CAPÍTULO 16 - APOYO.
EDITADO
Mi mayor preocupación a la hora de levantarme, es como voy a mirar a Joe a la cara cuando lo vea en el colegio. También el hecho de que hoy debo ir a visitar a Amy, e iré con él. Siento que va a ser lo más incómodo hasta ahora. ¿Debería disculparme? Él fue el que me besó, o sea, se acercó y yo... No sé.
Bien, otra razón por la cual ahora es más difícil conciliar el sueño.
Me pongo las bragas, y el sujetador. Cuando termino con el resto del uniforme y me pongo los zapatos, tomo una sudadera, y a pesar del calor, me la coloco; no quiero que nadie me vea y me pregunte que son las marcas que tengo en el cuerpo. No estoy de humor. Desayuno cualquier cosa, aprovechando que mi papá está durmiendo y salgo, queriendo no llegar jamás a la escuela.
Unos delgados, pero potentes rayos de sol mañanero, encandilan mis ojos. Camino pesadamente, abrumada por la angustia, lo siento como un remordimiento. ¿Estuvo mal? ¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Claro que lo estuvo! El inconfundible bullicio me recibe, como cada mañana, solo que está vez, siento como si fueran gritos fastidiosos y estridentes, que me ponen los pelos de punta. Me cubro con la capucha, y antes de que alguien me vea, me escabullo hasta los baños.
Suspiro, aliviada, cuando me encuentro sola. Me paro frente al espejo, y me echo un poco de agua sobre la cara, intentando deshacerme del cansancio. En ese momento entra Lana, y se me queda viendo, con un gesto extraño, haciéndose al lado mío.
—Hola —saluda.
Por alguna razón, la ignoro. Lana nunca me ha caído bien y menos me interesa construir algún tipo de relación con ella. Así que tomo mis cosas, y salgo del recinto, directo hacia los salones de clase. Camino con las manos metidas en los bolsillos, apaciguando mi mente e intentando relajarme un poco. Cuando entro, las miradas no se hacen esperar, las siento sobre mí, mientras camino hasta mi puesto y, aun cuando la clase empieza, sigo con la misma sensación. Me refugio en mis notas, poniendo atención máxima a la clase.
No tengo nadie con quien hablar, o más bien: no me apetece hablar con nadie, y comienzo a sentirme realmente incomoda; más cuando la maestra pide que formemos grupos, para un pequeño debate que debemos hacer.
—Meyer —habla la maestra, y yo levanto el rostro. —Por favor quítese la sudadera.
Me quedo viéndole, como si no creyera lo que me dice. Cuando miro mí alrededor, todos me observan, pero la mirada del albino es la que más me inquieta. Me observa con agudeza, y puedo decir, un poco de impaciencia. Esa sonrisa imperceptible en su rostro, y ese atisbo de malicia en sus ojos, realmente es como si disfrutara con mi desesperación.
—No puedo, lo siento —respondo, cruzando un poco mis brazos.
—Necesito hablarte —ordena, saliendo del aula.
Me levanto y la sigo, con el corazón latiéndome fuertemente. Las lágrimas quieren salir de mis ojos, pero me niego a darle el control a la angustia que siento. Camino lentamente hasta la salida, encontrándome con la cara de la maestra. Intento poner la mejor expresión, pero un ahogo empieza a hacer que me duela el pecho. ¿Qué voy a decir?
—¿Todo bien? —Susurra, poniendo su mano sobre mi hombro.
Bajo la mirada lentamente, y luego le miro a los ojos. Conozco esa expresión. Esa expresión de compasión e intento de comprensión que tanto me irrita. Siento como exuda lastima y eso es lo que menos necesito ahora, no estoy muriéndome ni nada parecido.
—Sí, gracias —digo con frialdad.
—¿Por qué no te quieres quitar la sudadera?
—Deje los rodeos, ¿Qué quiere? —Espeto, sin aguantar más este jueguito de buena maestra-alumna con problemas.
