Capítulo 2. Escocia

JAKE

«Las luces brillan para ti, Jake, siempre para ti. No están solo en tu interior; también te rodean. Puedo verlas».

 Nunca lo entendí. 

Nunca vi esas luces maravillosas de las que mamá hablaba, pero desempeñaron un papel simbólico en mi vida. Me gusta pensar que mis padres están a mi lado. Como luces invisibles que centellean. Mamá es roja e intensa y papá yace a su lado de color verde. Era su color favorito. 

 A papá también le encantaban las noches de verano, llevarnos a la playa y navegar. Le gustaba todo lo que le hiciera sentir la brisa y el viento en su rostro. Adoraba arriesgarse, pero tenía un sentido muy agudo de la precaución. Notaba el peligro a kilómetros de distancia y sabía diferenciar lo justo de lo injusto. Siempre he pensado que ese era el motivo por el que se hizo juez. 

Una vez me habló de los delincuentes, algo poco habitual en él. Era muy reservado en lo que a los juicios se refería y no los compartía con nosotros. Sin embargo, ese día decidió hablarme de los delincuentes a raíz de una pregunta que le hice: 

 —Papá, ¿tú crees que la ley es justa? Me sorprendió lo rápido que me respondió. 

 —No. Fue tan rotundo que no tuve otra opción que preguntar lo evidente.

—¿Alguna vez has condenado a alguien que no lo merecía, solo por seguir la ley? 

—Sí. 

Me quedé de piedra. ¿Cómo era posible que mi padre hubiera hecho eso? 

—¿Por qué? 

—Porque, para ser justo, a veces hay que ser imparcial. Puedes tener motivos para cometer un asesinato, pero eso no te hace menos culpable. Es posible que sea justificable, pero no te excluye de cumplir la condena. Imagina a un ladrón que roba por necesidad. Sabemos que no tiene otro remedio, pero, si lo pillan, sus motivos no lo harán menos culpable, por mucho que me pese. Aunque, hay otra opción. Siempre se puede elegir el camino que no te lleve a la cárcel. Siempre. 

 Siempre. 

 Discrepo, papá. 

 ¿Otra opción? La mía sería abandonar a Hillary a su suerte en un centro de menores. 

 Abandonar. 

 «Dejar solo algo o a alguien alejándose de ello o dejando de cuidarlo». 

 «Dejar solo a alguien». 

 «Completamente solo».

 Ni hablar. Hillary estará conmigo. 

 «No durante mucho tiempo». 

El diablo de mi mente susurra en voz baja y me devuelve al traqueteo del tren. Miro a la niña pequeña que yace adormilada con la cabeza apoyada en mi regazo y una muñeca despeinada y mal vestida en la mano que amenaza con caerse en cualquier momento. Suspiro y la agarro con cuidado de no despertar a mi hermana para guardarla en la mochila que contiene todos y cada uno de los pocos juguetes que tiene y tendrá durante mucho tiempo. He recogido lo que he podido, y también he hecho todo lo que ha estado en mi mano.

Poso una mano en su pelo ondulado y lo acaricio. Le llega hasta más de la mitad de la espalda. Después me apoyo en la ventana. Estoy cansado y tengo miedo. 

—Jake. —Hillary pronuncia mi nombre y de manera automática giro la cabeza para encontrarme con sus ojos verdes—. Tengo hambre. 

Suspiro en un esfuerzo por mantenerme calmado. Me estoy quedando sin ahorros, y dentro de poco no tendré nada en la cuenta. He destinado todo mi dinero a pagar la casita en la que viviremos. No he traído casi nada de Londres, la maleta de mano que llevo, algunos juguetes de Hillary y las pocas bolsas que cargo. 

Maldito sea el momento en que la policía se presentó en mi casa. Maldito el día en el que perdí la custodia. 

—Hillary, comerás cuando lleguemos a la casa nueva —declaro en un intento de mantener la voz firme. Desearía que mi madre estuviera aquí. 

