CAPÍTULO 25 -PESADILLAS Y HOSPITALES.
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Un llanto mezclado con gritos, y la piel se me eriza por completo. Una línea de sangre resbala de la pared, también brota por debajo de las puertas: 204, el número de la habitación de Amy Blake. Todo está tan... oscuro. Estoy descalza y el piso está muy caliente, aun así avanzo con la mirada fija en la puerta, manchada de escarlata. Los gritos aumentan de volumen, y mi corazón late angustiosamente dentro de mi pecho. Los dedos de las manos me tiemblan, pero aun así avanzo, llena de temor, llena de ansiedad. Estoy cerca. Estiro mi brazo y toco la perilla, le doy vuelta. Lentamente abro la puerta e intento ver lo que se encuentra adentro.
—Hola —saluda una chica, de no más de quince años.
Trae una falda con pliegues, como de colegio, y una camisa blanca. Las medias le llegan hasta las rodillas, y en sus pies tiene unos zapatos de charol negros. Su cabello platinado, cae a los lados de su cara, angelical, de rasgos delicados, como los de una muñeca de porcelana. La miro a los ojos, impresionada por el color éstos que tienen: uno verde y otro miel. Parpadea un par de veces, y sonríe: un par de afilados colmillos sobresalen de sus labios rosados y rellenos.
—¿Buscas a alguien? —Pregunta.
No respondo, pero las lágrimas salen de mis ojos, mientras avanzo unos cuantos pasos detrás de la chica. No muy lejos nos encontramos con otra puerta, y entrando me encuentro con una escena perturbadora: una chica se encuentra desnuda, sobre una cama adornada de rojo. Muchas personas la rodean. Hombres altos, esbeltos, de cuerpos atractivos, y aunque no veo sus caras, si puedo ver sus siluetas. Me llevo las manos a la boca, cuando uno de ellos sujeta a la menuda chica de un brazo, y luego la besa, apasionadamente. Otro, la toma de las piernas, luego otro la sujeta de la cara. Uno a uno, van poniendo sus manos sobre el cuerpo, delgado y cansado, de la muchacha, mientras ella suelta un llanto ligero y angustioso.
—No... No, por favor —ruega ella, jadeando, a la vez que una de las siluetas se pone sobre ella y acaricia su pecho.
Contengo el aliento y todo mi cuerpo se tensa. El ritual continúa durante largos minutos, hasta que el hombre encima de ella hace un movimiento en seco, y la chica suelta un chillido, que posteriormente se convierte en un gemido de absoluto placer. Aun así, puedo oír su llanto, y puedo sentir como se resiste a los que le hacen. Su cuerpo retorciéndose entre las sabanas escarlatas de terciopelo. Muchas manos acariciando su cuerpo, uno por uno, la toman, y al final, ella no se resiste. La fantasmal orgía continua, y cuando, al final, todos parecen quedar satisfechos, unas manos me toman de la cintura.
—Ella lo deseaba tanto como tú lo deseas —susurra la voz femenina.
Los ojos hetercromaticos de la joven brillan con intensidad, y sus pupilas reptilianas se cierran, dándole una apariencia tan aterradora, que me echo a correr sin ver para donde. Aprieto los ojos con fuerza, y corro, mientras que en mis oídos el llanto de la chica sigue latiendo.
—No vas a poder escapar —susurra la voz, justo en mi oreja. —Ni tú, ni Amy... —concluye, y una risa juguetona comienza a retumbar en mi cabeza. —Lo deseas, lo deseas, lo deseas, lo desean —canta. —Deseas ser follada, violada, golpeada, porque eres una prostituta, tal como tu amiga —Después una larga y estridente risa por parte de ella.
Grandes lágrimas salen de nuevo por mis ojos, que ya me escosen, ante tales palabras llenas de odio y desprecio. Mis músculos arden pero no paro de correr, y un alarido de terror y desesperación, sale de mi boca, mientras corro y corro.
—Prostituta, prostituta —canta de nuevo, con voz infantil y aguda. —¡Puta! ¡Puta! ¡Eso eres! —Vocifera la voz, con odio y desprecio en ella. —Morirá, morirá... ¿Lo sabes, no? Tú tienes la culpa, tienes la culpa, tienes la culpa —canta, sin parar y su voz se disuelve poco a poco. —Se acabó el juego.
Un intenso frío se apodera de mí y luego... oscuridad.