—Nos gustaría hablar con tu papá, últimamente te hemos notado muy desmejorada. Estás muy delgada, y nos han dicho que presentas moretones y marcas en los brazos...
Me giro sobre mi misma, y sin evitarlo, me llevo las manos a la cara. La primera lágrima que sale de mis ojos, baja quemándome la piel, luego le siguen las demás y lloro en silencio. Comienzo a sentirme realmente mal, miserable y acorralada. Siempre intento ser normal, pero ahora, incluso después de conocer a Henry, me doy cuenta de que nunca encajé en ningún sitio.
—Ya estoy yendo a terapia, no cite a mi padre, se la pasa trabajando —sollozo.
—Entremos a clases, ya hablaremos después.
La maestra entra, pero no quiero seguirla, porque sé que dentro todos me miraran con curiosidad y empezaran a preguntarme porque lloro. Comenzaran a murmurar sobre mí, y pronto toda la escuela se enterará, si es que ya no chismean.
—¿No vas a entrar? —Pregunta una voz masculina.
Seco las lágrimas con las mangas de mi ropa y alzo la cara, encontrándome con la sonrisa infantil de Lucas. Niego con la cabeza, y se acerca, poniéndose a mi lado. Su particular aroma me distrae un poco, mientras permanecemos en silencio.
—También soy un incomprendido —suelta, mirando a ningún lado y suspira profundamente. Yo sonrío irónicamente.
—No es cierto, mírate —señalo. Lucas revolea su mano en el aire y niega con la cabeza.
—¿Qué? No significa que goce de buenas amistades, de hecho mi vida siempre ha sido algo, complicada, pero me divierto mientras puedo —se mofa. Ruedo mis ojos, y me apoyo en la pared. —El punto es que, no importa lo que te digan, Teresa, hoy te ves bellísima.
Contengo la respiración, y me quedo en silencio. Eso fue realmente inesperado. Una risita se me escapa, contrastando con las lágrimas que aun salen por mis ojos.
—Cuando dije que yo podría ayudarte, lo decía en serio, puedes contar conmigo, en lo que sea —continua, pero eso solo hace que quiera llorar más. —A veces las personas desconfían tanto de los otros, que no pueden ver a los verdaderos aliados cuando les tienen en frente, y tampoco los verdaderos peligros, ¿no crees?
Miro disimuladamente hacia dentro, y veo a Joe escribiendo en su cuaderno, sin inmutarse, ni siquiera se ve un poco afectado por lo que me pasa. Yo sé que lo del sábado estuvo mal, pero somos amigos y los amigos no se ignoran. Miro a Lucas, y entre nosotros no existe ninguna incomodidad, ni siquiera después de lo que pasó el viernes, es más, estar a su lado es refrescante, cómodo.
—No quiero que crean que voy a terminar como Amy —confieso.
—Eso no va a pasar —me asegura, tomándome del antebrazo, corriendo la manga para dejar descubierta mi muñeca. —Tú eres más fuerte que ella, y por eso me gustas.
Su tono aterciopelado me enternece el corazón. Hasta ahora la cercanía del albino me producía una sensación dividida de miedo y deseo, pero ahora mismo le veo como una luz en el camino. Su dedo, acaricia delicadamente la piel de mi mano mientras mi pulso disminuye y las lágrimas paran de querer salir de mis ojos.
—¿Ya te sientes mejor? —pregunta, mirándome con esos ojos tan claros, rodeados de largas y espesas pestañas rubias. —Lamento lo del otro día, no volveré a hacerte ese tipo de bromas.
—Está bien —es mi corta respuesta.
—Puedes hacerte conmigo en el debate, no sé qué pase entre Joe y tú, pero...
—¿Te habló de algo? —Pregunta alarmada. Lucas niega, y se acomoda el blancuzco cabello detrás de las orejas. Resoplo, aliviada.