—Pero tengo hambre ahora —protesta de nuevo y hace una mueca infantil. Se sienta de rodillas en el asiento para mirarme fijamente a los ojos. 

—Te aguantas —contesto con firmeza. Quiero que note que estoy seguro de lo que hago, aunque la realidad es totalmente distinta.

Enseguida, el gesto se marca mucho más en su rostro y, de pronto, se echa a llorar. Pero ¿qué puedo hacer? No tengo nada de comer aquí. El rostro pálido y fino de mi hermana se arruga cuando las lágrimas se deslizan por sus mejillas. 

—Tengo hambre.—Hillary. —Sus lágrimas hacen que mis intentos decaigan. Está sufriendo tanto como yo. La abrazo—. Ya está, no llores, pero no tengo nada de comer aquí. No puedo darte nada, tesoro. 

Ella hunde la cabeza en mi pecho e intento tranquilizarla. Noto como asiente y en ese momento suena una voz sin origen que anuncia la próxima parada: la nuestra. 

No sé cómo hemos llegado hasta aquí, pero, a falta de otra opción, mis amigos John y Elías me aconsejaron este pueblo. No tengo mucho que perder y salir de Inglaterra me alivia, así que no puse ninguna pega a su propuesta. John ha estado aquí antes, dice que es tranquilo y pequeño, justo lo que necesito. Además, tiene familiares en este pueblo, lo que me ha simplificado la búsqueda de vivienda.

 Aunque la documentación falsa me ha costado 10000 libras que todavía no tengo y que he prometido pagar en cuanto reciba el dinero de la casa, he apuntado a Hillary al colegio. Ahora, con su nuevo nombre, Hillary Anna Harris en lugar de Hillary Imogen Fullet. ¿En cuanto a mí? He pasado de ser Jake Nicholas Fullet a ser Jake Christopher Harris. Cambiarme el nombre ha sido como lanzar a mi antiguo yo a un agujero, enterrarlo e irme en busca de la persona que debo ser. Aunque, a decir verdad, acabé con mi antiguo yo mucho antes de cambiarme el nombre.

 Una vez escuché que en el antiguo Egipto perder tu nombre era como perder tu esencia. Así me siento yo. 

Andrew, el hacker y falsificador que introdujo mis datos falsos en la base de datos del estado y me facilitó la documentación, se asegurará de que le pague lo que le debo. Y temo que, como tarde mucho, esa suma se incremente. Elías me ayudó a buscar a alguien que trabajara bien, pero al final me decanté por buscar entre los archivos de mi padre, donde encontré los papeles de un juicio contra ese mismo hacker. Recordé que papá comentó que sabían que era culpable, pero, como sabía esconder su rastro tan bien, no tenían suficientes pruebas para declararlo culpable. Así que investigué y, de algún modo, me las apañé para encontrarlo. Elías me ayudó.

 Papá estaba en lo cierto; es un falsificador y un hacker increíble, se rio a carcajadas cuando descubrió que yo era el hijo del hombre que lo dejó en libertad. Solo por eso, me rebajó la cuota. 

 —Vamos, Hillary —la llamo, pero ella no me mira—. Ya hemos llegado. —Enseguida levanta la cabeza con una sonrisa dibujada en su lloroso rostro y le sonrío para alentarla—. Ya verás como te encantará nuestra casa nueva. 

—¿Cómo es? ¿Es de princesa? 

Se seca las lágrimas mientras yo agarro las pocas cosas que he traído. Sujeto la mano de la niña para que no caiga al salir del tren y caminamos hasta la puerta. 

—Es bonita. 

Todo el lugar está cubierto de una niebla espesa característica de la costa oeste, que los escoceses llaman «haar». 

 —¿Bonita? —pregunta emocionada—. ¿De princesa?Hago una mueca divertida

—Algo así —contesto—. Aunque no diría que sea de princesa. Aun así, podemos convertirla en un castillo, o en lo que tú quieras. La decoraremos a tu gusto, ¿vale? 

Escucho el pitido que indica que las puertas se están abriendo. 

