CAPÍTULO 22- ¿TERESA?
EDITADO
Abro los ojos tan despacio como puedo. Intento moverme un poco, pero un dolor en la parte baja de mi espalda no me lo permite. El cuarto blanco me encandila los ojos, y cuando enfocan la imagen, me doy cuenta de que estoy en un hospital, conectado a muchas maquinas e incapaz de pararme de donde estoy.
—¿Joe? —Pregunta una voz femenina, que rápidamente identifico como la de Teresa.
Levanto la mirada, y me encuentro con sus figuras, pálidas y delgadas, pero tan bella como siempre. Suspiro, y una sonrisa se forma en mi rostro. Aun trae puesto el uniforme del colegio, y observo como cierra la puerta, con mucho cuidado.
—Hola... Viniste... —susurro, y ella, se acerca a mí, tomando mi mano entre la suya.
—Claro que sí, ¿cómo no? —Responde, y sus ojos azules brillan, contrastando en medio de toda la blancura de la habitación. El cabello oscuro le cae, lacio, hacia los lados y yo tomo un mechón entre mis dedos.
—¿Cómo te dejaron entrar? —Inquiero. Ella se acomoda a mi lado, haciéndose sobre la camilla. Acaricia con su mano mi cabello, y cierro los ojos, lleno de una tranquilidad paradisíaca.
—Eso no importa —musita, y acerca sus labios a mi frente, luego deja un beso sobre ella. —Estoy aquí, para acompañarte, siento lo del otro día...
Sus palabras hacen que mi corazón se acelere, mientras sus dedos acarician suavemente mi rostro, bajando por mi cuello y mi pecho. Me tenso dolorosamente, y algo húmedo hace presencia en mi hombro, Teresa ha empezado a llorar silenciosamente, y mi corazón cruje bajo mi piel.
—No llores, estoy bien —la consuelo, peinando su cabello con mis dedos. Ella me mira con ojos vidriosos y turbios, haciendo que me ponga nervioso.
Con un dedo, atrapo una de las lágrimas que se deslizan por su mejilla. Ella sonríe, acomodándose entre mi mandíbula y mi cuello, su aliento choca contra mí piel, dándome una agradable sensación. Así permanecemos durante un rato, y miento, si digo que no disfruto de su compañía como nunca. Desde aquel beso, algunos pensamientos respecto a ella han cambiado, y cada vez que la veo, siento algo raro revolverse dentro de mí.
Teresa se remueve y levanta su rostro, quedando así, uno muy cerca del otro. Ella me besará y yo, yo no podré negarme, ya que también deseo hacerlo. Y así pasa, siento su aliento chocar contra mi nariz, y sus delicados labios se hacen con los míos, deslizándose, primero, delicadamente, a la par que se acomoda sobre mí. Me quejo un poco, ya que la herida no facilita nada, pero aun así no quiero separarla de mi cuerpo. Acaricio con suavidad sus muslos, de fácil acceso gracias a la falda que trae puesta. Siento su piel erizarse por mi contacto, y yendo más allá, ejerzo algo de presión, haciéndola acomodarse a horcajadas sobre mi cintura. Una exploración más invasiva, me confirma que no trae nada más que unas bragas, pequeñas y delgadas. A pesar de mi malestar por la herida, me niego a dejar escapar este momento, y una violenta descarga de sangre me hace tener una fuerte erección que no logro contener.
Teresa la siente, ya que acomodada sobre mi entrepierna, no puede no hacerlo. Jadea un poco entre mis labios, y yo temeroso, la tomo por la cintura, acercándola a mí. Una mano traviesa baja hasta mi miembro y, gracias a que no llevo nada debajo, siento su caricia en todo su esplendor. Mis labios y los suyos no se separan, ni un segundo, mientras su mano, tomándome desprevenido, me acaricia de arriba abajo, haciéndome estremecer.
—Cuidado —le pido, y ella con una sonrisa en su cara, asiente.
Entonces el aire frío envuelve la calidez de mi entrepierna. Teresa se ha hecho a la tarea de sacarlo de entre las sabanas y ahora, en medio de mi confusión, juega con el, poniéndolo entre sus piernas y ejerciendo una presión que ocasiona que un vacío se apodere de mi vientre. Me ataja por la boca, y se presiona contra mí. Contengo el aliento, y en contra de toda lógica, hago fuerza con mi abdomen para hundirme más en ella, que poniendo sus manos a los lados de mis hombros, me obliga a quedarme quieto, mientras ella se mueve lentamente sobre mí.
Por un momento mi visión te torna gris y no distingo figura alguna y cuando al fin puedo ver de nuevo, me encuentro con algo que no esperaba en absoluto. Una alucinación de cabello platinado. La imagen de una chica de no más de quince años, se ha superpuesto a la figura de Teresa. Su cabello, largo y con ligeras hondas, cae sobre mi cara. Una visión de ojos heterocromaticos cabalgándome a punto. Aun así, mi éxtasis va en aumento. Me encuentro ya en un punto tan elevado de placer, que no hay visión alguna que impida que toque el paraíso. Me aprieta, me envuelve y me succiona de tal forma, que luego de algunas sacudidas más, me corro, largando un gruñido ahogado, por el dolor de la herida.
He inundado las entrañas de la visión blancuzca, a la vez que una humedad se filtra a través de mi vendaje. El monitor que tengo al lado comienza a sonar estrepitosamente, todo se nubla...
Oscuridad.
***
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