CAPÍTULO 5: PARANOICA.
EDITADO
Gruño internamente al observar a Lucas debatir, alegremente, con Lana, en vez de trabajar. No sé cómo me ha convencido de dejarlos hacerse conmigo en el taller de matemáticas. ¡Soy yo la que está haciendo todo el trabajo! Hago gestos con mi cara para que noten mi molestia, pero Lana no hace más que empapar su hoja del taller, con la saliva que cae de su boca, mientras habla con Lucas.
—Disculpen interrumpir su charla, pero tenemos que entregar estos —pauso mi frase, y cuento los ejercicios—, 42 ejercicios dentro de media hora.
Lucas vira su cabeza y me mira, levantando sus cejas. Lana lo hace también, pero, estoy más que segura, que solo lo hace porque la cara de Lucas apunta a la mía. Ruedo mis ojos ante tal opción.
—Permíteme —responde Lucas, tomando mi lápiz y agachándose para observar la hoja de su taller, más de cerca. Toma una hoja, desprendiéndola de mi libreta y la coloca al lado de su hoja de ejercicios. Comienza a escribir ágilmente sobre la hoja, sin decir nada. Quince minutos después de observarlo escribir y escribir, pone ésta sobre mi puesto.
—¿Qué es esto? —Pregunto, y debe ser la pregunta más estúpida del mundo.
—Los ejercicios resueltos —responde Lucas, en tono neutro. —Ya no tenemos nada de qué preocuparnos, cópienlos y sean libres —intenta bromear, pero ninguna de las dos podemos creer lo que acaba de decirnos.
—¡Quiero ver eso! —Exclama Lana, acercándose a mí, para mirar los ejercicios. —¡No puede ser! ¡Están completos! —Ríe, completamente asombrada.
—¿Cómo sabemos si están bien? —Le corto. Lana hace una mueca, y mira a Lucas.
—Verdad... ¿Cómo sabes si están bien hechos? Los hiciste muy rápido —insiste ella.
Lucas estira su brazo, y me quita la hoja, juntándola con la suya. Se levanta y camina hasta donde está el escritorio de la maestra. Habla unos segundos con ella y se devuelve, sentándose con nosotras de nuevo.
—En unos minutos nos dirá si están bien —explica.
—¿Y si no? —Replico.
—Es mi nota la que quedará arruinada —responde él, despreocupadamente.
Internamente empiezo a rogar para que estén mal. No lo sé, no puede ser posible resolver tales ejercicios en tan poco tiempo y menos sin una calculadora en mano. Es ridículo.
«Lucas, eres ridículo». Lo acuso mentalmente, rodando los ojos mientras no puede verme.
—¡Frëy! —Grita la profesora.
—Soy yo, ya vengo —se levanta y después de unos segundos, vuelve con un gran 10+ en la hoja de ejercicios. —Les dije.
Lo miro con los ojos muy abiertos, al igual que Lana. ¡Imposible! ¿Acaso es un genio?
—¿¡Acaso eres un genio o algo!? —Se adelanta a Lana a preguntar, completamente emocionada.
Mis ojos se cristalizan por el asombro.
—Supongo que es una habilidad, no lo sé —responde en tono de voz bajo, como si no tuviera importancia alguna para él.
—Ni... ni siquiera usaste una calculadora —susurro, para mí misma.
—¿Ahora quien es el ridículo, Teresa? —Susurra y me quedo pasmada en mi sitio.
¿Habré pensado en voz alta?
Después de esa clase, no vuelvo a cruzar palabra alguna con Lucas. Aunque durante las clases puedo sentir su mirada en mi nuca. No niego que le devolví una que otra mirada, simplemente es imposible ignorarlo, Lucas resalta demasiado entre el resto de las personas del colegio.
Cuando suena el timbre de salida, recojo mis cosas rápidamente, ya que tengo que ir a ver a Amy... Amy. Apresuro el paso, y después de diez minutos, estoy entrando por la puerta y siendo recibida por el agradable olor de la comida de mi padre.
—Hola, papá —saludo, dejando mis cosas en la sala, y sentándome frente a la mesa.
—¿Cómo estás? —Pregunta, poniendo un plato de pasta delicioso, frente a mí. Tomo el tenedor y enrollo un poco de estos en él.
—¡Mmm! —Mascullo, masticando animosamente.
—Amy llamó muy angustiada, preguntando si ya habías llegado... ¿Ella está bien?
