El terror de Jonas

Jonas cavaba una gran tumba para el cuerpo sin cabeza de su padre. El trabajo era el doble, solo contaba con un solo brazo útil, el otro yacía dormido en un artesanal sostén. El dolor era avasallante, no obstante, en cierta forma Jonas sabía que se lo merecía, había prometido no golpear más a Rafael. Pero la idea de un escarmiento siempre rondaba por más que él intentara pensar que la violencia no era la solución.

La pala descendió con furia y dolor. No logró comprender nunca como un demonio, al cual aún no le conocía su verdadera forma, había acabado con la vida de su padre.

El hedor del cuerpo hizo que Jonas se detuviera, sintió asco y fuertes náuseas. Se apoyó sobre un árbol seco a vomitar. Sin embargo, tenía que continuar, tenía que darle un descanso digno a la persona que lo había criado, que le había dado un hogar.

Las cadenas de una hamaca vieja rechinaron molestando a Jonas. El rechinar no era común, no para los oídos de Jonas, no para su cordura. Él miraba a su hijo, que con una sonrisa macabra, se movía como un péndulo con sus piernas hacia delante y hacia atrás. La música en forma de tarareo salía de la boca de Rafael invitando a Jonas a terminarla con su pala. Jonas estaba asustado, estaba desorientado. No sabía cómo salvar a su único hijo vivo, no sabía cómo quitarle la maldad que se le dibujó en su rostro en el momento en que Lucius tomó posesión de su cuerpo.

Las cadenas rechinaron con más fuerza, con más profundidad. Parecía el sonido del infierno, como las trompetas que suenan cuando satanás decide torturar las almas. El rechinar hizo que Jonas se detuviera, su piel se erizó y comprendió en ese momento que todo llegaría a su fin. Tan pronto que no lo dejaría ni pestañar. Su hijo tenía el poder de acabar con todo, solo debía darle la orden a su amigo invisible, que parecía un asesino serial enviado desde las penumbras del infierno.

Ya no había sueños de muertes, ni paredes sangrantes, ni cabezas hablantes. Había cosas peores: la sonrisa tenebrosa de su hijo, los gritos de personas que sufrían y se oían en las noches, los golpes de un hacha cercenando partes de cuerpos. Jonas no dormía, no sabía cómo hacerlo, y a veces, cuando los gritos se volvían insoportables, se orinaba en la cama.

—Tu hijo sufrió lo mismo —indicó susurrando Lucius, la noche anterior, debajo de la cama de Jonas.

Todo fue terrible desde esa noche, todo fue incompresible. Rafael no comía, no bebía agua y no dormía, y a pesar de eso, estaba lucido y pulcro. Su vigorosidad para jugar, reír y correr hacía que Jonas quisiera darle una cachetada como escarmiento. Necesitaba que su hijo reaccionara, que dejara de hablar con un ser tenebroso y le diera valor solo a su palabra, a la palabra de su padre.

La pala se clavó en la tierra y quedó enterrada hasta que su parte metálica desapareció, pareciendo el tronco de un árbol seco. Jonas se acercó al cuerpo sin cabeza de su padre y lo levantó con fuerza. Se aguantó la respiración hasta lanzarlo como una bolsa pesada al fondo de la fosa profunda. Le pareció que el cuerpo mostró algunos espasmos, pero negó con la cabeza mientras les arrojaba palada tras palada de tierra.

Se detuvo, algo se le olvidó, algo que intentó recordar y no pudo.

Siguió paleando hasta que el cuerpo desapareció y llegando a la mitad de la tumba, Rafael se acercó tarareando. Miró a Jonas, luego a la tumba y sonrío.

—Esa tumba no detendrá su dolor —espetó—. Él merece que los amigos de Lucius le hagan lo mismo que me hizo a mí.

—¡Silencio! —rogó Jonas con un grito ahogado—. ¡Tú no sabes lo que dices!

—Él venía a mi habitación cuando íbamos a su casa a vacacionar. Venía borracho golpeando las paredes.

Rafael miró a Jonas y él dio dos pasos hacia atrás asustado. Los ojos de su hijo eran rojos carmesí, parecían hundidos en una furia y tristeza incontrolable. No sabía de lo que hablaba y aun así no podía, ni quería hacerlo callar.

—Me decía que era la última vez que me lo pedía, que era solo un juego, una muestra de cariño. Que necesitaba que yo lo amara...

—¡Calla..! —advirtió Jonas pero sus palabras murieron en las profundidades de su garganta.

—Yo no quería, no quería besarle ahí... Por supuesto que no quería. Pero me rogó, me imploró, me convenció. Sus olores eran horrendos, su forma de mirarme era pervertida y su... —se calló para secarse unas lágrimas—. ¡Merece morir y sufrir en el infierno!

—¡Él no te hizo eso! —exclamó Jonas con su mano temblorosa y con ganas de golpear a su hijo con la pala. Tenía que hacerlo callar, debía dejar mentir, de insultar la memoria de su humilde padre.