—¡Bien! —exclama con una sonrisa e imito su gesto al ver cómo ha cambiado de actitud.Sus ojos se ensanchan cuando las puertas se abren por completo y bajamos del tren. 

El pueblo tiene una parte rural, donde todavía se conservan algunas casas medievales y otra zona en la que se encuentran las casas nuevas. Nosotros viviremos en una pequeña casa en esta segunda parte. 

—¡Estamos en el campo! —exclama la niña mientras saco el paraguas.

 —Sí —afirmo agobiado por la cantidad de cosas con las que tengo que cargar—. Hillary, lleva tus juguetes —le ordeno y ella obedece. 

Gruño cuando el viento me golpea e intento acomodar bien las cosas para cubrir a mi hermana. Lo último que necesito es que enferme. La agarro del hombro y la pongo bajo el paraguas. Llevo una mochila enorme colgada en el hombro con mis cosas, que, por cierto, son muy pocas. Del otro hombro cuelga la ropa de Hillary y en las manos sostengo varias bolsas de cosas que he recogido de nuestra antigua casa. 

Suspiro y me detengo unos segundos. Clavo la mirada en el movimiento del tren al alejarse. Ahora es cuando la historia cambia de rumbo. 

 —Vamos, Hillary. Nuestra casa no está muy lejos. 

—Vale. —Alza la cabeza, sonríe, la mirada se le ilumina y camina agarrada de mi brazo. 

Siento cómo la humedad del lugar se abre paso hacia mis pulmones. La lluvia cae tan despacio que no es necesario protegerse de ella, y el sol comienza a despedir el día en el horizonte. Apenas son las seis de la tarde. Sin embargo, este invierno escocés es distinto de los demás que he vivido. 

 Hillary se tranquiliza y, a medida que nos adentramos en el pueblo, veo cómo sus labios se entreabren con asombro mientras observa con atención la vegetación y el campo del que carecía la zona en la que vivíamos en Londres. La casa se encuentra a diez minutos de la estación, después de pasar tres calles, dar un giro a la derecha y atravesar tres calles más a la izquierda. 

—Jake, ¿dónde están mamá y papá? 

—Brillando en el cielo. 

—Ah —contesta sin entender—. Pero, ¿volverán o se han ido para siempre? 

—Se han ido para siempre, Hillary. 

 Desde que murieron, mi hermana ha estado esperando que regresen. He intentado hacerle entender lo que significa la muerte, pero ella está convencida de que, si lo desea con mucha fuerza, hará que vuelvan. Espero que me replique como siempre, pero no lo hace. En su lugar, asiente. Parece que habernos ido de Londres a un lugar que no conoce le ha hecho darse cuenta de que no volverán. 

 Me cuesta concentrarme en lo que hago. Hace dos meses que intento aprender a vivir sabiendo que mis padres ya no están, pero es complicado. Mucho más de lo que habría imaginado. 

Hillary camina mientras tararea una canción que ella misma se ha inventado y, en cierto modo, eso me reconforta. Es pequeña y sé que, cuando crezca, ni siquiera recordará a nuestros padres. No vivirá el dolor que habría sentido si fuera mayor y consciente. Sabrá que le falta algo, pero no lo extrañará. Yo estaré con ella y, aunque no me sienta cómodo del todo con la idea, ahora yo seré quien se ocupe de ella. O, al menos, mientras la ley no me la quite. 

—¿Necesitas ayuda? —Una voz masculina hace que me dé la vuelta. 

Frunzo el ceño y Hillary mira con simpatía al extraño de pantalones apretados y camiseta de colores extravagantes. Lleva un chubasquero azul marino y unas botas del mismo color. El rostro está cubierto de pecas y parece haber llegado en el mismo tren que nosotros. No contesto, no quiero que nadie se acerque a mí. Ese es el plan, permanecer en silencio todo el tiempo que me sea posible. No puedo permitirme tener más problemas. 

—Soy Shane —se presenta el chico de pelo azabache, mirada azulada y pecas en el puente de la nariz. 