—¿Quieres salir hoy? —Propone, tímidamente.
Muerdo mi labio, viendo su gesto tierno y los ojos redondos.
—No creo, tengo que ir a visitar a alguien... —susurro con pesar.
—No creo que debas ir.
Levanto mi cara, y con el ceño fruncido, el miro.
—¿Realmente quieres ir? —Inquiere.
—¡Lucas! —Chilla Lana —Ya empezaremos, entra de una vez.
El albino me arrastra del brazo y me acerca una silla. Joe me dirige una mirada cargada de incomodidad, y le sonrío con los ojos llenos de decepción. Lana también me observa y luego observa a Lucas, como pidiendo explicación. Dios mío, es demasiado incómodo.
—Bueno, empecemos —ordena Lucas, poniendo una hoja en frente de nosotros. —¿Por qué es importante la moral y la ética?
Un silencio se hace espacio entre nosotros, mientras pensamos en la pregunta. Algunos empiezan a anotar cosas, pero cuando la idea está aflorando en mi mente, la voz sedosa de Lucas interrumpe todo.
—Yo, por mi parte, no creo que sea importante.
Todos le miramos, y una que otra risa se oye.
—¿Qué clase de respuesta es esa? —Inquiere Joe, curioso de saber la respuesta que dará el albino.
—Yo digo que todo lo que haga sentir bien, está bien. Es la naturaleza humana, ¿saben? ¿Por qué vivir restrigiendose todo, cuando puedes disfrutar de los placeres de la vida?
—¿Estás diciendo que eso incluye cosas como la tortura, violación, excesos y ese tipo de cosas? —Replica él, con voz grave, y su cuerpo se tensa.
Lucas se encoje de hombros y me mira durante un instante, donde la angustia tan familiar se apodera de mi cuerpo.
—Cada cabeza es un mundo —contesta con cara de niño bueno. Joe niega, rehusándose por completo a concordar con ese pensamiento. —¿Quién eres tú para decir lo qué está bien o mal?
—Soy una persona que jamás haría algo como eso —espeta Joe, comezando a alterarse un poco.
—¿Insinúas que yo si lo haría? —Replica Lucas, con agudeza.
—Si esa es tú manera de pensar —insinúa Joe, desviando su mirada a la hoja.
—Simplemente hay gente que nace para sufrir, y ese es su destino, mientras que otros nacen para ser felices y así va a ser —expone Lucas, mirándole a los ojos fijamente.
—Cada quien es libre de hacer lo que quiera —responde Joe, confrontándolo.
El albino suelta una carcajada que no podemos decifrar. Su cara enrojece un poco, y pasan varios segundos hasta que recupera la compostura.
—¡Eres muy iluso! —Dice casi gritando, mientras azota su puño contra el escritorio.
—Mejor lo hacemos nosotros —masculla, y se pone en la tarea de anotar cosas en la hoja —es más que obvio, que, o estás enfermo, o no tienes idea de lo que hablamos.
Un Joe malhumorado y con cara de pocos amigos, nos acompaña hasta el final de la clase. Le decimos a Lucas que no meta la pata con sus pensamientos anarquistas y él obedece, aunque por lo bajo suelta uno de que otro comentario para fastidiar a Parker.
El ambiente va suave, hasta que, cuando finalizamos nuestra parte, Joe se sienta y encara a Lucas.
—Eres un imbécil y ya me estás colmando la paciencia —le gruñe, poniéndose muy cerca de su cara. —Al principio no lo noté, pero ya sé todo, y haré que todos los sepan.
Lucas no retrocede, y le observa fijamente, con un gesto frio y tan serio, que da miedo.
—Dilo, y tal vez termines igual que Amy, en el loquero —Musita él, con malicia, provocando que Joe retroceda con cara de confusión.
El pelinegro calla y retira la mirada. No habla el resto de la clase, y gracias a eso, la tensión disminuye un poco.
¿Qué está pasando?
***
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top