CAPÍTULO 9: FANTASÍAS.


EDITADO




      Me quito con desgano la ropa, para ponerme mi pijama. He decidido no ir. Me tiro en mi cama, y me cubro con mi cobija, cerrando los ojos para buscar el sueño. Cuando los abro, todo está oscuro y todo mi cuerpo se tensiona: recuerdo haber dejado la luz de mi lámpara encendida al igual que la del pasillo. Golpes en las puertas, me empujan, lentamente, hacia un angustioso sentimiento que me invade por completo. Tomo aire y luego lo expulso por mi boca, intentando tener algo de calma.

      Silencio.

      Estiro mi brazo para encender mi lámpara, pero ésta no reacciona. Muevo el interruptor varias veces, pero no se enciende. Me llevo las manos a la cara, y la pantalla de mi teléfono móvil se enciende. Miro entre mis dedos, y lo tomo con una de mis manos:

      "Estoy cerca, T." Se lee en la pantalla.

      En medio de mi frenesí, lo tiro fuertemente contra alguna parte del cuarto, dejándolo hecho trizas, luego, percibo algo moviéndose entre las sombras, casi al instante. Mi respiración se agita sobremanera, alejando el pensamiento de saber de quién se trata: de la única persona que me decía "T". Y esto no puede ser más que una pesadilla. Cierro mis ojos con fuerza, y cuando lo hago, algo tira de mis tobillos con ímpetu.

       Quiere que le note, que le vea. Quiere aterrorizarme hasta volverme loca, pero no estoy dispuesta a permitírselo, así que oigo pasos justo en frente de mí. Ese golpeteo lento, y seco de pasos yendo de un lado hacia el otro de la habitación. Sollozo en silencio, sin dejar de cerrar los ojos, e intentar ahogar el sonido, poniéndome las manos sobre las orejas. El cuerpo me tiembla entero, y el golpeteo de esos pasos no deja de retumbar en la habitación.

      De un lado, al otro. De un lado, al otro.

      Solo es un sueño, solo es un sueño. Me repito a mí misma miles de veces a la par, que siento un aliento vaporoso y caliente chocar contra mi cara.

      La agonía dura interminables minutos, interminables horas, en las que me siento al borde de la locura, vencida por el terror. La cama se hunde detrás de mí, y unas manos enormes me toman por los hombros con fuerza.

      —A veces son tan complicados... —susurra la voz, rasposa y gutural.

      Siento sus uñas afiladas clavarse en mi piel, mientras su respiración caliente golpea mi nuca, como si estuviera olfateándome. Lagrimas calientes brotan, sin parar de mis ojos, acumulándose en mi barbilla. Presa del terror, en medio de la oscuridad de mi cuarto y el silencio de la noche, me he quedado muda, incapacitada para gritar por auxilio. Resignada a esperar que, en algún momento, lo que sea que está conmigo, se vaya, para yo poder salir corriendo y meterme en la cama de mi papá, para sentirme protegida.

      No sé cuánto tiempo pasa hasta que todo termina y me desmayo, de un momento a otro, no lo aguanto más y todo se pone negro.





      El sonido de la alarma me levanta, y con dificultad abro los ojos. Todo me da vueltas, y me siento completamente agotada. Sollozo recordando, borroso, todo lo que sucedió. Me siento cansada y sin energías, estoy más que segura que no he dormido nada de nada. Aun así me obligo a cumplir mi deber de ir a la escuela, y con pesar, me levanto de la cama y pongo en marcha mi rutina matutina. Esta vez sí me tengo que maquillar un poco: las ojeras debajo de mis ojos se ven increíblemente acentuadas por mis cejas y mi cabello, que son oscuros.

     Cuando quiero tomar mi desayuno, lo miro con desanimo, sin una pizca de apetito, pero, de todas formas, tomo una pera y una bolsita de leche, de esas que le encanta comprar a mi papá para que lleve a la escuela. Meto todo en mi mochila y echándomela al hombro, salgo de casa, arrastrando los pies. El frío parece poseer mi cuerpo, haciéndome estremecer a cada segundo. Camino evitando que mis parpados se cierren.

      De verdad tengo mucho sueño y no puedo idear una manera de no caer dormida sobre mi puesto, una vez las clases comiencen. Luego, el tan conocido bullicio de los estudiantes se hace notar apenas llego. En medio de suspiros y bostezos, camino por los pasillos, que ahora, me parecen, a mí, más largos que nunca. Levanto la mirada, para no chocar con nadie y me topo con una situación que no comprendo del todo: Amy y Lucas permanecen parados en medio del pasillo, frente a frente, hablando.

      No los escucho, aunque por la cara de angustia de Amy, atribuyo que fue algo que sucedió en la fiesta; a la cual no fui, claro. Amy mueve un poco los brazos y lo mira con el ceño fruncido, mientras que él parece querer calmarla, moviendo sus labios pausadamente e inclinándose un poco hacia ella.