—Jake. 

—¿Te ayudo? —se ofrece de una manera coqueta y comprendo que quiere ligar conmigo. 

«Genial, y yo que quería mantener a la gente lejos de mí». 

Asiento algo aturdido y él toma las bolsas que llevo en la mano. 

—Gracias. 

—No es nada —contesta con amabilidad y Hillary no deja de mirarlo fijamente— ¿Cómo te llamas, pequeña? —le pregunta. 

Ella lo escanea de arriba abajo y se esconde detrás de mi pierna. Siempre ha sido vergonzosa.

 —Hillary —susurra de una manera casi ininteligible. 

—Oh, qué nombre más bonito. 

—Gracias. —Esconde todavía más la cabeza tras mi pierna.Miro a mi hermana y sonrío. 

—Vamos, Hillary —digo, y ella asiente.Caminamos rodeados de un silencio que se vuelve incómodo debido a que no aparta la mirada de mí. 

 —¿Eres nuevo? —pregunta cuando estamos a punto de girar la esquina. 

 —Sí. 

 Calla unos segundos y yo intento respirar todo el aire puro que puedo. 

—Es un buen lugar —dice—. La gente es muy agradable y te lo conocerás enseguida. 

—Ah —respondo cortante. Shane frunce el ceño, pero no me importa. 

 Cuando llegamos a la casa, tiro todo lo que llevo en la entrada y tomo aire mientras muevo los dedos doloridos. 

—Muchas gracias, Shane. 

 —No hay problema —contesta y deja la mochila en la puerta—. Vivo cerca, a dos calles de aquí. En el número dieciocho. Por si necesitáis ayuda con cualquier cosa... 

—Gracias. 

 Hillary corretea de un lado a otro de nuestro nuevo jardín, alzando las manos y canturreando que le encanta el abeto que hay en la esquina, junto a la puerta de entrada. 

—¡En Navidad lo decoraré con colorines! —exclama. 

 «Navidad ya ha pasado, cielo», pienso. 

 Asiento y sonrío de reojo al verla. 

 —¿Quieres que te ayude con las cosas? —insiste cuando intento abrir la puerta con las bolsas en la mano. 

 «Qué pesado». 

 —No. No es necesario —respondo más rápido de lo que esperaba.—Um..., está bien. 

 —Nos vemos. —Corto la situación enseguida y, a pesar de que no protesta, siento su incomodidad—. Adiós —prosigo y saco la llave del bolsillo. 

—Adiós —alarga la palabra y se va lentamente. 

No le presto atención y, cuando por fin se ha marchado, suspiro aliviado. Siento el peso del mundo sobre los hombros al cerrar la puerta, como si las paredes fueran a aplastarme y no pudiera moverme para evitarlo. 

Ahora ya no hay vuelta atrás. No tengo más opción que quedarme aquí o, tal vez, volvernos a marchar si nos encuentran. Aprender a huir es realmente difícil. Nunca he sido del tipo de persona que sale corriendo y, tengo claro que, aunque fuera a la cárcel, no me daría por vencido. Volvería a buscarla. Siempre volvería a por ella.

AMELIA

Ha llegado el momento en el que las letras se mezclan en mi cabeza y dan lugar a frases y palabras no registradas en ningún diccionario. A veces estudio demasiado, pero necesito otro sobresaliente en mi expediente. Sé que me hago daño a mí misma, pero no puedo evitarlo, quiero rendir al máximo. 

Me levanto y estiro las piernas. Me desperezo y me recojo el pelo en un moño desordenado. 

 —¡Amelia! —La voz de mamá llega desde la planta baja. 

 —¿Sí? —contesto de inmediato. 

 —¡Shane al teléfono! 

—¡Ya voy!

«¡Qué pesado es!». 

Adoro a mi mejor amigo, pero ya me ha enviado mil mensajes en los que expresa la atracción que siente hacia no sé qué chico que ha visto. Tengo curiosidad, pero no es necesario ser tan impaciente. Es la ley de Shane: si no contestas, te bombardearé a mensajes hasta que lo hagas y, si no lo haces, te llamaré hasta que tu madre te obligue a responderme. 

