuviera la arremetida del furioso animal. Nada funcionó.
Jonas fue mordido, y con ello un dolor inconmensurable en su pierna. Ella sangró con una presión abismal que manchó el hocico del perro. Él se relamió. Era la venganza perfecta.
Jonas se arrastró asustado. La bestia, viendo la debilidad de su portador decidió ocultarse en las profundidades de donde había salido para alimentarse.
La sangre no dejaba de salir de la herida y el perro solo se sentó a mirar como Jonas, como el ser que lo había asesinado, se arrastraba como un gusano escapando de un depredador.
—Yo... no quise lastimarte —dijo Jonas dolorido.
El perro no contestó, por supuesto que no lo haría, era un animal.
—Mentir está mal —indicó Rafael que apareció de la nada y acarició la cabeza del perro—. Nunca tuviste en consideración lo que sufrimos por tus actos. La forma en que nos mentiste para hacernos sufrir. Todos los golpes, las mentiras...
—No quise, no era yo, era...
—¿La bestia? —pregunto sonriente Rafael.
—¿Cómo sabes de ella?
—Tú la nombraste en el momento que dejaste inconsciente a mami.
—No recuerdo nada.
—Nunca lo haces, nunca...
Rafael se retiró sin terminar de decir lo que realmente sentía.
Jonas con dificultad y mucho dolor se colocó de pie. En su pierna pudo sentir como descendía la sangre como el caudal de un río calmo que en alguno momento crecerá destruyendo todo a su paso.
Jonas con la manga de su camisa a cuadros se realizó un torniquete para detener el sangrado. Gritó dolorido y el perro aulló. Por primera vez sus dolores se conectaron y al mirarse a los ojos comprendieron que ninguno de los dos merecía los que les había sucedido.
El perro corrió furioso al encuentro de Jonas. Saltó arrojándolo al suelo y desgarró la camisa con las fuerzas de sus uñas. En el torso de Jonas se marcó una X sangrante por el accionar de las uñas de un perro colérico. La sangre volvió a manchar el hocico y Jonas gritó furioso. Se quitó el animal de encima golpeándolo con su puño. Caminó con dificultad hasta el bate y le dio cuatro golpes en la cabeza hasta que el rostro de Jonas se manchó de sangre y cerebro.
Esta vez, solo esta vez, la bestia no había intervenido en la muerte, sino la misma furia de Jonas.
El animal colérico, el que le había causado tanto daño a Jonas, dejó de moverse, dejó de gruñir. Eso le devolvió a Jonas la tranquilidad que necesitaba.
Con la muerte del animal, la pierna dejó de sangrar y de doler. El torso ardía, la X estaba allí pero parecía una herida vieja. Era rosada y contrastaba con la palidez de Jonas.
Él sonrió, ahora podía seguir bebiendo vino hasta que fuera el horario de darle el escarmiento a Rafael que la bestia clamaba.
—No le harás nada a tu hijo —advirtió Lucius con voz grave—. No dejaré que lo lastimes de nuevo.
—Nada de lo que me muestres lograra detenerme.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto —respondió sonriente Jonas.
—Amor mío —saludó Susan desde la cima de la escalera.
Jonas quedó perplejo. No sabía que decir, Susan estaba con vida. Ella tenía el mismo vestido rojo que vistió el día del accidente. Sus rizos rubios estaba en el lugar que Jonas recordaba y los labios carnosos poseían ese color carmesí que tanto amó.
—Te extraño amor mío —dijo Susan sonriente.
—Yo también —respondió Jonas nervioso—. Tú... tú...
—Estoy muerta, por supuesto y todo fue por tu culpa. Me golpeabas todos los días, me insultabas... No lo recuerdas, como siempre lo has hecho.
—Yo no quería hacerlo.
—Sí querías —respondió Susan luego que en su bello y pulcro rostro comenzaran a aparecer moretones negros. Uno le envolvió el ojo derecho, otro le ocupó la mejilla izquierda. En su boca desaparecieron varios dientes y su nariz se ensanchó exageradamente para que en sus fosas nasales aparecieran gasas manchadas de sangre—. Lo que ves fue la última golpiza que me diste porque se me había quemado el desayuno.
—Perdón amor mío —Jonas intentó acercarse pero era imposible, sentía vergüenza de ver lo que la bestia había producido.
Detrás de Susan aparecieron dos niños sin cabeza y en sus manos había dos cuchillos de carnicero.
—¿No recuerdas nada del accidente? —preguntó Susan.
—Tú nos abandonaste.
—Eso no es cierto.
Los niños descendieron a pasos lentos y se acercaron hasta Jonas.
—Rafael quería ir contigo —dijo Jonas mirando con miedo a los niños.
—¿Rafael? —Los ojos de Susan se abrieron por la sorpresa.
Los niños atacaron a Jonas que no pudo moverse. Una fuerza, que era la de Lucius lo sostuvo en su lugar. Los corte no fueron profundos, pero si doloroso.
—Tienes que recordar —indicó Susan y desapareció.
Lucius ocupó el lugar de Susan. El demonio seguía siendo solo una sombra perversa. Se acercó y a cada paso los recuerdos de Jonas lo invadieron. Vio a Susan escapando en el automóvil, vio una botella de alcohol estallar en el suelo luego que alguien lo llamara... Recordó ruidos metálicos y gritos...
—Mereces lo peor —dijo Lucius con su voz grave.
El cielo lloró sangre yJonas cayó desmayado. Antes de cerrar sus ojos vio a Rafael caminar sonrientecon un cuchillo a su encuentro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top