Jonas

Las paredes de la instalación científica de Burs lloraban un líquido viscoso rojo. Era parecido a la sangre, pero era otra cosa. Una cosa que nadie entendió jamás y que invadió toda la ciudad. Fue momentáneo, sin embargo, produjo un sinfín de temores. Burs nunca volvería a ser lo mismo desde el despertar de Jonas. Sería una ciudad sumergida en una niebla penumbrosa de muerte y desolación. Así es como lo había planeado Él y nadie jamás podría destruir sus planes.

Esa madrugada nevaba como en el nacimiento de Jonas. Y el día del despertar de Jonas era el día de su cumpleaños. Todo fue completamente planeado. El destino de Burs, de Jonas y del mundo recorrerían el sendero que Él deseaba.

Solo la muerte lo divertía; solo la súplica alimentaba su ya muerta alma. Jonas siempre fue el súbdito preferido y era momento que despertara. Solo debió chasquear sus dedos para que todo comenzara.

En una cama de hierro con un colchón duro es donde se encontraba Jonas profundamente dormido. Fue llevado a ese lugar para que lo estudiaran, sin embargo, lo que nunca supieron los científicos era que siempre fue el plan de Él.

Al lado de Jonas tarareando se encontraba Rafael sonriente como siempre y Lucius detrás del niño diabólico. Este ser estaba serio porque recordó el encuentro con Jonas y supo que ese hombre era el más peligroso del mundo.

Aunque Jonas estuviera dormido no dejaba de sonreír y eso era completamente tenebroso.

—¿Crees que hicimos bien en despertarlo? —le preguntó Lucius a Rafael.

—Es lo que Él quería que sucediera.

—Para mí es peligroso que siga cometiendo sus crímenes.

—Nosotros no somos quienes para negarnos a las órdenes de Él —expuso Rafael mirando enojado a Lucius.

—Yo solo quiero protegerte, es mi misión.

Luego hubo un silencio. Rafael ya no era el niño que vio morir al padre en manos del demonio enviado a cuidarlo. Rafael estaba poseído por otro demonio, el más sádico del inframundo. Sin embargo, a pesar de su poder, Lucius nunca supo que el verdadero Rafael había muerto.

El líquido viscoso llegó hasta las manos de Jonas y él despertó. Miró a Rafael y a Lucius y se levantó. El líquido retrocedió hasta desaparecer. Se quitó el suero y las máquinas a las que estaba conectado explotaron.

Jonas dejó que por su cuerpo recorriera la energía de la muerte. La misma que sintió con cada muerte que cometió; con cada pedido de súplica. Jonas solo deseaba una sola cosa: asesinar de las peores maneras.

Caminó sin un destino, pero aun así, dentro de sí sabía cómo salir de su prisión. Lucius le colocó la mano en el hombro para detenerlo.

—No es momento de asesinar a los científicos. No es lo que tienes que hacer. Ya has despertado y Él te espera.

—No me interesa. Tú no eres mi dueño.

Jonas hizo gritar a Lucius de dolor al tomarlo de la mano. Algo lo había quemado y comprendió que Jonas ya no era un humano.

—¡Papi, papi! —dijo Rafael abrazando la pierna de Jonas—. ¡Te extrañé papi!

—Yo también querido hijo. Perdón la tardanza en despertar.

—No papi, ¡yo tardé en despertarte!

Los dos caminaron de la mano para buscar a los científicos que descansaban en la habitación contigua.

En esa habitación se encontraban Charles y Luke plácidamente dormidos. Ellos habían sido obligados a estudiar al peor criminal de todos y los resultados no eran precisamente los que sus jefes necesitaban. Solo habían logrado descubrir que en la mente de Jonas se ocultaba un hombre miedoso, capaz de dejar a su hijo para escapar de una sombra que lo perseguía desde que lo durmieron.

Dos días antes habían encontrado la tumba de 200 mujeres con sus hijos en el desierto de Burs y eso era gracias al trabajo de los científicos. Pero necesitaban conseguir datos concretos; datos que les permitieran descubrir a los psicópatas antes de atacar.

Luke se despertó al escuchar una risa aguda, como la de un niño; como la de aquel niño al que Jonas llamaba Rafael. No podía ser cierto, el cuerpo de ese niño ya había sido enterrado. Luke quiso cerrar sus ojos pero algo lo tomó del tobillo y lo sacó de la cama. Gritó e intentó soltarse pero no lo lograba. No había con quien combatir si lo que lo había tomado era algo invisible.

Charles colgaba en el aire y pataleó tantas veces como el aire de sus pulmones se lo permitió. Su cuello se quebró y cayó como una bolsa de papas.

Luke logró correr, la fuerza lo había soltado y se detuvo en el pasillo que tenía una luz tenue roja.

—¿Dónde vas? No hay donde escapar —advirtió Jonas.

Y era cierto; no había escapatoria. Jonas tenía ya planeada la muerte de Luke pero a la vez quería seguir divirtiéndose.