 Todavía estoy algo molesta con él por lo ocurrido en Londres. Todavía no me lo creo y, a veces, intento convencerme de que fue un sueño. No puedo perdonarle que me dejara sola con aquel chico, y borracha. Si mi padre se entera, lo encerrará una noche en la comisaría.

Busco las zapatillas y salgo de la habitación.

 —Mamá, ¿ya está la pizza? —Me paro en la mitad de las escaleras y ella se acerca para tenderme el móvil. Se lo doy cuando estudio para no distraerme. 

Mi madre es de estatura media; no mide más de metro sesenta y cinco, y nos parecemos mucho en apariencia: nariz chata, pestañas largas, pelo castaño y piel pálida. Sin embargo, sus ojos son azules como el cielo, algo que yo no heredé. 

 —¿Diga? —respondo. 

 Mamá asiente; la pizza está lista. 

 —¡Hola, Amelia! —Shane me saluda animado— ¿Has visto mis mensajes? 

—Sí, pero no los he leído todos. 

 Voy a la cocina y tomo la pizza para ir al comedor. La pongo en la mesa y me siento. Mi madre ha tenido el detalle de cortarla en porciones. 

 —¡No te vas a creer a quién me he encontrado! —exclama Shane al otro lado de la línea justo cuando me llevo un trozo a los labios. 

—Ya me lo has contado en un mensaje. A un chico. 

—No me hables con la boca llena, pedazo de guarra —responde mi amigo y no puedo evitar soltar una carcajada. 

Shane cree que puede tomarse la libertad de insultarme cuando le viene en gana. Al principio me molestaba, pero ahora ya es recíproco. 

 —Perdón, Casanova —me disculpo una vez he tragado

—Señor Casanova —me corrige—. La noche en Londres fue una maravilla, aquel chico era buenísimo en la cama. No te haces una idea. 

 —¡Dios mío! ¡Estoy comiendo, puerco! —exclamo y apoyo la pierna en la mesa del comedor justo cuando mi padre entra en casa. Me aparto el teléfono de la cara—. ¡Hola, Papá! ¿Cómo ha ido?

Él me mira mientras se quita la gorra de policía y me la pone en la cabeza. Sonrío. Adoro a mi padre y tenemos una relación muy estrecha, aunque es complicada. Últimamente siento que no me entiende. 

—Hola, cielo —contesta con una sonrisa—. Ha ido bien. 

—¡Me alegro! —exclamo divertida a la vez que mi padre se aleja de mí y camina hasta la cocina donde está mamá.

Vuelvo a llevarme el teléfono a la oreja, impaciente por saber quién será la persona con la que Shane se ha topado. 

 —¿A quién has visto? 

 —Ya te lo he dicho —contesta y muerdo otro trozo de pizza. 

No fe he escuxafo —pronuncio de forma ininteligible con la boca llena de comida—. Eztaba pazando de fi. 

—Deja de hablar con la boca llena, por favor. Gran amiga. 

 Trago. 

—La mejor. Ahora dime a quién has visto.Me miro las piernas y dibujo pequeños círculos con los dedos mientras espero que mi amigo hable. 

 —Al amor de mi vida —declara. 

 Suelto una carcajada. 

—¿Cuál de ellos? —me burlo. 

 —¡Oye! No te pases —protesta—. He visto a un chico nuevo en el pueblo. Se llama Jake. Es misterioso y frío, pero amigable al mismo tiempo. Es una de esas bellezas carismáticas. No es un modelo, pero desprende un aura muy atractiva. No sé si me explico. 

 Al escuchar el nombre se me corta la respiración y la mirada azul del londinense me viene a la mente. No es él, está claro, pero tengo la sensación de que debo mantenerme alerta. Por suerte, mis padres no saben nada de mi escapada a Inglaterra y creen que pasé una bonita noche en Edimburgo.

