CAPÍTULO 26 - ¿ALUCINACIONES?
EDITADO
Después de la consulta, me quedo sentada en el mueble de la sala, mirando la pared fijamente, pensando en todo lo que me ha ocurrido dentro de las últimas dos semanas. Mientras pasan los segundos, mis uñas sufren las consecuencias de mi resquebrajada mente. El sonido de la lluvia me despeja un poco, aunque tampoco digo que me relaja lo suficiente. Un nudo en la garganta me impide llorar y mi teléfono suena, le miro con recelo. ¿Quién llama después de la media noche? Lo tomo entre mis dedos, temblorosos y delgados, y respondo. Una respiración pesada golpea mi oreja.
—¿Hola? —Pregunto, nerviosa.
—Soy yo... Soy Amy —responde, con voz congestionada como si hubiera estado llorando durante largo tiempo.
Mi pulso se acelera, y me incorporo, aferrándome al teléfono con fuerza.
—Amy... Amy, Amy —repito su nombre, como si fuera un tic nervioso. —¿Estás bien?
—Hola, Teresa —habla una voz masculina. —¿Te han gustado mis visitas nocturnas? —Inquiere con tono malicioso.
Comienzo a hiperventilar de una forma impresionante, a la vez que mi cuerpo tiembla agresivamente. Miro a los lados, como si buscara algo: pero no sé qué, y por largos instantes lo único que oigo es su llanto, húmedo y pasmoso.
—No hay nada que hacer, Teresa, jugar ha sido divertido —responde una voz acuosa y gutural.
Los vellos de la nuca se me erizan de terror, luego el sonido del teléfono indicándome que han colgado. Mi mandíbula cae, al igual que mis brazos, a los lados de mi cuerpo. Mi reacción posterior es levantarme, correr hacia la puerta y salir a la calle. Descalza, llorando y con una desesperación infernal, corro por las calles, sollozando y lamentándome por ser parte de esta pesadilla cruel y horrorosa. Lo único que ilumina todo son luces amarillentas. La lluvia me moja por completo, y mechones de pelo se pegan a mi rostro y se meten en mi boca. Corro por minutos incontables, hasta que las plantas de los pies me arden y mis músculos no pueden más.
Sintiéndome como un alma en pena, avanzo por las calles, mareada, desesperada, llena de angustia y queriendo terminar con todo. Tal vez soy una enferma mental, y todo esto tenga solución, esto es una alucinación y nada más. Las calles se hacen infinitas, y pronto me encuentro perdida, sin reconocer nada de lo que veo. Un agujero negro me absorbe desde adentro, e incapaz de detenerlo, caigo al asfalto, llena de sentimientos horribles y pensamientos nefastos.
—Teresa —una voz en medio del sonido puntilloso de la lluvia, me hace levantar el rostro.
Miro su cara, tiritando del frío, paralizada por las emociones que contaminan mi cuerpo. La lluvia golpea mi rostro violentamente, dificultándome el enfoque.
—¿Qué haces ahí? —Pregunta el desconocido.
No soy capaz de responder. Ningún musculo de mi cuerpo parece querer reaccionar. La persona comienza a avanzar, lentamente, hasta donde estoy y yo trato de arrastrarme hacia atrás, alejándome de la persona que viene hacia mí.
Pronto, se acerca lo suficiente para que pueda ver sus rasgos.
—Lu..., Lu..., Lucas... —tartamudeo, mientras él se agacha, apoyándose en sus rodillas.
Parpadeo y le miro a los ojos, conteniendo el aliento al notar que son exactamente como los que tenía la chica en mi pesadilla, de colores, esos colores. ¡Es él! ¡Es él! El terror se abre paso por mi sistema nervioso, y comienzo a gritar, intentando alejarme de él.
—¡Aléjate de mí! ¡Aléjate! —Grito desgarradoramente, apretando los ojos con fuerza. —¡Monstruo! ¡Monstruo! ¡Eres tú!
—¡Cálmate! —Grita de vuelta Lucas, y su mano impacta contra mi cara.
Parpadeo de nuevo, embargada por la confusión, y puedo apreciar esta vez los ojos grises de Lucas, los ojos que tanto conozco. Caigo de culos y me quito el cabello de la cara.
Es una alucinación, ¡una alucinación! Me repito a mí misma.
Lucas también está completamente empapado, y las gotas de lluvia se acumulan en sus pestañas rubias. Sus manos gélidas me rodean, y ayudándome a levantar, me dejo guiar hacia alguna parte y a medida que avanzo, una debilidad exagerada toma parte de mí, y poco a poco, los ojos se me cierran, mis parpados se sienten tan pesados que no puedo mantenerlos arriba.
—Todo va a estar bien —es lo último que oigo, como un eco lejano, antes de caer desmayada.
***
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