CAPÍTULO 24 -PERDÓN Y ALGO MÁS.

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      Después de horas y horas de espera, salgo a tomar un poco de aire. Está por atardecer, y me siento agotada a pesar de haber dormido un poco. No he desayunado, ni almorzado, y el hecho de pensarlo me hace revolver el estómago. Me siento cerca del andén, y me recuesto sobre mis rodillas. Quiero cerrar los ojos, y por un momento desaparecer, no en la oscuridad, si no en la blancura. Una ceguera blanca, cero nieblas, cero pesadillas, ninguna sombra deslizándose por la pared.

      —¿Pensando?

      Levanto mi cara, y veo la blancura, pura y bella frente a mis tristes y enrojecidos ojos. Resoplo al encontrarme con Lucas, aun vestido con el uniforme.

      —¿Haz pasado toda la tarde aquí? —Inquiero, mirando en otra dirección. Él se acomoda a mi lado, y saca una bolsa con comida.

      —Efectivamente —responde, sacando el contenido y colocándolo en frente de mi cara. —Ten —murmura, y por poco, me estampa en la cara la comida.

      Me encojo de hombros y viro mi cara, fastidiada por el penetrante olor a salsa de ajo que expele la comida.

     —Debes comer, Teresa —insiste.

      Lo miro, con las cejas un poco arrugadas, y vuelvo a negar.

      —Abre la boca —ordena, tomándome por la barbilla. Niego. —Abre —vuelvo a negar con la cabeza.

      —No quiero, no insistas —le espeto, alejándolo con mis brazos.

      —Te va a saber súper bueno, te lo prometo —dice, haciendo ojitos de cachorro. —Si no, puedes irlo a vomitar, si quieres.

      —Te vomitaré encima —gruño, y él empieza a reír.

      —Que excitante —bromea, echándose a reír de nuevo.

      —Asqueroso —replico, medio en broma, medio en serio.

      —Gracias, ahora come.

      Abro la boca, como si lo que me fueran a dar fueran cucarachas, recién sacadas de la alcantarilla. Mis dientes penetran la capa de pan, y siguen directo hasta los vegetales y el jamón. Lucas asiente, mostrando una sonrisita contagiosa y muy cómica. Después de masticar por algún rato, saboreo la salsa de ajo que me queda en las comisuras de la boca.

      —La salsa de ajo es mi favorita —dice, metiéndose un trozo de emparedado. —¿Qué tal? —Masculla con la boca aún llena.

      —Te dará mal aliento —le digo, observando como en sus mejillas se marca la comida, mientras la mastica.

      —Suelo cepillarme muy bien.

      Asiento ante su afirmación. Un momento de silencio entre nosotros, y mi estómago ruge furioso. Me llevo las manos al vientre, y miro a Lucas, que saca otro emparedado y me lo pasa. Comienzo a comerlo, sin importarme no tener algún refresco a la mano. El ardor en la boca del estómago me castiga terriblemente.

      —¿Está bueno? —Pregunta. Asiento.

      —¿Teresa? —Canta la voz de la señora Parker.

      Me limpio los restos de comida, y me levanto.

      —Espera —Lucas me toma de la mano. —¿Me crees? —Pregunta en tono suave, y por primera vez soy capaz de percibir la calidez de su piel.

      —Supongo que sí —digo, con el corazón latiéndome a cien. Él sonríe y deja un beso sobre mi mano.

      —Acá te estaré esperando —susurra. Yo asiento, con una sonrisa muy grande en mi cara.

      Me suelta, y corro hasta donde está la mamá de Joe. Me abraza, y me dice que podremos entrar a verlo. Suspiro, aliviada, de poder hablarle, pedirle disculpas por las cosas que le dije, que aún seguimos siendo amigos y que le quiero. La enfermera, una morena muy joven, nos guía amablemente hasta la habitación de Joe. Cuando entramos, le veo con los ojos cerrados, descansando con la cabeza hacia un lado, y el cabello oscuro sobre la frente. Pregunto si me puedo acercar, y la enfermera dice que sí.

     —Hijo —susurra la madre, tomándolo de la mano. —Hola.

      Parker reacciona entreabriendo los ojos y esbozando una ligera sonrisa.

      —Hola —responde con voz débil.

      —Acá está tu amiga, Teresa —le informa ella, y él se gira abruptamente, haciendo una mueca.

      —Hola, Joe —le saludo, con cariño.

      Sus ojos negros se llenan de lágrimas, y éstos enrojecen mientras el líquido rueda por sus mejillas, ahora pálidas y frías. Estrecha mi mano con fuerza, y siento mis ojos humedecerse también. Me observa por largos segundos, en los que empieza a temblar, y su cara palidece, aún más. Me mira con confusión, con reproche, como si no me reconociera. Le miro, arrugando mis cejas. Miro a su madre, que parece no darse cuenta del estado de su hijo.

     —¿Qué sucede? —Pregunto, llena de angustia por la forma en la que me mira.

      Las cejas de Joe Parker se arrugan ferozmente y cierra los ojos, apretándolos con fuerza.

      —Aléjate de él —ruega.

      —¿De quién? —Replico, apretando la mandíbula. —Joe, Joe, explícame, por favor —le ruego, tomando su mano, acercando nuestros rostros.

      —¿Eres tú de verdad? —Pregunta. —¿Eres la Teresa Meyer, con la que estudio? —Insiste, con tono angustioso. —¡Dime! ¿Eres mi amiga? ¿Eres real?

      —Lo soy, soy yo... ¿Por qué me preguntas eso?

      —Intentó matarme —masculla—, él intentó matarme... —solloza, comenzando a llorar copiosamente. —¡Maldito! —Gruñe, y su rostro se pone rojo, despejando la palidez de su piel. —¡Es él! ¡Fue él! —Grita y tira de mi brazo. —Es la chica del cabello blanco y ojos de diferente color...

      La señora Parker me mira confundida, y me pide que me aleje. Salgo de la habitación, y hasta unos metros fuera del cuarto, oigo los lamentos de Parker, gritando maldiciones. ¿Y si no quiero ver la realidad por temor a volverme loca? Todo esto me está poniendo a prueba, y cada minuto que pasa siento que algo en mi cabeza se sale, se descoloca, estoy enloqueciendo de a poco.

      Como autómata salgo del edificio, y me encuentro de nuevo con Lucas, que se levanta y se me acerca, pero por instinto lo evito.

      —Aléjate... —sollozo.

      —¿Qué? —replica él, confundido.

      —¡Aléjate de mí! —Grito con furia.

      —¿De verdad quieres eso? —Pregunta, con tono lastimero.

      —¡Sí! —Respondo, y salgo a toda velocidad, para ir a casa. 



***


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