—¡Qué bien! —exclamo impresionada e intento ocultar mi nerviosismo—. ¿Está bueno? 

—Más que la pizza de queso que te estás comiendo ahora mismo. 

—¿Cómo sabes que es de queso? 

—Tú siempre comes pizza de queso, eres una sosa. 

—No soy una sosa. Tú eres muy delicado con la comida y necesitas variar. 

—También es verdad —responde y me meto en la boca otro trozo. —Pero es que, Amelia..., ¡es un maldito pastel de boda! —exclama. 

—Madre mía. Yo tengo que confirmar eso. —Me río—. Alegría en este pueblo. Eso no pasa nunca. 

 —Sí que pasa. —¿Cuándo? 

—Cuando vienen tus primos. Blake está tremendo. 

 —No siento atracción por mis primos. Para mí no cuenta —replico entre risas—. Insisto, quiero ver a ese chico. 

—No lo vas a ver —declara con recelo.

 —¿Por qué? —pregunto con la boca llena. 

—Porque irás con tu pechonalidad por delante y me lo quitarás.Suelto una carcajada. 

—Admítelo, soy hermosa —bromeo—. Y eso es una tontería. 

 —Sí, cariño. Eres hermosa. Por eso mismo te necesito lejos, para que Jake sea mío. 

—Odio cuando hablas de la gente como si los poseyeras. 

Los chicos no me preocupan ahora mismo. Tengo mejores cosas que hacer que enredarme en una relación amorosa, y la llegada de un chico guapo al pueblo, no llama mi atención especialmente. De hecho, siempre me he distanciado de los chicos. Los he evitado desde que descubrí lo que eran la atracción y el amor, aunque no estoy segura de si realmente los he evitado o si simplemente he mostrado lo poco que me importa tener o no una relación. Es más, nunca he sido como muchas de mis amigas, que buscan el amor y las relaciones como si les fuera la vida en ello. O como Shane, que no sabe vivir sin un hombre en su vida. Se podría decir que estar «sola» me hace sentir bien y no necesito más.Me gusta mi vida y mi prioridad es y siempre será mi futuro profesional, aunque ahora esté bastante indecisa sobre qué camino tomar. 

 —Tienes que ayudarme a averiguar si va a estudiar en el instituto. Aunque parecía mayor. Creo que tendrá unos diecinueve o veinte años. 

—¿Y cómo quieres que te ayude? —pregunto entre risas debido a la poca coherencia que tiene el asunto—. ¡Ni siquiera sé quién es! ¿Quieres que lo acose?

 —Algo así. 

—Madre mía, ¿cómo voy a acosar a alguien que no conozco? 

 Shane tiene la costumbre de meterme en líos cada dos por tres y supongo que esta vez volverá a hacerlo si se lo permito. Adoro su faceta aventurera, siempre que no sea peligroso o acabemos en comisaría. Como acosar a alguien, por ejemplo.—Vamos el sábado, sé donde vive. Vamos a ver qué hace.

 —Estás loco. Ni hablar. 

—¡Por favor! 

 —Eso es allanamiento de morada y acoso, imbécil. 

—¡No importa! ¡Todo es por la pasión! 

 —Shane, relájate. Lo verás por el pueblo, no seas impaciente. Y no hagas nada descabellado.Mi padre sale de la cocina, pasa junto a mí y desaparece por el pasillo. Va a ducharse. Dice que ser jefe de policía no es fácil, pero yo sé que bajo esos ojos cansados y esa cabeza algo canosa todavía se esconde el espíritu de un niño. 

—Próxima parada: la cama de Jake —dice Shane coqueto. Suspiro, esto no me gusta. A todos nos disgustan ciertas características de nuestros mejores amigos, y yo odio cuando se obsesiona con los hombres hasta el punto de arriesgar todo por ellos. A pesar de que muchas veces solo quiere un simple revolcón. Todo en Shane es excesivo, porque lleva las cosas a los extremos. No tiene límites. 

 —¿Has acabado el trabajo de lengua? —Cambio de tema. 