—La verdad, es algo grave, pero no me ha querido decir qué —miento.
No puedo arriesgarme a que mi padre llamé a la policía y estresar más a Amy sin antes hablar con ella.
Comemos en silencio. Cuando acabamos de hacerlo, recojo los platos. Papá tiene que trabajar, y antes de hacerlo me da un beso ruidoso en la mejilla. Lavo los trastos y limpio todo. Entro a mi cuarto y me meto a la ducha, me meto en mi ropa y tomo mis cosas para ir a la casa de Amy. Cuando llego, voy derecho a su cuarto, sus padres jamás están y hasta me asombro de que la hayan podido recoger del colegio, para llevarla a casa.
—Hola —saluda, y puedo percibir su tono congestionado de tanto llorar.
Me tiro junto a ella, en la cama.
—¿Cómo sigues? —Pregunto, observándola con atención. Ella se recuesta, poniendo su cabellera castaña en mi hombro.
Me parte el corazón, lo juro.
En un rápido movimiento me deshago de los zapatos que traigo y hundiéndome en las cobijas, la abrazo.
—Mejor, al menos ya no estoy sola —murmura pesadamente, mientras sus ojos se cierran lentamente. —Solo... quiero dormir un poco... —balbucea con voz apagada.
—Solo espero que después de esto no tenga que amputarme el brazo —bromeo, esperando una risa de su parte, pero lo único que escucho es una respiración tranquila.
Se durmió.
Con mi mano libre, tomo mi celular y luego de un rato logro ponerle los jodidos audífonos. Los instalo en mis oídos y pongo cualquier canción: me gustan todas las que tengo. Mis parpados empiezan a sentirse pesados también y cuando menos pienso, caigo dormida.
—¡Está cerca! ¡Está cerca! —Grita alguien a mi lado, haciéndome abrir los ojos de golpe. Mi corazón late desbocado por el abrupto despertar.
Como pensaba, mi brazo derecho está entumido a más no poder. Siento que es una masa muerta y pesada, pegada a mi hombro. ¡Ugh! Miro el reloj: solo han pasado cuarenta minutos desde que llegué.
—Tienes que escapar... tienes que escapar... —Repite la voz en susurros. —Se alimenta de ti, se alimenta de ti, se alimenta de ti —Repite de nuevo.
Enfoco mis ojos, adaptándolos a la luz que emana la lámpara de noche. Amy está con las manos cubriendo sus avellanados ojos, mientras tiembla de cabeza a pies. Cuando la toco, su piel está fría y perlada por el sudor. La cubro con una de las cobijas que hay en la cama.
—Amy... Amy —la llamo. Ella se inclina hacia un lado y se tumba en mi hombro de nuevo. —Tranquila.
—Lo siento —se disculpa con un hilo de voz.
—No, no, tranquila, dime qué pasa.
—Te ronda, te ronda —sentencia, mirándome fijamente.
La piel de todo el cuerpo se me eriza por completo.
—Creí que guardar el secreto serviría, pero ahora se va a deshacer de mí e irá por ti, te va a tomar —masculla desesperadamente —¡Todo por mi culpa! ¡Todo por mi culpa! —Repite de nuevo, dándose golpes en la frente con los puños cerrados.
La tomo fuertemente de las muñecas para que se detenga. ¡Estoy a punto de llorar otra vez! Nunca había visto a Amy así.
—Nadie va a venir, nadie va a venir —intento tranquilizarla.
—No quiero morir, Teresa... —Gruñe, apretando sus dientes con mucha fuerza, mientras toma mis manos entre las suyas. —No dejes que me mate, Resa... —Solloza—. ¡No quiero morir!
—No vas a morir, estaré contigo —le aseguro. Ella levanta su cara y me observa con esos ojos enrojecidos e hinchados.
Con ese brillo en ellos, no puedo evitar considerar que todo lo que me dice es verdad. Pero es confuso, demasiado confuso.
—¿En serio? —Insiste.
—Sí, me quedaré toda la semana si es necesario, pero no dejaré que te pase nada —sonrío, apartando los mechones que se han pegado a sus mejillas por acción de las lágrimas.
—No quiero quedarme acá...
—Entonces iremos a mi casa, no importa, te llevaré conmigo ¿vale? —Contesto animosamente, y Amy asiente repetidas veces, luego me abraza.
—Te quiero —susurra
Mi corazón comienza a latir un poco fuerte.
—También te quiero.
***
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top