—A ti también te sucedió —indicó Rafael sonriendo—. No quieres recordarlo, no quieres revivirlo. Y después de tanto dolor, de su violación, lo estás enterrando.

—¡Cállate! —ordenó Jonas y levantó la pala.

—¿Me matarás? ¿Aún no entendiste nada? —preguntó sonriente.

—¡No dejaré...! —exclamó dirigiendo la pala a la cabeza de Rafael. Todo fue en vano, el movimiento se detuvo y Jonas voló hasta golpear contra el tronco del árbol seco.

—¡No puedes lastimarme, no más! —se acomodó el pelo que le cubrió los ojos—. No te olvides de enterrar la cabeza, sin ella, lo encadenarán y azotarán en el infierno y en ella, los demonios, beberán sangre en los rituales.

—¡Reacciona hijo, te lo ruego!

—Es tarde, muy tarde, mi alma ya no es la misma, mi vida jamás lo será. Tienes que agradecerle a tu padre —dijo y se retiró saltando.

Jonas se levantó dolorido y escupiendo sangre. Sin embargo, su dolor era más profundo y cayó de rodillas al recordarlo. Rememoró lo que le hacia su padre, lo que su madre callaba y todo su dolor en sus zonas íntimas. Recordó el mameluco de su padre manchado con aceite caer al piso y dejando al descubierto el arma con que siempre le hacía daño. No era de fuego, tampoco de filo, sin embargo, le lastimaba. Le hacía sangrar y cuando su padre se iba, Jonas lloraba. No pudo liberarse de ese dolor hasta que lo enterró en las profundidades de su mente y asumió que lograría sobrevivir. Pero se olvidó de sus hijos y los sometió al mismo destino doloroso.

Jonas lloraba desconsoladamente, no podía detener el reguero de lágrimas que brotaban al ritmo de sus gritos ahogados de dolor. Susan muerta, sus hijos decapitados y Rafael poseído, todo por no poder lidiar con su dolor, con los abusos que sufrió.

Un cuervo se posicionó cerca de él, le faltaba un ojo y en su lugar había un hueco oscuro y tenebroso. Este pájaro miraba a Jonas moviendo su cabeza de un lado a otro y su graznido era perturbador. Se escuchaba como miles de gritos de personas que sufrían y llantos tétricos. Jonas intentó alejarlo con su mano, luego con una piedra, pero nada funcionaba. El pájaro seguía ahí quieto y moviendo su cabeza.

—Aún no morirás —dijo una voz detrás de él. Sin dudas era Lucius.

Jonas siguió mirando al cuervo. Intentaba comprender por qué se presentó y por qué de su garganta pequeña salían esos gritos y llantos terroríficos. El cuervo se elevó, giró en el aire y desapareció entre las nubes. Jonas por su lado, se colocó de pie, para finalizar el trabajo. Se secó las lágrimas, no recordaba por qué había llorado y por qué le dolía la espalda. Lo que si sabía era que tenía que enterrar el cuerpo de su humilde y amado padre.

La cabeza cayó del cielo arrojada por el cuervo. Rodó hasta el pie derecho de Jonas que la detuvo pisándola. Su estupor fue mayor que su tristeza. La cabeza ahora tenía ojos y poseían una mirada de terror. Eran ojos color café inyectados en sangre y luego, como si fueran una bomba, estallaron rociando todo el cuerpo de Jonas de sangre y restos membranosos. La explosión fue diabólica, fue estruendosa. Fue algo que Jonas no quería revivir jamás. Esos ojos, esos malditos ojos, le recordaban a una mirada, una que no recordaba con exactitud pero le revolvía el estómago.

Jonas agarró la cabeza desde los cabellos, los pocos que aún poseía. Se acercó a la tumba y se agachó. Dejó la cabeza a su lado mientras cavaba con su mano sana, hasta hacerla sangrar. Nada le importaba a Jonas, su padre merecía estar enterrado con su cuerpo completo, o lo más cercano a ello posible.

No pudo hacerlo, la noche se acercaba como un depredador y Rafael estaba de nuevo en la hamaca, sonriendo. Jonas se colocó de pie, agarró la pala y comenzó a cavar furioso. Tenía tanta ira que podría golpear sin cesar a su hijo hasta que se le borrara la sonrisa de su macabro rostro. Quería verlo sangrar, quería que se callara, quería que...

Jonas negó, tenía que sacarse esas ideas violentas de su cabeza. Él amaba a su hijo y no podría hacerle eso. Miró a Rafael justo luego de llegar hasta los pies del cuerpo de su padre. Quiso decirle que dejara de hamacarse que el chillar de las cadenas lo estaban volviendo loco. Pero detrás de Rafael estaba el cuervo con su pico sangrando y sus plumas parecían las penumbras del infierno. También había una sombra de un hombre, parecía, desde la distancia de Jonas, estar de pie junto a Rafael y con una mano en el hombro de su hijo. Jonas volvió a negar, pero esta vez lo hizo por temor a que Lucius le hiciera daño de nuevo.