El científico corrió hasta encontrarse con Rafael. En su mano tenía el cuchillo de siempre y a su lado estaba el perro furioso que se había presentado en los sueños de Jonas. Luke logró ocultarse en una habitación un segundo antes de ser mordido por el colérico animal. Se ocultó debajo de una mesa para analizar donde ir. Pero como esa voz le había advertido, no había escapatoria. Las ventanas tenían barrotes; la puerta de salida necesitaba una tarjeta que Luke había dejado en la habitación. Sin embargo, no deseaba morir comido por un animal o apuñalado por el niño diabólico.

Salió de su escondite cruzó la puerta que daba al comedor y luego le quedaría otra más que lo llevaría donde hacía un momento dormía plácidamente. No obstante, no esperó nunca encontrarse con un ser tatuado, con una sonrisa diabólica y que lo miraba con ganas de devorarlo.

—No puede escapar —advirtió Lucius.

—¿Quién... e-e-eres?

—Mi nombre no es importante...

Luke corrió hacia la derecha buscando esquivar a Lucius pero él con un leve moviendo hizo que Luke volara por los aires hasta golpear contra la pared de hormigón. El científico se había quedo sin aire y su brazo derecho colgaba al lado de su cuerpo. Eso no era una buena señal. Pero para la sorpresa de Luke, Lucius había desaparecido.

Corrió a la habitación, encontró la tarjeta y no se detuvo hasta la puerta de salida. Pero antes de llegar, a pocos metros de su logro, estaba el perro. Por un momento Luke creyó que ese animal se había relamido. Luke inició su retirada hasta la cocina, y al agarrar un cuchillo fue atacado por el animal que le arrancó una parte del muslo derecho. Luke gritó dolorido y furioso. Se arrojó encima del animal y le insertó el cuchillo en el cuello negro. Solo se oyó un quejido y todo fue silencio.

Luke caminó dolorido con su pierna y su vestimenta manchada de sangre. Llegó arrastrando su pierna y con su brazo derecho quebrado a la puerta de salida. Por suerte nadie lo esperaba. El rechinar de la puerta sonó a libertad; sonó a seguridad.

Llegó a su automóvil e intentó arrancarlo. El vehículo no respondía, había estado mucho tiempo al clima hostil. La nieve había congelado los circuitos y Luke solo pudo golpear el volante mientras gritaba.

Se bajó dolorido y caminó sin destino. Burs estaba a dos kilómetros de distancia y con su dolor no llegaría muy lejos.

—¿Dónde vas? —preguntó Jonas.

Luke se dio vuelta y no vio a nadie. Apuró sus pasos pero le era difícil lograrlo. Su pierna no dejaba de doler y sangrar.

Escuchó un ladrido, luego las risas diabólicas de Rafael. Pero no se detuvo. No quería morir. Se aferró a la vida sabiendo que sus posibilidades de salvarse eran nulas.

—Me encanta ver como mi presa busca salvarse —dijo Jonas riendo a carcajadas.

Luke lo ignoró. Luke buscó llegar a la ruta estatal. Alguien tenía que ayudarlo. Sin embargo, a esa hora, plena madrugada del domingo del doce de julio, no había nadie que lo ayudara. Y si un vehículo apareciera no se detendría.

Llegó hasta un árbol y se apoyó. Estaba agotado, con frío y no sentía sus pies. Si esos seres no lo mataban lo haría el clima. Su cuerpo temblaba por completo.

El viento le susurró y en ese susurro le dijo que su muerte se aproximaba, que no debía seguir escapando.

—¡¿Por qué me haces esto?! —gritó con todas sus fuerzas.

—Porque sí, porque quiero y porque puedo —respondió Jonas a pocos metros de Luke. Portaba un traje negro y un cuchillo de treinta centímetros en su mano izquierda.

—¡Yo no te he hice nada!

—Eres basura para mí, solo eso eres —se acercó Jonas tarareando.

—Tengo familia...

No pudo terminar su frase porque su cuello fue cortado. Su cuerpo se contorsionó unos momentos mientras la sangre manchó la pulcra nieve. Luke jamás pudo conocer a su hijo. Esa misma madrugada había nacido.

Jonas relamió el cuchillo y caminó hacia la ciudad tarareando.

En las lejanías estaban Lucius y Rafael. El niño tenía su muñeco de felpa y no dejaba de acariciar al perro. Ese animal venía de inframundo y era inmortal. Lucius negaba con su cabeza, no pensó jamás que Él hubiese planeado esto. Sin embargo, negarse o intervenir sería su final. Los tres caminaron detrás de Jonas.

Él apareció. Vestía un turbante negro y su rostro era una sombra. Los demonios no lo miraron. No tenían permitido hacerlo. Él solo miró a Jonas y luego desapareció. Lucius quiso ir detrás de Jonas...

Pero él ya se había subido a un vehículo manejado por una mujer.

Todo había vuelto a comenzar. Jonas volvería a ser el asesino serial más sádico que el mundo conociera.

Lucius acarició la cabeza de Rafael y dijo:

—Debemos volver con Él, nuestra misión en este lugar ha terminado.

Esa madrugada todas las mujeres de la ciudad sintieron la misma voz en su interior, una voz extraña que solo repetía una frase:

Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré.

Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré.

Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré.

Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré.

Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré.

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