      Frunzo el ceño. ¿De qué me perdí?

      Entonces, el albino, alza su mano y la toma por la barbilla, tan delicadamente, que casi puedo sentir su roce en la mía, y se acerca a su rostro. Se acerca y se acerca y yo miro la escena, como en cámara lenta, tan agotada como para siquiera hacer algo al respecto, pero con el corazón latiéndome contra las costillas, como un tambor tocado deliberadamente. ¿Qué es esto? ¿Celos? ¿Decepción? ¿Resignación? Suspiro hondo y en el instante que decido que es mejor no mirar, y dejar fluir todo como debe ser, esos ojos azules cristal se viran hacía mí, mirándome por el rabillo del ojo. Le miro sorprendida, ¿qué pretende?

      Un segundo después, Amy gira su cara y conecta sus ojos avellana con los míos, llevándose sus delgadísimos dedos a la boca. El brillo de sus ojos llega hasta mis aturdidas pupilas, y me doy vuelta sobre mis pies. Aprieto los puños con fuerza y me dirijo hasta los baños. Oigo un golpeteo detrás de mí, justo cuando me encierro en uno de los cubículos.

      —¿Teresa? —Habla alguien, en un angustioso sollozo.

      La voz aguda de Amy, me resulta insoportable ahora mismo y no encuentro ninguna razón para lo que siento.

      —Teresa, lo siento... No es lo que parece, lo juro —susurra, y veo sus zapatos negros, reflejar la luz de las lámparas de baño, por debajo de la puerta.

      —No importa —alcanzo a decir.

      —Créeme, créeme —ruega, pero la ira dentro de mí no hace más que crecer.

      —Te creo, ahora vete —le digo.

      No estoy dispuesta a salir hasta que ella se vaya. Un nuevo golpeteo se escucha, y luego, lo oigo alejarse. Amy se ha ido y yo puedo salir de este apestoso cubículo. Camino fuera de los baños, y en el pasillo, como si ya fuera una maldita costumbre, Lucas se encuentra obstaculizándome el camino hacia los salones. Resoplo, con fastidio, e intento rodearlo, pero él se corre hacia el lado por el cual intento evitarlo. No quedándome de otra, levanto la mirada y lo confronto.

      —Mira... —empiezo a decir, pero me interrumpe de inmediato.

      —¿Por qué no fuiste a la fiesta? —Pregunta, arrugando su frente, como si eso le hubiera afectado mucho. Ruedo mis ojos, harta de todo este drama. —¿Estás molesta? ¿Por Amy?

      —Déjame en paz, ¿sí? No me interesa si te mezclas con quien sea, ¿acaso me importa?

      —Dime tú —responde, encogiéndose de hombros.

      Niego con la cabeza.

      Los hombros me pesan mucho y lo único que quiero es ir a casa a dormir; o en su defecto que Lucas desaparezca de mi vista, de inmediato.

      —Pasé una noche horrenda, así que no tengo tiempo de hablar contigo, al parecer no me perdí de nada no yendo a tu fiesta, así que todos felices —espeto, y sonrío falsamente.

      —Si es por Amy, ella solo estaba buscando mi ayuda —intenta excusarse, y suena taaaan patético —sí, alargando la "a"—.

      —Sí, eso noté —respondo con sarcasmo —Ah, y disculpa por interrumpir su casi beso —le reclamo. Dios, he soñado como una idiota.

      —Enojada y celosa —sisea, sonriendo de una forma rara y maliciosa y lasciva, que hace que mi corazón empiece a latir más rápido.

      Aquí vamos de nuevo, Teresa.

      Esta sensación desquiciante de emociones contrarias unidas en una sola parte: mi cuerpo, cansado y magullado.

     —Dijiste que podías ayudarme, pero no fue así, no sé ni por qué te creí —desvío el tema.

     —Nunca me buscaste, siempre te busco yo, ¿te has fijado?

     No respondo a eso.

     —Siempre que me acerco, me tratas mal, y ahora me reclamas por ¿acercarme a una persona diferente? —murmura y me recrimina.

      ¡Odio que tenga razón!

      —Entonces, simplemente no nos acerquemos y ya —propongo con agresividad, y por alguna razón siento algo de tristeza.

      Su cara de rasgos perfectos y esos ojos azules cristal se tiñen de, lo que a mí me parece, decepción e impotencia. Una emoción parecida me embarga a mí también, como si estuviera despidiéndome de algo que amo con todo mi ser.

     —Si eso es lo que realmente deseas, no tengo manera de contradecirte, Teresa Meyer —las piernas comienza a flaquearme al oírlo decir mi nombre con tanta suavidad y delicadeza, con ese tonito triste y bajo.

      Suspiro, observado sus grandes pestañas, acunar sus ojos lentamente. Como quiero abrazarlo ahora mismo, sin razón alguna...

      —¿Quién rayos eres...? —Musito, pero él no responde.



***

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