Volvió a mirar a la tumba y arrojó la cabeza dentro, no se animó a colocarla en su cuello. No desde que sintió el hedor que salía desde ese lugar. Ya no era solo el hedor de la muerte y descomposición, sino que era peor. Como si el cuerpo se estuviera cocinando, como si la carne estuviera flotando en una gran sartén llena de aceite quemado. Pero eso no podía ser real, eso no podía estar sucediendo, por supuesto que no.

—Completaste el ciclo —dijo Lucius—, ahora tu padre sufrirá cocinándose en el infierno como todos los de su clase.

—¡No blasfemes a mi padre de esa manera! —indicó furioso Jonas—. Estoy cansando de ti y de tus amenazas. ¿Quieres matarme? Aquí me tienes, maldito demonio.

Jonas giró su cuerpo para mirar a la sombra. Luego, con su cuerpo ardiendo de furia, corrió hasta ella. Antes de llegar el cuervo lo atacó con violencia y una fuerza abismal lo arrojó al suelo y comenzó a picotearlo. Jonas luchó por librarse, pero el pájaro poseía una fuerza que superaba la que ejercía Jonas con su brazo sano.

El cuervo le arrancó un pedazo de la oreja. Él grito, se arrastró como pudo, ayudado con su codo, hasta la pala. La tomó con fuerza y se colocó de pie. El pájaro había desaparecido, su hijo también, pero Lucius no.

Lucius ahora era un hombre, si eso podía decirse de un ser con forma de humano pero sin rostro. Oscuro, sí que lo era, a cada paso que daba todo temblaba. Pero no era el suelo que se movía, sino los recuerdos de Jonas. Los recuerdos que quería olvidar. Veía los ojos de su madre cuando lo golpeaba con un látigo mientras él estaba atado en el sótano.

—¡Eres un asqueroso niño! ¡Eres un ser digno de satanás! —dijo su madre con gritos y con azotes—. ¡Mereces morir luego de hacer semejante abominación, hasta Dios, nuestro Dios, vomitó cuando lo vio!

—¡Yo no quería...! —intentó decir Jonas.

—¡No hables inmundo niño! —gritó la madre y lo siguió azotando.

—Papá me hizo cosas, yo no quería que...

—¡No difames a tu padre de esa manera! —lo azotó hasta que Jonas se desmayó.

Lucius seguía caminando, seguía atacando a Jonas de las peores maneras, en el único lugar donde él no se podría defender. Sus pasos, los pasos perversos de un ente que ha venido al mundo a asesinarlo y alejarlo de su hijo.

—La muerte no es solo ir al infierno. Tu muerte, la que siempre te persiguió —dijo Lucius con voz grave y fantasmagórica—, vendrá pronto por ti, pero no antes de que veas mi obra finalizada.

De la tierra salió el cuerpo de la madre de Jonas, con su rostro derretido y sus brazos atados al árbol seco. La madre de Jonas hacía años que había muerto de cáncer de pulmón.

—Hijo... —intentó hablar pero no podía, su boca se derritió y su cuerpo fue azotado por un látigo invisible. Las marcas rojas y sangrantes aparecieron en el cuerpo moribundo de la mujer. Y Jonas miraba todo con asco.

—¡Basta! —ordenó.

—¡NOOOOO! —grito Lucius.

—Ella no le hizo nada a Rafael —indico furioso Jonas.

—Su silencio si lo hizo.

—¡Basta! —ordenó de nuevo Jonas.

Lucius lo ignoró, no le importaba lo que ese humano asqueroso le dijera. Siguió azotando a la mujer hasta que todo su cuerpo se abrió dejando los pulmones, que eran negros por el cáncer y desinflados, al descubierto.

Jonas vomitó asqueado de ver a su madre desnuda y mutilada.

—Basta, te lo ruego —Jonas cerró sus ojos.

Al abrirlos todo había desaparecido y con su oreja que sangraba ingresó a su hogar, luego de que una lluvia torrencial cayera inundando la tumba de su padre. Se sentó dolorido y furioso.

—Ella sabía todo y lo mismo me golpeó —dijo Rafael con sus ojos tristes.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Jonas angustiado.

—Lo sabías, siempre lo supiste y solo te dedicaste a pegarle a mamá.

—Yo... —No pudo defenderse de lo que era una verdad absoluta.

—Ahora sufrirás lo que te mereces.

El cuerpo de Jonas se elevó hasta golpear contra el techo, luego cayó rompiendo la mesa. Se colocó de pie asustado y con dificultad, buscó correr y terminó chocando contra la estantería luego de que Lucius lo empujara. Todos los platos, vasos y adornos de vidrios se destruyeron en el suelo. Jonas se cortó la mano y el rostro, manchando su remera y pantalón de sangre.

No se rendiría, no ahora, no cuando de nuevo la muerte lo acechaba. Corrió sin destino y se detuvo cuando vio a Rafael en el primer escalón.

—No puedes escapar, no ahora, no cuando tienes que conocer toda la verdad.

Jonas se desmayó y soñó que moría de nuevo.

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