 —No lo he empezado todavía. —Se ríe. 

—No es gracioso. No lo acabarás y volverás a suspender.

—¿Qué importa? 

—¡Claro que importa, Shane! 

—Amelia, no empieces. 

 —Me molesta que seas tan irresponsable. Me preocupo por ti, ¿sabes? —respondo y me doy cuenta de que he dejado de comer pizza hace un rato—. Bueno, voy a hacer cosas, ¿vale? Mañana hablamos. 

 —Está bien. Voy a ponerme con el trabajo, pero no te enfades. 

 Sonrío. 

 —Así me gusta. Te quiero. 

 —Y yo a ti. ¡Hasta mañana, cielo! 

 Cuelgo y dejo el teléfono sobre la mesa para seguir comiendo.

«Uno. Guy Debord fue el autor que denunció la situación alineada del espectador en la denominada «sociedad espectáculo». A su vez, Martin Heidegger formuló que la tecnología es la metafísica de nuestro tiempo, ya que...». 

—Tierra llamando a Amelia. —Papá aparece detrás de mí y me hace cosquillas. 

 —¡Ya, ya! —Me río y lo aparto—. Estoy aquí, solo estaba pensativa. 

 —Tu manía de mirar a la nada como una estatua empieza a asustarme. Niego con la cabeza y suelto una carcajada. 

 —Estaba repasando mentalmente.

 Siempre he tenido mucha facilidad para evadirme del mundo. A veces, mi mente se queda en blanco y en otras, mis pensamientos son tan enrevesados que siento que mis teorías y reflexiones podrían ser buenas. Sin embargo, últimamente solo repaso la materia de los próximos exámenes. 

—¡Ey! ¡Mi pizza! —exclamo cuando papá toma uno de los pedazos. 

—Ay, no seas glotona. ¿Te vas a comer una pizza entera?  —Da un mordisco y un pedazo de queso se le engancha en un diente y le cae por la barbilla. Me río.

—¡No sabes comer, papá! 

Suelta un quejido y yo no puedo parar de reír. 

 —Anda ya. —Papá se rinde y va al baño a ducharse. 

 Yo acabo de comer y me dispongo a estudiar un poco más. 

 Antes de ello, me levanto y llevo el plato a la cocina. Encuentro a mi madre apoyada en la mesa mientras ojea una revista de moda, otra de sus pasiones. En ocasiones, cose y confecciona cualquier tipo de prenda que me hace pensar que mi madre hubiera sido buena diseñadora. Lástima que no tuviera la oportunidad. 

—¿Qué te parece esto? —me pregunta y da la vuelta a la revista—. Esta falda estaba muy de moda en los noventa. Es increíble cómo vuelven las tendencias. 

 Frunzo el ceño y me acerco. 

—No está mal. 

 Me quedo pensativa mientras en una botella mezclo concentrado de lima y agua.

Mamá sigue hablando, pero no le presto mucha atención. Cierro la botella y lleno otra con agua. Después tomo un bol y pongo arándanos.

 —Voy a estudiar. 

 —¡Deberías descansar, cielo! —contesta—. ¿Quieres ir de compras el viernes? 

—No sé, mamá. Quería ir a bailar con Beth. —Es mi otra mejor amiga, que, casualmente, también es la novia de mi primo Wyatt—. La verdad es que la ropa no me interesa demasiado.

Esconde una mueca cuando cree que no miro. 

 —Hace mucho que no salimos juntas —insiste con la esperanza de que ceda. 

—Está bien. —Últimamente no paso mucho tiempo con ella—. Pasemos el día juntas. 

 Entonces me dedica esa sonrisa que le ilumina el rostro.

—Genial. —Se acerca y me da un beso en la frente—. Deberías irte a dormir, yo ya estoy más que orgullosa de ti. No necesitas otro sobresaliente. 

 Asiento, pero no contesto. 

 «Sí que lo necesito, mamá». 

 Pero ella no lo entiende. 

Espero que no sea una noche muy larga. 

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