—¡Teresa! ¡Teresa! —Grita alguien y mi cuerpo se mueve de un lado a otro. —¡Teresa! ¡Despierta!
Lucho contra algo que no veo, y empiezo a gritar por ayuda. Grito lo más fuerte que puedo, a la par que el sudor me resbala por las sienes y la espalda.
—Déjame, ¡déjame! —Grito, y abro mis ojos, encontrándome con la cara de Juan, llena de temor y con sus ojos vidriosos.
—Tranquila, tranquila —habla, acunándome en sus brazos.
Respiro entrecortadamente, temblando de pies a cabeza.
—Ha sido una pesadilla, ha sido una pesadilla, estoy aquí —musita con cariño, pasándome sus dedos entre el cabello húmedo de sudor.
Un llanto más intenso se hace presente. Intento detenerlo apretando los ojos y llevándome las manos a la cara, pero mi mandíbula está muy tensa y eso me provoca un dolor agudo en la cabeza.
—Me duele... —Mascullo.
—¿Qué? —Cuestiona, y se pone de pie para prender la luz.
Mi padre se separa de mí y yo me levanto la blusa del pijama.
—Mierda —suelta él.
La piel del abdomen está cubierta de moretones, dolorosos y negros. Miro a mi padre, que de inmediato toma sus llaves y me toma de la mano para levantarme.
—¿A dónde vamos? —Pregunto confundida.
—Al hospital, esos golpes pueden ser graves, tal vez alguna enfermedad —dice, corriendo de un lado a otro y me pasa unos zapatos y una sudadera. —¿Por qué no me habías dicho? —Me riñe, mirándome con fijeza a los ojos.
—Lo siento —sollozo.
—Vamos —me toma de la mano, y mi padre llama a un taxi desde su teléfono.
El viaje es silencioso.
Puta, puta, puta, eso eres... Igual que Amy.
Violada, follada, golpeada.
Prostituta.
El llanto arremete contra mí una vez más.
Esta vez no puedo parar de llorar, ni siquiera cuando llegamos al hospital.
¿Por qué? ¿Para qué?
Mi padre me aguanta el llanto y me abraza hasta que nos llaman para entrar al consultorio. Cuando al fin estamos frente al doctor, este intenta hacer que, luego de tomarme la altura, me pare en la báscula, pero me niego. Mi padre me ruega que lo haga, que es parte del procedimiento. A regañadientes y sintiéndome la peor mierda del mundo, me quito mis zapatos y pongo mis pies sobre la superficie, gélida y rasposa, de la báscula, sintiendo como ésta se ríe y me juzga. Aprieto los ojos, para evitar mirar el número que marca. El doctor habla con mi padre, preguntándole la razón de porque vinimos a consulta. Él le cuenta lo que sabe.
—Ya puedes bajarte —me indica el doctor, y se sienta, luego saca una hoja y escribe algo que no sé. Yo me siento al lado de mi padre. —Es preocupante —dice, con voz grave, juntando sus manos sobre el escritorio. —Teresa —me llama, y clava sus ojos castaños en los míos.
No hago más que encogerme en la silla.
—Eres una chica que mide 1.70 mts, y el peso que deberías tener está entre los 54 kg y los 74 kg —hace una pausa y mira a mi padre, luego a mí, de nuevo —estás pesando 42 kg, Teresa.
Mi padre traga saliva y toma mi mano, la observa y con sus dedos, acaricia los huesos que sobresalen de ella. Miro su rostro y las lágrimas se asoman por sus ojos.
—No es tu culpa... —intento decir, pero la voz me sale entrecortada.
—Debí..., debí..., haberte puesto más atención —solloza, y se talla los ojos.
—Les daré otra cita, en verdad no sé porque puedan ser los moretones. Podría ser desde hemofilia*, hasta el nivel bajo de plaquetas** por la desnutrición, que es lo más posible —explica, luego esboza una sonrisa y nos entrega un papel. —Nos vemos luego, trata de hacer que descanse —aconseja, dirigiéndose a mi padre.
—Gracias, doctor —responde él.
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*Enfermedad hereditaria que se caracteriza por un defecto de la coagulación de la sangre debido a la falta de uno de los factores que intervienen en ella y que se manifiesta por una persistencia de las hemorragias.
**Las plaquetas son pequeños fragmentos de células sanguíneas. Su función es formar coágulos de sangre que ayuden a sanar las heridas y a prevenir el sangrado.
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